viernes, 17 de septiembre de 2010

En los días de Almanzor

                             EN  LOS  DÍAS  DE  ALMANZOR

                                                      I
Ribera del río Caslilla. Cerca de Sepúlveda. Estamos a fines del siglo X y la villa ha caído en manos de Almanzor. Eneco y Pedro están cogiendo agua en unas vasijas de barro. Acaba de amanecer.

Pedro.- ¿Te has fijado en el moro del pelo rojo? ¿No te parece un hombre muy extraño? Bastante distinto de los demás moros, ¿no?
Eneco.-Como de los cristianos.
Pedro.-Sobre todo, pienso que habla más cuando está callado, ya me entiendes. Y el caso es que callado pasa mucho tiempo.
Eneco.-Sí, eso es. Pero el que habla en silencio, lo hace para que también los que le oyen se guarden lo que les ha dicho.
Pedro.-¿Lo dices por algo?
Eneco.-Desde luego. Ayer salía yo de casa del cura Benedicto. Fui a llevarle un saco de trigo. Entraba entonces el recaudador Germán. Se acercó él, Mohamed, cuando los dos estaban todavía a la puerta. Él no hablaba, pero retenía a los otros con la mirada sólo. Entonces el cura sacó a relucir otra vez la muerte de Galindo. Y el moro no dijo nada, pero yo diría por su expresión que estaba en el secreto.
Pedro.-¿Y qué había dicho el cura?
Eneco.-Que no se puede acusar sin pruebas. Y que aquí, hasta ahora han muerto más cristianos a manos de otros cristianos que de los moros.
Pedro.-¿Y Germán?
Eneco.-Se quedó impasible.
Pedro.-No me extraña. Ahí tiene toda su fuerza ese viejo vicioso.
Eneco.- ¿Sigue tras de Elvira?
Pedro.- Parece que ya ha vuelto.
Eneco.-Por cierto, ¿desde cuándo la había dejado en paz?
Pedro.-Ya sabes que cuando encontraron muerto a Galindo...
Eneco.- Claro, ¿y tú crees que fue sólo por respetarla el luto?
Pedro.- ¡Pobre moza! A veces también ella me parece distinta de las otras.
Eneco.- Pero no te olvides de que diferentes unos de otros lo somos todos.
Pedro.-Eso por descontado. Pero...

(Llega Elvira, llevando una cesta. Les saluda con la cabeza y se pone a lavar, arrodillada junto al río. Ellos se han quedado mirando. Pasan unos momentos)

Pedro.- ¿Quieres quedarte sola?
Elvira.- ¿Por qué lo crees?
Eneco.- Acaso para hacer mejor la tarea.
Pedro.- Si fuera por eso...
Enedco.-No es bueno que las mozas quieran estar siempre lejos de los mozos.
Pedro.- Vámonos, Eneco. Al menos Elvira no es como alguna otra que prefiere a los viejos.
Eneco.- Si tienen alguna moneda.
Pedro.-Suya o recaudada..(Se van. Elvira canta:
                               Si el amor se fue y no vino,
                               ¿qué traerá el sol al amanecer?.
                               Si no vuelve lo que se ha ido,
                               ¿con qué sueño me quedaré?.
Aparece Mohamed "el Rojo", con turbante)
Mohamed.- No sabría decir si en este caso la música es hermosa por ella misma o por quien le da vida.
Elvira.- La canción es la canción.
Mohamed.- A veces algo más.
Elvira.-¿O menos?
Mohamed.- No lo creo.
Elvira.- Por eso la canción no se pìerde nunca, ni pueden quitñarnosla.
Mohamed.- ¿Estás lavando ropa de niño?
Elvira.- No. Son los paños de la iglesia. El cura Benedicto quiere que se laven siempre en el río, en el agua que corre.
Mohamed.- ¿Sólo Benedicto? ¿Los demás curas no?
Elvira.- No lo sé.
Mohamed.- Buen hombre Benedicto. También para nosotros. Yo en Córdoba no he conocido ninguno como él. Claro que allí no siempre nos es fácil tratarlos.
Elvira.- Eso me parece raro.
Mohamed.- Es que aquí, entre tan poca gente y en tanto espacio, las cosas son más naturales, los hombres quiero decir. ¿Cómo te imaginas tú Córdoba?
Elvira.- No puedo. Muchas casas, sólo eso.
Mohamed.- Y muchas calles. Y plazas. Y torres altas. Y jardines. Y puentes. Y flores. Y aromas.
Elvira.- ¿Y canciones?
Mohamed.- Con muchos instrumentos de música. Y hasta se canta de amores mezclando vuestra lengua y la nuestra. Te gustaría oírlas.
Elvira.- ¿En Córdoba?
Mohamed.- También aquí.
Elvira.-Cuando la canción es alegre, y uno la lleva en el pecho así, se siente la ilusión de volar cantando, de estar cantando más lejos. Cuando es triste, basta el propio lugar. O cualquier otro. Nada puede cambiar.
Mohamed.- Si no en el espacio, sí en el tiempo.
Elvira.-Cuando el tiempo cambia. Y no siempre es así.
Mohamed.- ¿Te gustaría ver Córdoba?
Elvira.- Al no imaginármela, no puedo decirlo. Y, sin embargo, alguna vez me parece haber entrevisto algo de ella por lo que tú me has dicho. ¿La echas mucho de menos?
Mohamed.- Me es complicado contestarte. Es mi ciudad y mi tierra. Y eso es para siempre. Pero yo quidse venir hacia acá. Y noté algo de lo que también se queda de por vida, cuando dimos vista a este pueblo tuyo. Ahora pienso, si acaso tuve allá su revelación secreta y latente. Lo que me hizo ponerme en marcha sin que entonces me diera cuenta.
Elvira.-Nunca te he visto con espada.
Mohamed.-Nuestro caudillo, Almanzor, me deja ir sin ella. Como a algún otro. La sabemos usar, pero preferimos hacer otros servicios en el camino y a las llegadas.
Elvira.- Por eso sé que tú no pudiste matar a Galindo.
Mohamed.- ¿Es muy importante para ti saber quién fue?
Elvira.- Sólo si puede servirme de algo en la vida que me queda. No si se tratase de alguien desaconocido y que no cruzaría en mi camino nunca. ¿Te quedarás tú mucho tiempo aquí?
Mohamed.- No quiero irme nunca. Pedro mi voluntad no es lo único que cuenta.
Elvira.- ¿De veras te enamoraste de nuestra Sepúlveda?
Mohamed.- Sí.
Elvira.- ¿Sólo por ella o por el pasado que dejaste en Córdoba?
Mohamed.- Quizás también por eso. Pero ya no es más que pasado.
Elvira.- Por eso también presente, como todo el pasado.
Mohamed.- Lo cierto es que cuando vi vuestro río, hundido entre las peñas, y las casas sobre éstas, sentí que dentro de los muros de Sepúlveda tenía bastante.
Elvira.- No se acordará en cambio vuestro jefe.
Mohamed.- Sí. De eso estoy seguro. Y por muchas cosas que vea en esas ciudades vuestras de allá arriba adonde tomó rumbo.
Elvira.- Y en busca de ellas iba.
Mohamed.- Sí. Pero te aseguro que, cuando decidió salir de Córdoba en pos de las montañas y las llanuras, y hasta el mar, lo que le dio el último empuje fue la llamada del desierto. Mientras le atravesamos se sintió feliz. Como si hubiera ya realizado su misión en la vida y vencido en eld esafío supremo. Yo también. Pero al ver vuestra Sepúlveda sentí que ya era todo el desierto mío y que Alá me había señalado el destino de quedarme. Uno de los pequeños grandes motivos porque la había creado tan hermosa. Siendo de Córdoba, ninguna otra ciudad podía ambicionar. Aunque era de Bagdad mi abuelo. Pero aquí he encontrado el lugar que ha conquistado el desierto. Y éste es el otro tesoro de la tierra y el mundo.
Elvira.- ¿No quieres volver a tu Córdoba?
Mohamed.- Sólo si tú vinieras.
Elvira.- Yo no he olvidado a Galindo.
Mohamed.- He oído al cura Benedicto la frase del profeta Jesús, de que hay que dejaer a los muertos que entierren a los muertos.
Elvira.- Pero somos los vivos los que cuidamos las tumbas.
Mohamed.- Sin poder vivir en ellas.
Elvira.- Y yo soy cristiana.
Mohamed.- Mas Alá es misericordioso. Piénsalo, pero en tu corazón.
(Se va él. Ella canta:
                               El río que va a la mar
                               ya no se torna a la fuente.
                               Mis penas que van y vienen
                               al pecho siempre me vuelven
                                                     
                                                      II
(A la puerta de la iglesia. Es viernes. María, moza vieja; Sisebuto, viejo).

María.- ¿Se ha dijado como hablan los moros de su ciudad de Córdoba? Cual si el paraíso en la tierra fuera.
Sisebuto.-Muy hermosa debe ser en verdad. Y tremendamente grande.
María.- Y con serlo tanto, cuentan algunas historias en las que se ve cómo de solo uno ha dependido su suerte, la de todos.
Sisebuto.- Así es la vida.
María.- Claro. De esa manera tan desigual se reparte el poder. También entre los pequeños.
Sisebuto.- A su otra escala. Pero, ¿qué quieres decir?
María.- No voy a disimulártelo. Que no puede haber en ese aspecto diferencia entre Córdoba y Sepúlveda. Más precisamente, que ahora me está pareciendo como si todo aquí diera vueltas en torno a la misma persona. Y no sólo los cristianos, sino también los moros que nos han conquistado y nos mandan.
Sisebuto.- ¿Por ser una moza joven y bonita? A mi edad se está en su lugar la fantasía. Tú estás entre uno y otro tiempo de tu curso.
María.- No me choca que los viejos sigan siendo duros con las feas. Pero no vale la pena seguir por ahí. Estoy pensando en algo más concreto. ¿Será verdad que Germán se ahocró?
Sisebuto.- ¿No  le encontraron con la soga al cuello, y está bien enterrado?
María.- ¿Por qué del trozo de muralla de la morería? ¿Se habría él propuesto complicar las cosas para después?¿Por qué ya?
Sisebuto.- ¿Siguen buscando los moros la moneda que les quedó a deber?
María.- Ah, ¿con qué no sabes la noticia? Ahora no buscan las monedas, sino una joya. Parece que un brazalete de oro ern que se las gastó. De esas cosas que por aquí no se ven desde antes de los moros precisamente. Que se las arregló para que de Córdoba se la trajeran. Hasta al cura Benedicto han preguntado por ella. Por si la Iglesia hubiera pescado en río revuelto.Y por si no fuera el lío bastante, ¿seguro que no le ahorcó alguien?
Sisebuto.-¿Quién iba a ser?
María.- El mundo es tan complicado...
Sisebuto.- ¿Vienes a la misa por Galindo?
María.- Sí. Pero que sea la última. Ya basta,¿no? Y se me ocurre una cosa. El cura nos dice que cuando se reza por un muerto se hace a la vez por todos los demás. ¿Con que esta misa será también por Germán? ¡Ja,ja,ja! Así irán a parar incluso las oraciones tan pías y tan puras de la mosquita muerta. Lo que es la vida. Y la muerte. Pero sí, aquí está toda Sepúlveda girando a su alrededor. Quien se lo hubiera dicho a su madre. ¿Acaso por eso se murió al darle a luz?
Sisebuto.- Lo más raro es la historia del brazaleta. Por que las ovejas de la recaudación no dan para tanto. Un trozo de Córdoba que nos ha venido, pues. ¿Cómo puede haber tenido Germán que ver con todo esto?
María.- Lo que es una mujer en la cabeza de los hombres locos. Y entre moros lo mismo que entre cristianos hay terreno para el milagro. Por eso es bueno que cada uno se esté en su sitio. Que no todos son, somos, como ese infelíz del Rojo. Ni miran todos a la niña con ojos tan suaves. Porque ahí está la cosa. Que aunque salga poco de la iglesia es más que de los suyos la estrella de la morería.

(Llegan Benedicto y Elvira)
Benedicto.- A la paz de Dios. ¿Se sabe algo nuevo?
Sisebuto.- A mis años ya nada nuevo se puede conocer.
María.- Que sigue todo en tanto misterio que ya no se les ocurrirá seguir en la iglesia la pista de la plata.
Sisebuto.- Ya decía yop que el oro habría sido demasiado poco posible.
Benedicto.- Ahora se puede perder la prudencia menos que nunca.
(Entra con Erlvira en la iglesia. Llega Eneco).
Eneco.- Les he notado agitados y preocupados al pasar por la mezquita. Parece que alguien de fuera y un mando se han enterado de este revuelo. Y el Rojo está triste y silencioso.
María.- ¿Y los otros?
Eneco.- ¿Quienes?
María.-¿Acaso no tiene rivales entre los de su casta?
Eneco.- ¿No está claro ya quién fue el de Galindo?
María.- Aunque así sea, no empece la otra cuestión, la realidad de ahora. No se trata de sepultura, sino de cama. Y por mor de la cama quietren algunos enturbiar las aguas pasadas y abrir una caja ya cerrada por falta de relleno. Que de Galindo huelga decir cualquier cosa que no sea misa. Y aún misa no debería haber otra más.
(Elvira que aparece en el umbral).- Pero la misa, cualquiera de ellas, no se termina nunca.
María.- ¿Le lavaste bien los trapos al cura?
Sisebuto.-  Si te moderas la lengua tendrás más sanos los humores del cuerpo.
Eneco.- Parece que Almanzor ha llegado muy lejos, y ganado un botín tan rico como para desquiciar la cabeza de alguno de los hombres que aquí se dejó viendo en las perñas no más que orégano.
María.- Y en las camas sólo delicias por muy cristianas que sean.
Eneco.- ¿Hay camas cristianas?
Elvira.- Hay criaturas de Dios.
Sisebuto.- De Alá que dicen elos.

(Se acerca una canción:
                               Presentida en damasco,
                               te soñaba en Bagdad.
                               Ahora veo en tu boca
                               la España de mi afán

                               A la moza mía que baña el río,
                               a la mía moza que ern la peña miro
                               ¿una alondra en mi pecho le cantará?
                               A la mía moza,
                               a la moza mía,
                               la alondra demis pechos le canta ya)


                                                   III
(Ribera del Duratón. Junto a la actual ermita de Santa Engracia. Sale Elvira de una pequeña choza. Viste una túnica de lana y lleva una pequeña cruz de madera en la mano. Avanza la tarde)
Elvira.- Ya no puedo contar los días que han pasado desde Pascua. Gracias a Dios. Saber la Navidad y la Pascua nunca me había fallado. Siempre me dice alguien con tiempo bastante las noches que faltan y yo no pierdo la cuenta. Pero, ¿para qué llevarla de los demás días del año? Ni quiero fijarme en lo que va alargando o acortando el sol. No sé los años que pasaron. Eso importa menos todavía. Sin embargo, ¿cómo no se me desdibujan los rostros de antaño? Cual si fuera ayer, algunas veces. ¿Y será cierto que el demonio nada tiene que ver con eso? Pero no, no debo desconfiar de la paz que me da dos veces al año el cura Benedicto al absolverme. Su cara sí que ha cambiado...Las demás caras que alguna vez se me dejan ver por aquí no tienen nombre. Nada más que prójimos. Y nada menos. Me valgan San Frutos bendito y sus santos hermanos.

(Asoma Mohamed que baja por el camino, apenas trazado éste en las peñas. Anda muy despacio, apenas puede sostenerse. Respira con mucha fatiga. Al fin se deja caer)
Mohamed.- Está cumplida la promesa. Resistidas las tentaciones del camino. Ya veo el agua, el río. Me está llegando el momento de beber. Tenía que ser de él, del padre río de Sepúlveda. Tanto le he soñado que me lleva mi Guadalquivir. No beber una gota hasta llegar a ti. Conquistado así, sin sacar la espada, el galardón de hombre del desierto. Y aquellos ojos que no se borran nunca. Y el tiempo que pasa, pero que sólo para eso tiene fuerza, para pasar. Y la vuelta lograda. Pero, ¿cómo ya no me abrasa? Sí todavía no he llegado, si no he benido aún la primera gota.  ¿Por qué siento como el agua en el pecho ya? Mas, ¿qué importa? Tarde no he llegado. Tarde no podía llegar. Y eso sólo cuenta.

(Sale Elvira. Le ve. Toma agua del río en un cuenco de barro. Se llega hasta él. Le da de beber)
Mohamed.- ¡Oh, al fin! He vuelto, he llegado, he bebido. Para siempre ya. Alá es misericordioso.
Elvira.- In paradisum deducant te angeli et perducant te in civitatem sanctam Ierusalen.






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