viernes, 17 de septiembre de 2010

¿Por quien dobla el cimbalillo?

¿POR   QUIÉN  DOBLA  EL  CIMBALILLO?

PERSONAJES

Torcuato, marido de Asunción
Asunción, hermana de Diego
María de la Peña, mujer de Diego
Angustias
El escritor Pedro-Antonio de Alarcón
Felipe
Santiago
Petra
Severina
El pintor Ignacio Zuloaga
El canónigo historiador Eulogio Horcajo
Frutos
El alférez Soto
El médico Jiménez
Ruperta
Fuencisla
Don Fermín, cura
Hasán, moro

PRIMERO


NARRADOR.-“Esas felices ciudades que tienen obispado y no tienen gobierno civil”. La frase es de Unamuno. Una de ellas es Guadix, al norte de Granada. De allí era Alarcón, el autor de El escándalo, una novela que se leyó mucho en Sepúlveda.
Y en un saloncito de Guadix vamos a oír conversar a dos sepulvedanas, Asunción y María de la Peña. Son cuñadas. Asunción está casada con un guadijeño, Torcuato. María de la Peña, que vive en Sepúlveda, con Diego, hermano de Asunción.
Esto pasa a mediados del siglo XIX.
TORCUATO.- ¿Me da permiso esta linda pareja?
ASUNCIÓN.-Pero Torcuato, ¿estás ya tan cansado de tu cuñada como de mí? Lo podría entender si alguna vez te aburrieras del casino.
TORCUATO.- Donde precisamente no voy a encontrarme a ninguna dama. Y sí echaros de menos a las dos, para disfrutaros con más fervor a la vuelta.
ASUNCIÓN.- Vete y que Dios te guarde,
TORCUATO.- Os dejo en las pláticas de vuestra Sepúlveda. Ahí si sois vosotras las incansables. (Se va)
ASUNCIÓN.- ¿Y si empezáramos por una copa de jerez?
MARÍA DE LA PEÑA.- ¿Cómo si estuviéramos mucho más lejos de nuestro pueblo, en Inglaterra en vez de Andalucía?
ASUNCIÓN.- Pero nos va a llevar a Sepúlveda muy deprisa. (Toca una campanilla. Entra una muchacha)
ASUNCIÓN.- Angustias, del oloroso que más me gusta, el de tarde en tarde (Sale). Ya sabes, Peña, que desde aquí me siento muy cerca de ti y de mi hermano.
MARÍA DE LA PEÑA.- Diego te mienta a todas horas. Y créeme, es otro detalle de los que a nosotros dos nos unen.
ASUNCIÓN.-Perdóname, si no arrodeo. Pero, ¿ a qué en cambio no os unen, al contrario, Felipe y Santiago?
MARÍA DE LA PEÑA.- Nunca habíamos hablado de eso.
ASUNCIÓN.- Pero yo lo he pensado tantas veces... Aquí y antes de venirme.
MARÍA DE LA PEÑA.-¿Y te parece mal?
ASUNCIÓN.- Esa no es la cuestión. Basta con que lo entienda. (Vuelve Angustias con la bandeja y las copas. Beben).
MARÍA DE LA PEÑA.- De veras, gracias.
ASUNCIÓN.- Me acuerdo tan bien como tú de los detalles. Aparecieron a la puerta de la Virgen del Milagro, en Hornuez. La noche del primero de mayo. Por eso les pusieron los nombres de los dos apóstoles que se celebran ese día. Cada uno llevaba una mantilla de sayal blanco, un mandil de estameña, una camisa y una cofia.
MARÍA DE LA PEÑA.- Con encajes.
ASUNCIÓN.- Sí, con encajes.
MARÍA DE LA PEÑA.- Y había un papelito en el pecho de uno.
ASUNCIÓN.- “Sólo el Señor conoce sus caminos. Aunque el primero que van a andar estos dos hermanos no nos parezca justo. Esperemos en su misericordia para los demás de su vida. Hasta el último. Llevan el agua de socorro”.
MARÍA DE LA PEÑA.- Dos niños expósitos más de los que caen para San Cristóbal.
ASUNCIÓN.- ¿Y para vuestra casa?
MARÍA DE LA PEÑA.- Llevábamos entonces tres años de casados. Pasados muchos, le vi a Diego tan entusiasmado cuando los trajo de criados...Al fin.Después de haber seguido bastante de cerca su crianza en Fuentidueña. ¿Y todo porque ese mismo día es también su cumpleaños, y vio en la coincidencia como un signo cuando se enteró del hallazgo? Claro que ya estábamos perdiendo la esperanza de niños.
ASUNCIÓN.- En cambio sí que os une nuestra Peñita cuando está con vosotros. Sobrina y nieta única en la casona. Pero, ¿me das libertad para que obre? Por Diego no te preocupes. Estoy segura de él. (Apuran las copas).
MARÍA DE LA PEÑA.-Eso no lo dudo.
ASUNCIÓN.- Pues déjame. Va a venir Perico Alarcón dentro de un momento.
MARÍA DE LA PEÑA.- ¿Pedro-Antonio, ese joven que me dijiste es escritor?
ASUNCIÓN.-Él mismo.
MARÍA DE LA PEÑA.- ¿Es amigo vuestro?
ASUNCIÓN.- Le conocemos bien. Y fíjate, hace cinco años, cuando entró en quintas, volvió de Madrid, para que su padre le pagara la cuota y librarse del ejército. Y ahora ha sentado plaza para irse a África, a la guerra. Como lo oyes. En el batallón de cazadores de Ciudad Rodrigo.
MARÍA DE LA PEÑA.- Cosas de artista.
ASUNCIÓN.- Sí. Pero hay algo más. Va de ordenanza de un general, que es escritor también, Antonio Ros de Olano. Y le dejará tener tienda, caballo, burros y criado. Criado, sí. Y máquina de fotografiar. ¿Y si el criado fuera Santiago?
MARÍA DE LA PEÑA.- ¿Por sus manías de coplero? (Entra Angustias?
ANGUSTIAS.- Don Pedro-Antonio.
ASUNCIÓN.- Que pase. Y trae otra copa. (Sale. Entra Alarcón).
ALARCÓN.- ¡Cuánta belleza en esta casa! Asunción ya me había dicho de la otra rosa de Castilla. Por cierto, el General Ros me ha hablado de los Oñate, de Sepúlveda. ¿Los ve usted?
MARIA DE LA PEÑA.-Alguna vez. (Vuelve Angustias con la bandeja y la copa).
ALARCÓN.- Tomaré un sorbo, aunque a la vista de ustedes ya me siento embriagado.
MARIA DE LA PEÑA.-El General Ros es el que le deja a usted que se lleve a la guerra su criado.
ALARCÓN.-Gracias a Dios. Pero, cómo está de enterada. Por cierto que ya he conocido a ese muchacho de su pueblo.
ASUNCIÓN.- Bajo este techo está. Con su hermano.
ALARCÓN.-¿Podría verle?
ASUNCIÓN.-¿Cómo no? (Toca la campanilla. Entra Angustias). Que pasen Santiago y Felipe. (Entran los dos y hacen una profunda reverencia).
ALARCÓN.-Vamos, mozo, Anímate. Improvisa.
SANTIAGO.-                       
El silbido de las balas,
bajo  la luna africana
se hará música de estrellas
y la noche madrugada.
(Alarcón se queda muy pensativo. Bebe otro sorbo).
ALARCON.- ¿Te quieres venir pues?
SANTIAGO.- Si los amos me dejan.
MARIA DE LA PEÑA.- Pues ya es suyo.
ASUNCIÓN.-Y tú, Felipe, ¿me dijiste que sabías ayudar a misa?
FELIPE.-Los curas de Sepúlveda dicen que no lo hago mal.
ASUNCIÓN.-Buena recomendación para quedarse en una ciudad episcopal como ésta.
MARIA DE LA PEÑA.-Que Dios os bendiga. Y a nosotras. Por cierto, don Pedro-Antonio, mi  marido se ha enterado de que en Granada hay un artista que está llenando los casinos del mundo de salones al estilo de la Alhambra.
ALARCÓN.- Claro, Rafael Torres, amigo mío. Somos los dos de La Cuerda Granadina.
MARIA DE LA PEÑA.- Fíjese que Diego, mi marido, sueña con tener uno en Sepúlveda.
ASUNCIÓN.-Pero allí no acaban de cuajar los casinos. Cosas nuestras. (Beben todos).
SEGUNDO

NARRADOR.-Ha entrado el siglo XX. La gran novedad de Sepúlveda es la Plaza de la Violeta, recién construida. En ella tiene lugar la escena siguiente. Felipe, convertido en un indiano sesentón, ha vuelto al pueblo. Éste tiene un historiador, don Eulagio Horcajo, el canónigo.
(Se encuentran Petra y Severina)
SEVERINA.- Buenos días, Petra.
PETRA.-Que tú los tengas, Severina.
(Severina se queda mirando a Petra, como interrogativamente, con una leve sonrisa maliciosa).
SEVERINA.-¿No hay novedad?
PETRA.- ¿Cuál puede haber?
SEVERINA.-¿Una semana lleva tu Felipe en el pueblo y no le has visto?
PETRA.-¿Mi Felipe dices? ¿A la edad de los nietos?
SEVERINA.-Pero tú no los tienes. Y también de las que son abuelas se podrían contar cosas.
PETRA.-Tiempo habrá de que nos encontremos en la calle.
SEVERINA.-Eso, tiempo habrá. Ya se verá de qué. Pues es el destino el que manda. Lo cierto es que viene libre.
PETRA.-¿Seguro?
SEVERINA.-Sí. Lo sé de buena tinta. Enviudó hace mucho. Y por allá le queda una hija, pero casada a su disgusto. Muy lejos, y no sólo por el charco. Y que me acuerdo, como si hubiera sido ayer, de aquellos achuchones en Trascastillo.
PETRA.-¿Sabes que me ha pintado ese vasco que anda por aquí? Claro que no me creí que fuera por lo que me queda de belleza.
(Llega Don Eulogio).
LAS DOS.-Buenos días, don Eulogio.
DON EULOGIO.-Buenos días nos dé Dios. (Se van ellas. Llegan Felipe y Frutos).
FELIPE.-Buenos días, señor canónigo.
FRUTOS. Buenos días, don Eulogio.
DON EULOGIO.- Que Dios esté con vosotros, paisanos.
FELIPE.- Allí me llegó la noticia, don Eulogio, de su Historia de la Virgen de la Peña.
DON EULOGIO.- Estoy haciendo ya la copia para la imprenta.
FRUTOS.- Es una fortuna para un pueblo tener su historiador.
FELIPE.- Y más se nota cuando se ha estado lejos. Pero, señor canónigo, ¿puedo confesarle que me encanta haberme encontrado a la vuelta con esta plaza nueva?
DON EULOGIO.-Muy puesto en razón. También La Violeta es ya historia de Sepúlveda. Buen alcalde don Braulio Abad. Como vosotros mismos sois hisoria ya y esta nuestra conversación ahora. Por cierto, Felipe, mañana diré en El Salvador una misa por tu hermano.
FELIPE.- ¿Por Santiago?
DON EULOGIO.- Como desde hace años ya
FELIPE.- ¿Y quién se las encarga?
DON EULOGIO.- No puedo decirlo.
FELIPE.- ¿Sabe, señor canónigo, que tengo una carta larga sobre mi hermano de Alarcón, el escritor?
DON EULOGIO.- Espero me la enseñes. Acaso ya has oído a algún señor cura que las novelas no verlas. Menos algunas, como El escándalo.
(Llega Ignacio Zuloaga. Se saludan con reverencias muy corteses)
ZULOAGA.- Celebro encontrarles. Voy deprisa a recoger mis bártulos. No quiero perderme este cielo de mañana. Pero esta Plaza de la Violeta tengo que pintarla. Y muy despacio.
DON EULOGIO.- Que Dios le premie la atención que dedica a nuestro pueblo y a nosotros.
ZULOAGA.- Soy yo quien tengo que dar gracias por haberme encontrado con su maravilla. (Se va).
DON EULOGIO.- Les dejo. Voy a San Bartolomé, a celebrar. ¿Te veré, pues, mañana en la iglesia, Felipe?
FELIPE.-No sé si estaré. Tengo que recoger en Santander el último envío. (Se va Don Eulogio).
FRUTOS.- ¿Te vuelves a encontrar, en tu pueblo? ¿O echas las otras tierras de menos?
FELIPE.-Me parece como si hubiera vuelto a nacer. Lo que me falta es el mar. Aquel de Veracruz... Para no angustiarme tengo que pensar que tampoco el cielo tiene límites.
FRUTOS.- Y de Petra, ¿te acordabas allí?
FELIPE.-¿Lo dudabas tú?
FRUTOS.- Yo no, Pero acaso sí ella. ¿Y ahora?
FELIPE.-Cada vez que me la represento, la veo de una manera distinta. (Una pausa). Hablando de otra cosa, fíjate, en Guadix hacen unas jarras de barro con muchos adornos, sobre todo gallos o pájaros. Son muy bonitas. Las jarras acitanas. Las mozas echan en ellas sus ahorros para la boda cuando llegue. Doña Asunción me regaló una cuando me fui. Pero se torcieron las cosas. Y no fue la jarra de mi hija. La he traído aquí.
FRUTOS.- Ya vendrán las nietas.
FELIPE.-Quién sabe...Pero voy a decirte una cosa, a tí solo, y para entre nosotros. No voy a ir a la misa por mi hermano. Porque no sé si está muerto o vive. Por desaparecido le dieron. Pero yo sé más. Al cabo de muchos años recibí una carta suya. Me decía en ella que se había pasado a los moros para siempre. Que en cuanto vio aquello se dió cuenta de que era lo suyo, y que todos nosotros somos algo moros sin darnos cuenta. Que se acordaba mucho de mí, pero no volvería a darme noticias. Saber uno de los caminos del otro podía perturbar a los dos. Yo le contesté hablándole precisamente de la jarra. Le dije que la guardaría para sus nietas y las mías, por si alguna vez se encontraban.

(Hay un silencio)


FRUTOS.- El mundo y el hombre son complicados. En fin, ya es hora de que veas a Petra.

TERCERO


NARRADOR.-Ha pasado más de un cuarto de siglo. Hay guerra civil. Antes de ser inaugurado, el Grupo Escolar de Sepúlveda se ha convertido en hospital de sangre. Allí vamos  a terminar. El campanillo del Salvador está tocando a muerto. Están Jiménez, que es un médico de Sepúlveda, y el alférez Soto.

EL MÉDICO.- ¿Le gusta Sepúlveda, alférez?

EL ALFÉREZ.- Me está encantando. Le envidio, doctor, por vivir aquí.
EL MÉDICO.-El riesgo es acostumbrarse al milagro. Y qué chicas, ¿eh?
EL ALFÉREZ.- Como no me esperaba. Suena precioso, ese campanillo.
EL MÉDICO.- Es el cimbalillo del Salvador. La iglesia más alta, desde donde se vigila la aviación. Dicen que tiene aleación de oro. Sólo toca en los funerales de cabildo. El cabildo era la corporación de los clérigos de la Villa. Ya no existe, claro. Pero los entierros y las misas más lujosas son de cinco curas. Y se llaman así, de cabildo.
EL ALFÉREZ.- Será que van a decírsela a los hermanos Miralles.
EL MÉDICO.- Le dejo.Voy al pueblo, a ver a mis enfermos de siempre. Tan de siempre que los llevo conmigo. Ah, me olvidaba decirle que mañana, por ser tercer domingo, hay misa de minerva. Es también en El Salvador, de la Cofradía del Corpus. Hay una procesión por el pórtico y toca un tambor. Acaso a usted le gustaría. Vaya, si puede. (Se va. Entra Ruperta).
RUPERTA.- Buenos dìas, señor capitán. Me han mandado limpiar otra vez aquí.
EL ALFÉREZ.- Pero ya te he dicho que yo a capitán no llego. ¿O es que sigues sin conocerme? (Ella se pone a barrer). Tan guapa como triste. Con lo que ahora se divierten las chican en Sepúlveda, con tanto mozo...¿Tienes novio? ¿O un secreto?
RUPERTA.- No, señor alférez. Tengo novio, pero...está en Madrid, estaba por lo menos.
EL ALFÉREZ.- Ya se arreglará todo. Mientras tanto hay que vivir. Yo no tengo novia. Pero mi madre está lejos, en Granada. Mi padre murió y yo soy hijo único.
RUPERTA.- ¿Granada?
EL ALFÉREZ.- Sí, ¿te choca? ¿Has estado allí?
RUPERTA.- No. Yo no he salido nunca de Sepúlveda. Pero mi padrino hablaba mucho de aquella tierra. Había vivido de joven en un pueblo que se llama Guadix.
EL ALFÉREZ.-¿Guadix? Donde yo he nacido.
RUPERTA.- Por algo dicen que el mundo es un pañuelo.
EL ALFÉREZ.- Y más cuando hay guerra y se mueve la gente.
RUPERTA.- Yo tengo de Guadix, una jarra. Me la dejó mi padrino. Yo era muy pequeña cuando se murió.
EL ALFÉREZ.- Será una jarra acitana. ¿A qué te gusta?
RUPERTA.- Es preciosa.
EL ALFÉREZ.- ¿Y guardas en ella tus ahorros de novia?
RUPERTA.-Sí. Pero el padrino me dijo que no era sólo suya, sino también de su hermano, y había que esperarle. A él o a sus hijas o sus nietas. A sus nietas, a estas alturas.
EL ALFÉREZ.- Y aquel hermano, ¿dónde estaba?
RUPERTA.-Le dieron por muerto en otra guerra, en África. Pero a última hora, mi padrino daba a entender a los de más confianza que acaso eso no fue verdad.
(Entra la enfermera Fuencisla).
FUENCISLA.-Traen a un moro y a un cura. Gravísimos los dos. Que se queden aquí un momento, dice el capitán médico.
(Los entran. El alférez y Ruperta ayudan).
EL CURA FERMÍN.- ¿Te sientes muy mal?
EL MORO HASÁN.- Saber que morir.
EL CURA FERMIN.-¿Estás tranquilo?
EL MORO HASÁN.- Mulama es Mulama. Mulama ser muy grande. Tranquilo me siento estar en sus manos.
FUENCISLA. Voy a ocuparme de que vengan enseguida a confesarle, padre Fermín.Ahora vendrán a por ti, Hasán. (Sale).
EL MORO HASÁN.- Morirme, pero ver bien. Estar en un pueblo que haber tenido, saberse el pueblo abuelo mío. Las casas del cielo. Tener él aquí una jarra. Para las monedas de las bodas. Ser yo sólo nieto suyo. Mulama es Mulama. Con el abuelo. Desde pueblo de él. (Expira. El cura Fermín se santigua y se pone a rezar. Vienen dos camilleros y se llevan al muerto).
EL ALFÉREZ.- No estés triste, Ruperta. La sierra no va a ser siempre una frontera. (Se vuelve a oír el toque de clamor). ¿Vuestro cimbalillo sólo toca por los hermanos Miralles?
RUPERTA.- Eso dicen.

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