sábado, 18 de septiembre de 2010

La final del "Celta"

LA   FINAL  DEL   “CELTA”


                        1.-El fútbol que es historia y biografía

            Yo he escrito muchas cartas. Y bastantes me han sido contestadas. Conservo mi epistolario- el recibido, no el enviado- que es copioso y variopinto. Ya tiene sesenta años de duración. Los treinta primeros los hice encuadernar esmeradamente en Valencia. Las cartas y las tarjetas, con sus sobres y sellos, menos los que tenían la cara de Franco que arranqué, están adheridas a grandes folios, y los distintos apartados caligrafiados en tinta china. Dos cintas blancas sujetas a las guardas pemiten atarlos, y una caja de cartón los enfunda. Una caja de madera enfunda a su vez cada volumen, del que sólo resulta visible el lomo. Todo en piel y dorado. Tan solemne como pesado. De veras que su manejo cuesta.
            Pero yo sólo abro algún tomo en busca de algún dato concreto y rarísima vez. La profesora Adela Tarifa me dice que es preciso hacer su estudio. Yo estoy de acuerdo con tal de que mi colaboración sea mínima.
            Ahora, en vísperas del partido final de la Copa del Rey entre el Celta y el Zaragoza, he buscado en el volumen titulado sencillamente Amicalia el nombre de Manuel Vázquez. Y no ha aparecido. Una decepción. Pues yo creía tener alguna carta suya. De que le escribí estoy seguro, elucubrando por lo menos una vez en torno a los encuentros futuros entre el Celta y el Madrid.
            Manuel Vázquez, un conddiscípulo del Colegio Corazón de María de Aranda de Duero, algún curso por encima del mío, era el único partidario del Celta entre nosotros. En esa remota época decíamos partidarios y no seguidores.
            También contaban un solo partidario el Betis y el Castellón. El de este último tenía una expresión de bonhomía, dejando traslucir una postura en la vida entre despreocupada y de buena ley, como el lado bueno del conformismo. El bético era pequeño, relamido, pelotillero, ególatra de todas esas cualidades, y enchufado naturalmente. Del Valencia tengo la idea nebulosa e insegura de alguno o algunos. Del Barcelona- entonces nadie decía allí Barça- ni rastro de memoria. Los demás nos repartíamos entre el Madrid, que era el mío, el Aviación- que así había pasado a denominarse el Athletic madrileño-, y el Bilbao. Los llamábamos de esa manera. Ahora, uno de los indicios para calcular la edad de alguien entre la madurez y la vejez, es preguntarle por el equipo favorito del régimen franquista. Si dice que el Madrid hay que rebajarle años. En cuanto significa no haber conocido la etapa primera, la de la militarización enfervorizada de su eterno rival capitalino.
            Pero volviendo al céltico Manuel Vázquez, hace mucho tiempo que se ha esfumado. Aunque, si bien sólo desde poco acá, estamos organizados los antiguos alumnos. Uno de ellos preside ahora el Atlético de Madrid, antes Athletic, pues Franco a la vez que le bautizó Aviación le añadió la “o”. También lo hizo con el Bilbao, pero los leones la eliminaron en cuanto pudieron. Los rojiblancos de acá han preferido mantener la enmienda caudillil. Mas no divaguemos.
            En el colegio, los domingos, durante la cena, nos llegaban los resultados de la jornada balompédica. Los leía un escolar de buena voz, la mejor era la de Mijangos aunque por eso le reservaban para tareas más largas y difíciles, desde algunas noticias de prensa seleccionadas por el padre Morrás, el director que nos presidía, hasta los trozos de turno de la vida del padre Claret. La expectación ante la relación de los goles era sepulcral. Y tanto los gritos jubilosos como los murmullos de impotencia de uno a otro ángulo del comedor sumamente expresivos.
            Me acuerdo en cambio que una vez, al resultado Coruña 1-Celta 1, siguió un silencio integral. A lo cual glosó el padre Morrás: -”¿A los pobres gallegos no les decíis nada?”. Entonces hubo naturalmente un barullo de cortesía. Lo que no sé es si estaba allí Manuel Vázquez.
            Como os decía, éste era algo mayor que yo. Y a mí me distinguía, eliminando en su trato conmigo esa suficiencia que en los umbrales del pavo se tiene con los que todavía no han salido del cascarón. Un trato que además era más frecuente de lo común.
            Pero eso era todo. Y alguna carta en vacaciones, aunque no aparezcan las suyas, por más que yo conservo escrupulosamente todas.
            No sé si alguno de los jóvenes hombres de ciencia que buscan una explicación siempre alejada de la apariencia y la espontaneidad a cualquier situación de la vida o actitud del ser humano, encontrará alguna casilla equívoca donde meter nuestra relación. Algo que por otra parte no me preocupa, porque el crédito que doy a esas exégesis es relativo. Aunque me leí en tiempos y no me arrepiento las obras completas de Freud. Aclararé que conscientemente no he tenido ninguna atracción homófila. Ni materialmente he mantenido relaciones de esa índole ni las he deseado ni he pensado en ellas. Por las mujeres sí me he dentido intensamente atrañído desde entonces hasta ahora.
            Volviendo a aquel apreciado amigo mayor, siempre me he acordado de él intensamente. Envuelto de continuo en un aura afectiva. Pero ha desaparecido sin dejar rastro. Los condiscípulos que trato no guardan memoria suya. Una vez le busqué por la radio,  en las “Cartas entre anigos” de “El Club de la Vida” de la Nacional. (Y nos ha salido otra palabra de Franco. ¡Qué espesa es la sombra del pequeño general!) Tampoco esa pesquisa dio resultado.
            Pero doy fe de que existió. Aunque para mí se haya convertido en un símbolo del tiempo sin más.
            Un día de aquéllos, el Celta derrotó al Madrid en el campo de éste por 2 a 3. La noticia llegó primero como un rumor. Para Vázquez era tan buena que no se la creyó hasta verla confirmada.
            A propósito, las fotos de aquellos Marca de los lunes tenían un vigor y un dinamismo que a estas alturas del progreso absorbente de la imagen hemos perdido.
            Y bien, ¿estará vivo mi amigo? Ayer se dio en mi Universidad de San Pablo el concierto final de curso. En el Aula Magna, una estancia ovalada, de gruesas vidrieras ocres y grises cruzadas por rayas caprichosas que aislan del mundo de la gran ciudad en torno. Consistió en el Requiem de Mozart. Nuestros coros y el Juan del Enzina y la orquesa Castelnuovo Tedesco. Buenos los solistas, empezando por el bajo García Quijada. Precisamente un amigo mío agonizaba en un hospital cercano mientras tenía lugar esa interpretación. A lo largo de la cual yo no sabía si podía ya aplicarse o no por Vázquez.Otra ocasión de recordarle. A él dejándole flotar en la duda. Como de otra manera a mi otro amigo de la UVI. A los demás liberados de ella, definitivamente o no.
            En memoria suya también hace ya años que fui con mi hijo mayor a un partido entre el Celta y el Rayo Vallecano. En el estadio de éste pintiparadamente ubicado en su pleno barrio. No recuerdo el resultado. Creo que el portero visitante era negro. El encuentro transcurrió tranquilamente. En algún rincón recóndito debo tener guardadas las entradas.
            Y ahora, por segunda vez en la historia de ambos, mañana en Sevilla, van a jugar la final de la Copa el Celta y el Zaragoza. ¡El tiempo, el tiempo! Y lo que en su curso pudo ser y no fue. Y lo que se asomó para esconderse. También hay sentimientos que hasta disolverse se desvanecieron. ¿Perderse? ¿O se quedaron revestidos de otra realidad inefable, misteriosa, latente, de una influencia silente e insospechada?
            Yo pensé ir a Sevilla para ver el encuentro. Pero me he quedado escribiendo estas cuartillas en lugar de hacer el viaje. No le veré tampoco por televisión. Para mí es hora tardía. Y creo que tampoco le oiré por radio. Por miedo a la excesiva tensión angustiosa. Soy un pobre enfermo sentimental. Ni que decir tiene que incurable.


                                   2.-El fútbol que es presente y recuerdo

            Ayer, veintinueve de junio, vine a mi pueblo. Era el día de San Pedro. ¿Es o era? A mí los calendarios nuevos de la Iglesia no me interesan. Lo que sé es haberse suprimido la fiesta civil. Y que en la villa no queda ninguna supervivencia del denso mercado que yo conocí, el de la contratación de los agosteros. Cuando venían, entre muchas otras, gentes de adentrada la diócesis de Sigüenza por poner un ejemplo. Era también el día del año en que más trabajaban los figones del cordero, entonces domésticos, que sólo asaban pocas veces, incluso en los mercados corrientes raramente.
            Hoy treinta, litúrgicamente se celebraba la Conmemoración de San Pablo. Para precisar, la fiesta de ayer era de los dos apóstoles. Cada uno de ellos tenía otros días exclusivos a lo largo del año. En todos los de San Pedro se hacía mención de San Pablo. Y en todos los de éste (como el de hoy) se hacía mención de San Pedro. Pero ¡qué lejano parece este mundo, de puro olvidado, aunque todavía estemos vivos muchos que le conocimos! Yo aquí, en mi pueblo, he de tener presente continuamente, en cada rincón, a cada rostro, la dación de fe de Quevedo: Y no hallé cosa en qué poner los ojos que no fuera recuerdo de la muerte.
            Esta mañana, a pleno sol, descansando la vista en mi propia tierra, alternando las lastras pedregosas con las ondulaciones de panllevar, sentía la muerte más apacible, su momento menos temeroso. Es la tierra donde he nacido y está abonada por los huesos de muchos parientes en la sangre y el espíritu. Serán exaltados los huesos humillados, se cantaba antes ante todos los cuerpos sin vida, al empezar el ritual de las exequias. ¿Estarán ya humillados los huesos de Manuel Vázquez?
            ¡Lo que son las cosas! Yo llevo más de veinte años pasando algunos días en mi casa del pueblo. La construí yo mismo. Mi cuarto de baño tiene dos llaves de sendas luces. Yo he venido pulsando siempre las dos a la vez. Ya sé que es un derroche, pues casi nunca las necesito juntas. Pero pulsar una sólo me angustiaba. Veía en el detalle un símbolo de la soledad. Y bien, únicamente hoy, por casualidad naturalmente, hoy por primera vez en más de veinte años, me he dado cuenta de la luz que se enciende con cada aplique. Una corresponde a dos bombillas sitas a los correspondientes lados del espejo que hay sobre el lavabo. Otra a una espesa lámpara de vidrio pegada al techo. Cuya luz escasa es deliciosa de no necesitarse más. De veras, sumerge la estancia en una penumbra seductora. Disfrute del cual yo me he privado hasta ahora. Ahora cuando tengo la casa en venta y por lo tanto sería preferible que me quedaran pocas ocasiones de desquitarme. ¿Tendré alguna más de ver al Celta a las puertas de la Copa o la Liga? La respuesta negativa sería igualmente la mejor. Pero en lo que atañe a mi parte, no a la del once vigués. ¡He vivido ya tasntos largos años!
            El caso es que mi privación maniática del usufructo por separado de las luces de mi cuarto de baño, tiene categoría de símbolo. Lo que pudo haberse gozado y no lo fue. Una vez más. Y día tras día. También de cuando en vez de una manera más intensa, por descontado.
            En el quiosco de la Plaza he comprado el Marca y el As. Dice el primero que el Celta llega con ventaja pero no se ve favorito ni quiere confianzas. Sin embargo, si lo ve el veterano diario : “Se encuentra en una forma estable, su fútbol es reconocible desde temporadas anteriores, y sólo sufrió una crisis de identidad que le hizo coquetear con la zona baja de la tabla en el primer tercio de la Liga. Ahora sí es el Celta”. Y el presidente Horacio Gómez dice tener el doble de ilusión que en la final del Noventa y Cuatro. Recordando aquella fecha opina el As que la Copa sabe a revancha. El entrenador Víctor Fernández piensa que “será un partido duro, equilibrado e igualado”. Y donde ganará el Celta por goleada será en las gradas, veinticuatro mil hinchas suyos por unos once mil del equipo contrario.


            Para mí, el Celta, además de traerme el recuerdo vaporoso de mi condiscípulo de los días arandinos, se envuelve en una seducción romántica. Hecha de las cantigas del amor profano y el sacro, las historias de mar, el encanto de la luz septentrional, las novelas del siglo antepasado, el oleaje sin puertas a todas las evasiones concebibles. Los árbitros debían pitarle con cantos de sirenas, sus balones hacerse de medusas y sus porterías de sogas de barco.
            A Vigo el fútbol llegó por mar, naturalmente. Las rutas aéreas no existían aún, y por tierra tanto las tripulaciones como los grupos de viajeros eran demasiado poco numerosos y tenían los últimos itinerarios antes de la meta más limitados. Los primeros jugadores en la ciudad fueron los empleados ingleses del Cable, afortunados si podían competir con los marineros de algún buqe de su bandera. La primera jornada seria fue el 9 de febrero de 1905, cuando su Exiles Cable jugó con la dotación del acorazado Exmouth. Al día siguiente ya fueron los chicos de Vigo quienes se enfrentaron a la de otro acorazado, el Triumph, perdiendo por tres a cero. Pero antes de terminar el año, ya tenían su equipo fijo, el Petit Foot Ball Club. Aquél fue el de la guerra rusojaponesa. A unos marinos rusos de paso para el teatro de operaciones los recibieron espléndidamente en el casino. Para un baile de gala sí tuvieron tiempo. Para jugar al fúrbol no. El horno no estaba para bollos, siendo además dudoso que conocieran ese deporte. Mas la historia había echado a andar deprisa. Ya en 1908, el Vigo Foot Ball Club, perdió la final de la Copa contra el Real Madrid. Pero esta efemérides no se ha recordado ahora. Ha llovido demasiado. Y además no había nacido oficialmente el Celta de hoy.
            Ya proa a la actualidad, Quuinocho, otrora lateral derecho y después secretario perpetuo del club, como son los académicos reales, dejó dicho: “Creo que el Celta siempre ha tenido una característica de juego basada en la lucha, en la entrega, en el morir en el campo. Por ejemplo, el Coruña siempre fue más técnico, y nosotros no hemos sido nunca un equipo estilista, sino de garra y de no dar un balón por perdido”. Alejo Indias, el jugador que falló el penalty en la final anterior, acaba de rememorar desde la casa de su returo levantino: “En los días previos, todos los de la plantilla nos veíamos con posibilidades de salir campeones ¿Por qué no? Sabíamos que si habíamos llegado a la final podíamos ganarla”.


            ¡Cuántas vueltas ha dado el mundo desde aquel empate del Coruña y el Celta! ¡Y cuántas mi vida! Así las cosas, este hito de la final de Sevilla ¿tiene algún significado en el tiempo?
            ¿Qué pasará? Un proverbio ruso dice que en un partido de fútbol todo es posible porque el campo es muy grande y el balón muy pequeño. Pero hay que jugar por una copa. En el campo y fuera de él. Y hasta que el árbitro pite el final.
            El único de nuestros profesores supervivientes de aquel colegio, el padre Jerónimo Vara, convertido en Venezuela parece que a la teología de la liberación, se extraña de mi entusiasmo por aquél, siendo así que sus deficiencias intelectuales notorias eran muy graves. Pero yo pienso que contraje con él bastante deuda por haber aprendido esa meta.
            En el centenario del Bilbao fui a San Mamés a ver su partido con el Brasil. Me acompañaba también esa vez mi hijo mayor. Entonces pensé no haber sido imposible que hubiera ido con nosotros mi padre. Pero éste había pagado su tributo a la tierra hacía más de sesenta años. ¿Estaré yo a tiempo todavía de ver al lado de Manuel Vázquez un partido del Celta? Maccaroni es una película de Ettore Scola que se deleita morosamente en el rencuentro después de la guerra de un norteamericano y un italiano. Son Jack Lemmon y Marcelo Mastroiani.

            

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