viernes, 17 de septiembre de 2010

La Plaza de la Violeta

                                 LA   PLAZA   DE   LA   VIOLETA

                                               Sepúlveda, 2006


Para Luisi, Emperatriz de La Violeta
                                                                                              ...y la tenía el viento                                                                                                          envidia de sus alas


                                   CENSO   DE   PERSONAJES
Doña Eleonora
Leonor
El Africano, Tanis
Rafael
Luis Morales
Lola
Concha
Nines
Antonio
Vicente
José-Enrique
Chicos y Chicas
Romualdo, el barbero
Benito, el maestro
Crisanto, profesor
El Mesonero de Segovia, Palomares
Ventura
Peña
Carmen
Luisa
                                    Del Preludio y el Epílogo
El Secretario
El Alcalde
Concejal primero
       “      segundo
       “      tercero
       “      cuarto
       “      quinto
       “      sexto (=Horcajo)
Don Nicomedes
Doña Magdalena
Don Sebastián, el empresario de los coches
Don Esteban, el Capitán de la Guardia Civil
Don Servando, el notario
Don Egidio, el juez de primera instancia
Don Leocadio, el Cura Mayor
Don Sandalio, el farmacéutico
Ignacio Zuloaga
Don Carmelo, médico
Don Evaristo, el jefe de correos
Abate Raymond Etchegaray
Jacques Gouyon, Subprefecto
Criado indio
Narrador

  
            PRELUDIO.- I. Sesión municipal en el siglo nuevo


(En el despacho del alcalde de Sepúlveda, a 13 de marzo de 1901. Aquél a una mesa. En torno suyo, a ambos lados, los concejales. El secretario en una mesita, al otro extremo. En lo sucesivo los concejales, salvo una excepción necesaria, serán designados por números, pero sin tener en cuenta el orden de la lectura de sus nombres que ha hecho el secretario).

EL ALCALDE.- Si les parece, Señores, se abre la sesión.

EL  SECRETARIO.- Habiéndose excusado de asistir a ella los concejales don Nemesio Honrubia Herrero y don Pedro de la Serna Cid, se constituye el ayuntamiento, bajo la presidencia del señor alcalde don Braulio Abad de Diego, con los concejales don Victoriano Horcajo Monte, don Saturnino Velasco de Frutos, don Ignacio Antón García, don Mariano López Serna, don Lorenzo Pérez Serna, y don Agapito de la Cruz Cristóbal.

EL  ALCALDE.- Hay una instancia de Tomás del Barrio Sánchez, pidiendo se proceda contra su vecina Ángeles López Serna, en la calle de San Gil, por amenazar ruina las casas de la misma en perjuicio de las colindantes. Pero la vía pública no resulta afectada. ¿Conformes por lo tanto en que no es asunto de nuestra competencia? (Gestos de asentimiento)

SECRETARIO.-De trámite: ¿Se acuerda encargar las palmas para la fiesta de Ramos y la cera necesaria para las procesiones de Semana Santa, invitando oportunamente para todos los actos religiosos a las autoridades, según costumbre? (Los mismos gestos)

ALCALDE.- Ahora me congratulo de dirigirme a la asamblea para darla cuenta del cumplimiento de su encargo: Con el fin de dar ensanche a la población, y depositar en ella los carruajes y caballerías que hoy, merced a la topografía de esta villa, invaden las calles más principales, con perjuicio del libre tránsito y de la seguridad del vecindario, he conferenciado con don Nicomedes Arambarri y Merino y su señora esposa doña Magdalena Collado y Mata, vecinos de esta villa, para obtener de los mismos la cesión al municipio de la finca que a ella pertenece por herencia de su difunta señora madre doña Salvadora Mata Díez.

SECRETARIO.- “Una huerta en el Espinacar, a pasto, de tercera calidad, que cabe veintinueve áreas y cuarenta y siete centiáreas, y linda a oriente calleja de la Viña; poniente, huerto de herederos de  don Francisco de Cossío; sur, las peñas; y norte, también las peñas, hoy la carretera provincial”.

ALCALDE.- Y tengo la satisfación de comunicar a mi corporación que dichos señores están dispuestos a donar gratuitamente la indicada finca, en atención a las pruebas de afecto y consideración que dispensó la Villa al finado notario don Ángel Collado y Balza, padre de doña Magdalena, eligiéndole repetidas veces concejal de su ilustre ayuntamiento, con lo cual además de pagar una deuda de gratitud, querían honrar la memoria de su difunto padre, quien siempre demostró un interés decidido por el progreso moral y material de la población.

SECRETARIO.- En su vista pues, ¿acuerda la corporación, por unanimidad, que una comisión de su seno pase a dar las gracias a los expresados señores y a rogarles se presenten inmediatamente ante este ayuntamiento a ratificar su generoso ofrecimiento?  (Gestos más vivos de asentimiento)

 (Se van el alcalde y el concejal sexto. Hay un intercambio inquisitivo de miradas durante un breve silencio. Sólo el Secretario continúa impasible tomando notas y mirando papeles).

CONCEJAL PRIMERO.- Si he de seros sincero, yo pienso ante todo en la competencia. Con el desahogo que vamos a tener, vendrá más gente los días de mercado. Cierto que no nos falta. Pero no hay que perder de vista a Cantalejo.

CONCEJAL SEGUNDO.- Yo desconfío de que la gente lleve sus ganados al nuevo recinto. Ya sabéis como son en los pueblos. Atar a la argolla en la calle es la fuerza de la costumbre y, sobre todo, el animal queda más a la vista, según la ruta de cada uno y la vigilancia de los allegados.

CONCEJAL TERCERO.- Pero, ¿y cuándo vengan los automóviles?

CONCEJAL CUARTO.- ¿Has oído a Serapio del Río las cosas que cuenta de esos países tan adelantados donde estuvo, a que sí?

CONCEJAL TERCERO.- Hasta de multas a quienes los ponen fuera de sitio.

CONCEJAL CUARTO.- Yo no tengo mucha fe en esos panoramas extraordinarios. Pues el que ve Frades ve todos los lugares.

CONCEJAL SEGUNDO.- Justo. En Madrid es fácil pasar apuros con los caballos. Y pensando en los que nos dan nuestras caballerías los jueves y los sábados estamos reunidos aquí.

CONCEJAL QUINTO.- Lo que a mí más me preocupa es la dificultad de allanar el espacio. No confío en que quede bien. ¿Habéis oído ya todos la coplilla que anda por ahí, no? ¿Quién, que no sea un atún / o tendero de Campillo/ pensará hacer un jardín/ en donde sudó betún/ el difunto Serenillo?

CONCEJAL PRIMERO.- La realidad es nuestro destino. En Sepúlveda somos prisioneros de las peñas. La belleza que se paga si queréis. En cuanto a que el alcalde sea de Campillo de Aranda en vez de haber nacido en nuestro barrio del Campillo, ¿sabéis que a Cantalejo le están haciendo grande forasteros, y muchos de ellos incluseros que se casaron con cantalejanas? Nos haría falta aquí otra vez San Cristóbal, Aunque visto de otra manera.

CONCEJAL CUARTO.- Prisioneros, sí. También Victoriano se queja por tener su casa encima del Arco de la Villa.

CONCEJAL TERCERO.- ¿Y amenazado de pagar alguna cuenta municipal para las piedras de la muralla?

CONCEJAL CUARTO.-Pero los presos pueden moverse en su celda lo que ésta da de sí. Y hasta en su calabozo. Algo más sueltos podremos pasear cuando a colmo llegue esta obra. Sin que los machos nos estorben la contemplación de las buenas mozas del campo.

(Llegan el alcalde y el concejal sexto, con don Nicomedes y doña Magdalena. Se levantan todos e intercambian los saludos de rigor. El matrimonio se sienta a ambos lados del Secretario. Éste lee).


SECRETARIO.- “Puesto en ejecución el anterior acuerdo, comparecen en este acto los señores don Nicomedes Arambarri Merino y su señora esposa doña Magdalena Collado Mata, manifestando ésta que, usando de la licencia más amplia y necesaria en Derecho, que en el momento la presta su citado marido, y de su libre y espontánea voluntad, dona gratuitamente, transmitiendo para siempre jamás a favor de esta villa de Sepúlveda, la propiedad y absoluto dominio que la pertenece en la finca que declaran conocer  obra en los antecedentes de este ayuntamiento”.

(Firman don Nicomedes y doña Magdalena el papel que el Secretario les exhibe. Se van, luego de intercambiadas las oportunas despedidas. Les acompaña el alcalde hasta la puerta).

EL CONCEJAL HORCAJO (=SEXTO).- No os niego que estoy entusiasmado. Pero ni más ni menos que porque vamos a hacer más grande el pueblo, ensancharlo. Y nada más difícil cuando las verdaderas murallas son las peñas.

ALCALDE.- ¿Me perdonaréis si os confieso que tengo la tentación de pensar en la historia? Sí. Que también nos la escribirán en el futuro. Una historia pequeña, claro. Por eso más nuestra. Y que también harán parte de ella los dimes y esas coplas que de momento me están sacando.

(Se oye una voz grave y pausada que declama muy fuerte: “En tiempos de Braulio Abad se hizo esta barbaridad”).


EL CONCEJAL HORCAJO.- Yo estuve una vez en las Salesas de Madrid. Mi hermano el historiador me contó que, cuando se empeñó la reina Bárbara de Braganza en construirlas, se hicieron chanzas, a propósito de su nombre, a vueltas con “la bárbara cuenta de las Salesas”.

ALCALDE.- Aquí tenemos la piedra al fin y al cabo.

CONCEJAL CUARTO.-Y la ilusión.

SECRETARIO.- ¿Se aprueba por unanimidad?

(Los concejales primero, tercero, cuarto y sexto responden a la vez con enérgicos signos de cabeza. Después de un instante lo hacen también, con otros mucho más leves, los concejales segundo y quinto).

CONCEJAL SEXTO.- Hemos hecho más ricos a nuestros hijos. ¿Y quién puede saber hasta dónde?

CONCEJAL CUARTO.- ¿Haciéndoles más cómodos los días de mercado?

CONCEJAL SEXTO.- Por ahora. ¿Quién sabe, quién sabe?

ALCALDE.- Se levanta pues la sesión.



                        II. Ignacio Zuloaga en la rebotica

 (Año 1908. Es otoño y está anocheciendo. La rebotica de don Sandalio, en la Plaza. Armarios con visillos, una mesa larga y alta para trabajar de pie, algunos estantes con tarros
En medio está el cuadro de Ignacio Zuloaga, Sepúlveda y Gregorio. Sillones, uno algo más alto. En éste se sienta don Leocadio, el Cura Mayor. En los otros el notario don Servando, el juez don Egidio, y el empresario de los coches de caballos don Sebastián. El boticario don Sandalio entra y sale. El Capitán de la Guardia Civil, don Esteban, de pie, se mueve en torno al lienzo y de vez en cuando se detiene a observar algún detalle).

SEBASTIÁN.- Uno diría que está usted haciendo preguntas al cuadro, capitán. O sea que se las está haciendo a sí mismo. ¿O a un interrogado?

ESTEBAN.- Claro que sí. Fíjense que fuera del pueblo hay una plaza de toros llena de gente. Y frente al pueblo, Gregorio el siniestro, tan cínico y desafiante como si tuviera un secreto capaz de matar de miedo. Pero en el pueblo no hay nadie, en la calle quiero decir. ¿Por qué? ¿Qué ha pasado? De veras que me siento de servicio.

SEBASTIÁN.- Con todos mis respetos, don Esteban, yo no tengo ninguna duda de la solución. Todos están viendo los toros.

ESTEBAN.- Una posibilidad, don Sebastián. Pero sería la última en la que yo pensaría. Aunque no me pregunte por qué. No sabría contestarle. En todo caso, yo siempre he valorado las posibilidades de un empresario de coches para ayudarnos en las investigaciones difíciles. Que mucho se ve por los caminos y a las salidas y entradas.

SERVANDO.- Yo creo que a todos los vecinos que se han quedado les da miedo salir. Como si esperasen algo y quisieran seguir al resguardo en cuanto les sea posible.

EGIDIO.- ¿Acaso, querido notario, se ha acabado el mundo y el pueblo vacío está esperando otro?

SEBASTIÁN.- ¿Y qué me dice don Servando de los de la plaza de toros?

EGIDIO.- Como el arca de Noé en el diluvio, si don Leocadio me absuelve.

LEOCADIO.- De veras, don Egidio, que me siento importante al saber que un juez, el juez, no está exceptuado de mis poderes sacramentales. ¿Se acuerdan de la parábola de las vírgenes necias y las sabias? ¿Y si se la aplicáramos a los de la plaza de toros y a quienes se han quedado en casa?

SEBASTIÁN.- ¿Haciendo penitencia por los otros?

LEOCADIO.- Podría ser.

SANDALIO.- Con tantos oficios de difuntos y tantos clamores, que yo no critico, y no dejo de contribuir a ellos, ¿no será que las ánimas benditas se han hecho dueñas del pueblo por un día y los vivos las respetan dejándolas las calles a su albedrío invisible?

LEOCADIO.- Las ánimas del purgatorio, don Sandalio, no quieren quedarse solas, don Sandalio. Por eso las rezamos tanto.

ESTEBAN.- (Después de mirar fijo al lienzo). Gregorio no deja nunca de parecerme un enigma. Si tuviera que interrogarlo no sabría por dónde empezar. Por mucho convencimiento que se me imponga de     que con esa cara tiene que ser culpable.

SANDALIO.- En todo caso, nos van a durar poco las dudas. Porque el pintor está a punto de llegar.

SERVANDO.- ¿Ignacio Zuloaga, mi paisano?

SANDALIO.- Efectivamente, don Servando. Se iba a pasar la tarde pintando en las Cuatro Carreteras, y luego en la fonda durmiendo una siesta larga. Pero estará levantandose, si es que no lo ha hecho ya.

SEBASTIÁN.- De veras que Sepúlveda le está gustando.

SANDALIO.- A mí me ha dicho que más de lo que por sus cuadros parecería, con ser esto mucho. Y que Sepúlveda está en otros donde a simple vista es invisible. Pero eso lo deja para los futuros investigadores de su obra.

SERVANDO.- Cosas de artista.

LEOCADIO.- ¿Y si la realidad de éstos fuese más verdadera que la otra? Parece que esta sugerencia está muy alejada de Santo Tomás, pero yo interpreto lo contrario.

ESTEBAN.- Teniendo con nosotros al doctor de la Iglesia no hay que referirse a ninguno más.
  
(Entran Ignacio Zuloaga y don Carmelo el medico).

ZULOAGA.- Con el doctor y en busca de la medicina, señores. Por añadidura en esta espléndida rebotica de don Sandalio.

LEOCADIO.- ¿Está usted enfermo?

ZULOAGA.- Llevo un par de días tosiendo más de la cuenta. Y la providencia me ha hecho coincidir en la fonda con este estupendo galeno. Que suerte tienen ustedes de poseer a don Carmelo. En cambio, uno de los que me tocó en Zumaya cuando era pequeño y estaba en mi pueblo me habría prohibido levantarme no sé hasta cuándo.

CARMELO.- Son dos métodos distintos. Cada uno con sus contras y sus pros.

LEOCADIO.- ¿Nos permite, don Ignacio, que hagamos al doctor una pregunta sobre su cuadro?

ZULOAGA.- Por supuesto. Nada más grato para un artista que se ocupen de él de esa manera.

LEOCADIO.- Adelante, capitán.

ESTEBAN.- ¿Por qué pìensa usted que el pueblo está vacío?

CARMELO.- No dudo en responderle deprisa y seguro. Están soñando en sus casas, a solas.

SEBASTIÁN.- ¿Y qué sueñan?

CARMELO.- El cuadro mismo.

ZULOAGA.- Bonita de veras la ocurrencia, doctor.
  
(Entra don Evaristo, el jefe de correos, con una carta).

EVARISTO.- ¿Me permiten, señores? Al hacer el apartado he visto esta carta para don Ignacio y me he permitido traérsela. (Se la da).

ZULOAGA.- No podía esperarme tanta amabilidad en ningún sitio, don Evaristo. Claro que Sepúlveda es mágica. (Mira el sobre). De allá, del otro lado del charco. Don Evaristo, ¿y si ahora le preguntara yo por mi cuadro?

EVARISTO.- ¿Usted a mí?

ZULOAGA.- Claro. Mejor que a mí mismo. Vamos a ver, ¿por qué cree usted que he pintado el pueblo vacío?

EVARISTO.- Pues verán, va a parecerles rarísimo lo que se me está ocurriendo.

LEOCADIO.- No importa. Tenemos el permiso del creador. Dígalo.

EVARISTO.- Pues están arreglándose para ir a la Plaza Nueva.

ESTEBAN.- ¿A inaugurarla?

EVARISTO.- A tomar posesión.

CARMELO. ¿A la Plaza de la Violeta?

SANDALIO.- ¿Cómo de la Violeta?

CARMELO.- Déjenme que la llame así. Ya nunca lo haré de otra manera. Verán. Una amiga me dijo que en el huerto que había antes, aunque más bien era un desmonte, si había suerte se podía coger alguna violeta. Y yo he tenido la suerte de encontrar una el otro día en un rincón de la plaza misma.

ESTEBAN.- Y se la habrá usted regalado a la señorita de la noticia.

CARMELO.- No podìa por menos.

SANDALIO.- De veras que es sabio nuestro nuevo médico, pero no menos romántico.

CARMELO.- No lo niego. ¿Verdad, don Leocadio, que no es pecado?

LEOCADIO.- Desde luego. Más pecados se incuban en el otro extremo. Porque de que usted incurra en uno grave contra el quinto no tengo miedo.

EGIDIO.- Con que, ¿la llamaremos Plaza de la Violeta desde ahora todos?

ESTEBAN.- ¿Y no sería un homenaje a nuestro pintor? Fíjense en el espacio que en el cuadro la ha dedicado, y la colocación que la ha dado, pese a su falta de antigüedad.

ZUl.OAGA Yo lo acepto dando las gracias.

LEOCADIO.- Pero ahora, sí es usted el que debe revelarnos el secreto. ¿Por qué está Sepúlveda vacía?.

ZULOAGA.- ¿Y se creen que yo lo sé? Menos que ustedes. El último. Además, aunque fuera el único ignorante, no querría saberlo. Si a la inspiración y el arte se les quita el misterio, ¿qué nos queda? No valdría la pena.

CARMELO.- Pero  déjenme un momento con mi paciente y el farmacéutico que ha de dispensarle, que no debe decirse despachar. (Salen los tres).

LEOCADIO.- Yo he de pasar por casa antes de la novena, que ya estarán a punto de tocar en San Justo. (Se va con las consabidas muestras de saludo).

ESTEBAN.- A mí me espera ya en el cuartel el correo del apartado (Se va igualmente).

EGIDIO.- Ahora se me ocurre otra pregunta al cuadro. ¿Por qué la Plaza Nueva está también vacía? No digo de personas, sino de caballerías y de carros. Porque de la sugerencia de don Evaristo no podemos hacer un dogma previo.

EVARISTO.- En este detalle no cabe duda. El pintor se ha atenido bastante a la realidad. ¿Cuántos se acuerdan de ella para dejar sus machos y sus burros?

SEBASTIÁN.-Me acuerdo del pobre Lorenzo. Ya saben que llegó a tiempo de votarla como concejal. Y antes de que..le pasara, de que hiciera eso, me dijo que a veces los hombres actuamos sin darnos cuenta de que alguien lo está haciendo por nosotros.

SERVANDO.- ¿Quería decir que alguna potestad invisible estuvo en aquella sesión del ayuntamiento con otras miras que las que el alcalde y sus concejales se creyeron?

EGIDIO.- ¿Y habrá guiado también la mano del pintor?

SEBASTIÁN.- ¡Quién sabe! Lo que no debemos es escatimar nuestra alegría por la Plaza dela Violeta.

EGIDIO.- ¿Con este nombre?

EVARISTO.- ¿Acaso se puede imaginar otro más hermoso? Y no lo duden, el pintor la ha representado vacía por la seguridad de que iba a llenarse en unos instantes.

EGIDIO.- ¿Y por qué no la pintó después ya llena?

EVARISTO.- Eso ya no era cuestión suya. Nos correspondía a nosotros, a los que estamos viendo su obra. Ésta, cuando el autor la termina, ya no es de él solo, sino de todos los demás.



                                   LA   PLAZA   DE   LA   VIOLETA                                  



                                               ACTO  PRIMERO

(1929. Verano. Plaza de la Violeta. Cobertizo casi todo ocupado por un automóvil Citroen de color verde. Junto a las paredes, cajas de cartón, envoltorios variados, y algunas prendas de ropa muy polícromas dispuestas con escaso cuidado.
Doña Eleonora y Leonor están sentadas en taburetes, mirando al espacio de la Plaza donde hay bloques de piedra de un taller de cantería y montones de madera con los que se arma la Plaza de Toros. Cae la tarde)

LEONOR.- Doña Eleonora, ¿se acuerda usted del padre de Rafael?

DOÑA  ELEONORA.-Claro que sí, Leonor. Y muy bien. Habrás oído que era retraído. Hasta de misántropo se le ha tachado. Y no digo que sin razón. Pero tenía sus momentos de expansión, y gentes con las que le gustaba comunicar. Yo era una de ellas.

LEONOR.-Parece que muy diferente de la señora Basilisa.

DOÑA ELEONORA.- Desde luego. Pero por eso mismo, y por tener algo hondo en común aunque no se notara, fueron felices. Él no iba a la iglesia. Pero estaba pendiente de las campanas para que su mujer no llegara tarde a sus devociones.

LEONOR.- Creo que salía poco.

DOÑA ELEONORA.-Más que de su tienda, era hombre de la trastienda. Tenía en ella una mesita de despacho, y allí disfrutaba embebiéndose en catálogos, sobre todo de ferretería y frutería, pues también atendía algo la huerta de su suegro. Y es curioso, se entretenía localizando en un atlas los lugares de sus proveedores. Viajaba sin salir de su cuarto.

LEONOR.- El del saledizo que da a la calleja.

DOÑA ELEONORA.- Se te nota cariñosa la voz, mi pequeña Leonor. Pero, ¿por qué me preguntas por el padre? Claro que del hijo no haría falta que yo te dijera nada.

LEONOR.-No sé. Curiosidades que una no sabe de dónde vienen.

DOÑA ELEONORA.- ¿Ni adónde van? ¿Acaso quieres de mí algo que a él no te atreverías?

LEONOR.- O que quizás ni él pueda darme, que él mismo no sepa. Pero a ninguno de los dos nos interesaría.

DOÑA ELEONORA.- No debería interesaros. Y espero que no os interese. Mas por eso mismo es preferible hablarlo de una vez por todas.

LEONOR.- ¿Ahora, aquí?

DOÑA ELEONORA.- ¿Por qué no? Mientras las paredes no oigan. Y siempre que hagas el propósito de no repetirlo, de no repetírtelo a ti quiero decir.

LEONOR.- Cuánto siento no haberla tenido a usted de profesora de literatura.

DOÑA  ELEONORA.- Algo me has tenido, ¿no? Aunque no en  ninguno de los no sé si ya cuarenta cursos que llevo en el Instituto de Aranda. Yo te convencí de que no era tan pesada la Divina Comedia.

LEONOR.- Bien que me acuerdo.

DOÑA  ELEONORA.- Pero vayamos al grano. Con más posibilidades que el señor Ventura, yo he viajado mucho también alrededor de mi cuarto. Mis alumnos no podían sospechar que ciertas lecciones estaban cargadas de las vivencias de alguno de esos itinerarios. Y no todos eran a países exóticos, a pesar, ya sabes, de mi debilidad por Stevenson. A veces era aquí, al pueblo, adonde los clásicos me traían. Y, sin haber tenido hijos, al revés, por eso, a veces estaba más capacitada para vislumbrar los secretos que se tejen en las alcobas, muy silenciosamente, por eso de huella más profunda.

LEONOR.- Esto quiere decir que Rafael lleva con él alguno, aun sin saberlo acaso.

DOÑA ELEONORA.- No forzosamente. Es posible. Pero al carecer de interés no puede preocuparos. Lo que nosotras dos estamos haciendo ahora es cotillear, ni más ni menos.

LEONOR.- A pesar de  eso estoy pendiente de sus palabras.

DOÑA  ELEONORA.- Tú no has conocido a Delfina Bergaño.

LEONOR.- ¿La hermana de don León?

DOÑA ELEONORA.- La misma. Creí que ni siquiera te sonaría el nombre.

LEONOR.- Pero éste nada más.

DOÑA ELEONORA.- Era bastantes años mayor que él. Yo no sé si vive. Es de las personas de Sepúlveda que, al desaparecer de él, menos huella han dejado en el pueblo. Dicen que siempre anduvo melancólica, doliente. Se hablaba de un pasado de amores contrariados por prejuicios de familia y de clase que había empezado muy pronto. Y también de ciertos desquites aparentemente muy vulgares, plebeyos, buscados a propósito con un ánimo de revancha. En fin, una larga temporada que pasó sin salir de casa, andando de boca en boca una supuesta tuberculosis galopante, coincidió con el nacimiento de Rafael. Enseguida ella se fue a Madrid. Se dijo que había entrado en el cuerpo de Telégrafos y que pidió un destino en las islas Canarias. Y hasta ahora. En casa de don León no se la puede mentar.

LEONOR.- Los padres de Rafael llevaban mucho tiempo casados y no tenían hijos.

DOÑA ELEONORA.- Así era.

LEONOR.- ¿Y pasó algo en la casa-cuna que tuviera que ver con esas coincidencias?

DOÑA ELEONORA.- No me consta. Pero recuerda el principio de nuestra conversación. Sería lo de menos.

LEONOR.- Algunos curas dicen que la duda es peor que la incredulidad.

DOÑA ELEONORA.- Siempre que se dude por falta de fe. Pero la duda puede tener otros orígenes. Volviendo a la casa-cuna, no en todos los folletines es lo más importante.

LEONOR.- ¿Y don León y doña Elisa?

DOÑA ELEONORA.- Sin hijos. Pero eso no basta para conocer a una pareja. Ni a una persona sola. Yo tengo cierta autoridad para decirlo, ¿no?

LEONOR.- ¿Será verdad que si don León no se compromete más con el porvenir de Rafael es por ella?

DOÑA ELEONORA.- Ahí sí tienes tú mas noticias. Pero lo más seguro en toda esta madeja, sea inventada o real, es que ni al señor Ventura ni a la señora Basilisa nunca les ha preocupado. Y esto sí es decisivo.

LEONOR.- ¿Y si fuera por alguna reminiscencia de aquellas sospechas nuestras? Por otra historia posible, y no la que usted me acaba de contar.

DOÑA ELEONORA.- Volvemos a lo mismo. Sin interés para nosotros. Pero en cuanto se trata del momento presente no hay que bajar la guardia. Sólo eso.

LEONOR.- (Tras una pausa). Hay mucha devoción a santa Rita en Sepúlveda.

DOÑA ELEONORA.- Y en Aranda,claro.

LEONOR.- Pero dicen de ella dos cosas que dan algún temor. Que es abogada de imposibles. Pero que cuando concede una gracia da a la vez una espina.

DOÑA ELEONORA.- Con espinas la representan. ¿Por qué se te viene ahora a la memoria esa santa?

LEONOR.- Rafael me ha regalado una estampa suya con una dedicatoria muy cariñosa. Esta mañana la tenía en la mano cuando entró mi madre en mi cuarto, me azoré, salí de prisa pretextando tener que mirar la lumbre, se me cayó en los carbones y se chamuscó una esquina.

DOÑA ELEONORA.- Otro recuerdo más.  (Doña Eleonor se levanta, sale del cobertizo y mira al horizonte). Se retrasa la gente. El que se acerca es el Africano. (Entra éste, que así llaman a Estanislao Cristóbal)



EL  AFRICANO.- Dios os guarde.

DOÑA ELEONORA.- Que sea contigo. ¿Se te ha pegado también de allá esta salutación?

EL AFRICANO.- Allí la aprendí. Pero de un compañero de mili granadino.

LEONOR.- ¿No te sientes ya sepulvedano?

EL AFRICANO.- Doña Eleonor sabe que eso sería imposible. Algunos me han sugerido si me he hecho renegado. Pero el año pasado fui costalero en una procesión de la semana santa de Melilla. Lo que pasa es que en Villa Sanjurjo me siento como pez en el agua. Recordando siempre, eso sí, este rinconcillo.  A la distancia sabe mejor. Parace raro pero es una realidad. Y si no me llamáis Tanis, o incluso Estanislao, es cosa vuestra. Aunque lo de Africano no me enfada.

DOÑA ELEONORA.- Como que nunca le agradecerás bastante a don Miguel Primo de Rivera que se le ocurriera desembarcar, ahora va para tres años, en aquella bahía.

EL AFRICANO.- Y que lo diga. Pero como no hace elecciones no he podido votarle. Aunque hacerme del somatén no he querido.

DOÑA ELEONORA.- Dejemos la política. Se está mezclando demasiado en el teatro de este año. ¿Y qué tal te va?

EL AFRICANO.- Estoy contento. La electricidad es bonita. Y un interventor me ha prometido algún curso o título. Lo cierto es que voy viviendo,

LEONOR.-¿Y algo más?

EL AFRICANO.- No hay prisa. Lo que siento es no poder serviros de apuntador, como ya lo hice en Los Granujas, aquel sainete. De veras que en el día de vuestra función, como en los Toros y San Miguel, es cuando más nostalgia siento del pueblo.

DOÑA ELEONORA.- ¿Sabes que yo tuve una oportunidad de africanizarme? Y estuve a punto. Incluso alguna vez me arrepiento de haberme perdido esa experiencia. Un compañero arandino, destinado en Melilla, se pasó la vida pidiéndome que permutara con él. Pero allí ha dejado sus huesos el pobre. Éstas tuvieron la culpa, mis discípulas en las vacaciones de verano. Pero viene Rafael. (Llega éste)

RAFAEL.- Tardes muy buenas. ¡Qué contento me siento de veros a los tres!

DOÑA ELEONORA.- Dirás mejor a Leonor y a los otros dos.

RAFAEL.- No voy a desmentirla, doña Eleonor. Y sé que no se enfadará si reconozco que estoy aprendiendo bastante de Tanis.

EL AFRICANO.- Con la diferencia de que doña Eleonor sabe contestar todas tus preguntas y yo sólo algunas y en parte. Por ejemplo, quieres que recuerde las bodas de los moros y los judíos con tanto detalle, que para complacerte tendría que llegar a las interioridades que ni aquí ni allí tienen testigos.

LEONOR.- ¿Y por qué tanta curiosidad? Conste que no te lo censuro. Sólo que a veces me lo pregunto.

RAFAEL.- Así he nacido. Tan sepulvedano como ávido de conocer el mundo sin ninguna frontera.

LEONOR.- ¿Hasta la tentación de seguir el camino de nuestro Africano?

RAFAEL.- Eso no. De veras. Aunque me congratulo de ser su paisano.

DOÑA ELEONORA.- ¿Hay acuerdo ya para la función de navidad?

RAFAEL.-Las espadas siguen en alto.

LEONOR.- ¿Y quién tiene la culpa?

RAFAEL.- Preguntarlo así no es un buen planteamiento, Leonor.

LEONOR.- Ya sabes bien que de mi sencillez no quiero salir.

RAFAEL.- Ni yo lo pretendo. Acaso a doña Eleonora le haya extrañado que te regalara una novela de Rafael Pérez y Pérez.

DOÑA ELEONORA.- Pues no. En eso hay compañeros que me tienen por heterodoxa. Además, Inmaculada  me gusta. Lo mismo me pasa con las novelas por entregas de la otra generación.

RAFAEL.-  A propósito de eso, yo estaré siempre agradecido a mi abuela Rafaela de haberme contado muy entusiasmada el comienzo de Las obras de misericordia de Pérez Escrich. (Ha entrado Luis Morales). En esto no va a estar Luis Morales de acuerdo.


LUIS.- Ya sabes que en gustos apenas coincidimos. Aunque con excepciones, ¿no, Leonor?

RAFAEL.- Habría que matizar. Yo no niego que don José Ortega y Gasset tiene un talento prodigioso. Pero en el mundo hay muchas cosas fuera de él.

LUIS.- ¿En las tabernas, por ejemplo?

RAFAEL.- No sólo allí. Además, nada más en algún rincón de ellas no tendría sitio, en otros sí.

LUIS.- ¡Qué cosas más raras!

DOÑA ELEONORA.- Sería paradójico que para poner paz entre vosotros hubiera que hablar de la Unión Patriótica.

LUIS.- (Dando a Rafael una palmada en la espalda). En el teatro hay que conseguirla. Al fin y al cabo, el único escollo está en el procedimiento. ¿Mayoría? O si ha de ser dictadura, ¿de quién?

RAFAEL.- ¿Y si te dijera que, en cuanto a ese detalle, estoy dispuesto a reconocer alguna virtud al marqués de Estella?

LUIS.- Ser agradecidos es de bien nacidos. Ahí queda tu conferencia en el Teatro. Y en Cantalejo con más éxito.

RAFAEL.- ¿No querrás decir que se lo debo a él sólo?

LUIS.- Y todavía menos exclusivamente al Delegado Gubernativo.
(Llegan Nines, Concha, Lola, Antonio, Vicente y José-Enrique. En el cobertizo apenas hay sitio para todos. El grupo se extiende a la puerta y al exterior).

RAFAEL.- Bienvenidas las flores.

LUIS.- Y las plantas.

EL  AFRICANO.- Y quienes las riegan. (Se besan las mujeres y se palmean los hombres).

RAFAEL.- Sin solución el dilema de cuál de las tres es la más guapa.

LUIS.- ¿Es cierto, Lola, que alguna vez has pensado teñirte el pelo de negro?

LOLA.- No. Pero os confieso que se lo cambiaría a cualquiera de estas dos.

CONCHA.- Lo que yo haría también de muy buena gana. Lástima que no pueda ser. Aunque estoy convencida de que ella preferiría el trueque con Nines que contigo.

NINES.- Por mi parte, Concha, me encuentro bien de morena. Me parece un estímulo para tener más cuidado, al no poder llamar la atención por el pelo sin ningún esfuerzo de mi parte. Quizás el pecado de Concha sea la poca coquetería.

LOLA.- La llame o no yo, no siento mi rubio tan propio como otras cualidades. Por eso me sabe a extraño que se me identifique por él. Así que diste en el clavo, Nines.

ANTONIO.- He oído que Emiliano Barral ha estado en el jurado para elegir Mis Europa. La candidata sueca era muy rubia, naturalmente. Él la dijo que, de ser su marido, esas noches de su país que duran seis meses iban a parecerle cortas.

VICENTE.- Parece, Antonio, que la suerte de Emiliano con las mujeres se pasa de la raya.

JOSÉ-ENRIQUE.-Ahí está el peligro, Vicente. Y Antonio siempre enterándose de cosas que nadie más sabe.

ANTONIO.- ¿Peligro para quién, José-Enrique? ¿Hasta para estas mocitas?

JOSÉ-ENRIQUE.- No iba por ahí. He querido decir para él mismo.

NINES.- ¿Con que nosotras podemos estar tranquilas?

VICENTE.- Eso nunca. Quién sabe de las cosas raras del mundo.

ANTONIO.- Pero en cuanto al peligro que decía José-Enrique, ¿cómo el que tuvo don Juan Tenorio?

LUIS.- A propósito del Tenorio, ¿tenéis al fin pensadas vuestras preferencias para la función? (Las chicas se ponen a hablar entre sí en voz baja).

VICENTE.- Yo ya sabéis que sólo votaré por Muñoz Seca.

JOSÉ-ENRIQUE.- A mí, querido Vicente, me parecería presuntuoso de nuestra parte. Hacer reír es muy difícil. Él lo ha conseguido, pero yo no me siento con fuerzas para llegar a su altura.

ANTONIO.- José-Enrique el mesurado. Sin embargo, aquí se le ha representado otras veces.

JOSÉ-ENRIQUE.- Pero ahora pretendemos un nuevo despegue.

LUIS.- ¿Y no habrá en ese propósito una pretensión más vanidosa todavía?

RAFAEL.- Acaso. Pero abdicar de ella a estas alturas sería tan cobarde que a la larga no nos lo perdonaríamos.

LUIS.- Te veo, Rafael, por unos derroteros patéticos.

RAFAEL.- No te llevaré la contraria. Pero si es así, estoy convencido de ser mi hora.

LEONOR.- ¿Y puedo yo deciros que me encantan los hermanos Quinteri?

RAFAEL.- Tambien  a mí.

LUIS.- ¿De veras?

RAFAEL.- Palabra. Pero me agradarían más representados en verano, ahora mismo y aquí, en La Violeta, al aire libre.

LUIS.- ¿No los crees adecuados para un escenario?

RAFAEL.- No he querido decir eso. Sólo la impresión que tengo en este momento. Pero en fin, confío en que lleguemos a un acuerdo. No me negarás, Luis, que yo ya he hecho mi concesión al retirar mi candidatura de Los semidioses.

LUIS.- ¿Acaso tenía alguna posibilidad?

RAFAEL.- No lo sé. Cuando desistí fue sin cálculos previos.

LUIS.- ¿Y no habría que valorar mi deseo de concordia si propongo Los intereses creados?

RAFAEL.- Excelente obra. Y talento exquisito y sòlido el de don Jacinto. Pero me parece, en esta ciercunstancia, demasiado grave para nosotros. Óptimo si fuesen nuestros padres los actores.

LUIS.- Veo que no vas a transigir.

RAFAEL.-Desde luego no renunciaré a Juan José. Cualquier otra elección sería en contra de mi voluntad. Lo que no quiere decir sin más que no la acepte. Y no pretendo abusar de lo que todos hemos aprendido de doña Eleonora llamándola en mi auxilio. Pero la acabo de oír una vez más cómo siempre ella ha estado por encima de las pedanterías de los académicos al valorar lo popular. Aunque yo no pensé por eso que iba a llegar a Inmaculada. En Juan José hay que ver ante todo un mensaje sentimental y no una trama revolucionaria.

LUIS.- ¿No será que por eso mismo éste resulta más eficaz y peligroso?

RAFAEL.- Caiga el mal sobre aquel que piense mal.

JOSÉ-ENRIQUE.- Dicen que el cura mayor anda preocupado por este asunto.

LUIS.- ¿Y si así fuera?

RAFAEL.- No nos salgamos de nuestro tema.

LUIS.-Ya puestos, ¿por qué no resucitar a don José Echegaray?

RAFAEL.- Por ese camino mejor desembocar en don Pedro Calderón de la Barca.

DOÑA ELEONORA.- Si estuviera yo aquí, hariáis las paces con Lope de Vega. Acaso para mi jubilación me hagáis esa pleitesía.

LUIS.-Rafael nos impondrá Fuenteovejuna.

RAFAEL.-  ¿Por qué no Peribáñez?

RAFAEL.- Con su Comendador de Ocaña por delante.
(Llegan Romualdo el barbero con su guitarra y Benito el maestro).

LOLA.- Menos mal, alguien con quien poder hablar.

CONCHA.- ¿Tú crees?

NINES.- Yo no.

RAFAEL.-Las buenas tardes con música son el mejor lujo. Y que ningún confesor me absolverá de no haber sido capaz de aprender la guitarra con nuestro barberillo Romualdo.

ROMUALDO.- Falta la letra. No se decide don Benito a soltar la de su himno a nuestra mujer.

BENITO.- Acaso estoy celoso de no haber llegado a tiempo de tener a Romualdo en mi escuela.

LUIS.- ¿No será que no ha decidido a quién va a dedicársela?

DOÑA ELEONORA.- ¿O está ya en boca de los juglares?

NINES.- De los juglares no sé pero sí de las nuestras.

LEONOR.- Hasta de la mía que ya es decir.

BENITO.- Os traigo el comienzo, y de verdad que vosotras sois las primeras: Sepulvedana, rosa fragante y lozana.

DOÑA ELEONORA.- No te enfades si te pronostico que veo venir un ripio. Pero no te importe. De ripios está hecha una parte de la buena pòesía.

RAFAEL.- Lástima que mi Sepúlveda invicta villa tenga lo primero y no llegue a lo segundo.

JOSÉ-ENRIQUE.- Ésta va a parecerle a doña Eleonora una conversación demasiado literaria teniendo estas niñas al lado.

VICENTE.- Incluyéndola a ella.

LUIS.- No faltaba más. Y siempre la primera.

RAFAEL.- Pasaron los tiempos en que sólo las feas sabían latín. Además ella está segura de que para nosotros no hay literatura que no sea en homenaje suyo.

BENITO.- ¿Y la función? (Ellas vuelven a conversar entre sí).

ROMUALDO.- Lo que yo siento es no poder desempataros con una zarzuela. Y no haría falta que fuese La del Soto del Parral. Aunque mi debilidad por Los Granujas con música os de pie para tomarme el pelo.

BENITO.- Si no nos decidimos por Juan José  vamos a hacernos muy impopulares. Está en el ambiente. Y más después de lo que cuentan de suspicacias y hasta coacciones.

LUIS.- ¿Y ésta no será otra coacción?  ¿Por qué están tan calladas nuestras damiselas? 

BENITO.- Yo os cuento hechos. Así de claro.

RAFAEL.- ¿Nos quedamos, pues, con Joaquín Dicenta? (Asienten tras un intercambio de miradas).

LUIS.- Pero si hubiera algún contratiempo no me carguéis con ningún tanto de culpa. ¿Te puedo pedir que lo recuerdes, Leonor?

RAFAEL.- ¿Y por qué a Leonor precisamente?

LUIS.- No sé. Pero no he querido despreciar la buena memoria de ninguna.

ROMUALDO.- Hablando de otra cosa, ¿es verdad, Leonor, que te pone un poco nerviosa ver platicar a Rafael con El Africano, por algún emor de que sus alas le den envidia?

LUIS.- Pues de lo que precisamente yo no dudo, acaso de lo único, es de su sepulvedanía.

ROMUALDO.- También Tanis presume de ella.

RAFAEL.- El juez me ha dicho que cuando ensayéis irá un día a veros.

NINES.- Hay que agradecer que nos deje guardar nuestros trastos con su coche.

LEONOR.- Y que me da envidia este Citroen verde.

LOLA.- ¿No te animas ya, Romualdo¿ (Ademanes de todas hacia él).

ROMUALDO.- Ya os dije.

LUIS.- Nos bastaría con la copla que sacásteis allá en la guerra:

                                                                                  Cuando silbaban las balas
                                                                                  del tio Crista me acordè,
                                                                                  que decía a las grajinas:
                                                                                  -Os, a lo de Garduñés.

ROMUALDO.- Pero reconozco que a esa letra no le hace falta música.

BENITO.- Esta tarde no hay tiempo de cantar. Don Francisco Cano nos invita a merendar en su casa. Ya estarán los demás allí y hay que repartir los papeles. Le gustará que lo dejemos resuelto en su presencia. Juan José le pareció muy bien.

DOÑA ELEONORA.- Yo os acompañaré. Pero dejar que Leonor y Rafael me terminen de enseñar vuetros trapos. No tardaremos.

NINES.- Estando delante don Francisco sí hablaremos nosotras.

CONCHA.-Tantos libros no han llegado a darle preferencia por vuestras filosofías.

CARMEN- ¿Y cuál entre nosotras...y las otras?

NINES.-Si es un santo varón.

CONCHA.- Pero viudo (Se van todos menos los tres dichos).

DOÑA ELEONORA.- Yo voy a fisgar. Podéis hablar los dos mientras tanto.

RAFAEL.- Tengo grandes novedades. O si quieres una sola. Ya te comenté que doña Elisa me daba de vez en cuando la matraca con la esperanza de que hiciera Derecho para trabajar en el despacho de don León. No sólo sin entender mi ilusión por la Veterinaria, sino rechazando cualquier otra vocación.  Él en cambio nunca me ha presionado, ni siquiera con indirectas.

LEONOR.- Ya te dije desde un principio que de doña Elisa no me fiaba. Y siempre sospeché que a ella casi nada tenías que agradecerla.

RAFAEL.- Yo no diría tanto. Pero no puedo negar la diferencia entre los dos. El caso es que llevaba bastante tiempo notando, del mismo don León, reticencias en cuanto a su promesa de mandarme a la Facultad de León el próximo curso. Ya no le hacía gracia bromear en torno a la coincidencia de su nombre y el de la ciudad. Por ahí empecé a darme cuenta. y esta tarde me ha dejado caer ella que derecho se puede estudiar desde casa. ¿Qué te parecería si lo hiciera?

LEONOR.- No quiero ser egoísta.

RAFAEL.-Soy yo mismo quien siento a veces la tentación. Por no dejar este paisaje, este pueblo, estas gentes, aunque sea por temporadas.

LEONOR.- Sólo por eso...

RAFAEL.- A tí te llevaré consigo donde vaya y siempre.

LEONOR.- ¿De una manera o de otra?

RAFAEL.- De la única.

LEONOR.- Yo no debo influirte. Ni quiero.

RAFAEL.- Nada podría alegrarme tanto como oírtelo. Me estás confirmándome en mi esperanza y en mi fe. Estoy decidido. Me voy a Madrid enseguida. Buscaré un trabajo que se relacione de alguna manera con mi vocación y haré todo lo que pueda por estudiar la carrera. Mientras tanto voy a empezar aquí, lo que queda del verano.

LEONOR.-.¿Cómo?

RAFAEL.- Practicando con el herrador. Como disciplina nada más. Y, ducho sea de paso, si Luis Morales se frota las manos, tanto peor para él.

LEONOR.- ¿Por qué?

RAFAEL.- Siempre ríe mejor el que lo hace el último.

LEONOR.- Pero ten siempre cuidado de pisar el suelo. Sólo las aves tienen alas.

RAFAEL.- Por las aves de las alas podemos los hombres soñar vuelos. Así se inventó la aviación. Y yo voy a ser veterinario.

LEONOR.- Bueno con tal de no confundir sueño y realidad. Por cierto, cada vez tengo más aprensión de que don León no ve lo nuestro con buenos ojos.

RAFAEL.- Más le valiera ver más allá de su cara mitad, y no sólo a hurtadillas o de vez en cuando. (Sale Doña Eleonora).

DOÑA ELEONORA.- Vamos, pareja de tórtolos, que don Francisco estará esperando por nosotros. Y como es tan caballero no dejará que nadie tome un bocado sin mí. Ni siquiera un vaso de vino. !Y vaya con el auto del señor juez¡

RAFAEL.- Para mi oficio no voy a decir que sería demasiado lujoso, pero sí poco práctico.

DOÑA ELEONORA.-¿Y para la boda?

LEONOR.- Las escalerillas de San Bartolomé las hay que subir y bajar andando.

RAFAEL.- O en brazos.

DOÑA ELEONORA.- Muy bien dicho.

                                               ACTO  SEGUNDO

(16 de julio de 1936. Plaza de la Violeta. Por la tarde. Los bloques de piedra y los montones de madera. Conversan de pie Rafael y El Africano. Se pierde a lo lejos la canción: Sepulvedana, rosa fragante y lozana de los campos castellanos. Para tí tejen mis manos corona de soberana).                        

RAFAEL.- ¿Hay mucha agitación por allá?

EL AFRICANO.- Como en la Península, por lo que yo tengo entendido. Fuera de los cuarteles no se nota diferencia, y no creo que haya mucha por dentro. Las circunstancias son imprevisibles, y llegado el caso cada palo aguantará su vela. No estoy de acuerdo en que los militares del otro lado del Estrecho sean más revoltosos. Eso sí, desde que hice con ellos la mili me consta que hay de todo, como en cualquier cuartel de pueblo, como en nuestra Academia si queremos.

RAFAEL.- Como has podido seguir viendo, en el pueblo llevamos años gozando y padeciendo una intranquilidad permanente. ¿Y sabes que, de haber una fecha decisiva para el arranque, yo me fijaría en la negativa del cura mayor a aceptar el dinero recaudado con Juan José?

EL AFRICANO.- ¿En la profesión estás contento?

RAFAEL.- Espero estarlo. Me presentaré a las oposiciones para el nuevo Cuerpo Nacional. Ahora tengo una beca de investigación. Y de los trabajos que me salen para vivir procuro quedarme con los que no me disgustan del todo.

EL AFRICANO.- ¿No te casas?

RAFAEL.- ¿Tú crees que debo hacerlo?

EL AFRICANO.-Esa pregunta sólo tú. Lo que te confieso es que no soy capaz de imaginaros a ti y a Leonor de otra manera que juntos. ¿Es cierto que os habéis enfadado, y que tú venías retrasando la boda por resultarte violento a los ojos de algunos hacerlo por la Iglesia?

RAFAEL.- Ha habido un poco de eso. Pero me estoy temiendo que el episodio sea síntoma de algo más profundo. Aunque confío en que lo salvemos entre los dos. ¿Sigues leyendo mucho?

EL AFRICANO.- No me veo sin un libro a la cabecera. Ya no me queda ninguna novela de Felipe Trigo. Y he vuelto a empezar los Episodios Nacionales.

RAFAEL.- Te regalo esta novelita. (Le da un pequeño libro). Me interesa que la leas. Tengo el presentimiento de que en el futuro hablar de ella nos hará reflexionar sobre nuestros caminos recorridos. A serte sincero sobre los míos. Los tuyos son menos enigmáticos y están más avanzados y visibles. Pero ya sé que a ti nunca los que conmigo tengan que ver te van a ser indiferentes.

EL AFRICANO.- La botella endemoniada, de Robert-Luis Stevenson. La isla del tesoro sí la he leído. ¿Cómo no, a la vera de doña Eleonora?

RAFAEL.- Yo me quedo con otro ejemplar igual. Aunque casi me la sé de memoria.

EL AFRICANO.- En ti no me extraña.

RAFAEL.- No seas cómplice de esa leyenda de prodigio que se ha tejido alrededor mío. Y de la que no tengo la culpa.

EL AFRICANO.- Sólo te diré que cuando el río suena...

RAFAEL.-¿El ruido del cauce tiene que ser siempre de agua? He querido darte la novela por si a mi vuelta no te veía ya, aunque voy a estar poco tiempo fuera. Salgo para Madrid enseguida. Me lleva el notario en un taxi. A él le urge el viaje.

EL AFRICANO.- Me acuerdo del Citroen de aquel juez tan simpático, el que guardaba aquí.

RAFAEL.- El de ahora no tiene auto. Por cierto que es un poeta espléndido, aunque escribe poco. Ya quisiera yo hacer versos a su altura.

EL AFRICANO.- ¿Te vas en busca de consolaciones no santas?

RAFAEL.- No. Trabajo y perspectivas. Viene un veterinario francés, un hombre de una vocación envidiable. Y creo que de tenerla sí que puedo yo presumir. Pero aun así. Ha escrito un libro precioso de memorias, Los animales me han enseñado humanidad. Me gustaría ser yo el autor. Se va a reunir con unos zoólogos en la casa de fieras del Retiro y me han invitado, Para mí es un privilegio.

EL AFRICANO-. ¿Lo ves? Tengo mucha fe en que llegues alto.

RAFAEL.- ¿Y a mi altura una mujer? Pero si los elogios vienen de los paisanos me complacen tanto que hay peligro de que caiga en la tentación de creérmelos.

EL AFRICANO.- ¿Sabes que Luis Morales te valora, aunque siempre con peros y reticencias? Está de teniente en Villa Alhucemas. Ya sabes que a mi ciudad la cambiaron el nombre. Sí, mi ciudad digo. pero éste es mi pueblo, y la palabra significa mucho más, muchas más cosas, algo único.

RAFAEL.- Sobre todo por coincidir en esa doble vertiente nos estimamos tanto.

EL AFRICANO.- ¿No vas a venir a verme?

RAFAEL.- Claro que sí. Pero no ha llegado el momento de fijar la fecha. ¿Sabes que pensé en ti cuando me sortearon en la mili? Y sólo por el retraso en la carrera me habría disgustado África. Aun así, veo el Estrecho como una tentación. Lo mismo que doña Eleonara en otros tiempos. Yo tuve entonces suerte. Ya sabes que la pasé en el Ministerio de la Guerra, en ese prestigioso organismo que tiene el nombre curioso y equívoco de Brigada Obrera y Topográfica.

EL AFRICANO.- ¿Has pensado como salida en la veterinaria militar?

RAFAEL.- Tenerla en cuenta era inevitable. Pero, al menos en la situación actual, cualquier decisión en torno a ella me habría resultado tremendamente compleja. Ya puedes imaginarte. Discutir la cuestión nos llevaría horas. Y sin salida.

EL AFRICANO.-No sé en qué novela he leído que el mundo es muy complicado y el hombre aun más.

RAFAEL.-Bueno, No es que la frase sea original. Yo la recuerdo de un alemán, Thomas Mann. Pero me voy. Tengo media hora para reunirme con el notario. Los demás estarán a punto de llegar. Y no quiero despedirme de Leonor ni de nadie. Pasaré Santiago en Madrid, pero poco más. No les digas que me fui.

(Se va. El  Africano hojea el librito mientras pasea por el recinto. Lee en voz alta: “El protagonista de esta historia es un hombre natural de las islas Hawai. Lo designaremos con el nombre supuesto de Keawe. Cierto día, Keawe sintió el deseo de emprender un gran viaje, y para satisfacer su anhelo tomó pasaje en uno de los barcos que hacían la ruta de San Francisco,ciudad, como nadie ignora, espléndida”.

(Llegan Leonor, Nines, Concha, Lola, Antonio, Vicente, José-Enrique, y más chicos y chicas. Cada uno trae una silla. Las disponen en círculo. Se sientan algunos. Otros se asoman al muro. Se forman parejas que se acercan a él o pasean. El Africano y Leonor se quedan de pie hablando, en primer plano).

LEONOR.- ¿Has visto ya a Rafael?

EL AFRICANO.- Sí. Me ha regalado esta novelita. Pero ha sido muy deprisa. Tengo ganas de hablar con él.

LEONOR.- Si te dijera que yo también... A ti no me importa confesártelo porque lo sabes. Como que él está en el mismo caso. Sin embargo, por ahora no hablamos.

EL AFRICANO.- No es fácil entenderlo. O peligrosamente fácil.

LEONOR.- Si, a poco que se reflexione. Pero dejémoslo. No saldríamos del atasco.

EL AFRICANO.- Sentí la muerte de don León. Aunque al fin y al cabo llegó a verle con la carrera terminada.

LEONOR.-¿Sabes que la que está muy cambiada es doña Elisa desde que se quedó viuda?

EL AFRICANO.- No me extraña. Ahí había algo más difícil de descifrar que una discrepancia matrimonial en torno a Rafael por comodidades o intereses de despacho.

LEONOR.- También conmigo se porta muy diferente. Ahora la preocupamos los dos. Está muy al tanto de nuestros altibajos. Y me consta que está a punto de decidirse a intentar las paces.

EL AFRICANO.-En cambio lo que más suena por ahí es la rebatiña de los buitres en torno a la herencia.

LEONOR.- No he querido enterarme cuando me han sacado el tema. Sólo sé que ha quedado ella dueña absoluta.

EL AFRICANO.- (Mostrándola la cubierta del librito). Acuérdate de este título, La botella endemoniada.

LEONOR.- ¿Por qué?

EL AFRICANO.- Yo no lo sé todavía. Pero Rafael me ha dicho que al pasar el tiempo nos serviría casi de recordatorio.

LEONOR.- Como si fuérais vosotros los personajes.

EL AFRICANO.- Más precisamente, como si cada uno fuese el protagonista. (Lee: “Ligero como el viento, Keawe corrió al lado de Kokna. La botella había desaparecido para siempre”).

LEONOR.- Yo no la leeré mientras él mo me lo pida. Nunca le he oído mentarla. ¿Sabes que Luis me ha mandado una postal encargándole que le excusara ante la pandilla por no venir? Han suspendido allí todos los permisos.

EL AFRICANO.- Ya lo oí antes de salir.

LEONOR.- Pero es inaudito. ¿Qué se ha creído ese hombre?

EL AFRICANO.- Hay que respetar los amores imposibles. Ni Santa Rita es su abogada. ¿Y tu madre?

LEONOR.- Ya puedes suponerte. Ha endurecido su oposición a lo nuestro. Si mi padre viviera...Menos mal que mis hermanas me sostienen todas.

EL AFRICANO.- Se me ocurre una idea. ¿Por qué no trabajas en la función de este año?

LEONOR.- ¡Qué disparate!

EL AFRICANO.- Precisamente por no habérsete pasado por la cabeza. Serías sangre nueva en el reparto. Estoy seguro de que saldrías airosa. Y ahora te convendría. Por lo menos consúltaselo a doña Eleonora. ¿Hay algo sobre la obra?

LEONOR.- Es curioso, de Juan José hace ya siete años. Y ahora que en el pueblo andan tan peores las cosas y en el país, parece que va a haber acuerdo. De Benavente. Pero no lo más conocido suyo. Dudan entre dos comedias de fantasía, Y va de cuento o La noche iluminada.

EL AFRICANO.- No me sorprende. Al mal tiempo buena cara.

LEONOR.- Mal tiempo, tiempos malos, sí, Tanis tengo miedo. ¿Por qué se ha desbordado tanto Rafael? No son sólo los adversarios quienes le desaprueban. Hay buenas gentes sencillas que se van sintiendo defraudadas de las esperanzas en él puestas. Le ven jugándoselo todo a una sola carta. Y lo que es peor, sin solución aunque la carta le saliera.

EL AFRICANO.- Ni él mismo puede con la intransigencia de su idealismo.

LEONOR.- Yo me veo atada de pies y manos y como si me faltara la respiración.

EL AFRICANO.- Pero no te olvides de que eres el único ser con alguna posibilidad en él.

LEONOR.- Estoy pasando de la duda a la desesperación.

EL AFRICANO.- Ésta no debe llegar nunca al ánimo. Aunque los hechos campen por sus respetos. Alguna vez te he visto con el Calendario Zaragozano.

LEONOR.- La que no se puede pasar sin él es mi madre.

EL AFRICANO.- Pues fíjate en sus pronósticos del tiempo. Alguna vez no acierta. Pero hay algo esencial en lo que no falla. Y es que el tiempo siempre llega. Esto te parecerá una perogrullada tonta. Y lo es. Pero también una realidad a la que se puede sacar su filosofía.

LEONOR.- ¡Cuánto te ha enseñado la electricidad!

EL AFRICANO.-Si no he aprendido, más ha sido por falta de atención.

LEONOR.- Me ha llegado un cántico del colegio de las monjas en la Gran Guerra: Y España, dando gracias/ en este novenario/ entona ante el sagrario/ sus cánticos de paz.

EL AFRICANO.- Recordarla no te vendrá mal.

LEONOR.- Lo que querría es que Rafael se la aprendiese.

EL AFRICANO.-Quién sabe. Pero no exageramos. Si hubiera guerra no la habría podido declarar él. ¿Y por aquí?

LEONOR.- Lo de la rubia y José-Enrique es cosa hecha. Él se quedará en la tienda de su padre. Las veraneantas le han dejado un buen recuerdo, pero nada más. Más huella ha quedado a Nines de aquel francés. Pero la veo poco ambiciosa. Me temo que no escoja bien, aunque los que la ven tardar en decidirse se crean lo contrario. Concha, con sus nervios no sé adónde va. Vicente tan simpático y Antonio tan curioso, nos darán una noticia cualquier día.

EL AFRICANO.-Dos médicos paisanos más.

LEONOR.- Pero sin sitio aquí, y con la ilusión de venir. Aunque Antonio ha sido el alumno predilecto de don Teófilo Hernando y de don Juan Negrín. ¿Y tú?

EL AFRICANO.- Siento que no hay tierras buenas ni malas sino sólo la tierrra de uno. Y que su nostalgia es un placer raro que hay que conquistar teniéndola lejos.

LEONOR.- No te enfades ni me desprecies si no lo entiendo.

EL AFRICANO.- Tampoco del todo Rafael, a pesar de su alma viajera. ¿Y su profesión te gusta?

LEONOR.- Ahí no tengo reservas. Me ha contagiado su entusiasmo. Como que estoy cansando a madre Pilar sacandola a colación siempre que la veo las Florecillas de San Francisco. (Llegan Romualdo y Benito. Se acercan todos. Ellos se mueven de pie en torno suyo).

BENITO.- Me ha llegado la propuesta de un compañero que estoy seguro habría puesto de acuerdo a Rafael y Luis Morales de estar juntos. Por esta vez dejarían de ser gallos de pelea. Pero ante todo os pido un momento de reflexión. ¿Por qué estamos nosotros aquí? ¿Por qué hemos vuelto otra vez a la Plaza de la Violeta? Ahora ya no es por el cobertizo del auto del juez.

JOSÉ-ENRIQUE.-Se va haciendo costumbre.

VICENTE.-Es espaciosa.

ANTONIO.-Tiene un buen paredón.

LOLA.-Lucimos bien en ella.

NINES.- Nos enseña que también en los pueblos viejos puede haber esperanzas nuevas.

CONCHA.-Yo la siento nuestra. Capaz de apropiármela.

LOLA.- Sencillamente, yo estoy aquí bien.

BENITO.-Lo cierto es que cada vez hay en ella menos carros y caballerías los días de mercado. Pero no es tan difícil abrirse paso por las calles, como temía aquel ayuntamiento cuando tuvo la felicísima ocurrencia de hacerla, para evitar ese inconveniente, hace treinta y cinco años. Los cobertizos que reducen su espacio no son un buen negocio municipal. Y afortunadamente les queda poco. Bien están las maderas para la plaza de toros, y los sillares de la cantería. Pero La Violeta nos pide y exige más. A todos y para todos. Éste es el quid. Nada tan convecinal como ella. Y con la seducción de la virginidad, todas las posibilidades intactas. Siento que Romualdo no os lo quiera decir con su música. Pero Zuloaga nos lo ha dejado escrito en aquel cuadro de Gregorio. Hay que meditar en el protagonismo que tiene esta Plaza en su visión del pueblo.

ROMUALDO.- Pero si precisamente yo siempre que veo La Violeta o pienso en ella siento que me pide música. Otra cosa es que no esté a su altura.

BENITO.-Esa es la otra cara de la moneda de oro. Pero a lo que os decía. Ya conocéis todos a mi compañero Tomás Calleja. De la tierra, es de Navares. No para de escribir. Le veo con mucho futuro. Abierto a muchos vientos, y de ideas felices. Él me ha convencido de que el destino de La Violeta tiene que ser lúdico, festivo, el corazón del pueblo pero en la superación de la realidad sin alejarse de ella. Eso es el teatro, ¿no?  Pero aquí, sólo aquí, podemos tener su magia sin el intermedio de la representación. Pues ahí el secreto de La Violeta. (Aplausos).

VICENTE.-  No lo echemos en olvido. Y desde ahora. Aunque la Comisión Gestora no se sienta con fuerzas para empresas permannetes.

JOSÉ-ENRIQUE.-Al contrario. Por ser provisional tiene más prisa.

ANTONIO.-En todo caso, nosotros a lo nuestro. Yo veo la batalla ganada.

ROMUALDO.-¿No os parece que La Violeta tiene un alma y que cuando estamos en ella nos la entrega?

BENITO-.Pero hay que cambIar de tema.. Por mucho que aquí celebremos los cumpleaños, y a pesar de la constitución laica, no podemos olvidarnos de los santos. ¿A qué Carménes hay que felicitar hoy? Este día no te podrás negar a las cuerdas, Romualdo, a las tuyas, que no quieres que sean nuestras. Y por si tú no quieres tocar vamos a cantar a estas tres, aunque no se llame Carmen ninguna. Claro que no necesitamos a ninguna más, aunque toquemos a menos (Cantan, llevando él la batura: Quisiera, quisiera, quisiera volverme hiedra/ Y subir, y subir, y subir por las paredes./ Y entrar en, y entrar en, y entrar en tu habitación/ Por ver el, por ver el, por ver el dormir que tienes).

JOSÉ-ENRIQUE.-A propósito, se me ocurre que cuando vengan Rafael y Luis, de no estar de acuerdo en el detalle menor de cuál de las dos obras de Benavente vamos a poner, la saquen a cara o cruz.

ANTONIO.-Buen símbolo de paz.

LEONOR-.De los pocos que quedan.

NINES.-Te has quedado muy pensativo, Tanis.

EL AFRICANO.-Estaba pensando que, como en aquella tierra por donde ando no nieva, tienen un pronóstico menos. No podrán opinar si el año 1936 va a ser año de bienes.

ANTONIO.- He oído a más de uno que hoy se notaba nervioso al espiquer de Unión Radio al dar las noticias.

LEONOR.¿No lleva así ya unos cuantos días?

ROMUALDO.-¿Os estaréis pasando de ojo clínico?

EL AFRICANO.-Me quedo con el dicho de los de Aranda: Por Santiago y Santa Ana pintan las uvas; por la Virgen de Agosto ya están maduras.

ANTONIO.-Pero no pasa de un enigma.

EL AFRICANO.-¿No lo es en este mundo todo?

ROMUALDO.- No te llevaré la contraria. Pero, pase lo que pase, haced un propósito de la sugerencia de Tomás Calleja. La Violeta será la fiesta, pero cotidiana. La evasión, el ensueño y la fantasía, pero salidos de la plenitud de la realidad, la consumación del pueblo, el hogar del espíritu en el día a día de la residencia amable y aceptada en la tierra.

ANTONIO.-Y el espíritu del vino. De momento no puede inspirar mejor a los oradores aun sin haberlo bebido.

TODOS A UNA.- Lo prometemos).

ROMUALDO.-Vayamos pues a tomar un vaso. Cantaremos el himno de don Benito a éstas, y os tocaré algo, sí, ya es hora. (Se van. Entran Crisanto y el mesonero Palomares).

CRISANTO.-Tenía interés, Mesonero- sólo así quiero llamarte ya, me cuesta acordarme de que te apellidas Palomares, eres el Mesonero y nada más, el nuestro-, en que conocieras la Plaza de la Violeta. Ahora no es más que un espacio virgen que se aprovecha para la primera conveniencia. Precisamente por eso me recuerda tu mesón, no te enfadará. Ahora te sigue dando el jugo heredado. Pero yo veo su futuro sin límites.

MESONERO.-Nunca seré ingrato, querido profesor Crisanto, con los guisos de la abuela.

CRISANTO.- Pero se comían como se cocinaban. A puerta cerrada. Aunque hospitalaria. Tú has ascendido de teniente a teniente general. Pero no es sólo eso, sino que Segovia ha abierto al mundo los arcos del acueducto.

MESONERO.- Por lo menos a Madrid.

CRISANTO.- Como a sus cuatro vientos. Y no hay más universo. ¿Qué tal estos días?

MESONERO.-He tenido lleno. Nadie altera sus planes. Ni de veraneo ni de excursión.

CRISANTO.-¿Crees más el ruido que las nueces?

MESONERO.-No es eso, no voy por ahí. Lo que pienso es que los ruidos pasan y las nueces vuelven a su cosecha.

CRISANTO.- El único ruido que queda es el de varearlas. ¿Sabes que a Sieteiglesias, el de Obras Públicas, le toman por un alucinado cuando opina que aquí acabaremos teniendo problemas de tráfico?

MESONERO.-Pero justamente son los alucinados ellos. Y la alucinación hecha de lo que se ve es la más peligrosa.

CRISANTO.- Ayer comentaba León, el de La Ribereña, que entre Castillejo y Aranda se había cruzado con veinticinco coches.

MESONERO.- Esa cifra ya está más allá del comienzo. Pero expláyate más en por qué me has traído a La Violeta.

CRISANTO.- He dado muchas vueltas a una carta de mi tío Sandalio, el boticario, de hace ya casi treinta años. Me las escribía muy largas cuando yo estaba en Fernando Poo, mi apuesta decisiva por recorrer mundo, siendo casi un chico.

MESONERO.-Hasta hace muy poco no he tenido yo como un presentimiento de haberla ganado.

CRISANTO.- Es verdad. En la isla de Samoa, el tesoro escondido de Stevenson. No te olvides de que el mundo vendrá a tu mesón. Y así podrás seguir recorriéndolo sin moverte.

MESONERO.-¿Mi presentimiento?

CRISANTO.- Pero verás, Zuloaga acababa de pintar  la vista de Sepúlveda con el siniestro Gregorio en el primer plano. La Plaza de la Violeta, esta plaza acababa también de hacerse. Antes esto era poco más que un desmonte. Por eso en la tertulia de la rebotica chocó que él la diera tanta cabida en su cuadro.

MESONERO.- Ten en cuenta que la nobleza de su piedra y la apostura de sus muros no tienen nada que envidiar a las murallas de la Edad Media.

CRISANTO.- Aun así. El cuadro estuvo una tarde en la rebotica y los tertulianos dieron su opinión sobre ese extremo. Mi tío me escribió una verdadera crónica de la reunión. De veras que resultó publicable. Desde entonces yo no he dejado de reflexionar en el interrogante. ¿Qué vio aquí el pintor? ¿Qué es y que será este espacio?

MESONERO.- Yo cuando me quedé con el Mesón me hice una pregunta parecida. Mejor te diría que sentí que me la hacía alguien pero de dentro afuera.

CRISANTO.- ¿Y la respuesta?

MESONERO.-La que todos los días estoy dando desde que levanto el cierre.

CRISANTO. Yo sólo creo haber sorprendido el secreto de Zuloaga desde hace poco. En su cuadro, ya sabes que fuera del caserío hay una plaza de toros llena de gente. Mientras que el pueblo está desierto. Pero, aunque no se pieda ver por lo elevado del muro, estoy seguro de que es aquí, en La Violeta, donde todos estaban. Si bien uno de aquelos contertulios decía que arreglándose en sus casas para venir. Todos los demás, todos los sepulvedanos que no habían querido salirse para ir a la corrida. Los de la vida auténtica y en su sitio. Y llena la Violeta no pueden estar vacías las calles, aunque nadie esté visible en ellas.

MESONERO.- A simple vista es raro lo que dices.

CRISANTO.- No presumo de original demasiado. Algún contertulio de la rebotica sintió algo parecido. Y todos ellos como un pálpito.

MESONERO.- Pues te confieso que yo, viendo pasar desde mi Mesón a la gente que entra y sale, lo entiendo mejor. De veras.

CRISANTO.- A mí me ayudó a entenderlo una reflexión de un profesor de anatomía escandinavo de la Universidad de Copenhague en el siglo XVIII, Niels Steinsen. Me enteré de ella en mi etapa septentrional de profesor errante. Estaba él haciendo la autopsia a una  muchacha muy bella. Cortó un trocito de su piel, y ponderó su hermosura. Un ejemplo de la que pueden tener las cosas que se ven. Pero las que se conocen son más bellas todavía. Y las más hermosas son las que se ignoran. Entonces se daban las clases en latín, y este latín se entiende aun sin saberlo: Pulchra quae videntur, pulchriora quae noscuntur, longe pulcherrima quae ignorantur. Con que tengo a la vista otra vez el cuadro de Zuloaga con Sepúlveda vacía. Con el interior invisible de la Plaza de la Violeta. El único espacio abierto invisible del cuadro. Donde, precisamente por no verse, estaban la Sepúlveda más real, los sepulvedanos más reales. Con mi convencimiento de ser este paraje mágico desde que así lo capté, en una visión nueva, como una llamada interior.

MESONERO.-Estupenda confidencia en este tiempo de fiebre.

CRISANTO.-Que pasará.

MESONERO.- A eso iba. Pero no la magia de los lugares predestinados. Yo sé que tampoco dejará de pasar por mi mesón la gente. Al  menos durante tanto tiempo que el otro ya se me sale de mi historia y de la historia.

CRISANTO.- ¿Has notado que la radio es la que tiene la temperatura más alta?

MESONERO.- Pero La Violeta los muros más recios.

CRISANTO.- Hace poco me ha contado una amiga haber oído en casa de sus padres al obispo de Vitoria una opinión que da qué pensar. Que antes todos nacíamos en la Iglesia. De no querer estar en ella teníamos que salirnos expresamente. En lo sucesivo será al revés, el acto de voluntad necesario para entrar. Cuando esto de su propia iglesia lo dice un obispo nos pone ante los ojos una tremenda imagen de los cambios en curso.

MESONERO.- Pero las piedras permanecen. O en el peor de los casos surgirán otras en su sitio.

CRISANTO.-¿Otra Violeta?

MESONERO.O ésta con  otro destino. Ya se trata de eso en Sepúlveda.

CRISANTO.- El que soñó Zuloaga en su cuadro. Perdóname que sea pesado. En él no se ve a nadie porque están aquí todos. Los de la corrida extramuros no cuentan. Y en La Violeta los sepulvedanops están viviendo y soñando un pueblo que tiene más realidad precisamente por estar hechizado.

MESONERO.- Volveremos a hablar de esto cuando todo pase.

CRISANTO.-Aquí mismo, y a la puerta de tu mesón.

MESONERO.- Hace poco dí de comer a don Miguel de Unamuno.

CRISANTO.- A Nikos Kazantzakis, un amigo griego, le ha dicho en Salamanca que ha progresado tanto el hombre moderno que es incapaz de digerir su progreso.

MESONERO,. Tanto más necesaria La Violeta entonces. Por cierto, no he visto a Rafael.

CRISANTO.- Acaba de irse a Madrid por una semana,  si es que llega.

MESONERO.- No hay dia en que no le mienten en el Mesón a él y a su pueblo.

CRISANTO.- A simple vista da miedo el volcán que lleva dentro. Pero justamente porque nunca se le apagará uno está seguro de que no va a incendiar.

MESONERO.- ¿Y también de no quemarle a él?

CRISANTO- Eso ya puede depender de las circunstancias.

MESONERO.- ¿Y tú?

CRISANTO.- Ni me creo ni pretendo ser inmune a éstas. Pero por ahora voy a seguir mi vida nómada. Mañana embarco en Santander. Otra vez hacia el Norte.

MESONERO.- Entiendo que por los mismos motivos que yo voy a seguir dando comidas.

CRISANTO.- Siempre será necesario ayudar a un niño y un adolescente a ponerse delante de un libro. Y a un viejo también. Sin embargo, de no haber hombres que murieran en la guerra dejando viudas y huérfanos habría menos materia épica. Y de no haber más que escritores, profesores y gentes parecidas al pescado, se habría agotado.

MESONERO.- Pero La Violeta seguiría llena de sepulvedanos aunque deapareciera esa plaza de toros.

CRISANTO.- !Que Dios nos tenga de su mano¡ Pero no te sientas pesimista. Casi es una deformación profesional. La exclamación está tomada de una novela de Stevenson.


                                               ACTO   TERCERO

(Plaza de la Violeta. Noche de verano. Hacia el año Sesenta. Hay baile. Y gentes sentadas en los veladores. Se oye atronadora la canción del picú: El barrio de Sagunto, tiene un torero. Le llaman Jaime el Choni, Jaime el Primero. Concha está sola. Cuando pasa Ventura, el hijo de Rafael, le llama, se levanta, y muy vehemente, le lleva a su velador y le sienta frente a ella, casi de un empellón).



CONCHA.- No tengas miedo, Ventura. No voy a privarte mucho tiempo de las buenas compañías que convienen a tu porte y tu edad. Pero seguro que a tu padre le has oido mi nombre alguna vez.

VENTURA.- ¿Nines? ¿Lola?

CONCHA.-No. La otra.

VENTURA.- Concha, claro.

CONCHA.- Diana al fin. Pero las últimas seremos las primeras.

VENTURA.-Como que me dijo estar yo mismo aún en peligro de enamorarme de ti.

CONCHA.-Algo más de respeto a los años. Pero bien urdido.

VENTURA.-Pues nada exagero si al verte he tenido la sensación de conocerte de hace tiempo. Como el pueblo. Mi padre dice que desde que se fue todas las noches se da una vuelta por él antes de dormirse. Y por supuesto que siempre se encuentra con vosotras.

CONCHA.- Claro que sí. Cosas de Rafael. ¿Cómo iba a cambiar? Y más estando fuera y lejos.¿Se acuerda mucho de Leonor?

VENTURA.- Supongo. Aunque la nombra menos. Acaso por eso. No creo que por respeto a mi madre. Cuando ésta vivía era casi ella la que más la mentaba. Lo cierto es que él tiene una curiosidad por los conventos y las clausuras desde luego nueva. Nueva desde aquel entonces, claro. Desde que supo que ella se había hecho monja.

CONCHA.- Un entonces ya muy lejano. Religiosa, que puntualizaba ella. Jesuitina, como las del Colegio de Segovia donde siempre había internas algunas sepulvedanas.

VENTURA.-Lejano aquel tiempo, sí, pero precisamente por eso a veces cada vez más cerca. Para él quiero decir.

CONCHA.-Y para mí sin vuelta de hoja.

VENTURA.-Mi padre se enteró de un detalle curioso. Cuando Sor Leonor salió expulsada de China con otras tres hermanas de convento, las facilitaron un pasaporte vaticano para agilizar su retorno. Algo muy raro. Ninguno de sus amigos policías había tenido ocasión de ver ninguno.

CONCHA.-¿Sigue empeñado en no venir?

VENTURA.-Sí.

CONCHA.-¿Por más de un motivo?

VENTURA.-Ahí no me atrevo a opinar. Aunque, de haber sabido lo que iba a pasar...

CONCHA.-¿La falta de tu madre quieres decir?

VENTURA.-Sí. Pues se siente culpable de no haberla enseñado Sepúlveda. Ella lo estaba deseando desde el principio. También puede haber influido Méjico. No estar exiliado sino transterrado. Es la palabra suya y de algunos otros en su caso allá. Propicio el país a acostumbrarse, a no sentirse forastero. De haberse ido a otra tierra quizás habría sentido más la tentación de claudicar.

CONCHA.- (Se van acercando El Africano y Nines). Ahí tienes a esta pareja. ¿A que también al Africano le conocías? Pero en este momento estoy viendo algo con toda claridad. Y es por estar a tu lado y hablando de Rafael contigo al cabo de tantos años. Sí. Lo estoy viendo...Pero me guardaré el secreto. Hay milagros invisibles y a distancia.

VENTURA.-¿No me lo vas a decir?

CONCHA.-Ya te enterarás y te hará más gracia.
(Saludan los dos).

NINES.- No hace falta que nos digas quién eres. Y no sólo por la cara. Por algo más, un no sé qué.

EL AFRICANO.- Se lo noté al andar cuando le vi de lejos esta mañana.

NINES.- Yo soy capaz de ver ese no sé qué suyo aunque esté sentado y no se mueva.
(Se sientan).

CONCHA.- Pero llevo ya un ratito aburriéndole. Con que cambiar la primera impresión rápido y que se vaya con los suyos, con las suyas quiero decir.

EL AFRICANO- Por cierto que bien se sabe cuántas buenas amigas le han salido al ecuentro.

NINES.- Con mejor pie ha entrado que su mismo padre nació. También yo oigo las campanas y sé de que iglesia tocan.

VENTURA.- A propósito de campanas. A mi padre le conmovió que cuando se quedó viudo dieran un clamor general aquí.

CONCHA.- Aunque esté mal decirlo, a mí se debió en una buena parte.

VENTURA.- Ya lo sé. Naturalmente porque él bien lo sabía. Lo paradójico es que, en sus tiempos juveniles, luchó en contra de las campanas de su pueblo.

EL AFRICANO.- Aquella minoría radical socialista...Menudas sesiones en el salón del ayuntamiento

VENTURA.-Pocos detalles así de reveladores para la historia como ese cambio tan insensible como profundo. También de usted me ha contado mucho. Bien sé que es vecino de África.

EL AFRICANO.- Ya entre gentes como nosotros no se estila acá el usted. Y no se te olvide que mientres estés aquí eres sepulvedano.

VENTURA.- Y bien orgulloso que de ello me siento.

EL AFRICANO.- ¿Te ha contado de una novela corta de Stevenson que me regaló poco antes de vernos la última vez?

VENTURA.-  Sí, La botella endemoniada.

EL AFRICANO.- ¿La has leído tú?

VENTURA.- No. Tenía la aprensión de no haber llegado el momento, y estar del todo cierto de no ser bueno hacerlo en uno cualquiera.

EL AFRICANO.- ¿Él te contó el argumento?

VENTURA.-No. Sólo me habló de su mensaje en términos más bien teóricos.

EL AFRICANO.- ¿Y si fuese éste el lugar para esta lectura? Y claro que también el tiempo.

VENTURA.- Ya hablaremos de eso. Estamos cansando a Nines.

EL AFRICANO.- No lo creas. A mí me asombra que no la aburra yo del todo y estoy convencido se debe a la literatura. Por otra parte, que una sepulvedana como ella alterne de esta manera con un electricista es un signo de algún cambio de los tiempos incluso de murallas adentro.

NINES.- ¿Por la literatura también está viniendo el cambio?

EL AFRICANO.- Eso lo sabrás mejor tú. Yo no me he movido de mi sitio. Y cuando te tengo a mi lado siento y no pienso.

NINES.- Hablas como si tuviéramos la edad de Ventura.

VENTURA.- De veras que no creo sea mejor que la vuestra para decir esas cosas. Me acordaré cuando la tenga, pero me siento seguro de que no habré cambiado esta opinión.
(Vuelve Concha con Carmen, Peña y Luisa).

CONCHA.-Las hijas de las madres que amé tanto me besan ahora cual se besa a  un santo, que diría tu padre. Tú las dirás otras cosas muy diferentes. Peña, ¿te gusta el nombre? Hay a quienes les choca.

VENTURA.- No a los de este pueblo.

CONCHA.- ¿Y Peñita?

VENTURA.- Como ella quiera. Pero yo la prefiero sin diminutivo.

CONCHA.- Pues Peña ya es veterinaria como nuestro Rafael. Recién salida y estrenada.

PEÑA.- Y aunque te parezca raro creo que algo de mi vocación se debió a tu padre desde tan lejos. Tanto se hablaba de él en mi casa. Hasta me he enterado de que él quiere que medicina veterinaria se llame la profesión, como se ve en algunas peliculas de habla inglesa.

NINES.- Es hija de Lola y José-Enrique.

CONCHA.-Carmen y Luisa, hijas de médicos, de Antonio y de Vicente. Carmen azafata y Luisa enfermera.

VENTURA.- Las dos profesiones del sex-appeal.

CARMEN.- ¿Tú te crees esas cosas habiendo corrido tanto mundo?

VENTURA.- Por eso mismo, Carmen.

LUISA.- ¿Y las veterinarias y las médicas no? A nosotras la experiencia nos habría hecho recitificar.

VENTURA.-Si ha sido así, Luisa, es que fuisteis demasiado ambiciosas. Pero con tanto motivo para ello que tenéis que volver a serlo si es que de veras habéis bajado algo la guardia. Seguro que cualquier novelista estaría contento de que le contarais cosas. En cuanto a las veterinarias, yo sólo estaba generalizando de las alas de la literatura. Claro que ésta es la vida.

CONCHA.-Ahora sí que me parece estar oyendo a Rafael.

CARMEN.-Yo espero conocerle cuando vuele a Méjico.

VENTURA.- ¿Y traerle no?

CARMEN.-Sería demasiado presuntuoso creerme capaz a estas alturas.

VENTURA.-Pues sólo una sepulvedana lo conseguiría.

LUISA.- Pero no tan en flor. ¿No te parece, Concha?

CONCHA.- En los milagros hay que creer, pero una vez oí a don Guillermo que Dios no los hace sin necesidad.

NINES.-Y en otras ocasiones es necesario que a ellos cooperen los hombres.

CONCHA.- ¿Has querido decir las mujeres? Pues a mí me has hecho pensar en la Anunciación.

LUISA.- Tengo una idea. ¿Sabe Romualdo que ha venido Ventura?

VENTURA.-Ya pregunté por él, pero aún no le he visto.

LUISA.- ¿Os habéis enterado allá de que, desde la guerra según me han dicho, no quiere tocar la guitarra al aire libre?

CONCHA.- Así es. Aunque muchas veces ha repetido que ya se han terminado los lutos. Pero que los viejos están en su puesto retirados a sus cuarteles de invierno.

VENTURA.-¿A las jovencitas os preocupa eso?

CONCHA.-Claro. Tienen envidia de cuando nos oyen contar de cómo a nosotras nos rondaban.

PEÑA.-Con que adivino, Luisa, que tu idea es que las rondas vuelvan y que el retorno de Romualdo a la calle lo conseguiría.

LUISA.- ¿Y la animación de la memoria que la venida de nuestro huésped le traerá consigo no le animará a ello?

VENTURA- Huésped no, por Dios. ¿Qué diría mi padre? El paisano que vuelve.

CONCHA.- Pero no el hijo pródigo.

VENTURA.-Con segundas. Mas te doy las gracias. Y mientras Luisa no esté de acuerdo no dormiré tranquilo. Que yo sólo de mí pueso responder.

CONCHA.- ¿Aunque quisieras hacerlo por otros?

NINES.-¿Todo se andará, Concha?

EL AFRICANO.- ¿Oíste de Tomás Calleja, Ventura?

VENTURA.- Sí. En casa tenemos libros suyos. Ya puedes suponerte que de muchas materias.

EL AFRICANO.- Pues aquí tienes su propuesta hecha realidad. La Plaza de la Violeta el espacio festivo de la Villa. Y no porque agonicen los mercados, sino por otras causas más profundas. El bienestar, la diversión, el horizonte abierto, sin fronteras. Sólo para eso la Villa y sus vecinos.

VENTURA.- ¿Cómo antes del pecado original?

CONCHA.-Y aunque falta Benito el maestro, ha quedado la canción que nos hizo. Hasta estas jovencitas se la saben.

VENTURA- También para ellas y por ellas iba, aunque antes de su concepción. Pero me siento un poco nervioso. Nuestro Africano me está comparando con mi padre. Y en ese terreno estoy inseguro, me pierdo.

EL AFRICANO.- No lo creo Pero efectivamente, el cotejo me resulta inevitable. Aunque te diré una cosa. Yo sí que me sentiría perdido si hubiera de hacer un balance.

VENTURA.- Lo que más me preocupa es el aprobado en sepulvedanía. Comprendo que es mucho pedir, pero...

EL AFRICANO.- ¿No nos has dicho habértele dado a ti mismo?

VENTURA.-Sólo en la intención. Yo no creo en esas competencias.

PEÑA.- ¿Y quién las tiene? ¿Las de nuestra edad o las de nuestro Africano? ¿Nosotras o los hombres?

VENTURA.- Vosotras, claro. Las de él pueden seguir enjuiciando a mi padre. Pero se me está ocurriendo una cosa rarísima. Tanto que no me atrevo a confésarosla.

CARMEN.- Venga, no te la guardes, no tienes derecho después de haberlo soltado.

VENTURA.-Bueno, acaso sea una prueba de fuego.

CARMEN.-Bien, al grano.

VENTURA.-Yo colecciono cactus. Méjico es el paraíso de ellos. Como todas las plantas, los cactus tienen su nombre en latín. Hay uno que se llama Mamilaria elongata. Cuando consiga contagiar a alguna chica de Sepúlveda de mi pasión por él me sentiré apto. Aunque me costará un poco desafiar a la Real Academia haciéndome leísta y laísta.

LUISA.- Pero no esperaremos al examen para bailar contigo.

VENTURA.-Por lo menos Peña, ¿no? Tiene que llevarte en su avión Carmen. El rancho de Tamaulipas donde ahora trabaja mi padre te gustará. Vacas que son una mezcla de las suizas y las cebúes jorobadas de África. Pero la joroba no es fea.

PEÑA.-¿Tendría trabajo?

VENTURA.-No sería imposible. Pero acaso tu preferirías las lecheras más suaves de Chihuahua.

PEÑA.-A mi madre la  oí que tu padre vivía entre caballos.

VENTURA.-Eso fue al principio. En Nuevo León. Eran muy finos, de carreras, de los que recorrían las cinco partes del mundo.
(Llegan El Mesonero y Crisanto y llaman a Ventura).

MESONERO.- ¡El hijo de Rafael en Sepúlveda! Que no se te suba a la cabeza, pero para verte enseguida he venido desde Segovia.

VENTURA.- Por unas horas huérfana la ciudad episcopal. Pero no sé mi padre, yo sí estoy seguro de no merecerme más que un vaso de vino.

CRISANTO.-¿Qué es eso de ciudad episcopal?

VENTURA.- Es que vivo en el mundo de la piedad barroca de mi tesis doctoral. Capital de provincia me suena a anacrónico.

CRISANTO.- No te creía un joven tan interesante. ¡Bravo!

MESONERO.- ¿Sabes que tu padre, sabéis que vuestro Rafael fue mi primer cliente de categoría?

VENTURA.- Sí cuando se fue de aquí no tenía un céntimo ni trabajo fijo siquiera.

MESONERO.- Aun así. Cobraba algún extra y no era precisamente tacaño.

VENTURA.-En todo caso, ahí está la demostración de haberse debido a sus méritos exclusivos el imperio que usted ha creado.

MESONERO.- Bueno, falsa modestia no voy a tener. Desde la puerta de mi mesón ya he dominado el mundo.

CRISANTO.- Por algo es paisano de un emperador.

MESONERO.- ¡Qué cosas! Un emperador de mi pueblo y ninguno de París. (Dirigiéndose a Carmen). ¿Tú padre es médico?

CARMEN.-Sí.

MESONERO.- Claro, Antonio. La que a su familia se parece...De manera que eres la azafata.

CARMEN.-Tanto que hacer, tantas gentes de las cinco partes del mundo, y al tanto de todo.

MESONERO.- Por lo menos de todo lo de acá. Pues ceréeme que estoy orgulloso de que Sepúlveda haya dado una azafata a nuestros aviones. ¿Y sabes que por un motivo muy personal? Verás, un monseñor del Vaticano, su autógrafo está enmarcado en uno de los comedores, me definió como el oficiante de la hospedería. Quería decir el mantenedor de la hospitalidad, incluso con su ritual, en un mundo donde la profusión de los visitantes la ha hecho desaparecer, y sólo quedan el servicio y la cuenta. Pues eso es lo mismo que hacéis las azafatas en los viajes.

CARMEN.- ¿Saben en Iberia de esa ocurrencia?

MESONERO.-Precisamente para decírselo estás tú.

VENTURA.- (Al Mesonero y Crisanto).- ¿Parecen haberse quedado ustedes muy meditativos?

CRISANTO.- Sí. Nos acórdabamos de la otra vez que coincidimos en La Violeta. El mismo día en que tu padre se fue de Sepúlveda.  La víspera de aquello. (Se apartan Nines y El Africano aparte, y los demás dispuestos a bailar).

MESONERO.- Y hace mucho tiempo, más del preciso para darme la razón, en vez de esperanzas de recuerdos recuerdos de esperanzas. Las crecidas y los estiajes pasan. Pero el caudal, precisamente por estar siempre pasando no pasa nunca. Es raro el día que no tengo clientes extranjeros, no voy a decir de los nuestros, que traen a colación alguna memoria de la guerra suya. Con la esperanza de que no vuelva. En las trincheras o desde los aviones, haciendo la guerra se acordaban de mi mesón. Con la esperanza de que volviera. Y felizmente llevaban las de ganar. Incluso a quienes les tocó quedarse. ¿Y tú?

CRISANTO.- El nómada que quiere hacerse más sedentario que los que lo fueron siempre. Pero tampoco es una contradición. Después de patearme las siete partidas del mundo mi ideal sería dar algún curso de vez en cuando en Sepúlveda y nada más.  Yendo de un barrio a otro viajaría de una a otra latitud en el recuerdo. Incluso en la esperanza. Como antes, cuando de una latitud a otra iba me parecía andar intramuros de mi pueblo. Los monjes medievales lo expresaron bien. Los había de clausura en sus monasterios, la estabilidad un voto añadido. Otros hacían el de la vida errante por Cristo. Pero los primeros hablaban de peregrinación en la estabilidad, y los segundos de estabilidad en la peregrinación.

MESONERO.- Ya hablaremos del curso.

CRISANTO.- No somos desdeñables las viejas realidades, pero siempre que hagamos sitio a las jóvenes promesas. ¿Qué nos cuenta de su tesis el hijo de nuestro Rafael?

VENTURA.- Todo empezó por la amistad de mi padre con el cronista Artemio de Valle-Arizpe. Una vez estuvo él en casa y cuando mi padre iba al D.F. solían verse. Recuerdo que el primer libro suyo que leí, Estampas virreinales, se me hizo muy pesado. Pero desde el segundo me enredó, sí, es la mejor palabra. La campanilla de las ánimas, las procesiones, los mantos de las vírgenes, las novenas, los cristos sangrantes o no, los santos abogados, las apariciones y los milagros, todo alumbrado por cera, mucha cera, de los virreyes a los indios que no hablaban castellano. Empecé a ver las iglesias barrocas y sus retablos. Mi padre me dijo entonces que el de la Virgen de la Peña no podía tener allí ningún equivalente, por estar enmarcado en un ábside románico. Y entonces me propuse dedicarme a su estudio, como trampolín además, eso sí muy ambicioso, para trepar a las ideas estéticas. Lo expreso de esta manera tan pedante y así me anticipo a las críticas, me critico yo mismo y no me disculpo.

CRISANTO.- No puedes imaginarte lo que me emociona oírte. ¡El hijo de Rafael andando los buenos caminos! Acá en cambio han tomado el arte por juguete de rico nuevo. Te habrás enterado de que destrozaron El Salvador. Menos mal que has llegado a tiempo a la Virgen de la Peña. En el artículo Sepúlveda del Espasa hay una foto del interior del Salvador. Pero pasó como las pajas que se lleva el viento.

VENTURA.-Las páginas de ese artículo están tan manoseadas en el Espasa de casa que hemos tenido que reforzar las márgenes con tiras transparentes.

CRISANTO.- Un artículo que por cierto ha dejado una pequeña huella en el archivo municipal. Ahora, esa ilustración podría ilustrar una elegía. Ni a los muertos dejaron en paz, pues levantaron sus lápidas y luego las colocaron a su capricho. Las paredes desnudas para que a los mediocres sin imaginación no les entre dolor de cabeza por la mezcla de los estilos.

VENTURA.- Sobre la mezcla de estilos, sí, podría ser el subtitulo de mi tesis. Pero doy vueltas a una prolongación de ésta que ya no estoy seguro de que merezca su aprobado, aunque me consta que pocos tan abiertos como usted en el mundo académico.

MESONERO.- Tanto como yo en mi mesón.

CRISANTO.- Y ya es decir.

VENTURA.-Pues verán. Se suele definir el barroco por el recargamiento. Y es una característica suya, sí. Pero conjugado con una significación profunda. Recargado está el retablo de la Virgen. Pero todo converge, aunque hay que fijarse mucho, pues a simple vista no lo parece, a la hornacina donde está la imagen. Es asombrosa la perfección con que lo consiguen los pequeños ángeles, a pesar de que sus movimientos podrían ser un paso de ballet. Pues bien. En el cuadro de Zuloaga con Gregorio ante la vista de Sepúlveda, yo creo se puede sostener que todo converge hacia esta Plaza de la Violeta. Acabada entonces de construir. Pero hasta las iglesias medievales miran y señalan a ella. Y así las cosas, así tal y como yo las veo, quiero decir, aunque no yo solo, me parece posible establecer una relación entre el retablo del siglo XVIII y el lienzo del siglo XX. ¿Heterodoxo?

CRISANTO.- Por eso sugestivo para un heterodoxo tan impenitente como este profesor errante. Sí. La Sepúlveda de los trabajos y los días continuos para la libertad lúdica de La Violeta. Y no al revés. En tiempo presente. ¿Y en el futuro? Yo tengo una tremenda aprensión. Un franciscano vasco amigo que vive en una pequeña comunidad italiana, en Quaracchi, dedicada exclusivamente y desde hace muchos años a hacer la edición crítica de las obras de san Buenaventura, al que Unamuno llamó el trovador de la Virgen, me ha dicho que la televisión ha destruido ya el horario de algunas casas religiosas. Y el horario es, por lo menos acaba siendo ni más ni menos que la observancia, la consagración de la vida. ¿Qué ocurrirá con ese fenómeno, con la televisión en nuestros pueblos? Entonces La Violeta será el único áncora de salvación de Sepúlveda.

VENTURA.- ¿Eso quiere decir que para esos tiempos el barroco será necesario, deberá estar de moda?

CRISANTO.- Claro que sí. Y de no estarlo los hados se cobrarán su buena factura. De momento tú al tajo. De veras que no le habrías podido escoger más luminoso. Y actual, por mentira que parezca.

VENTURA.-Desde mañana, de hoz y de coz en el archivo parroquial.

CRISANTO.- Como entre las violetas de La Violeta.
(Vuelve Carmen).

CARMEN.- ¿Saben que me están entrando unas ganas locas de volar a Méjico? Pero es muy largo todavía para mi poco tiempo en la empresa.

MESONERO.- Todo podría andarse. A mí hace tiempo que me han invitado a ir allí. Y estoy ya haciendo los planes.

CARMEN.-Llevarle sería para mí el doctorado.

VENTURA.-Y cum laude si además iba Peña a ver aquellas vacas y esos caballos.

CRISANTO.- Sin excluir a los bípedos.
(Llega Concha).

CONCHA.- ¿Planes de viaje? ¿Y si yo también los hiciera?

VENTURA.-Tan perfecto que daría algún temor aun sin ser supersticioso.

CONCHA.- A tu padre no le deja de rondar la cabeza un homenaje póstumo aquí a doña Eleonora con una obra de Lope de Vega.

VENTURA.- Pero no basta para decidirle a venir a actuar en ella.

CONCHA.- ¿Y si la montaña fuera a Mahoma ya que no viene Mahoma a la montaña? Si allí hay gente yo me comprometo a montar Doña Rosita la soltera. Aunque tomando por título sólo El lenguaje de las flores, que al fin y al cabo es su segunda parte.

VENTURA.-Mi padre siempre ha pensado en La dama boba.

CONCHA.- ¿Te crees que no estoy enterada? Y también que duda entre Nines y yo quién sería Finea y quién Gerarda.
(Llegan El Africano y Nines),

CARMEN.-De viajes hablábamos. Y, que si los bramanes de mi compañía no me estiman bastante madura para ir a Méjico, a Melilla y a Tetuán y al otro lado de esa frontera, ya estoy cansada de volar. Habiendo casi siempre sitio para una pareja más por lo menos. (Se quedan mirándose Nines y El Africano).

EL AFRICANO.-¿Y el avión de Méjico va muy cargado?

CARMEN.-Depende, claro. Pero, ¿por qué te interesa?

EL AFRICANO.- Es que estoy pensando que acaso la interese mucho a Luisa.

PEÑA.-No lo creas. Mientras el Méjico-Madrid  venga a su medida no pensará en la otra dirección.

CARMEN.- En todo caso no estaría del todo fuera de su sitio si cambiaran las tornas. ¿Sabéis que las primeras azafatas eran enfermeras? Allá en los Estados Unidos, cuando empezaron hace más de treinta años. Lo cuenta un piloto raro que tiene afición a la historia.

LUISA.-Pero se vive en el presente.

CARMEN.-Eso es. En cierto pasajero del Méjico-Madrid.

PEÑA.- ¿Pero de ida sin vuelta?

CARMEN.-Entre la ida y la vuelta todo es posible.

EL AFRICANO.- Por San Juan era doncella/ la moza de Gil de Blas./ Por San Juan era doncella,/ por San Pedro tralará.

MESONERO.-Conozco esos versos. Porque son de un amigo, Cerón, el de Obras públicas.

CRISANTO.-El marido de la Mujer de tierras de Segovia que retrató Emiliano Barral. Por cierto, todavía en los sótanos del Museo del Arte Moderno. Ya sabéis el motivo. Pero a propósito de teatro, Azorín no tuvo éxito en él, pero tiene una comedia que nos vendría pintiparada en Sepúlveda. El título está en inglés, Old Spain. Tan frívola y caprichosa como la de un millonario yanqui que con sus caudales resuelve todos los problemas de un antiguo pueblo de la vieja España. Aquí sería la única solución. Lo que quiere decir que no la hay, que no la tenemos. Ya pasó el tren. Y el Madrid-Burgos nos va a quedar demasiado lejos. No sólo en el espacio sino en el tiempo. Pero por eso mismo quedarnos adormecidos ante su escenario tendría sentido.

CONCHA.-Yo os hago la promesa solemne de ir a Méjico cuando me pueda llevar Carmen,siempre que antes haya llevado a Melilla a Tanis con Nines.

EL AFRICANO.-Yo estoy acostumbrado a los barcos.

CARMEN.- Pero aún estás en tiempo de cambios.


                        EPÍLOGO. Monólogo al  cumplir el siglo
  
(Principios del siglo XXI. Un apartamento en la Bajada a San Esteban, haciendo parte de las construcciones en régimen de cooperativa que dejaron entre ellas un espacio plenamente convecinal, entre patio y vía pública. Rafael está reclinado en un sofá, junto a una ventana que da a aquél. El sol entra levemente. En la estancia, un armario con libros y fotos, una rinconera con bibelots, una mesita y varias sillas).



(Rafael, para sí). De pequeño, la madre de un condíscipulo, envidiosa de mi mayor brillantez, me reprochaba, cual si fuera poco menos que un defecto, mi buena memoria. Para ella algo superficial, frívolo, carente de valía, ajeno al intelecto. En cambio, hace poco he oído cantar sus loores al helenista Gil, un hombre que gracias a esa dedicación confiesa haber vivido en un mundo exquisito. ¡Y con cuánta razón su alabanza! ¡Cómo echo yo ahora de menos aquella buena virtud que ya me va flaqueando, infelizmente desde hace tanto tiempo! ¿Dónde sin ella el material para las elucubraciones sapientes? Desdeñarla viene a ser algo así como para el automovilista preterir la gasolina.

Se me ocurre esto a propósito de una novela inglesa en la que un hombre de mi edad, el siglo justo, consigue hacer el amor, tras una larguísima jornada naturalmente, con una mujer de setenta y cinco. Pero soy incapaz de recordar ni el título ni el autor. Aunque se trata sólo de una pieza sin otro interés que el archivístico de datos curiosos. Pues por supuesto no pretendo emular a ese personaje literario. Por otra parte, en Sepúlveda, de mi edad no queda ninguna, y con las que tienen veinticinco años menos me siento tan paternal que pensar de esa manera en ellas me sabría a incestuoso. Son los que llevo a mi nuera Luisa, que no se siente jubilada por la tarea, siempre latente, de atenderme cuando anda por acá. Pero, a esta y sobre todo a la otra orilla del charco, ¡cuántos se habrán preguntado ya hace tiempo por la fecha aproximada de la muerte de Rafael, el sepulvedano!. Tanto que yo a veces me pregunto si de veras soy el que aquí sigue.

(Se cambia de postura). ¡Qué bien me siento en este rincón! Para vivienda demasiado pequeño, pero para cama de hospital muy grande. ¿Y qué más puedo yo pretender a estas alturas, y en mi pueblo, que una cama de hospital? La vejez es de por sí enfermedad. Lo escribió Séneca, pero antes y después lo dijeron muchos analfabetos y otros tantos letrados, y lo sintieron todos. Sin ninguna necesidad de expresarlo, como las verdades que no requieren de enunciado.

Volviendo a esta mi residencia, en la utilización de cada centímetro cuadrado de este espacio se ha llegado a la perfección. Tiene su sugestión esta victoria sobre la escasez. Nada desaprovechado ni en vertical ni en horizontal, ni a lo largo ni a lo ancho. E idéntico triunfo en la consumación del mobiliario. A la inversa, participa del mismo desahogo en plenitud de las casonas que alardeaban tosca y calladamente de su exceso de cabida.

A las cuales yo prefería la anarquía de los recovecos de algunas viviendas menos pretenciosas de este mi pueblo. Una sorpresa en cada rincón, de improviso un par de peldaños, como una aparición alguna hornacina, y hasta su transformación en cámara cuasi secreta. La entraña del barroco, pero nada más que de las alas de un plano caprichoso y espontáneo. Así es todavía la del canónigo Horcajo en la Plaza del Trigo. ¿Y qué decir de los entrantes y salientes de unas en y sobre y bajo de otras? La primera de la Plaza Mayor en la numeración más antigua, que luego abrigó las delicias gastronómicas de Domingo, fue motivo de un pleito entre la familia colindante de Horcajo y el remoto antecesor de aquél, Esteban Sanz, el yerno de Cayetano Velasco, en otro comercio lejano, con fábrica de chocolate incluida.Yo vi en los autos el dictamen de un arquitecto de Segovia a propósito del laberinto que formaba con esa otra aledaña, ya con fachada a la Plaza del Trigo. Pero no fui capaz de entenderlo. ¿Sí el juez que hubo de sentenciar? Y esas casas de Sepúlveda no se acababan nunca. De veras. Estaban por encima de la aritmética. Rebeldes a cualquier medición. Desdeñosas de la brutalidad de las cifras.

En cuanto a mi asistencia, lo sorprendente es cómo el pueblo, para asegurarla, está recuperando la convecinalidad. Darse una vuelta para ver si sigo vivo, hacerme recados, prestarme los servicios que necesitamos los viejos, traerme provisiones, y discos, muchos discos para compensarme de la imposibilidad de escuchar aquí la Radio Clásica, todo ello se ha convertido en una incesante ocupación colectiva que está haciendo a mis paisanos recuperar el entramado social que habían perdido, inmolándolo a la soledad frente al televisor y el ordenador del hombre moderno. La misma función por lo tanto que la Plaza de la Violeta. Y, a propósito de ésta, ¡qué curioso sueño el mío esta noche sobre el mus y el parchís de sus campeonatos, la encarnación óptima de la convecinalidad en cuestión!
(Cierra los ojos).

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                                               (Interludio en la India Francesa)

NARRADOR.-Yo todavía estudié en Geografía los llamados Establecimientos Franceses de la India. El principal era Pondichery.
Subprefectura y Arzobispado.
Casas blancas, con rejas y azoteas a lo moruno no sé porqué. Palmeras y cocoteros. Las calles estrechas y de nombres antañones: Rue Royale, Rue Saint Louis, Quai de la Ville Blanche. Tras de los visillos, los muebles y los relojes que llegaron por el Cabo de la Buena Esperanza.
En el Golfo de Bengala, no lejos de Madrás, la calma solemne de la provincia que escribió Balzac. Y yuxtapuesta, la población nativa: Bazares, tmplos hindúes, en el paisanaje un paisaje más variopinto.
El Subprefecto, Jacques Gouyon, un bordelés, y un abate vasco, Raymond Etchegaray, gustan de juntarse para devanar el tiempo de su lejana estadía, dando lo suyo a la tierra lejana y a la de su residencia, de una manera que va a llevarnos a los campeonatos de mus y de parchís de nuestra Plaza de la Violeta.
Véamoslo.


(En un cuarto de estar de la Subprefectura. Entra el abate Etchegaray saludando al Subprefecto Gouyon).

ABATE RAYMOND ETCHEGARAY.- A la paz de Dios, Monsieur Gouyon.

SUBPREFECTO JACQUES GOUYON.-Que Él le pague sus lecciones a este nostálgico subprefecto, mi buen abate Etchegaray. Hoy estoy dispuesto a ser un alumno disciplinado y paciente. (Se sientan a una pequeña mesa frente a frente) ¿Le trajo algo el último correo?

ABATE.-Otra de las cartas interminables de mi viejo párroco de Hasparren.

SUBPREFECTO.-A mí, la invitación a la boda de una novia antigua. A ustedes el celibato les libra de estas melancolías.

ABATE.-Prefiero contestarle en latín: Secretum meum mihi.

SUBPREFECTO.-Sólo por permitirles a ustedes salir del paso de esta manera les valdría la pena esa lengua.

ABATE.-No lo dudo. Pero en el Seminario de Bayona no era yo solo el que tenía que agradecer, precisamente al mus, el alivio de la carga del aprendizaje latino y el estímulo a su esfuerzo.

SUBPREFECTO.-Algo así va a ser para mí la clase de hoy.

ABATE.- Servatis servandis. Por cierto que en Bayona me están copiando el pasaje del Diccionario del padre Larramendi que da la primera noticia de nuestro juego.

SUBPREFECTO.-Pero de la palabra, ¿en qué quedamos? ¿Francesa o vasca?

ABATE.-Conociendo los datos, ya sólo queda la libertad de opinar.

SUBPREFECTO.-Mouche. La boca con que se hacen las señas, el hocico si se quiere, es un francés muy castizo.

ABATE.-Pero sólo los vascos lo pronunciamos mus. Y ningún derecho de apropiación mejor que haber inventado el juego. Más interesante me parece la discusión historica entre nosotros a uno y otro lado de la frontera. Pero de ser así, ¿de veras que a otro jesuíta, paisano de Larramendi, se lo enseñaron unos indios de América? Se nos dispararían las fronteras geográficas.

SUBPREFECTO.- De lo que ya tanto sabemos en esta India Francesa. Aunque a veces me pregunto si sólo en apariencia. Como si siguiéramos viviendo en Francia.

ABATE.- Un escrúpulo que yo siento menos, aunque paradójicamente diga la misa en latín igual que allá.

SUBPREFECTO.- Estoy pensando en el jugador que canta el mus. Tremendo simbolismo, yo diría que para todos y cada uno de los hombres. ¿A quién no le trae recuerdos paralelos esa alternativa de hacerlo así o descartarse?

ABATE.- ¿Educación sentimental o filosofía, mi querido Subprefecto? De veras que por la parte que me toca me siento orgulloso de que nuestro juego de tascas suscite tales tan espontáneas como profundas reflexiones.

SUBPREFECTO.- De tascas, pero bien sabe, señor abate, que yo quiero estar muy lúcido cuando recibo sus explicaciones. El mus me parece tan difícil que no tolero más de un vaso.

ABATE.- ¿Eso lo dice un bordelés? ¿Y la caza de la inspiración?
(Entra un criado indio con una bandeja en la que hay una botella y dos copas. Las llena y se va)

SUBPREFECTO.- Pero bebamos por los viejos y los nuevos tiempos. (Chocan las copas y lo hacen). Y por los espacios también. Yo no querría irme de aquí sin llevarme algo de estas gentes. De no ser así, me sentiría menos viajero que antes de conocer París.

ABATE.- Le propongo que antes de la clase echemos una partida al juego de ellos.

SUBPREFECTO.- Buena idea. (Agita tres veces una campanilla). Ya sabe que a esta señal me traen el tablero. Y déjeme que le llame parchisi, como sus inventores de acá. (El criado trae el tablero del parchís y le coloca en el centro de la mesa). Por cierto, me han avisado que va a venir un escritor, Pierre Loti, ese marino que usa este seudónimo. No le he leído ni tengo prisa. Pero haré que le preparen la danza de las bayaderas.

ABATE.- Ya sabe, Señor Subprefecto, que en mis pláticas del Sacré-Coeur, no hago alusiones críticas a la cultura local.

SUBPREFECTO.- Pero de ella le cae mejor el parchís.

ABATE.- El parchisi, sí. Sobre todo jugado entre dos, cuando hay tanto campo para la estrategia y hasta se puede plantar cara al azar.

SUBPREFECTO.- Mas no me negará la brillantez del espectáculo cuando le juegan diez y seis fichas vivientes en los tableros de mármol rojo y blanco de los palacios de Alahabad.

ABATE.- Del sexo femenino, claro. Haría las delicias de ese escritor.

SUBPREFECTO.- Pero en nuestros tiempos, yo ni siquiera me atrevería a ofrecérselo, si nos visitara, al Presidente de la República.

ABATE.- ¿Acaso va a tener nostalgias, mi querido Monsieur Gouyon, de los días en que los arzobispos de Burdeos prodigaban  más su título de primados de Aquitania?

SUBPREFECTO.- Juguemos, pues. ¿Le parece bien que me quede con las naranjas y las verdes?

ABATE.- Claro que sí. En cuanto a mí, el azul es celeste, y el amarillo me recordará el oro eclesiástico. Lo que no quiere decir que esté suspirando por llegar al episcopado.

SUBPREFECTO.- (Luego de quedarse un momento suspenso). Estaba pensando en el inagotable alcance de estas dos diversiones. Desde una taberna vasca y un palacio indio, ¿hasta dónde? Me hace pensar en la infinitud del mar. Poder imaginarnos en el futuro, todo lo distintos que queramos, a sus jugadores en las siete partidas del mundo, en todas las tierras y bajo todos los climas. Imaginación, sí, pero de realidades.

ABATE.- Incluso sería posible idear un juego hecho de esas fantasías. Otros jugadores de mus, otros jugadores de parchís, competidores si queremos. ¿Dónde? ¿Cuándo?

SUBPREFECTO.- Pues se me ha venido a la memoria España. A alguien he oído que sus terrazas se parecen a las de Pondichery. Cuando yo estaba interno en los Marianistas de Burdeos, las noches de amago de lluvia se oían muy nítidos los silbidos de las locomotoras. Yo sabía la hora del tren que iba al otro lado de la frontera. Y si estaba despierto me hacía soñar con la Alhambra de Granada.

ABATE.- ¿Está profetizando campeonatos allí?

SUBPREFECTO.- Aún no.

ABATE.- Yo prefiero de escenario Castilla. Una paisana mía, de San Juan de Luz, vive allí, en un castillo, Castilnovo. En medio del páramo. Me ha dicho que al principio la resultó tenebroso. Pero, una vez asumido, no concibe otro paisaje.

SUBPREFECTO.- De momento empecemos la partida. Ahí tiene sus amarillas y sus azules señor abate.  

ABATE.- A usted, señor subprefecto, las naranjas pueden seguir evocándole España. Y si me lo permite, le recordaré que en la liturgia el verde es el color de la esperanza.

SUBPREFECTO.- ¿También en las novias perdidas y vedadas?

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(Sigue el soliloquio de Rafael).

El mus y el parchís. La Violeta lúdica, pero de todos los días y las horas todas. Ahí lo singular de su milagro. Que siempre se juega en ella. Aunque no sea el tiempo de sus campeonatos.  Y tanto los días de labor como los festivos. Aun en las horas en que está cerrada. Yo tengo una fantasía. Que hubiera en ella un grupo teatral que de vez en cuando, sin avisar, representara un sainete de don Ramón de la Cruz Cano y Olmedilla. Últimamente, cuando voy allí, alguna vez cierro los ojos, y veo la pieza que elijo. A una de ellas, Manolo, don Ramón la subtituló “tragedia para reir o sainete para llorar”. Lo que yo a estas alturas siento ha sido mi vida. Y la de este mi pueblo. Y la de los hombres y sus lugares todos.
 
Las idas y venidas de la historia, alrededor de cada cuarto y a lo ancho de las siete partidas del mundo. Ahora, en este rincón del planeta, el mus y el parchís están salvando lo que estaba perdido, nada menos que mi pueblo, así, sin salvedades. Antes, quienes vivían en él, como en los demás, eran eso, vecinos del lugar. Ahora son habitantes de casas aisladas que están en su casco. Como las casitas que forman una cartuja, donde cada monje vive solitario. Pero los cartujos tienen una tarde de paseo y otra de recreo a la semana. Como Sepúlveda tiene la Plaza de la Violeta. Y ahora este anciano centenario al que atender y mimar un poco.

¿Puesto por eso en razón, en la suprema sinrazón mejor, mi sueño último? Sí pero...¿Mejor haber soñado con el baile, en La Violeta misma desde luego? Mas no. La jubilación tiene sus delicias. Y ya tengo aquí cerca, desde hace muchos días, una deliciosa novela, Cielito de tango, escrita por una mujer argentina, Elsa Osorio. “Con ese roce, esa marca que el hombre hace sobre la espalda de la mujer, ella debe cruzar el pie y girar hacia la izquierda y luego hacia la derecha, para que él la recupere haciéndola girar otra vez hacia él”. Siempre una novela. ¿Por qué no fui yo novelista? ¿No era esa la solución que no supe encontrar al dilema de La botella endemoniada? “No hay secreto que sus piernas no puedan descifrar, con la mano sabia de Pascual en su cintura”. Pasual, ¿acaso san Pascual bailón es el patrón del baile y el abogado de los bailarines y demás gentes de la danza? Ahora me siento deudor a mi pueblo de sus novelas, las que con su argumento tuve que haberle dado.

Mientras en Sepúlveda se baila en La Violeta, sólo allí. Como que no es nada macabro ver en los vivos que lo hacen la representación también de todos los paisanos que fueron  y bailaron. Los de la paz y los de la guerra, los que se fueron a hora temprana y los que rondaron mis devenios. La Sepúlveda que baila en La Violeta por encima del tiempo. Que no es irreverencia negar a la Iglesia el monopolio de la sucesión de las generaciones.

Hay ocasiones, por ejemplo tras la lectura de ciertos libros o la audición de algunas piezas musicales, en que yo tengo la sensación de haber sido inevitable que esas obras fueran creadas. Era tan intenso y constante el clamor de la humanidad por ellas que habían de surgir. Así, en esta Sepúlveda de hoy, La Violeta. Y en La Violeta, el maestro de baile, Sergio.

A la Sepúlveda de la era de la incomunicación que se comunica en La Violeta ha vuelto el baile de salón, por obra y gracia de este argentino, maestro también en la calle de Castelló, un lazo más de tantos como hilan la carretera entre Madrid y Sepúlveda.

Sergio define su menester como la enseñanza de los pasos básicos. Los pasos básicos del baile de salón que, como el mismo baile, son una herencia de los pasos del folklore. Los pasos de la mujer, los pasos del hombre, los pasos de la vida, los pasos de la historia, los pasos del destino, los pasos de la tierra, los pasos del universo, los pasos de la danza.

Mis paisanos de ahora, del fox sólo conocían un poco la música. El fox de mis buenos tiempos, una irrupción del folklore inglés. (Recuerdo al agudo profesor Jover señalando su relevancia en la época, cuando recomendaba a alguna alumna la lectura de El negro que tenía el alma blanca, de Alberto Insúa, apostillándola que tuviese cuidado por lo subidamente erótico de algunos pasajes). Inglés pues el fox. Como el pasodoble, aquí adoptado con tanto cariño, nos vino del folklore alemán. El refugio de quienes no sabían bailar. ¿Yo estaba entre ellos? Habiendo cumplido el siglo, puedo permitirme la vanidad a medias de no responderme. Sergio me dice que a sus disípulos les es algo difícil tomar el estilo de los bailes caribeños. En cambio les nota no haber perdido la costumbre de los pasos vieneses, más aún el vals que la polka. Opina que precisamente el pasodoble, por su misma simplicidad, es más favorable a la relación de la pareja. Y curiosa la evolución del tango, de los arrabales a los salones pasando por la prohibición pontificia.

Aquí tenéis al Cartero/, con la dulzaina en la boca/, tocando buenas canciones, morena/, para que bailen las mozas. De la dulzaina de Julián el Cojo y el señor Eusebio al salón de Sergio. ¡Mi pueblo, mi pueblo! ¡Y qué mujeres las nuestras las suyas! Si por algo Dios dispuso que nacïera yo aquí. ¡Qué nítido vuelvo a oír a Jorge Negrete!  

Voy teniendo cada vez más a menudo la sensación de que todo está en orden, como debe ser, cada cosa en su sitio. Yo, en este apartamento de la Bajada a San Esteban, rodeado de los vecinos de la cooperativa que la urbanizó. ¿Por cuánto tiempo? Esto es secundario. Pero la pregunta se me ha venido a las mientes esta vez al acordarme de unas tumbas. Las mías, la de Carlota a la otra orilla. Aquí, arriba, la de Concha. Como a mí van a incinerarme no se me plantea el problema de optar por una u otra. Acaso por eso lo he decidido así, que ya están muy lejos las vanaglorias anticlericales de antaño. Y tengo bien cuidada la de Tanis y Nines en el cementerio español de Alhucemas. De Villasanjurjo, que ya pasaron aquellos resquemores y puedo llamar así a la ciudad adoptiva de mi curioso paisano, el autodidacta impenitente, el último heraldo de la erudición progresista. Un día de éstos volveré a llamar al Consulado de Nador.

Parece que a Linneo le daba miedo la felicidad. Como si fuese el presagio de algún infortunio. Yo creo que desde hoy, desde este centésimo cumpleaños, me puedo sentir libre de esa aprensión. No será ya mucho lo que pueda pasarme. Con que me complazco de tener en aquel rancho a mi Rafael y a Peña, ya libres de obligaciones profesionales, pero siguiendo en el disfrute de los animales que les hicieron seres humanos. Y a Ventura con su Luisa en su clausura de la Dehesa de Campoamor, de viaje en viaje aunque cada vez menos, y entre sus libros de arte. Y puedo recordar la novelita de Stevenson sin pesadumbre. Porque el demonio ha salido de la botella.

También viajando Tomás Calleja, entre Torrevieja y Madrid y con escapadas navideñas germánicas, complacido de lejos de la consumación de su sugerencia en La Violeta. La cual ha llegado mucho más allá de donde él pudo ambicionar. No contaba con ese matrimonio de magos, Luisi y Juan-Antonio. La Violeta, el Fuero de Sepúlveda del siglo XXI.

Los catalanes siempre han tenido la debilidad de presumir de ciertas preeminencias de su tierra. En la clínica oftalmológica yo me enteré de una. Hubo un canónigo de Barcelona, tío abuelo del doctor Barraquer, mosén Bacalao le llamaban por su delgadez, que a raíz de quedar los conventos vacíos recogió todas sus memorias dispersas en boca de los supervivientes. Ningún otro territorio tiene algo así en Europa, aseguraban. Y un paciente del mismo doctor Barraquer, después de operado, le escribió que como agradecimiento y recuerdo se iba a leer, con los ojos renovados, los seis formidables volúmenes de aquella obra. Mas, ¿por qué me he acordado yo de esto? Pues sencillamente porque Sepúlveda, gracias a Juan-Antonio, va a taner un archivo arquetípico de su historia contemporánea. Al día, la documentación audeovisual sustitutoria de las cartas que no se escriben. Ni un palmo de terreno, ni un centímetro de piel capaz de escapar a su cámara. Una labor la suya para el futuro complementaria de su misión en el presente. ¿Qué le daremos nosotros a cambio?

De aquellos tiempos no ha sobrevivido nada. Pero yo no he cambiado ni un ápice, pese al radicalismo diferenciador de una y otra época biográfica, mas sólo en las apariencias. Aunque en aquel ayuntamiento republicano propusiéramos que se prohibiese el toque de las campanas, y ahora yo lamento que suenen menos y con menor brío. Hoy, Quince de Agosto, echo de menos más volteos. Y no para felicitarme. Recuerdo que hasta pasar un día de mi cumpleaños en Asunción del Paraguay tuve una asignatura pendiente. Al fin llegó, como tantas otras, no todas. La misa del arzobispo, con guardaespaldas en el púlpito velando por la seguridad del Presidente, los cohetes de la procesión.

Ayer, el telegrama del Rey. Claro que lo agradezco. Como cuando fue allá a ver a la viuda de Azaña y en Toulouse a los viejos republicanos. Pero ninguna satisfación como la de haber sido capaz todavía de poner en el buen camino al viejo Isaías para librar a su perro de un quiste insidioso. Todavía más que la ceremonia de dentro de tres horas. Hijo Predilecto. En el Salón de Plenos. Bajo la mirada del príncipe ecuestre de ese formidable lienzo tan luminoso. Terciopelo rojo en los asientos, y dorado el escudo en los respaldos. Y a la vista la Plaza del Trigo. ¿Le dejará San Pedro a mi padre festejarlo en su ferretería eterna? De don León estoy seguro que lamentará no ser notario para levantar acta de la ceremonia. Pero la cámara de Juan-Antonio no me faltará.

Mientras se acerca un evento al que me hace ilusión llegar, el último vuelo de Carmen. Recuerdo a nuestro Mesonero, comparando el ritual de su hospitalidad con la de las azafatas en los aviones. Mucho ha cambiado ese capítulo. Pero también en el aire surgirá alguna Plaza de la Violeta. Feliz ocurrencia esa comparación. Las musas de ágiles rodillas, que cantó a las azafatas Jaime Gil de Biedma. De no haber sido Carmen nuestra azafata sepulvedana, ¿habría ido Concha a buscarme? ¿Y mi colega Peña a ver mis vacas y mis caballos y quedarse con mi hijo como Concha conmigo?

Dijo el Mesonero que yo fui su primer cliente de categoría. De chico espabilado nada más. De mí saltó a los ministros de la República. Más difícil le habría resultado a la postre elegir el más ilustre entre las gentes de los cinco continentes y las islas lejanas de su imperio. La vida que pasa. Como el amor. Pero por eso mismo quedan una y otro. Es el único aforismo que los viejos no debemos olvidar nunca. Bien aprendido y guardado ese secreto, tendríamos bastante.

Cada cosa en su sitio. Yo aquí en mi pueblo, al siglo de haber nacido en él. Pero también transterrado. Como lo estuve allá. Y lo sigo estando cuando vuelvo.

Mas, ¿y los fantasmas del mundo? ¿Los cuatro jinetes del Apocalipsis? No voy a cerrar los ojos. Pero si fueran sólo ellos los desbocados tendríamos andado el primer paso. Sí. Siento a Méjico muy cerca de Dios y muy lejos de los Estados Unidos. Aunque me pesa de haber vivido todavía cuando tantos libros y papeles ardieron en Bagdad.

A las sobrinas del cónyuge se las llama políticas, no sé si naturalmente o no. Para las de los amigos y los paisanos no hay vocablo. Y yo me paso este rato de vida echándolo de menos. Estoy en el paraíso de las sobrinas. Tanto que mi pueblo me está pareciendo un harén casto. Se pelean por copiarme el recetario de dulces poblanos que vengo recordando. No sé si lo harán también por elaborarlos o dejarán la tarea a sus viejas madres. Puebla de los Ángeles, con todavía más iglesias que Sepúlveda.

¿Esto es la terminación de una novela rosa? Pero también el rosa existe. Incluso en los tiempos severos de la Santa Madre Iglesia podían usarse ornamentos de ese color dos domingos al año, un alivio precisamente del morado del adviento y la cuaresma.

Y a estas alturas. mis cataratas reducidas a argumento de una elegía. Sendos cuartos de hora escasos en el quirófano de luces de colores, fuegos de artificio, la judía o habichuela o puente-¿el de Alcántara?- a la que había que mirar, retratadas en ese jolgorio Carlota y Concha... Cuando en la misma Sepúlveda Mario Esteban termina su Historia de la Oftalmología. Una operación rejuvenecedora. Aunque sólo sea para dejar de ver definitivamente con dignidad. Terrible por cierto el poema de Antonio Machado a Emiliano Barral, el deseo de la ceguera. Hubiera sido preferible uno de su hermano Manuel. Pero la estancia sepulvedana de Marío si fue prodigiosa. Una clínica oftalmológica en el pueblo cuando éste había bajado de los mil habitantes. Una compensación del fallido intento de Crisanto de terminar con esporádicos cursos impartidos en él su tarea de profesor nómada.

Y sí, ya sé que en cualquier lugar del globo puede haber un establecimiento que se llame Samoa y tenga una decoración samoana, en las realidades de lo vulgar. Pero para mí, nuestra Samoa, el bar de Sepúlveda, es un misterio porque es un trozo de aquella isla. ¡Como sueño y disfruto bajo sus palmeras de esplendentes colores! También a esa decoración habría que declararla bien de interés cultural. Por cierto que, ¿aprobaré mi asignatura pendiente? La de ir a Samoa, a la otra quiero decir, a la isla de Stevenson. Mis nueras están divididas. Luisa me lo aconseja, y Peña se opone, curiosa discrepancia entre la enfermera y la veterinaria.

¿Estuvo igualmente en su sitio Leonor en el convento de las jesuitinas? Pienso que sí. Que me perdone. Pero todos los días miro la estampa de Santa Rita que yo la regalé y luego ella devolvió a mi hijo Ventura, el que hubiera podido ser nuestro, en su primera visita a España. En su sitio, sí. Pero ello sin pasar de una intuición. No tanto como cuando en el Teatro pusimos al fin La dama boba en memoria de doña Eleonora. Y a la otra orilla, Doña Rosita la soltera, sin que ya pudiera darse por aludida a sí misma Concha. Eso sí, cuando conseguí enterarme de que Leonor había leído La botella endemoniada, me sentí aliviado, alegre, Como si hubiera sido una asignatura pendiente que se aprueba. Pobrecilla, tuvo que pedir permiso a la madre superiora, y no se la dio a la primera. Y fue en China. Hasta dicen que sólo un benedictino yanqui fue capaz de ablandarla.

También en su lugar el hombre cuando vuelve a la tierra. Como el polvo al polvo que es, según nos decían el miércoles de ceniza. ¿Y no es un milagro que desde aquí mismo yo vea, esté viendo tres ejemplares de la Mamillaria elongata, el doctorado en sepulvedanía de de mi hijo Ventura, la adopción por algunos paisanos de su capricho impertinente?

Me acuerdo últimamente de don León más que en otras etapas de mi vida. Me he convencido de que su decisión de no sufragarme la carrera en la ciudad de su nombre se debió a creerlo más conveniente para mi entrada en la vida. Confiando en el triunfo de mi esfuerzo. Él siempre se sabía en mi retaguardia por si fuera preciso. Y tuvo razón. En cuanto a doña Elisa, fue tan otra desde que se quedó sola...Pero yo la sentía más cerca a la otra orilla. Como en ésta del tiempo cada vez más a mi padre. Mas, ¿por qué se me viene ahora al magín que la tesis de mi amiga de Úbeda, la historiadora Adela Tarifa, tratara de los expósitos de su  esplendente ciudad? Aunque parece que ellos estuvieron peor que los nuestros de San Cristóbal.

Pero me quiero seguir complaciendo en el milagro de nuestros Juan-Antonio y Luisi. Roma ya no tiene el café Greco, ni Venecia el Florian, ni Florencia el Gilli, ni Turín el San Carlos, ni Pisa el Ussero, ni Padua el Patrocchi, ni Trieste el San Marcos. Y en Viena ya no están el Central, ni el Imperial, ni el Sperl, ni el Museum, ni el Karlplatz, ni el Leopold Hawelka ni el Tirolerhof. Pero Sepúlveda no sólo no ha perdido, sino que ha ganado La Violeta. El poeta Louis Aragon escribió que la historia se reduce a cambiar de café. Tener un café es necesario para existir y que la historia siga. Mi pueblo debe pues a La Violeta seguir siendo.
(Se oye un rasgueo de guitarras, anunciando un corrido)

Mis Mariachis han llegado antes que los nietos. ¿Tendré tiempo de que me acompañen todos ellos al próximo derby entre el Athlétic de Bilbao y la Real Sociedad? Ahí sí que mis dos nueras están de acuerdo para animarme al viaje. Recuerdo que nuestro Mesonero decía que somos del Norte y que éste empieza en Tres Casas, el pueblecito aledaño a Segovia que fue de la abadía de La Granja. Y cuando León Albarrán volvía asombrado en el coche de línea de su padre diciendo había contado veinticinco coches desde Aranda, cuando el Athlétic jugaba la final. También en el norte está Vigo. ¿Cuántos años sin saber de aquel condiscípulo que tanto afecto me tomó, inexplicablemente, y que tenía la rareza de ser partidario del Celta- entonces nos decíamos seguidores-? ¿Cuántos desde que ganó al Madrid por 2-3 y empató a uno con el Coruña en el campo de éste?

(Asoman los Mariachis cantando).
                                                           A nuestro Sepulvedano
                                                           le canta el Méjico lindo,
                                                           el corazón en la mano
                                                           y un vaso de vino tinto.

¿Habrá sido mi última salida la del homenaje a Antonio Pereira en Ponferrada? Una devolución de la visita que hizo a La Violeta y a nuestra Samoa en el centenario de Stevenson. En Ponferrada aseguró que había llegado aquí una tarde en La Sepulvedana. (Línea que no viaja a esta Villa, y además está amenazada de un cambio de nombre. Pero no importa. Un cuento de Pereira, Toque de obispo, relata un viaje en tren a Mondoñedo, donde no le hay. Pero le habrá. Tambien La Sepulvedana, sin perder su nombre, llegará a Sepúlveda). Sí. Que Pereira habló con unos pastores envueltos en sus capas pardas. Y en la habitación que le depararon sus anfitriones, de una casa misteriosa batida por el viento, llena de libros y de recuerdos de un escritor, y de cuadros con paisajes y escenas de Samoa, las Oraciones a Vailimia de Tusitala, estaban en la mesilla de noche. Se durmió luchando contra la tentación de desvelarse y releer allí mismo la historia del doctor Jekill y míster Hyde. Y Robert-Louis Stevenson se le apareció. Sepúlveda, pues, ha pasado a ser el pueblo donde por las noches Stevenson se aparece. Porque siempre, no sólo aquí, estamos en una atmósfera de misterio y rodeados de cosas misteriosas. El próximo cuento de Antonio Pereira va a titularse Sepúlveda y Stevenson. Me ha confesado que de la estima que me tiene hace parte ser los dos hijos de ferreteros. ¡Y qué tremenda solemnidad tenían los catálogos que sus proveedores mandaban a mi padre! Merecía la pena que me encuadernara uno en Cádiz Galván, como lo está haciendo. El último lujo de un jubilado.

Pero de los Mariachis me parece ha emergido la voz de Jorge Negrete. Y cerca, muy cerca. ¿Demasiado cerca?   

(Cantan los Mariachis
                                               A nuestro Sepulvedano
                                               felicitan sus paisanas,
                                               el corazón en la mano
                                               al alba de cien mañanas)

Sí. Están allá arriba. Pero también los hay aquí, en mi pueblo, y en La Violeta. Los míos, aunque también lo sean éstos, están allá, pero no solos. Que les siguen acompañando los animales, mis animales que me hicieron hombre. El papa Juan Pablo II creía en su resurrección. Se lo comenté a un amigo alemán. Y me dijo que en eso coincidía con Martín Lutero. Y ahora, ¿con quién? ¿Dónde estoy yo? ¿Bailando en La Violeta? Pero ahí están los unos y los otros...              

(Se acerca más el canto:

                                               Siete puertas, siete llaves,
                                               las guardan siete doncellas.
                                               Se fue una a la Nueva España
                                               para volverse una estrella

                                               A nuestro Sepulvedano
                                               le abren todas a porfía,
                                               y voltean las campanas
                                               que en su pecho las tenían).

Pero tengo que irme arreglando para llegar puntual al Ayuntamiento. Ahí, sí, parece. ¿Y a Samoa? ¿Y al estadio de San Mamés? ¿O a dónde?

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