viernes, 17 de septiembre de 2010

En Sepúlveda: Teatro en el Teatro

EN  SEPÚLVEDA: TEATRO  EN  EL  TEATRO


PERSONAJES

Gabriela
Antonia
Don Juan Nepomuceno, cura de San Esteban
Don Francisco-Antonio, regidor
Don Gumersindo, maestro de latinidad
Baltasar
María Luisa
Anselmo

Concepción
Dolores
Elisa
Gaspar, estudiante
Francisco Castelló, el juez
Justo Romea, brigadier

Melchor, el secretario judicial
Doña Amelia
Engracia
Eliseo
Jacobo Alvariño
Delfina

 

Primero


NARRADOR.-Se acerca a su fin el siglo de las luces. Reina Carlos IV. Desde hace casi media centuria, va siendo menos raro que los sepulvedanos, entre su nacimiento y su muerte en la Villa, vean alguna tierra ajena. Está en el ambiente la ilusión de inventar, y los inventos y sus proyectos, reales o ficticios, son tema de conversación. Han aparecido los globos. Aunque los señores curas y las gentes de autoridad y orden tienen miedo a los papeles subversivos que vienen de Francia. Se está ensayando un drama largo en verso, La toma de Sepúlveda por el Conde Fernán González, de Manuel-Fermín de Laviano. De ello están hablando, en el patio de la Casa de San Millán, Gabriela y Antonia. Luego llegan el cura de San Esteban, don Juan Nepomuceno de Santillana, y el regidor don Francisco-Antonio Saénz de Bergaño.

GABRIELA.-¿Qué te parece el drama que nos han dado?

ANTONIA.- Muchos lances de guerrra. Claro, es de cuando las siete puertas eran cosa seria.
GABRIELA.-Sí. Pero pienso una cosa. Si ahora vienen dos caballeros y nos ven y los vemos y cruzamos las miradas y las volvemos a cruzar de otra manera, ¿no te parece que en eso tan pacífico hay algo de guerra?
ANTONIA.- No se me había ocurrido. Pero, vistas así las cosas, ahí está el mismo drama, con esas guerras también en la otra.
GABRIELA.-Entre las moras y los cristianos. Y al revés, aunque no se diga.
ANTONIA.-¿Y entre Anselmo y Baltasar por una parte, y María-Luisa por otra?
GABRIELA.- Si hubiera que llevarlo al escenario, yo no sabría elegir entre drama y comedia.
ANTONIA.- Parece que a María-Luisa están dejándola de hacer demasiada gracia las gracias de Anselmo.
GABRIELA.- Ya era hora. Aunque hay que reconocer que las virtudes de Baltasar son tan ocultas...
ANTONIA.- Por eso valen más. ¿Y que habrá de las fantasías de don Francisco-Antonio?
GABRIELA.- Demasiado bonitas para hacerse verdad. Ahí es nada, cada jornada de la obra en un escenario, unos de campo y otros de ciudad.
ANTONIA.-Tantas diversiones para nosotras, que hasta se alarmaría el bueno de don Juan Nepomuceno. Pero vienen los dos. Vayámonos. A veces cansan. (Salen ellas y entran ellos)
DON JUAN NEPOMUCENO.- Me he pasado la semana meditando y leyendo. Y estoy cada vez más convencido
DON FRANCISCO-ANTONIO.- ¿De que también los locos podemos tener alguna vez los pies en el suelo?
DON JUAN NEPOMUCENO.-Lo indudable es no haber sitio como nuestra villa para hacerse una idea del mundo viéndola desde un globo. Los ríos en el fondo del suelo. Las peñas hacia el cielo.  O sea la tierra creada.
DON FRANCISO-ANTONIO.- ¿No se nos dirá que al fin y al cabo nosotros del mundo hemos visto poco?
DON JUAN NEPOMUCENO.- Estando en nuestra Sepúlveda no hace falta otro recorrido para hacer esa afirmación. Y en cuanto a demostraciones escolásticas no quiero cansarle. Mis estudios en Salamanca son nada más que un complemento.
DON FRANCISCO-ANTONIO.-Pero en La Granja sí vendría bien la prueba.
DON JUAN NEPOMUCENO.-Pues de tener ocasión, yo confiaría en convencer al Rey.
DON FRANCISCO-ANTONIO.- ¿Hasta traerle aquí?
DON JUAN NEPOMUCENO.- Eso sería cosa de vuestra merced, con mucho trabajo y algún tiempo.
DON FRANCISCO-ANTONIO.-Por fin parece que va a subir un globo en Segovia. Voy a ir a verlo. Si pudiera allí hablar con alguien... (Entra don Gumersindo)
DON JUAN NEPOMUCENO.- No puedo por menos de preguntarme, al pensar en nuestro don Gumersindo, si además del maestro de latinidad no le tenemos también en la Villa el del arte de hacer comedias.
DON FRANCISCO-ANTONIO.- Afortunadamente. ¿Y acaso él no prefiere este título? Esta pieza se la debemos.
DON GUMERSINDO.- Yo ya pongo los personajes. Pero más no puedo.
DON FRANCISCO-ANTONIO.- Por mí no ha de quedar. Claro que no estoy cierto de ser bastante. Lo que sí aseguro es que de conseguirse la ascensión del globo en presencia real, el Rey también vería el drama.
DON GUMERSINDO.- ¿No se cansará de ir y venir de un sitio a otro? Selva corta, bosque largo; salón largo, bien adornado con dosel; San Julián, fachada principal de la Plaza Mayor; bosque corto, oscuro y aclara al aviso.
DON FRANCISCO-ANTONIO.- Si me dejan cambiar los caballos de las carrozas, respondo de su comodidad. (Entran Baltasar y Anselmo). Le dejamos con sus jóvenes. Y a Anselmo no le vendría mal que los ensayos le alejaran por una temporada de ciertas correrías. (Se van los dos).
DON GUMERSINDO.- Pero tengo unos comediantes dóciles que saben lo difícil de mi tarea. Seguro que os parecerá bien que Anselmo sea Abubad y Baltasar Ramiro.
ANSELMO.- Hay quien dice que a veces ocurre pasar del teatro a la realidad. ¿No habrá pretendido Vuestra Merced que yo me pase al moro?
BALTASAR.- Pues yo no cambiaría mi papel por el del Conde.
ANSELMO.- ¿Gato encerrado. (Entran María-Luisa, Gabriela y Antonia).
GABRIELA.- ¿Y a ti, María-Luisa, te gustaría hacer de Fátima?
MARÍA-LUISA- La cuestión está en merecérmelo. Pero ya me sé algunos trozos:
Y yo que quiero dejar
la secta en que me he criado
y pretendo ser cristiana
tu auxilio especial reclamo.
ANSELMO.- ¿Mirando a Ramiro?
MARÍA-LUISA.- Eso que don Gumersindo lo disponga.
ANSELMO.- ¿También esto otro
Observando que Guillén
del campamento separa
con gran misterio a Ramiro,
quiero ver de qué se tratan,
pues una interior zozobra
anuncia cuidado al alma?
(Vuelven don Juan Nepomuceno y don Francisco-Antonio. Se van los demás. Don Juan Nepomuceno llama aparte a Baltasar).
DON JUAN NEPOMUCENO.- Oye, Baltasar, ¿has pensado si a María-Luisa la gusta ser Fátima porque ésta cambia en el drama y ella está cambiando de inclinación, si es que ya no ha cambiado?
BALTASAR.- Que Santa María de la Peña le oiga.


Segundo


NARRADOR.- La reina Isabel II ha sido destronada y se ha ido de España. También en Sepúlveda se oye esta copla:

En el puente de Alcolea
la batalla ganó Prim,
y por eso le cantamos
en las calles de Madrid.

El llamado ayuntamiento revolucionario, dando oídos a un clamor ya antiguo de los sepulvedanos con imaginación e ilusiones, ha decidido dedicar a teatro la Panera del Pósito. Se está preparando su inauguración. Juan-Eugenio Hartzembusch estuvo hace tiempo en la Villa y en el Condado de Castilnovo. Paraba en la casa de don Diego González, en Trascastillo. En 1843 había estrenado en el madrileño Teatro del Príncipe Honoria, un drama en cinco actos que pasa cuando se acerca el reinado de los Reyes Católicos. El primero se desarrolla en el cañón del Duratón, junto a San Julián. Ahora van a ensayarle los aficionados sepulvedanos. De ello están hablando, como vamos a ver, en el Campo de la Virgen.
CONCEPCIÓN.- Ya me he leído el primer acto de Honoria. De veras, es estupendo. Aunque difícil, larguísimas parrafadas en verso. Demos pues gusto al brigadier.
DOLORES.- ¿Hasta dónde, Concepción?
CONCEPCIÓN.- Nuestra Dolores siempre pensando en lo mismo.
DLORES.- No tanto como las que no lo dicen.
CONCEPCIÓN.- Volviendo a Honoria, va a intrigar. La gente estará pendiente hasta el desenlace. Yo ya estoy deseando de leer la continuación. Y mucho argumento. El primer acto valdría por sí para una obra entera.
DOLORES.- ¿Y tienes ya el papel que vas a proponer?
CONCEPCIÓN.- En ese acto hay muy pocos personajes. Mujeres nada más que dos, Desideria y la del título.
DOLORES.- ¿Cuál te gusta más?
CONCEPCIÓN.- Sería a la vez sencillo y complicado contestarte. Ya te darás cuenta cuando lo leas. Viene Elisa. No tardará Gaspar, a machacar en hierro frío.
DOLORES.- Ya se va cansando. (Entra Elisa).
ELISA.- ¿A que hablando de teatro?
DOLORES.- No es difícil adivinarlo.
ELISA.- Nuestro brigadier no dormirá tranquilo hasta que no le deis palabra de representar Honoria.
CONCEPCIÓN- ¿Cómo que las demás? ¿Acaso tú no?
ELISA.- Yo no voy a entrar en el reparto.
DOLORES.- Y sin Elisa, ¿será Gaspar de salir a escena?
ELISA.- Allá él. Pero creo que nada como eso le conviene.
CONCEPCIÓN.- ¿No te vas a arrepentir?
ELISA.- Quién sabe...Acaso me he arrepentido ya.
DOLORES.-¿De otras cosas?
ELISA.-Puede que de esta misma. Ahí le tenemos. (Entra Gaspar).
GASPAR.- ¿Quién se llama Desideria y quién Honoria?
ELISA.- Sólo sé que yo ninguna de las dos.
GASPAR.- ¿La habéis leído?
CONCEPCIÓN.- De las tres, sólo yo, y sin pasar del primer acto. Y tú, ¿quién vas a ser?
GASPAR.- No tengo duda, Jimén.
CONCEPCIÓN.- El militar enamorado.
DOLORES.- Puesto en razón me parece, por muy estudiante civil que seas. El amor es también guerra.
CONCEPCIÓN.- Con victorias y derrotas.
GASPAR.- Y retiradas.
CONCEPCIÓN.- Con retornos posibles.
GASPAR.- De ningún agua puede decirse que no se beberá nunca. Por eso, acaso no os choque que yo siga con mi medicina, pero en Cádiz.
CONCEPCIÓN.- ¿Y si yo adivinara otra razón por la que de Jimén quieres hacer?
GASPAR.- Sería de agradecer interés tanto.
DOLORES. Pero cuéntanos la trama.
GASPAR.- Lo hará mejor Concepción.
CONCEPCIÓN.- Cuenta, haz caso.
GASPAR.- Había dos niñas de padres desconocidos que se criaban en Sangarcía. Se llaman Honoria y Desideria. Doña Inés las trajo a su casa de Sepúlveda. Dos medallones guardan el secreto de su nacimiento. Bajando de San Julián al río, Honoria conoce a Jimén. Se enamoran. Él vuelve a cumplir su palabra, con la noticia de que ha muerto un tío suyo, rico y noble, reconociendo antes por hija suya a una niña que dio a criar en Sangarcía. Se inquietan Jimén y Honoria pensando si serán primos. Ese no es el caso. Pero Desideria, que se ha hecho con los medallones y sabe su secreto, dudando entre la ambición y los celos, los tira al Pozo Sin Fondo, que según el autor está en esa ribera. Y...hasta el acto segundo. Pero viene don Francisco el juez. Ayer me contó que, siendo casi un niño, le llevaron en Madrid al estreno de Honoria. Está entusiasmado con volvérnosla a ver aquí a nosotros.
ELISA.- ¿Le llevará su entusiasmo a siquiera plantearse salir de la viudez?
GASPAR.- Fue un trago amargo el suyo, dicen los que se acuerdan, morírsele de parto la mujer apenas llegado.
CONCEPCIÓN.- Un buen partido sigue siendo. (Llega)
DON FRANCISCO.- Que Dios os lo pague. Con Honoria me estáis rejuveneciendo. ¿Y sabéis que la decoración del Teatro del Príncipe se parecía bastante a la realidad?  Cuando yo vi San Julián creí estar volviendo a aquella escena. También porque no siguieron la acotación al pie de la letra: “Árboles, matas y peñascos por todas partes”. Pero, ¿quién va ser Honoria?
DOLORES.- Yo me ofrezco.
CONCEPCIÓN.- A mí no me importa ser Desideria. Pero viene el que faltaba. (Llega el brigadier).
DON FRANCISCO.- Brigadier.
LOS DEMÁS.- Don Justo.
DON JUSTO.- También en Sepúlveda podemos cantar victoria. El teatro va a quedar precioso. Y deprisa. Pero hay tiempo para Honoria si no bajáis la guardia. Yo sacaré el jugo al buen ayuntamiento revolucionario.
CONCEPCIÓN.- Que son cinco actos...
GASPAR.- Como para un viaje de ida y vuelta de Sepúlveda a Cádiz.
ELISA.- Pues manos a la obra. Aplaudiros si que sabré yo.


Tercero


NARRADOR.- El siglo XX se acerca a su mitad. Ha terminado la guerra mundial. En Sepúlveda es obsesiva la inquietud por la disminución de la población, la carencia de fuentes de riqueza y puestos de trabajo, la necesidad de emigrar. Hay empeño en que residan los funcionarios para dar categoría al lugar. Vienen veraneantes, pero los turistas son todavía novedades raras. Cuando el ingeniero jefe de Obras Públicas de Segovia, que era el Marqués de Quintanar, opinaba que con el tiempo habría aquí problemas de tráfico, se le miraba como a un visionario. Jacobo Alvariño, un médico enfermizo y melancólico, está impulsando la representación en el Teatro Bretón, de Baile en capitanía, no hace mucho estrenada por Agustín de Foxá en Madrid. Mientras las campanas de San Bartolomé van llamando a la misa de once, en la Plaza se forman tertulias de ocasión.

MELCHOR.- Son ciertas lenguas tremendas, Amelia. Ayer, a la salida de misa de once, a propósito de las relaciones de Jacobo y Delfina, más de una señora pía comentaba con retintín que así las chicas pierden mucho. Como si a él le auguraran ya la santa unción.
AMELIA.- Lo que de veras se pierde, Melchor, son las ocasiones que se dejan pasar.
MELCHOR.- Aunque sólo de paso se ofrezcan.
AMELIA.-Eso. También las que no dejan ningún papel en tu secretaría.
MELCHOR.- El que es un tesoro es este chaval, Eliseo. Como dibuja. Nos van a quedar las decoraciones bordadas.
AMELIA.-Y mientras, él se aprovecha lo que puede de faldas en faldas.
MELCHOR- Siempre llevándole unos años.
AMELIA.- Claro. Acaba de cumplir los diez y siete abriles. (Llega Engracia). 
MELCHOR.- Cuando Amelia y Engracia están juntas me siento acomplejado de no tener ninguna pista para opinar siquiera sobre cuál es la más guapa.
AMELIA.- Defecto grave en un varón. Pero no en este caso pues podríamos ser madre e hija, y así todo queda en galantería.
ENGRACIA.-Eso no importa. ¿El defecto será por exceso de romanticismo?
MELCHOR.- ¿Sabéis que el doctor Marañón define a Don Juan por la escasez de virilidad?
AMELIA.- ¿Y tú te lo crees?
MELCHOR.- No paso de pensarlo, de darlo alguna vuelta por respeto a la ciencia. Y de Jacobo y Delfina, ¿quién es más romántico?
ENGRACIA.- Yo el romanticismo de él no le veo por parte alguna. ¿No habría que pensar en egoísmo más bien?
AMELIA.- No te niego sentido práctico, Engracia, pero ello es compatible con un exceso de inocencia de vez en cuando.
MELCHOR.- Y  que no sabe por dónde vas.
ENGRACIA.- A la vista el jovencito más deseoso de que todas cometamos un infanticidio. (Llega Eliseo).
MELCHOR.- Bienvenido el sepulvedano del futuro.
ENGRACIA.- Aunque con muchas pretensiones de adelantado en el presente.
MELCHOR.- Pasemos revista. Cuatro actos y otros tantos escenarios. La estación de Aranjuez, una venta en el camino de Vitoria, la Antesala de Consejos del rey Carlos VII en Durango, y el salón de gala de la Capitanía General de Burgos. ¿Cuál te gusta más?
ELISEO.- El primero. Nada como un tren poderoso que cambia humo por leguas. El segundo, más por lo que tiene de punto de encuentro, al misterio incluso la ventana. Y uno y otro el camino. El de irse y el de volver, el de irse para recordar también.
AMELIA.- ¿Y el baile no?
ELISEO.- ¿No te impone su índole funeraria? Bailan los prisioneros carlistas que van a ser fusilados en cuanto amanezca.
MELCHOR.- Ahora que ningún tributo mejor a las damas que ese terrible hacer de tripas corazón. Pero aquí están Jacobo y Delfina. Seguro que a ellos los encanta.
AMELIA.- Por algo ha escogido él la obra. Sin reparra en que los personajes son ochenta y tres.
ENGRACIA.-Pero contando los extras.
ELISEO.- Yo me voy a dibujar. (Se va él y llegan los dichos).
JACOBO.- Llevas quince días, Melchor, sin que te tome la tensión.
MELCHOR.- Me he encontrado bien. Pero déjame que piense si tú estás cuidando a todos menos a ti mismo.
JACOBO.- Con Sepúlveda tengo medicina bastante. Y la única.
ENGRACIA.-¿La única?
AMELIA-Bueno, no es preciso que aclare, todas hemos entendido.
JACOBO.- Y eso que los gallegos tenemos fama merecida de padecer la morriña de nuestra tierra. ¿Va bien todo?
MELCHOR.- Nos va a tener envidia Mercedes Prendes. Me voy a coger sitio. Que los hombres no tenemos reclinatorio.
AMELIA.-Nosotras tenemos ocupados los nuestros. Todavía no soy la más vieja de la familia. Te acompañamos (Se van).
DELFINA.-Me alegro por ti. Va a llover antes de que termine la misa.
JACOBO.-Ya sabes que no echo de menos la lluvia cuando estoy contigo.
DELFINA.-Pero si la tienes todavía más felicidad, ¿no?
JACOBO.- Y a tu lado, en la huerta de don Diego, por la tarde en el cenador y a la sombra de los frutales, me parece estar en la ría del Ferrol.
DELFINA.-Ya me he terminado de leer el drama. Tremendo.
JACOBO.- Pero ¿te has fijado en la belleza de algunos versos?. ¿Te acuerdas de la carta de Eugenia a Luis? ¡Cómo tiemblas, blanca carta de amor! Y va mi vida/ en sus azules letras enredada; y así conmueve al corazón del hombre/ este breve papel que lleva el viento.
DELFINA.-Sin embargo, es horrible el desenlace. ¿Por qué la has escogido? Y cuando sospecha Eugenia, antes de saber la noticia: ¿Acaso nuestro amor, por ser hermoso,/ tiene que ser perecedero y breve?
JACOBO.-Pero luego ella misma reconoce: nos queda amor, es suficiente.
DELFINA.-Vamos ya. No te olvides de mirarme cuando alcen a Dios. Y haz entonces la promesa de llamar mañana mismo a tu compañero del Hospital de la Princesa. Melchor debía haber añadido que al no cuidarte tú también yo me quedo sin cuidos.
JACOBO.- ¿Tienes esperanza?
DELFINA.- La que por ser en este presente no me puede quitar ningún futuro.





No hay comentarios:

Publicar un comentario