viernes, 17 de septiembre de 2010

Dos capiteles de la Virgen de la Peña

DOS   CAPITELES    DE    LA    VIRGEN    DE    LA    PEÑA

PERSONAJES:

Ludivina
El Enano
Elías
Andrés
El Médico
Pedro
Pablo
El Obispo
La Condesa
Odilón
El Notario
María Falces
Eneco
Abdón, Senén, Hipólito, José niños; luego jóvenes
Gabirol
María de la Peña
El alcalde Millán
Hugo                                             I

(Un pequeño cuarto, en el que hay un camastro, donde está Ludivina, con su niño recién nacido. Se oye cantar)

Vamos al rincón, mi pequeñita,
vamos al rincón del rey,
para coger las frescas margaritas,
vamos al rincón del rey.

Ludivina.-No, esa canción no, ya no, no más. Que va a despertar a mi niño. Mi niño que está soñando con las hadas buenas del rey Meroveo y los caballeros encantados del rey Merlín. Aquello no más.
No la llames, no la llames,
no la llames que se esconde.
Llámala clavel de España,
verás como te responde.

Ésta sí. Le arrulla, le vela el sueño, hasta puede soñar con ella si se le acaba. Yo la oigo como si un viento me llevara a España, un viento muy suave pero muy ligero.
La Reina de Francia,
la Virgen María
guardará a mi niño
de noche y de día.

Ángel de la guarda,
querubín de guía,
con sol y con luna
dulce compañía.

Pero, ¿qué me pasa? ¿Dónde va mi sangre? Toda. Arcángel San Miguel protégeme, no le dejes.


(Muere. Entra el Enano saltando y tarareando).

Enano.-Cuando amanece soy de Dios,
cuando anochece soy del diablo;
cuando es de noche no lo sé
y tampoco cuando es de día.
Que lo digan de día el sol
y de noche la luna.

Abril, mayo, junio,
enero, febrero, marzo
En uno los tres
Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Octubre, noviembre, diciembre:
Satanás, Belial, Lucifer,
uno sólo los tres;
julio, agosto y septiembre.

(Se agacha en un rincón. Y coge una medalla que había en el suelo)
De una medalla voy a hacer dos. Partiré por la mitad a San Miguel, y a cada lado un platillo de su balanza dejaré. Cuál de Dios, cuál del diablo, yo no lo sé. De la izquierda y de la derecha, ¿quién sabe cuándo y dónde?, me reiré.
(Se lleva una mitad y deja la otra en el mismo sitio. Entran Elías y Andrés).
Elías.-Andrés, Andrés, pero si no se ve más que sangre. (La toca). Está fría. Y dura, rígida, como una piedra de granito. Voy a llamar al físico. Me encargaron de hacerlo cuando fuera preciso. Y ya no tendré que molestarme otra vez. Pero oye, Andrés.
Andrés.-Dígame, señor Elías.
El.-No digas nunca a nadie lo que estás viendo aquí.
A.-Ya lo sé, ya me lo dijo antes.
El.-Pues te lo digo por última vez. Y como si fuera la única. Tu viniste a arreglar a Ludivina que tenía mucha fiebre. Respondió. Me llamaste. Yo me fui a por el físico. Mejor, vas a llamarle tú. Pero ten cuidado. Si dices algo más, nadie podrá asegurarte de las consecuencias.
A.-Descuide, señor Elías.
El.-Eres muy joven. Por eso tienes más tiempo por delante para contar cosas. Pero es mejor. También tienes más tiempo para perder. Por eso te he escogido. Con que, sólo de Ludivina. Aquí no ha habido ningún niño. Pase lo que pase en el castillo, desde ahora mismo hasta que tengas resuello, por mucho que te dure.
A.-No se me olvidará, señor Elías.
El.-Pero, ¿y esta media medalla? (La coge). Qué cosa más rara. ¿Estará por ahí el diablo? ¿O el Arcángel? Andrés, te lo repito, nada. Si oyes que alguna vez las hormigas son más poderosas que las águilas, no te lo creas. Por tu bien. Yo tampoco quiero saber nada. (Deja la media medalla donde estaba. Coge al niño y se va. Se asoma el enano riéndose).
A.-Tú tenías que ser. Por más que seas un pobre diablo, algunas veces me das miedo. Y ésta es una de ellas. ¿Qué buscas’ ¿Qué quieres decir?

Enano canturreando:  

La media de Dios,
la media del diablo,
guárdandome todo
que todo lo parlo.          


(Entran Elías y el Médico que se inclina sobre la cama).
Médico.-Que en paz descanse.
El.-¿No la pincha?
M.-No es necesario. Si tuviera vida con estos síntomas, podríamos sospechar lo mismo de cualquier estatua.
El.-Es que la vamos a dar tierra enseguida. No tiene a nadie de familia. Apareció acabada de nacer una mañana a un lado del puente levadizo. Dijeron luego que por la noche habían pasado unos juglares de París.

M.-¿No la habían reñido a cuenta de Odilón el imaginero?

El.-Eso dijeron. Yo no lo sé. Pero seguro que Odilón no pediría que se retrasara el entierro.
M.-Por mí ya está hecho. Puedes entenderte con el cura. He de ver también a un niño, ¿no?.
El.-Sí. Pero eso corre menos prisa. Cuando me diga la condesa volveré a avisarle.
M.-¿Ella está bien?
El.-¿Y me lo pregunta a mí? ¿No es usted el físico?
M.-Por cierto, ¿qué tal con mis hojas de acebería?
El.-Una bendición. No siento ya el fuego del estómago.
M.-¿No te parece que los judíos y los cristianos nos necesitamos los unos a los otros?
El.-Estoy convencido.
M.-Nosotros seguimos esperando al Mesías. Vosotros créeis que ya vino. Mas, por eso mismo, a pesar de ello, ¿no os estamos estimulando la virtud de la esperanza?
El.-Ahí ya no le sigo yo. Doctores tiene la Iglesia-
M.-Claro. Y la sinagoga.
El.-Sí, pero ¿quién sabe?


(Se va el médico y entran Pedro y Pablo, con un sillón cada uno que colocan. Se ponen a barrer).
Elías.-A vosotros no voy a deciros que os calléis lo que estáis viendo y vais a ver o podéis adivinar. No. ¿Sabéis por qué? Porque si lo dijeráis, nadie os creería. Hasta se dudaría de vuestros cabales. Sí. ¿Quién se iba a creer que la Condesa y el Obispo iban a platicar en este cuartucho de la más ínfima criada?
Pedro.-¿La Condesa, la Señora?
Pablo.-¿Monseñor el Obispo?
El.-Sí, los dos. ¿Qué os habíais pensado de esta extraña mudanza de los sillones? (Tocan a muerto)-¿Sabéis por quién es? Por el Conde.

Pe-¿Muerto en España?

El.-Sí. Allá lo han matado los moros. Pero no todo es hoy duelo. La Condesa ha dado a luz un niño.
Pa.-¿La Señora?
Pe-¿Un niño? ¿Varón?
El-Sí. Un heredero la Condesa. ¿O cuánto creéis que la faltaba? Eso sí lo podéis decir ya. Y que sois los primeros en saberlo. Aunque ya hace tres días. Tanto que puede venir hasta aquí por su propio pie. Esperaba noticias del Conde. Por eso no se dijo nada. Estaba la Señora inquieta y no quería visitas ni alborotos. Terminar de  limpiar y marchaos. Nada más por aquí es ya cosa vuestra. (Se va. Después de un silencio, habla en voz baja, cauteloso).
Pe.-Pues a fe que soy yo el que dudo si estoy en mis cabales o por ahí hay algo que no encaja.
Pa.-Y qué nos importa?
Pe.-Esa es otra cuestión.
Pa.-Ya sé por dónde vas. Que no están tan cerca los moros de España.
Pe.-De ser así, no deberíamos siquiera dormir tranquilos.
Pa.-¿Cuánto hace que partió el Conde?
Pe-Poco más de dos semanas.
Pa-Y algún alto habrá hecho en el camino.
Pe-¿Entonces? ¿Acaso hay moros hasta en los montes que nos separan?
Pa-Moros no, pero sí otros peligros.
Pe-Eso es cosa de los juglares. Además, de moros acaba de decirnos Elías.
Pa.-Se habrá dado prisa.
Pe.-Prisa sí debía tener.
Pa-Pero, ¿de llegar o de irse?
Pe.-Ahí es nada la pregunta. O quién sabe, a lo mejor demasiado fácil.(Después de un silencio, se hablan casi al oído), Pero no es eso lo más raro.

Pa.-¿Cómo, qué?

Pe.-El niño. Sé por la Radegunda que los señores llevaban dos años y cuatro meses sin dormir juntos.
Pa.-¡Qué cosas pasan en las alturas!
Pe-¿Y abajo no?
Pa-También. Pero se ven más y por eso nos chocan menos.
Pe-Chitón y a ponernos el luto. Oye, otra cosa. Elías me ha encargado que si vemos por aquí al imaginero le mandemos quitarse de enmedio sin contemplaciones.
(Se oye cantar)

El caballero de la cama fría
fue en busca de moros
por la mala vía.

El caballero de la dama esquiva
se encontró en España
la muerte cautiva.
El caballero de la mano sola
la dio libertad
y la tomó en boda.

Alirón, alirón,
¿de dónde vino
el condesito de Montfocón?

Alirán, alirán,
el condesito de Montfocón
¿adónde irá?


(Entran el Obispo y la Condesa y se sientan en los sillones)
Obispo.-Adjutorium nostrum in nomine Domine
Condesa.-Qui fecit celum et terram
Ob.-Tremendas y complicadas nuevas, Señora. Pero Dios escribe derecho con renglones torcidos. Puede hacerlo siempre. Lo hace de vez en cuando. Nos lo recuerda en ciertos momentos. A mí me está sonando muy de cerca ahora.
C.-Sus palabras me son medicinales, Monseñor.
Ob.-Medicina de Dios es el arcángel Rafael. Devolvió la vista al padre de Tobías, a él le libró de los demonios que le impedían el amor, le guió sobre todo.
C.-Que él nos guíe también a nosotros.

Ob.-Así sea. ¿Hubo testigos de los últimos momentos del Señor?

C.-No. Iba entre españoles. Montbéliard se le había adelantado para reonocer los caminos posibles. Había alarma. Hicieron un alto para descansar en una sombra. El sol de allá caía a plomo. Cuando dos castellanos que se habían apartado en busca de agua volvieron se lo encontraron desangándose. No se había notado nada. Él no pudo hablar. Eso dice el pliego.
Ob.-¿De Montbéliard?
C.—Sí. Él volverá con el cuerpo. Tardarán.
Ob.-Me acuerdo de la indecisión de Pilatos en torno a la verdad. Él fue culpable. Pero nosotros no podemos tener más verdad que la redención de Cristo. Todo se hace verdad en su sangre y se lava en el agua de su costado.

C.-¿Y ese pecado contra el Espíritu que no se perdona?

Ob.-Todos los pecados tienen perdón. Deje el pasaje a los letrados. ¿No hubo rastro de los infieles?
C.-¿Los infieles? ¡Ah! No lo dice la carta.
Ob.-Pretiosa in conspectu Domini mors sanctorum ejus.
C.-Tengo miedo, Monseñor.
Ob.-El miedo debe ser estímulo del deber.
C.-¿Dios quiere un sucesor?
Ob.-¿Podemos dudarlo? Ahora que la casa de Montfocón tiene un mártir, ¿seríamos osados de dejar su tronco sin ramas?
C.-¿Está clara la voluntad de Dios?
Ob.-¿Lo saben en el monasterio de Saint Sernin?
C.-Sí. El abad Meroviano venía preocupándose tiempo ha de esta cotingencia.

Ob.-¿La previó el Conde en su testamento?

C.-Yo no lo he visto. Le depositó precisamente en la abadía.
Ob.-A los monjes también les conviene un conde fuerte cerca. Otras ilusiones serían un espejismo.

C.-¿Y a la diócesis?

Ob.-La diócesis no quiere dejarse atrapar en las redes de aquí abajo.

C.-¿Entonces, Monseñor?

Ob.-Yo bautizaré al niño y le confirmaré seguidamente. Signo crucis, in signo salutis. (Se inclina al reparar en algo que hay en el sueño. Se agacha y coge la mitad de la medalla) ¿Qué es esto? Medio San Miguel y sólo un platillo. (Se la enseña)
C.-Es extraño. Nunca lo había visto. Ni idea tengo.
Ob.-Hay que guardarla para el niño. No podemos enmendar a la Providencia.
(Ella la toma y se arrodilla. .Él le da la bendición. Se va y ella un instante después).
C.-La que no lo sabe es la abadesa de Sainte Marie des Fountains.
Ob.-Hay tiempo de comuicárselo.

C-¿Y no podría yo beber en esa casa el agua del costado?

Ob.-La pregunta se la podrá hacer a mi sucesor, o si lo quiere Dios a mí mismo, cuando esté criado el heredero. Y crecido.

(Entra Odilón. Se queda asombrado. Se muestra inquieto. Llega Elías).

El.--¿Qué buscas por aquí?

Odilón-Ya he empezado el Niño para el capitel de la Adoración de los Magos.
El.-Bonito tema. Pero...
O.-¿No ha tenido un niño Ludivina?
El.-¿Cómo¿ ¿Pero qué correos son ésos? Y luego se asombran de que la historia se escriba así.
O.-Sí, de que se escriba. Como de que se borre.
El-¿Para dónde es la adoración?
O.-Para la sala capitular de las monjas de Fountains.
El.-Claro. Su mejor devoción. (Se queda pensativo). ¿Sabes lo que se me está ocurriendo? Que en España tendrías mejor clientela.

O-¿En España?

El.-Sí. Entre los moros de allí hay ahora pocos guerreros. En cambio tienen mucho oro. Tanto que se lo dan a los cristianoa para que éstos les dejen en paz con sus juergas. Bien lo saben los monjes de Cluny. Que algo acá viene. España es ahora la tierra prometida de los franceses.
O.-Acá se quejan algunos de que en Cluny rezan por ellos cual si reyes de Francia fueran. O hasta emperadores.
El.-Faltaría más...
O.-Pero yo no había pensado nunca en aquella tierra.
El.-¿Seguro? Yo no lo estoy tanto.
O.-¿Me crees mentiroso?
El.-No es tan sencillo eso de la verdad y la mentira. Lo cierto es que allá no te faltarán niños de modelo. Y de Ludivina ya no queda nada, ni en esta tierra ni en ninguna otra.

O.-¿Pero esta tierra no es la mía?

El.-Sólo su polvo para después. Y en ese trance todos los polvos del mundo son iguales.

O.- ¿Y la laude?

El.-Da lo mismo.Te repito que nada te queda a tí. Y a los demás del Condado sólo un presente enrevesado. Donde hay futuro es al otro lado de los montes. ¿Quieres una buena taza de vino de despedida? Es de los monjes.
O.-Tendría que ver a un notario. Si me voy quiero escriturar un deseo sobre una pareja de capiteles. Un deseo por si llega a haber una manda. Según me vaya allá.
El.-¿Sabes que a los que nosotros llamamos castillos en España los españoles dicen castillos en el aire? ¿Y qué mejor que el viento a su albedrío para los artistas?. Mas, ¿quieres que te busque un notario? ¿No te basta con la palabra?
O.-No. Requiero la pluma y el pergamino. Y la fe. Precisamente por lo mucho que la palabra valoro. !Quién supiera escribitr¡
El.-Claro. Y mejor ser notario.

(Se oye un canto llano)

Laudate pueri Dominum, laudate nomen Domini). Un presente enrevesado. Pero ninguno de los dos sabemos nada, ¿eh, Odilón? Ni cuando estés en España. Que también oyen las cordilleras.

O.-¿Y a qué viene este salmo del entierro de los párvulos?

El-Lo que te digo. Todo al revés. El funeral por el Conde ya está dispuesto en la catedral de Autun.

(Se oye otro canto)

Requiem eternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis).
(Sentado a una mesita, el Notario escribe en un pergamino y lo va leyendo para sí).
Notario.- ...que si me llegara la última hora sin haber esculpido los dos capiteles descritos en el pliego cerrado que se une, se destinará la parte de mi hacienda que sea preciso, aunque la supongo muy parca, a  su realización, para ser colocados en la iglesia que la persona que vele por su cumplimiento estime más adecuada. Lo que yo el escriba suscribo sin que el otorgante sepa hacerlo,
(Entra Odilón con un vaso de vino en cada mano y los pone sobre la mesa).
O.-Un trago es la mejor firma.
N.- Si se bebe bien. Celebrando un rito, quiero decir.
O.- Así lo hago yo. (Bebe y también el notario).
N.- Óptimo.
O.-No podía ser menos. Me lo han dado en prenda de la huida de esta tierra que es la mía. ¿Cómo será el vino de España?
N.-Como tú quieras.
O.-Así podría ser de no dejarme acá la viña virgen.
N.-Aprende a beber el tiempo. Aunque más no te quede.
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II
A)
(Han pasado veinte años. En Sepúlveda. A la puerta de la casa humilde de María Falces).
ENECO.-Mujer de caridades en verdad. De las que nos cuentan en la iglesia aunque no puedan hacerlas las monjas.
MARIA FALCES.-¿De veras lo piensas así?
E.-¿Puedes dudarlo?
MF.-Sólo llego hasta recelar que pongas en tu reconocimiento alguna reserva.
E.-Satisfación sin tiempo malicia arguye. ¿No es así?
MF.-Acaso.
E.- ¿Qué años tienen los cuatro hijos del difunto Silvestre que te has traído a tu casa?
MF.-De tres a doce.
E.-Con que el mayor ya puede herir la piedra...
MF.-Y a fe que bien lo está haciendo.
E.-Tenía que ser con el maestro Odilón. (Hay una pausa).

MF.-¿Es qué no te parece capaz?

E.- ¿Quién puede dudarlo? A cada cosa lo que sea. Pero...Se me ocurre compararme con él, aunque sean tan diversas la piedra y la madera de nuestros respectivos oficios.Pues el cotejo me viene más profundo. Y quizás a ti también, aunque sin darte mucha cuenta.
MF.- Ya vuelves a lo mismo de siempre.
E.-No. No iba por ahí ahora, aunque bien sabes que no puedo dejar de pensarlo un solo momento del día y de  la noche, más aun de la noche que del día. Pero lo que ahora me anda por la cabeza, es nuestro origen, el de Odilón y el mío. ¿Quién es más extranjero en Sepúlveda y para los sepulvedanos?
MF.-Él se sabe de dónde vinso, aunque no entendiera nuestra habla cuando llegó.
E.-Y claro, aunque Francia esté más lejos y tenga otra jerga, la tierra incógnita es la del otro lado del Duero. Como si más arriba de esa orilla no estuviera la tumba del Apóstol en Compostela.
MF.-Esa es otra cuestión.
E.-Claro. La que va del enviado del Señor a los hombres malos, y desconocidos sobre todo. Dímelo, no te de reparo. ¡Qué más quisiera yo que entre nosotros dos no hubiera secretos!. Ni siquiera ése, el más remoto. ¿Qué te imaginas de él?

MF-Yo me creería lo que tú me dijeras. Mas, ¿por qué tu silencio?

E.-De ti sí lo creo. Pero seriáis pocos los que me dariáis crédito.
MF.-Fuiste tú quien quisiste acogerte a la ley del Fuero que hace borrón y cuenta nueva de cuanto antes pasara a las gentes del Transduero que entre nosotros vengan a avecindarse.
E.-¿Y si te dijera que buscaba sobre todo olvidarme yo mismo? Me conformaría con llevar dentro sólo el rigor del juez más severo que pueda imaginarse..
MF.-Puedes contármelo, sin que ello signifique otra cosa.
E.-Pero sin esa otra significación me sigue la lengua paralizada. ¿Qué hice yo? ¿Maté a alguien? ¿A uno o a más? Ni niego ni afirmo.
MF.-Si creemos en la resurrección habremos de admitir que no es posible matar a ningún hombre.
E.-Ni animal siquiera. Pero esa es otra materia muy distinta. Por eso mismo, matar sería una rebelión contra El de Arriba a la desesperada. Y sin embargo no es tan sencillo cada caso. Ni todos los casos juntos.
MF.-Pero ya te confesaste.
E.-Con el cura. No conmigo mismo. Si pudiera...Podría si tú quisieras.
MF.-No sería entonces a solas, Eneco.
E.-Sí, a la vez que en compañía María Falces.
MF.Acompañado te sientes tú como vecino de la Villa.
E.-A fe que sí, aunque los sepulvedanos no lo quieran ni me quieran.
MF.-No es eso tan simple. Quizás algunos te rechacen yendo contra ellos mismos sin querer saberlo.
E.-Curiosa esa apropiación secreta de la misericordia del Fuero.
MF.-El mundo es muy complicado. Y de todas sus cosas y sus seres ninguno tanto como el hombre.
E.-¿Acaso no más la mujer?
MF.-De otra manera.
E.- ¿Y cuándo de las cosas del querer se trata?
MF.-Dejémoslo.
E.-Una vez más. ¿O una por todas? ¿Lo mismo que a la vez el maestro Odilón?
MF.-A los que no dejaré nunca será a los hijos de Silvestre.
E.-Bien me parece. Y que sea para siempre. Pero aun estás a tiempo de tenerlos tuyos dándoles hermanos. Que la Villa sigue necesitando gente, pese a tantos como a ella vinimos de luengo y que por eso la sentimos más nuestra, como adquirida por derecho de conquista.
MF.-De ella tú estás enamorado.
E.-De ella también. Aunque no me vine en su busca.
MF.-¿No había oìdo decir del Fuero antes de ponerte en camino?
E.- Sí. Y a él tuve intención de acogerme por precaucion. Pero era del desierto del que quise hacerme habitante. Sólo que al ver este lugar no pude ir más abajo. Me volví a reconciliar con los hombres, aunque ellos no quisieran. Y ellas sobre todo. Por cierto, ¿alguno de tus acogidos no querrá trabajar la madera?
MF- En el desierto no habrías podido hacer estas preguntas.
E.-Pero sí otras. También vagan por él hombres y mujeres. Aunque por no hacer algunas era por lo que a él quería irme. Y hasta me quejo a veces de la trampa que la belleza de este pueblo vuestro me fue. Tanto que sólo tanta podría perdonaros la violación del desierto mismo. Un tremendo pecado, sí.

(Entra Odilón con los cuatro niños. Abdón, Senén, Hipólito y José).
O.-Aquí tienes a tus hijos. Y a los de la piedra, que por sus nombres no pueden serlo más. Abdón, Senén, Hipólito. Se lo preguntaba su padre al cura cuando iba a bautizarlos, santos que con la piedra tuvieran que ver.
E.-Pero, ¿por qué José, el mejor santo de la madera?
O.-Mas es el más pequeño.
E.-O sea el de más porvenir. Sólo los pequeños crecen.
O.-Si llegan a cogüelmo.
MF.- ¿Quieres ser ave de mal agüero?
O.-Dios conoce mi buena intención.
E.-Sí sabemos de la que estás teniendo con estos niños, complementario tu taller del techo que les da María Falces.
O.-Yo no podía hacer menos. Son huérfanos de la piedra que aplastó a Silvestre en la cantera cuando la sacaba para la obra del Salvador. Es María Falces la que tiene  otro mérito. Ella misma se lo buscó.
E.- Sin que precisamente la disguste esa unión de tu esfuerzo y el suyo, ¿no es así?
MF.- Yo sólo pensé en ellos cuando me los traje.
E.-Pero los hombres tenemos pensamientos que no nos sabemos. Y más las mujeres.

MF.-¿Y de lo que no conocemos podemos tener la culpa?

E.-Yo no he hablado de culpas ni soy quién para ello. Por cierto, ¿sabes, Odilón, con qué me bastaría para alegrarme de ser carpintero?
O.- Intentar adivinarlo sería muy presuntuoso.
E.-Pienso en los signos que llevan vuestros sillares. Cómo a veces pueden ser materia de disputa y hasta ocasión de habladurías.
O.- ¿A veces? ¿O sólo por capricho de un loco venido de Francia no se sabe cómo?
E,- No quise decir eso. Casos únicos no hay.
O.- Pero casi. Pues sí. Soy de los hombres que se buscan complicaciones. Yo conseguí que los canteros de García adoptaran un círculo. Y cuando dieron en perforarlo con una raya lo rechacé.
E.-Sin dar explicaciones.
O.- ¿Y si tampoco las conociera yo? Pero ni niego ni afirmo.
E.-Pues la Santa Madre Iglesia nos explica sus símbolos a todos los fieles.
O.-No los que de pechos adentro cada uno guarda. ¿Sabéis una cosa curiosa? en algunas cuevas del Duratón hay dibujos que se parecen a los signos de nuestras piedras. Yo me pregunto cuáles serían sus símbolos, que aquellas gentes no conocían a Cristo?
E.- ¿Y estás seguro de que ahora le conocemos?
O.-Esa pregunta no tiene respuesta pero es otra.
E.- Mas ¿acaso están pensando en símbolos los canteros que identifican sus sillares para llevar la contabilidad?
O.-No lo sé. Cada caso será diferente. Como hay cuerdos y locos. ¿Tú has victo esas cuevas?
E.- No tenía noticia de ellas y al río he bajado muy poco. No pesco, como tampoco cazo.
O.- ¿Te has preguntado el porqué?
E.-Esa es mi cuestión.
O.- Yo tampoco soy pescador ni cazador. Pero los dibujos de esas cuevas me han ayudado a tallar mis piedras. ¿Tú qué dices, Abdón?
ABDÓN.- Desde que me llevaste a ellas me rondan la cabeza.
O.-De casta te viene. A ninguno como a tu padre la iglesia del Salvador le tiene tanta deuda. Arriba será el primero cuando se consagre.
E.-Ya pronto, ¿no?
O.-Si Dios quiere.

(Entra el judío Gabirol).
GABIROL.- Que Dios os guade. Buenas promesas por aquí.
O.-El mayor ya es una realidad. Piedras para multiplicar y adornar las del templo del Señor.
G.-El mío de Jerusalén por ahora no las necesita.
O.- ¿Y sí el oro?
G.-Quién sabe.
E.- ¿Vienes buscando el cobre?
G.- No me corre tanta prisa. De María Falces me fío más que de los ricos que oro me deben.
E.- Y por su voluntad nada más, te es deudora. Que a los cristianos nos está prohibido prestar pero no dar. Y ella tuvo quien la diera de haber querido. Sin nada a cambio, como nuestra ley manda.
O.- Yo no doy a la madre nada, sino que pago lo que sus hijos se han ganado. Cuando quieras, Gabirol, me das la cuenta. Ya sabes que siempre nos hemos entendido.

E.- ¿Tú no has pensado nunca ver Jerusalén?

G.- ¿Para qué, mientras no vuelva a estar allí el Templo? Hasta ese día, Jerusalén está donde cada uno de nosotros si le somos fieles. ¿Por qué tu curiosidad?
E.- Es que yo sé cómo puede sentirse dentro un lugar que está en el mudno de fuera.
MF.- Siempre a disgusto entre quienes ya son tus vecinos.
E.- Es cierta la situación inversa. Pero de las ilusiones de cada uno sólo él es responsable.

MF.- ¿Y no los demás?

E.- Será también de ellos la respuesta. Sólo cuando algún eco de los otros les llegue adentro.
O.- Y que lo sepan.
G.- ¿Hay alguien que sepa lo que sabe? Por eso es bueno que cada cual a su ley se atenga.
E.- Pero en la ley no cabe todo. Bien lo sé yo que a Sepúlveda vine amparado por su Fuero. Pero la voluntad de mis convecinos no está en éste, no cabe.
MF.- Mas vecino el Fuero te hizo.
E.-Para los alcaldes y los jueces.
MF.-No te olvides de que aquí somos todos nuevos. ¿Quién quedaba de los de antes cuando volvió el Conde de Castilla?
E.- No sé si los que se mantuvieron fieles al desierto. Cuando cambié yo éste por la Villa mi espejismo fue querer ser más antiguo en ella que los habitantes que encontré. Pero sólo el vientre de una mujer podía haber hecho el milagro.
MF.-Pues no faltan en ella mujeres.
E.- Ni hombres. ¿No lo es Abdón ya?

(Se va acercando un canto gregoriano)
Magnificat anima mea Dominum, et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo. Quia fecit mihi magna qui potens est, et sanctum nomen eius. Et misericordia eius a progenie in progenie timentibus eum. Et rexpexit humilitatem ancille sue, ei deo beatam me dicent omnes generationes. Sicut locutus est ad patres nostros, Abrahan et semine eius in secula).
MARÍA DE LA PEÑA.- (Empieza gritando, luego declama, al fin habla en tono natural).- No tengáis miedo. No voy a tocaros. Pero podría hacerlo. Que ya estoy limpia. Miradme los brazos. Ninguna señal siquiera de mi mal. Podría enseñaros todo el cuerpo. No tengáis recelo de las cuatro cabras que contra vuestra voluntad pastoreo y cuya leche no quiere nadie. Su bendición me devolvió la piel de cuando nací como el agua lava las manchas y la del bautismo el primer pecado. Ya no me  llamo Sara, ni podéis llamarme La Leprosa. Soy María de la Peña. Ella me ha dado el nombre nuevo. La Señora que desde hoy tienen la Villa y la Tierra. Como los cielos.
O.- Pero, ¿qué es eso? ¿Qué quieres decir’ ¿Qué dices? ¿Acaso se te ha curado la piel y has enfermado de la mente?
E.- Dejémosla que siga contando. Porque nos trae una nueva. Y seguro que es buena.
MP.-Pasando junto a San Pedro, volví a mirar otra vez a la torre, acordándome del milagro del Apóstol con el paralítico de la piscina: Yo no tengo ni oro ni plata pero lo que tengo te doy. Anda. Entonces vi una lucecita blanca y azul que subía de Los Parrales. La seguí. A medida que yo me acercaba a ella, ella lo iba haciendo a mí. Y notaba en mi piel un calor dulce, más donde tenía las costras. Así llegué a las peñas, pero sin miedo a despeñarme fui siguiendo la luz, sin notar siquiera la senda que se me iba abriendo por ellas hacia el río. Hasta que a media altura vi un resplandor que un momento me deslumbró. Y me encontré con la Virgen en una cueva. Como en aquel tiempo había profetizado aquel viejo pastor. Con la Virgen de la Peña, la que el pueblo venía buscando desde que el Conde trajo aquí a nuestros abuelos. Me sonrió. Me dijo que desde ahora me llamaría como Ella. Y entonces sentí como si hasta este día el calendario no hubiera tenido ningún Quince de Agosto. Ya la única obligación que tengo en la vida es anunciarlo a los lugares de la Tierra y las gentes. Que todos bajen a la cueva y canten a la SeñoraVirgen y Madre que ha venido el día de su fiesta para quedarse aquí con nosotros hasta la última y primera hora. Vuestra es la leche inmaculada de mis cabras. Y de Ella. Como del Buen Pastor. (Se oye cantar)
Por un especial favor cerca de aquí apareciste, y a este pueblo recibiste bajo de tu protección...).
O.- Que Dios sea loado. Es la hora de hacerla la casa. Tras la última piedra del Salvador hay que poner la primera suya. Abdón, Senén, Hipólito, ya sabéis vuestra misión
E.-Sí, Alabémosle. Y que sepa el pequeño José que también la madera será bienvenida entre los muros del templo. El júbilo me desborda ante la alegría de este pueblo que yo quise mío. Pero en el vientre de una mujer. Me voy, María Falces. Después de renunciar al desierto he de buscar una tierra habitada. Quédate, Odilón, dando gloria a la Madre como se la diste al Hijo. Yo me llevo mi canción, y entre los caminos me señalará el mío la lucecita de la Virgen de la Peña que vio la pastora leprosa que ya no lo es ni se llama Sara. (Se va).
MF.- Y tú, Odilón, te has avecindado sin querencia de mujer, y hondo.
O.-Tenía que labrar las piedras del futuro. Eso me dispensaba de otros cuidados del presente.
MF.- ¿Y los pasados?
O.-Ésos no tienen retorno.
MF.-Pero a los muertos son los muertos quienes deben enterrarlos.
O.-Mas no nos olvidemos de que hacerlo es también una obra de misericordia para los vivos. ¿Sabes que desde que hace veinte años vine no me ha llegado de Francia ningún correo?

MF.- ¿Y le sigues esperando?

O.- Al contrario. Si alguna vez viniera estaría seguro de haberse equivocado.
MF.- Pero nunca se sabe lo que de arriba puede llegarnos. El calendario nos ha traído este Quince de Agosto. Y yo tengo a los hijos de Silvestre en mi casa sin hombre. Esto sí que es tener futuro.
O.- ¿Por qué has dejado que se fuera Eneco?
MF.- ¿Acaso yo lo sé? ¿Y tú...?
O.-Puede que yo sí lo sepa.
G.-Hay esperranza mientras haya tiempo. Los judíos lo sabemos bien.
(Se oye canta)
Sois en el cielo adorada, astro divino en la tierra, atended a nuestra voces, Virgen Santa de la Peña).
(Escribe el Notario sentado a una mesita y va leyendo para sí).
N.-...que los dos capiteles que dejé descritos en mi tierra de Francia por si la hora me llegara sin haberlos tallado, sean para la iglesa que en esta Villa va a construirse a Nuestra Señora de la Peña, rogando sean colocados a su entrada, uno a cada lado. Lo que yo el escriba suscribo sin que el otorgante sepa hacerlo. 
(Entra Odilón con dos vasos de vino. Los pone sobre la mesita, uno a cada lado del notario)

N.-¿Es mejor el vino de Francia?

O.-De veras que no me acuerdo. Éste es de Los Parrales. El mío, por eso. Y así no cabe la comparación,
N.-¿Te parece puesto en razón el plazo de veinte años para el próximo trago?
O.-Y que lo digas. Otro trago y otra firma. Aunque también podremos entonces pensar ser los mismos. Y los únicos.

B)

(Otros veinte años después. Está Marí Falces a su puerta cuando llega Eneco).
MF.- A la paz de Dios, nuestro buen Eneco. No me choca volverte a ver. Por eso, que no por falta de aprecio, me ves tan parca de expresión. Estaba segura de que volverías al pueblo de tu segunda y definitiva vecindad.
E.- ¿Acaso no me fui por cierta falta de afecto?
MF.-Esa es una materia diferente.
E.-Yo también estaba cierto de volver a encontrar tu cara de virgen morena.
MF.-Pero también de madre. Que no me cansé de hacerlo de los cuatro huérfanos.
E.-Mientras el Francés sólo su maestro de taller quiso ser.
MF.-De esa manera ha corrido por aquí la vida.
E.-¿Y la muerte?
MF.-Tanto nos ha respetado que no puede tardar mucho en acordarse de nosotros.
E.-No la llamemos.
MF.-Que estabas en tierra de moros se dijo, y más de una vez.
E.-Y así fue. Vecino he sido de la propia Granada.
MF.-¿Y qué tal?
E.- De veras que no sería largo de contar, pero no viene a cuento. No es necesario para entender el meollo de la cuestión. El caso es que allí me ocurrió lo contrario que acá. Me buscaron raíces más hondas que las que yo quería. Pero de tomarlas no habría vuelto. Y eso no era posible.
MF.-El río no se olvida.
E.-Aunque se seque. Y menos si nos inunda.
MF.-Algún vino tengo.
E.-Pero ya bebí agua yo. Y me quité el polvo del camino. Por cierto que en éste me topé con un francés que me recordó a Odilón mucho. A fe que eran parecidos como una gota de agua a otra.
MF.- Una ves oi decir quer la diversidad de las caras de los hombres, tan distintas tantas y en tan poco espacio, eran una prueba de la omnipotencia divina. De ser así, también el parecido cuando es mucho.
E.- No me encontré a aquel hombre hasta subir la Sierra, aunque los dos habíamos salido de Toledo. Y nos desemparejamos al bajar la pendiente de este lado.

MF.-¿Entendiste bien su habla?

E.-Hablaba la nuestra sin demasiado deje. Y algo me dijo que me dio que pensar en torno a las peregrinaciones de mi vida. Me confesó haber sentido de siempre una vocación errante y no poderla cumplir. Pero que se consolaba pensando que hay peregrinos que no salen de casa, como también gentes en el fondo muy estables que se pasan la vida en los caminos. Aunque yo dudo si esta manera de ver las cosas tiene una realidad o es un consuelo para impotentes.
MF.-Lo que quiere decir que tú pensaste algo parecido.
E.-Pues sí. Pero no encontré su expresión hasta oírselo a ése...

MF.- ¿A ése qué?

E.-Fíjate que iba a decir extranjero, pero no me salió. No sé porqué, veia al desconocido como de Sepúlveda, a pesar de ser de Francia.
MF.-¿Por parecerse a Odilón?
E.- Quizás, aunque no se me había ocurrido.
MF.- Eso quiere decir que a Odilón no le tienes por forastero.
E.- ¿Cómo había de tenerle?
MF.- ¿Te dijo aquél su nombre?
E.-No. Tenía deseos de hablar, y sin embargo era reservado. Ni siquiera me manifestó su condición de hombre de iglesia, aunque yo aseguraría que lo es.

MF.- ¿Conocía esta tierra ya?

E.- Es curioso, Sepúlveda no, pero sí San Frutos. Y de momento allí volvía, aunque no me dijo el camino elegido. De San Frutos pensaba que hay tres maneras de ver su paisaje. La máxima belleza o el horror de la soledad y el abismo. Pero también la naturalidad del pleno acoplamiento del hombre en su entorno ni más ni menos. Como la cosa en su sitio, tal el huevo en la huevera. Y ésa quería fuera la suya. Al saber que yo venía de Granada me preguntó muchas cosas de allá. Pero de las que yo no había aprendido. ¿Y Odilón?
MF.- Con sus piedras, con su piedra, claro. Pero parece faltarle ímpetu para la iglesia de la Virgen. Repite a cada momento que será la obra de Abdón, de Senén, de Hipólito. Y se entretiene demasiado con obras en los pueblos. Y hasta lejos.
E.- ¿Y de José no?
MF.- ¿Sabes que éste está trabajando la madera?
E.- Y no te miento si te aseguro que yo lo presentía. ¿Eso no te dice algo?
MF.- Es nada más como la misma vida que va corriendo.
E.- Y que también se para. ¿La has pasado tú?
MF.- Los cuatro han crecido bien plantados.
E.- ¿Y en tu vientre?
MF.- Si el ansia de éste se pasa al pecho no es estéril.
E.- Yo me pregunto ahora si los hombres somos diferentes en ese juego.
(Llega el alcalde Millán).
AL.- Seáis con Dios. Y tú, Eneco, bienvenido a tu pueblo.
E.- Espero que no tenga que volver a irme de él.
AL.- ¿Acaso lo hiciste a la fuerza? Bien sabes lo que muchas veces te dije. El Fuero es el Fuero. Y el pasado pasado está. Que a los muertos los entierren los muertos.
E.-No te discuto que tú así lo pensaras. Pero cierto estás no haber sido el caso de todos los demás.
AL.- Desde entonces ha seguido lloviendo mucho. ¿Has visto ya la obra de la Virgen?
E.-Allí me dirigí nada más llegado. Galana se promete. A la vista de algunas tallas se diría que las del Salvador sin terminar se quedaron.
AL.- Ya sabes que a las criaturas de esta mujer en buena parte de lo debemos.
MF.- Yo no les enseñé.
AL.- A propósito. ¿Por deber a Odilón su maestría habrá pensado él que ya cumplió su obra?
MF.- No es eso. Que la de la Virgen no es la única iglesia que está creciendo en esta tierra.
AL.- Pero sí la primera en el pecho de todos. Y no sólo de los de la Vila, sino de las aldeas también. Y hasta de algunos lugares más apartados.
MF.- Pero ahora que mis vástagos son obreros derechos y fuertes, no me vais a pedir a mí cuentas de los vericuetos de su maestro, que nada tuvo nunca que ver conmigo.

AL.- ¿Por voluintad suya nada más?

MF.- A estas alturas ya no cuenta nada de eso. Y la nada no admite distingos. Sólo ella ha quedado y nada más habrá.

E.- ¿Seguro?

MF.-Hay retornos imposibles. Los que implican la vuelta a un punto que no fue el de partida.
AL.- Dios escribe derecho con renglones torcidos.
MF.- A veces.
AL.- Algo, Eneco, quería preguntarte, de cierto encuentro que en el camino tuviste según se dice.
E.- Ningún secreto tengo de él.
AL.- ¿Paraste en Toledo?
E.- Sí, y largamente. Se siente uno allí bien. Gente muy varia y curiosa. Animación, charlas, cantares y juegos. Llegan ya los vientos del Sur.

AL.- ¿De Sepúlveda oíste decir?

E.- En verdad que rara la pregunta. ¿Acaso me cres en trato con las altas potestades?
AL.- Y el forastero que también de Toledo venía, ¿te dijo algo de nosotos?
E.- Sólo que no nos conocía, pese a haber estado y aun vivido muy cerca.
AL.-Algo raro, ¿no?
E.- No puedo saberlo.
AL.- Pues entre los franceses que andan por acá, parece hay uno de mucha alcurnia al que nuestro metropolitano de Toledo quiere hacerle obispo de nuestra villa.
E.- En la calle no importaban esas excelsitudes. Y el caminante me pareció más que nada un hombre de retiro. Mejor de huerto de monasterio que de coro de catedral. Poco amigo de hablar de esas altas cosas. Precisamente por eso me dio alguna conversación
(Entran Abdón, Senén e Hipólito)
Abdón.- Bienvenido, Eneco. De que supimos de tu venida nos ilusionó enseñarte los capiteles que en la Virgen estanos tallando.
E.- Ya los he visto. Aunque me gustaría que me los explicaseis.
Senén.- Eso está hecho.
Hipólito.- ¿Y si te pidiéramos consejo?
E.- No os burléis de un pobre hombre que llama a la puerta de la muralla cuando ya está tocando la queda.
AL.- ¿A qué puerta?
(Llega Odilón)
O.- Yo creo que a las siete. Bienvenido pues a todas.
E.- Prefiero a una sola. Gracias, Odilón, por las piedras que el pueblo te debe si como vecino acogido a su Fuero te las puedo dar.
O.- Y de veras que las tuyas muy particularmente agradezco. Pero, ¿cuál es tu puerta?
E.- Para cada uno su secreto.
O.- Eso aunque no lo sea.
E.- Por cierto, Odilón, que sólo otra vez te he visto esa rara media medalla que hoy llevas al cuello.
O.- La uso muy pocas veces.
E.- ¿Es hoy un día señalado?
O.- No. No siempre sé el motivo, si es que lo hay.
E.- O sea que puede haberlo sin que lo sepas.
O.- No he querido decirlo así. Pero es posible. Como en las señales de los canteros. Y a María Falces, ¿cómo la has encontrado?
E.- No diré que más lozana que cuando partí, pero sí más tentadora.
O.- Como en otoño las frutas a punto de caerse del árbol.
MF.- Cuando las queda menos tiempo.
E.- La cantidad no es siempre lo importante.
O.- ¿Has visto, Eneco, las tallas de estos tres en la Virgen?
E.- Las he adivinado.
O.- Te habrás dado cuenta de que son muy distintas de las mías del Salvador. Pero os aseguro que se parecen a algunas que yo hice en mi tierra cuando tenía sus años. ¿Os habéis fijado que a simple vista parece en ellas imposible la sonrisa, pero luego se deja adivinar?
E.- ¿Estás pensando en los ángeles músicos?
O.- Y hasta en los ancianos del Apocalipsis.
MF.- ¿Y por qué esa diferencia? ¿Castilla inspira de otra manera? ¿O tú ya eras distinto al venirte?
O.- Se me había olvidado mi canción. Pero en El Salvador hice mi tarea al otro mado. Así convenía. Como en la Virgen ahora la de estos tres,

E.- ¿Por eso no quieres casi trabajar tú allí?

O.- Quizás. Es otro el estilo necesario. ¿Verdad, alcalde?
AL.- Como feligrés de esa colación estoy de acuerdo. ¿Y eso que se cuenta de uno de tus paisanos, Odilón?
O.- Ningún correo de allá me llega. Yo también me hice vecino de la Villa. Y soy un cantero que cuando labra la piedra tiene  que mirar hacia abajo.
AL.- ¿Te gustaría que en Sepúlveda hubiera obispo y que fuera un francés?
O.- Me resultan indiferentes los dos supuestos.
AL.- çUltimamente se te diría desdeñoso.
O.- No es así.  Se trata de la sequedad del invierno cuando no nieva.
(Aparece Hugo)
H.- Con Dios. A ti te conozco por compañero de camino. Y por las señas que me acaban de dar creo que vos sois Millán, el alcalde de la parroquia de la Virgen.
AL.- A vuestro servicio y al de Dios antes. Os oigo.
H.- Soy Hugo, un franco más. De allá vengo ahora, aunque bajé hasta Toledo. Pero antes ya me había quedado largo tiempo en San Frutos, y del santo paraje quería hablaros.

Al.- ¿Para hablarnos de esta tierra venís de tan lejos?

H.- Así son los caminos del mundo y las providencias del Señor. Para que en San Frutos los hijos de San Benito puedan cantar sus alabanzas en paz, es preciso el arreglo de algunas cuestiones materiales con la Villa. Pastos para las ovejas, leña de los bosques, problemas de jurisdicción. Bastará un poco de buena voluntad para asentarlo todo en la tranquilidad y la mutua confianza. El metropolitano de Toledo habló con el abad de Silos y delegaron en mí para tratarlo aquí. Por ser de fuera precisamente, quizás podamos entendernos mejor.
AL.- Acaso. Contad con nuestra buena disposición. Los francos no podéis quejaros de como se os trata en la Villa y en torno. Y a quienes se quejan del cambio de rezo, como los clérigos de San Millán, yo les digo que no es cosa sólo de vosotros., además de abrirnos horizontes nuevos y más amplios.
H.- Haced saber esos apacibles deseos a vuestros alguaciles. Que no hay peor cuña que la de la misma madera.
E..- Ya os noté lo bien que habláis nuestra lengua.
H.- La traducción es más fácil cuando se trata de la misma sustancia, que no cambia al pasar los montes.
AL.- ¿Hay algo de la inclinación que se dice siente el metropolitano a establecer un obispo en la sede de Sepúlveda?
H.- Sólo entre rumores de proyectos y proyectos de rumores.

AL.- ¿Nada canbiará por ahora?

H.- Eso parece. Pero Toledo no es tan inaccesible. Id, preguntad, hasta proponer podréis.
O.- Pues a mí me suena vuestra habla. Pero no sólo a lo franco, sino de más cerca. 
H.- Y yo os diría que al oiros creo estar en el condado de Montfocón.
O.- ¿De allí venís?
H.- De allí soy.
O.- Yo también. Pero ni siquiera me acuerdo de cuántos años han pasado sin tener sus noticias.
H.- De vez en cuando se hablaba en Montfocón de alguno que se había venido a España.
O.- ¿Y de lo que había dejado allí?

H.- No.

O.- Triste me es. Pues soy cantero. Pero las piedras tienen menos señas de sus autores que los libros. Además, no siempre es malo que mueran las memorias al volver las espaldas.
H.- (Fijandose). Pero, ¿esa media medalla?
O.- De allí la traigo. Del castillo.
H.- ¿Sabéis quién la partió? ¿Y por qué?
O.- No. Así me la encontré allí y la hice mi compañera para el camino de España y el de la vida.
H.- (Sacándose la otra mitad del pecho). Aquí está la otra media. Pero yo tampoco puedo contestarme las preguntas que os he hecho. Sólo sé que la tengo desde que nací.

O.- ¿Nacisteis en el castillo?

H.- Sí. Y Conde de Montfocón. Lo he sido hasta que decidí cambiar una vida por otra. Recibí entonces las órdenes sagradas, aunque me falta una. Con mi feudo se redondeó el de algunos parientes. Creo que así habrá alguna paz más segura por el momento. Y el castillo fue donado al obispo de Autun. (Odilón se arrodilla. Hugo le levanta vivamente).
O.- He visto un resplandor. Y rodeado por él a San Miguel Arcángel.
H.- Tomad esta otra mitad. (Se la da)
O.- ¿Podéis oirme en confesión?
H.- No. Sólo estoy ordenado de epístola. Pero aunque me fuera posible no lo haría. Me voy a San Frutos, a retirarme de la cura de almas también. Allí recibiré el sacerdocio para ejercerlo a solas.
O.- Tallar piedras en la iglesia de San Frutos es la última ilusión de mi vida.
H.- Sabedlo, alcalde. El metropolitano toledano quiso hacerme obispo de Sepúlveda. Pero yo dejé a sus pies la mitra, como en el puente de mi castillo el condado. Estad tranquilos. Ya sé que receláis de tener un pontífice de murallas adentro. Pero en la episcopal Segovia no tardar´ña en haber gentes y volverán a sonar las campanas. Despídamonos de la Virgen de la Peña y aprestémonos para emprender el camino de San Frutos al alba de mañana.
O.- Gracias sean dadas a Dios. Y que Eneco no dude de su vecindad sepulvedana. No sólo hay tiempos que tapar con rosas al otro lado del Duero. Por el Fuero, sí, pero más allá de él. Por nosotros todos, aunque yo me vaya.
AL.- Hago esas palabras mías. Y las asumo sin dudar de su futuro.

O.- ¿Y el de María Falces?

E.- A veces es un poco tarde, pero tarde no es nunca. (Odilón junta las manos de los dos. Llega José).
O.- Muy contento me pareces.
José.- Lo estoy. He terminado el San Miguel de las monjas de Osma. Y de Silos me han mandando recado de tener en San Frutos trabajo para mí. Entre mis árboles y mis tablas me he acordado, Eneco, de ti. Sabía que disfrutarías, no sé porqué, de mi buen oficio.
E.- Así lo ha sido y es.
MF.- Y será.
H.- Yo veo a la Virgen de la Peña en su iglesia entre madera. Pero ésta se está haciendo oro por su milagro. Magnificat anima mea Dominum. Gestas de Dios por los Francos. Sueños de Dios por los Hispanos.
AL.- Los loores por nuestro Fuero a la única Señora de la Villa que lo es del Cielo y de la Tierra. (Se oye cantar)
Sois en el cielo adorada, astro divino en la tierra, atended a nuestras voces Virgen Santa de la Peña.
                                   ------------------------

(Está el Notario leyendo para sí en su mesa. Entran Abdón, Senén e Hipólito con un vaso de vino, y José con dos, y los dejan sobre la mesa).
....y como quiera que los susodichos, Abdón, Senén e Hipólito, tallaron en la portada de la Virgen de la Peña un capitel representando a un hombre luchando con una fiera y otro con dos ángeles tocando un salterio, los cuales se hallan ajustados a la descripción contenida en la última voluntad de Odilón el Franco, procede adjudicar proindiviso a dichos tres hermanos de la suerte de viña en Los Parrales, bajo la Iglesia de Nuestra Señora, que el testador dispuso fuese su recompensa...
A.- De esa suerte es este vino.
S.- Por ningún otro cambiaría su acidez
N.- ¿Qué diría el difunto Odilón pensando en los de su Francia?
HI.- Hacía mucho que había olvidado sus sabores.
A.- Una enmienda, Notario, hemos acordado pedirte a esta escritura.
N.- Está según el difunto.
S.- Pero a guisa de dueños ya, podemos disponer de lo nuestro. Queremos que nuestro cuarto hermano, José, tenga también su parte. El talló la mesa donde tú has escrito y leído. Y aunque sólo fuera eso, es muy importante.
N.- Pues así lo añadiré.
J.- Bebamos todos ya.
(Se oyen cantos gregorianos)
Super aspidem et basiliscum ambulabis et conculcabis leonem et draconem. Laudate eum in timpano et choro, laudate eum in chordis et organo. Cantate Domino canticum novum quia mirabilia fecit.


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