viernes, 17 de septiembre de 2010

De Sepúlveda a Ponferrada

DE  SEPULVEDA  A  PONFERRADA


PERSONAJES:
Fredesvida, ama de Elvira
Elvira
Millán de Condat, caballero templario
Román de Pontigny
Cunegunda, abadesa de Saint-Rémy
Frei Nicolás, caballero templario
Frei Lupicinio, caballero templario
Sergento Clodoveo, templario.
Frei Agustín, clérigo templario
Jacobo de Molay, el último Gran Maestre


NARRADOR- En la iglesia del Temple de Ponferrada las velas y las lámparas todas estaban a cargo de un hombre del que nadie conocía el nombre. “El de las candelas”, le llamaban todos y nada más. He dicho secamente que de un hombre, porque tampoco sabía nadie qué condición tenía en la Orden. Ni siquiera si pertenecía a ella como donado. De puertas adentro su misión era que no faltase el agua y que estuviera limpia. Tanto en la casa como en la huerta. De ese menester hacía parte la limpieza de las letrinas. Así se hizo muy viejo. Tanto que su edad también había llegado  a secreta y se mitificaba. Había quien le hacía centenario.
Así las cosas, la mañana de un Quince de Agosto, “El de las Candelas” no se levantó a la temprana hora de la Regla. Y a la salida de maitines se le encontraron en su lecho muy sonriente y plácido  pero dormido para siempre. Fue una sorpresa que, al día siguiente, la iglesia apareciera iluminada como en las funciones mayores, y el catafalco de las mismas dimensiones y terciopelos que para los funerales de los caballeros estaba prescrito. Cuando se había esperado en el altar un solo celebrante y nada que de lo ordinario se saliera. Mas ése era el acto final, o si queréis el penúltimo, como acabaréis viendo, de una historia larga y densa de trances y vivencias.
La Edad Media se acercaba a su otoño cuando llegó a la corte de Francia un sepulvedano, Rodrigo de Montalbán, como embajador de Castilla. Le acompañaba su hijo Millán. Rodrigo era viudo. Su esposa había muerto al dar a luz a Millán y éste era un joven triste. El embajador corrió en París aventuras galantes y acabó casándose con una dama espigada y rubia de la Lotaringia.
Millán se quedó en Francia. Doña Petronila de Condat, una viuda sin hijos que vivía en un castillo de la diócesis de Rouen, le adoptó. Él hizo del exilio un consuelo agridulce de su melancolía. Las doncellas le miraban con buenos ojos, pese a su esquivez tímida.
Doña Petronila tenía una hermana severamente ascética, la abadesa Cunegunda, del monasterio benedictino de Saint-Rémy. Millán frecuentaba éste, y a sus confesiones sacramentales con el capellán, la abadesa añadía diamantinas pláticas.
Completaba sus estudios en la escuela catedral de Rouen cuando se hizo fraternal amigo de Román de Pontigny, hijo del señor de La Bastide.les-Pins. Román enseñó a Millán las artes de la noble caballería. Aquél estaba prometido a Elvira de Montsant, de la nobleza de París aunque originaria de Navarra.
En Rouen se iba a jugar un formidable torneo. En él competirían los dos amigos, entre muchos más. Elvira vino a presenciarlo. Dejándola que hable con su vieja ama Fredesvida empezamos nuestra farándula.

I

(En el castillo de doña Petronila).

FREDESVIDA- Muy pensativa te veo, querida Elvira.
ELVIRA- Sí, ama Fredesvida. Daba vueltas a nosotras, a las mujeres. Al salto que va de doncella a desposada. Tremenda la entrega al hombre. ¿Y es justo que ni siquiera se pueda mirar de reojo a otro lado? ¿Tenemos que hacernos también una cárcel dentro?
F- Esas parecen filosofías. Pero, al contrario, dejan adivinar tras ellas alguna inquietud muy de carne y hueso.
E- ¿Hay mujer que no las tenga?
F- Todas somos iguales, pero cada una distinta de las otras.
E- Yo siento como una tentación de hacer de las dos cárceles una sola.
F- Atente al padrenuestro. No caigas en ela. No te enojes si te digo que bajo una apariencia refinada lo que me dices no pasa de una vulgaridad mal expresada.
E- Duras palabras.
F- Pero nos entendemos.
(Entra Millán)
MILLÁN- Adivino consejos de víspera de boda.
F- Y que lo digas Millán.
E- ¿Por qué no de antesala de torneo?
M- No creo al ama Fredesvida muy curiosa de tales lances.
F- No has errado. Pero bien me parece que a las damas obsequien sus caballeros.
E. ¿Sólo los suyos?
F- Por algo dice el cura, al dar el anillo a la desposada, que ha de ser huerto cerrado y fuente sellada.
E- Pero son obras de misericordia dar al hambriento de comer y de beber al sediento.
M- De no atribuirlas precisamente a un desbordamiento de enamorada, tus palabras me sonarían tan placenteras como peligrosamente audaces.
E- Tu observación me trae a las mientes lo que dicen de la sequedad de las llanuras de Castilla.
M- Pero mi pueblo está entre dos ríos y sus riberas son frondosas. Y hasta en nuestro país más calcinado y helado se crían buenas vides.
E- ¿Es nada más eso lo que te alimenta la nostalgia de la tierra?
M- Y un paisaje de adentro, tan remoto que no tiene fecha.
E- Siempre hay que mirar adelante. Hasta para los viejos es una lección.
M- De no haberlo hecho yo, no estaría a este lado de las montañas.
E. ¿Están ya ordenadas las justas de mañana?
M- Es posible que Román lo sepa.
E- ¿Te gustaría competir con él?
M- Estuve a punto de retirarme al ver esa posibilidad.
E- Pues de veras que no lo entiendo. ¿No sería broche de amistad?
F- ¿Acaso necesita otro sello la de ellos dos?
M- Me da hilaridad sólo pensarlo. Él vendrá nseguida. A mí se me está haciendo tarde para ir a Saint-Rémy.
E- ¿A confesarte con la abadesa?
M- Os dejo. Acaso no nos veamos antes de la fiesta. (Se va).
F- Miras al castellano demasiado. ¿Sólo por ser amigo de tu novio?
E- Es un huérfano triste.
F- ¿Y en Román no notas ninguna tristeza?
E- ¿Acaso no le crees bastante enamorado?
F- ¿Y no has pensado si no será justamente por ello?
E- ¿Puede tener algún motivo de queja?
F- También en la iglesia nos han dicho alguna vez que el corazón del hombre es tan grande como el mar.
(Entra Román).
ROMÁN- ¡Cuánto me alegra veros a las dos juntas! Bien sé que nunca tuve mejos abogada que tú, Fredesvida.
F- Sabes cuánto me enorgullece conveertirme en el ama de Román de Pontigny.
M- ¿Vino Millán?
F- Se fue a Saint-Rémy.
R- ¿A Saint-Rémy?
E- ¿Te parece raro?
R- Quizás. Creo que está dando demasiada trascendencia al juego.
E- ¿No debe tenerla para los buenos caballleros?
R- Pero sin que dejen de ser juegos precisamente. Por cierto, habrá sorteo de las parejas a enfrentarse. Pero tendrá lugar en la misma ceremonia. Una vez que el enviado real mande a los heraldos sonar las trompetas, barajará los nombres el enviado del común.
E- ¿Y si te tocase Millán?
R- De poder elegirlo lo haría.
F- ¿Por qué?
R- Vería en ello un mutuo homenaje de hermano a  hermano.
E- ¿También a mí?
R- ¿Cómo podría ser de otra manera? Eso sería dudar del anillo de nuestra promesa.
F- Que no nos deje Dios de su mano. Pero ya es hora de que platicar amores os deje yo.
(Hay un silencio al quedarse solos).
E- ¿Estás caviloso?
R- Pensaba en cómo Millán y yo estamos tan unidos siendo tan distintos. A mí me ha dicho muchas veces que aprendió a montar a caballo y manejar la lanza por parecerle la mejor manera de cumplir la misión del hombre en este mundo, sostenerse en la tierra. Yo no concibo esos penmsamientos. En las justas no puedo ver más que un juego.
E- Pero con peligros.
R- También los trae consigo el hecho de nacer. Pero no son cuestiones mías. ¿Y tuyas?
E- Ahora te miro nada más.
R- ¿Nada más? ¿De veras?
E- ¿Tornas a ofenderme con unas  aprensiones que yo no sé de dónde salen?
R- ¿Acaso habría sido mejor que yo hubiera ido a Saint-Rémuy también?
E- Ahí no puedo entrar.
R- ¿Siempre queda algo por dar?
E- Yo no dije eso.

II
(En el  locutorio  de Saint-Rémy)
MILLÁN- En esta hora, madre abadesa, me arrepiento de haber venido demasiadas veces a hablar con vos. Como si ello quitara gravedad al desahogo que ahora la terrible circunstancia que vivo me impone.
CUNEGUNDA- Todos los instantes son graves en la vida del cristiano, sencillamente porque cualquiera puede ser el último. Aunque sólo algunos sean los de la decisión entre caminos distintos.
M-  Lo que por añadidura me digo es que la necesidad de elegir quita mérito a la elección, sea cual sea ésta. Es cuando no están los caminos cerrando el paso y ante los pies del viandante, cuando se debe optar por uno de ellos.
C- Al pasado hay que mirar con arrepentimiento. Pero sin pretender ir más allá del dolor del corazón. Y no te olvides de que la abadesa Cunegunda es una mujer que no puede perdonarte los pecados. Aunqaue te escucharé si no confundes una misión y otra.
M- Tengo que ser breve porque todo es muy sencillo. Tan simple como terrible. Yo derribé a Román y se murió de la caída. Y sigo en mi caballo. Pero me siento en tierra. El fracaso definitivo de mi ilusión al hacerme caballero, el estar en mi sitio mientras pasaba por este valle de lágrimas.
C- ¿Dices que definitivo? ¿Quieres decir sin redención? ¿No llegarías por ese camino a la blasfemia? ¿Excluyes que la misericordia de Dios te deje levantarte, sentirte jinete de nuevo? Incluso que en los planes de su providencia entre el mandato de que vuelvas a ser su paladín.
M- ¿El jinete de Dios?
C- Quién sabe...Acuérdate de cuando san Agustín quería recoger en una concha toda el agua del mar.
M- Tenéis que perdonarme, madre abadesa, si dejo caer en este locutorio profanidades. Pero he de deciros que en el momento de cruzar mi lanza con la de Román, noté que Elvira me miraba a mí. Y tengo la certeza de haberlo visto él también.
C- ¿Y qué? Cada uno sólo de las miradas de sus ojos tiene que dar cuenta. Lo otro hace parte de los despeñaderos de la superstición.
M- ¿Mas no puede haber mensajes de lo alto en las miradas de tejas abajo de los demás?
C- Sí. Pero para creerlo así hace falta una revelación clara. Y buscarla en la oscuridad sería presunción y vanagloria.
M- ¿No se puede ser también jinete de Dios yendo a pie?
C- Claro que sí. Esto que dices me hace pensar en los caminos antiguos de los padres del desierto.
M- Antiguos sí, pero también de siempre.
C- Cierto. Junto a los que hay que poner los caminos nuevos para preguntar al Altísimo cuáles conviene que siga cada uno en su trance.
M- Mas yo me siento gastado, veo el episodio pavoroso como un colofón. Nada más lejos de participar en una renovación.
C- ¿Y si el colofón fuera precisamente del capítulo antiguo? ¿Y por eso la letra inicial del nuevo?
M- No tengo ojos para verlo.
C- Después de confesarte, piensa y medita. ¿Oiste hablar de la nueva milicia? La que ha nacido para custodiar, de cerca y desde lejos, el Templo del Señor en Jerusalén. Para que sus peregrinos puedan transitar los caminos que a él llevan. Esos nuevos caballeros son jinetes y llevan armas, pero también son monjes como los padres del desierto. El abad de Claraval, Bernardo, ha escrito su loa. Cuando salgas de la iglesia piuedes recoger una copia en la portería. ¿Podría ser la continuación, purificada después de la terrible prueba, de tu manera de estar en la tierra? Que Dios te bendiga.

III

(En un claustro de los Templarios de Jerusalén)

FREI  NICOLÁS- Día grande hoy en el Santo Sepulcro. Que pontificara el Primado de las Galias lo sería siempre, pero más en esta ocasión, salvado de milagro de tan tremenda emboscada.
FREI  LUPICINIO- ¿Crees, frei Nicolás, que llegó a tanto el peligro?
N- Estoy convencido, pero no me extraña que tú desconfíes un tanto, mi buen frei Lupicinio. En ti hay alguna tendencia a no estimar demasiado lo extraordinario.
L- Una realidad de la que me he dado cuenta sin esfuerzo, sin más que observar lo cotidiano a la vista y alcance de todos. Por otra parte siento mi deber y el de los demás en atenerse a tal experiencia, la que siempre se renueva.
N- Muy bien ello está si no quita la visión de lo que nada más está al alcance de unos pocos. Mas parece que viene hacia nosotros el sergento Clodoveo. Aunque no estaba alí parece que se ha enterado bien de todos los detalles.
(Se les acerca el aludido).
SERGENTO  CLODOVEO- ¿Se sigue hablando de mí, queridos hermanos?
L- Sí.
N- Yo no lo sé. Nunca presté atención a estas cosas.
L- ¿Hay fundamento para ello?
C- Sólo para empezar. En el terreno de lo acostumbrado. Lo que de él se sale son patetismos de fácil invención. Era natural que yo preguntara cosas al moro herido por fray Millán. De los golpes y la amenaza de no dejarle morir en paz nada sé.
N- ¿Morir en paz un islamita?
L- No es de recibo plantearse la pregunta.
N- ¿La habría excluido nuestro santo Bernardo?
C- Lo cierto es que el moribundo no habría podido contarme muchas cosas. Esas gentes actúan sin saber nada los unos de los otros. En cualquier momento pueden surgir y esfumarse. La guerra ya terminó. Se trata de algo muy distinto. No hay más que ir armado y no confiarse nunca bajando la vigilancia a todos los lados. En lo que desde luego nunca ha flaqueado ni se ha despistado fray Millán de Condat. Aunque en más facil a plena luz y en pleno desierto como fue la ocasión.
N- ¿Y dices que terminó la guerra? ¿Estos episodios  no hacen parte de ella?
C- Sería equivocado no usar para cada trance las armas adecuadas.
N- Pero no nos olvidemos de lo terminante de las palabras del santo Bernardo: “Toda la confianza de los nuevos caballeros está puesta en el Señor de las Batallas, buscando una victoria segura al combatir por su causa”. Y la promesa de nuestra profesión fue conquistar la tierra santa de Jerusalén. ¿Alguna vez podremos estar seguros de tenerla ya para siempre conquistada?
L- Lo bueno es atenerse a la realidad que se ve y no teorizarla.
(Llega fray Agustín)
FREI AGUSTÍN- Que sea con todos la paz, en la medida en que como sacerdote de Cristo la puedo invocar sobre mis hermanos del Temple que no recibieron las órdenes. Vengo de ver al moro. Le dejé agonizante.
L- ¿Y convertido?
A- No. Se arrepintió de haber intentado el robo y la muerte, pero no de su creencia en Alá. Os confieso que fui por lo que de tus visitas se contaba, mi buen frei Clodoveo. En otro caso habría esperado a ser llamado, y por supuesto sin ninguna esperanza de que tal ocurriera.
N- Mysterium iniquitatis.
L- ¿No está puesto en razón dejar para el clero los latines? Pero es frei Millán el que nos llega.
(Se les acerca el aludido)
C- Que la paz sea contigo sin ninguna reserva, nuestro buen frei Millán. Frei Millán de Condat pero...¿te enfadarás si me atrevo a sugerirte que te habría complacido más, pese a llamarte así, que el pontifical le oficiara el primado de Toledo? Uno puede olvidarse un tanto de  la tierra donde uno nació, pero no de donde los pdares vinieron al mundo.
M- Me sentiría feliz si fuera capaz de discutir preferencias entre Lyon y Toledo. Mas anima mea turbata est valde. Hasta el latín me parece frívolo,  perdón frei Agustín. Murió el moro al que clavé la lanza.
N- Al más sagrado de tus deberes habrías faltado de no haberlo hecho así. Recuerda lo que te dijeron al armarte caballero del Temple: “Con toda la fuerza y el poder que Dios os dé, ayudaréis a salvar y serviréis a cualquier cristiano, según vuestro poder”. Y a Dios gracias tú le tienes en tu brazo.
L- Debes pensar que no tuviste elección, viviste el día que te estaba destinado. Razona al revés. ¿Quñe otra cosa hubieras podido o debido hacer? No te queda sino pasar el folio y mirar a otro lado. Al del futuro.
A- Ya sabes que no pecaste. Pero en todo caso el tribunal de la penitencia te sigue abierto sin condiciones.
M- ¿No es una condición el propósito de enmienda? Pero no voy por ahí. Lo seguro es que Dios habla donde y cuando quiere. Y no es una confesión la que aquí voy a hacer. Pero si así fuera no me importaría vuestra presencia. Maté una vez. ¿Sin querer? Empuñar el arma sí que quise. Y consciente de su poder era. Una mujer fuerte me indujo a trocar por la caballería de Dios la del siglo. Y por eso me hice templario. Para seguir pensando que sobre un caballo es como mejor uno cumple con el deber de residencia en la tierra que le ha querido Dios. Cierto que sabía que podía matar al continuar armado y haber prometido hacer uso de las armas. Y así ha sido.Lo que ahora siento es haberse derramado sobre mi brazo la misericordia del Señor. Y que es encorvado sobre el suelo como estaré en la Tierra mejor mientras el Altísimo  quiera que en ella le sirva.
A- ¿De dónde te viene la seguridad?
N- El premio íntimo de haberle bien servido, y nada más, es lo que sentir debes. De tus mismas palabras lo estoy deduciendo.
M- Eso no lo sé. Sí haber recibido la dipensa de servirle de esta manera. Que hay otros caminos, otros puestos, otros servicios, distintas condiciones. “Para llevar un doble combate: contra los enemigos de la carne y la sangre, y contra el espíritu del mal”. Son palabras del santo Bernardo.
N- Mas que precisamente no necesitan de interpretación alguna.

A- Y ese espítiru del mal, ¿dónde le ves?

M- Dejadme, nuestro frei Agustín, entender esas palabras purificadas por el trance que acabo de vivir. Me siento llamado a luchar contra el espíritu del mal peregrinando en la otra dirección, la que sé que sólo en apariencia es contraria. Alejándome de Jerusalén, yendo hacia la tierra de mis mayores y hacia la de mi madre de adopción, es cómo podré conquistar la ciudad santa para siempre.
L- ¿Sólo para ti?
M- Pero en el Temple y en la Santa Iglesia no hay riqueza de nadie que no sea la de todos los demás hermanos. “Entonces aceptarás el sacrificio de la justicia, las ofrendas y los holocaustos, y las inmolaciones sobre tu altar”.
N- Sí, entonces, Cuando Él mire con buenos ojos a Sion y se vuelvan a construir las murallas de Jerusalén.
M- Pero la ciudad santa irá conmigo por los caminos de mi vuelta. Y allá la habitaré. E intramuros de ella. Quedaos vosotros, gozando de su paz y disfrutando sus esplendores, en este su seno, que yo me siento vedado. Ahí mi penitencia, creédmelo de veras.

NARRADOR- Aqul Diez y Seis de Agosto, antes de comenzar el funeral por “El de las Candelas”, el Maestre anunció solemnemente que el difunto era el caballero frei Millán de Condat. Y terminada la  misa de entierro se le llevó a la Seúlveda donde había nacido, para ser enterrado, al lado de su madre, en la iglesia de la Virgen de la Peña. Un privilegio muy singular en la Orden.  Mientras que en la diócesis de Rouen, a él y a su madre adoptiva, Petronila, les llegaron a atribuir algunas intercesiones rozando el milagro. Hasta hubo peregrinos que a Ponferrada y a Sepúlveda de allí vinieron en busca de su aroma.
Una vida singular la de este templario paisano nuestro. ¿También su muerte? Esa no lo parece tanto. La Escritura dice que la de los santos del Señor es preciosa a los ojos de éste. Pero además, llegado a ese trance, el historiador, hasta el autor, sabe que ha llegado a un terreno vedado. Mi secreto para mí. Por más que, vistas desde fuera, resulten muy diferentes las muertes de unos y otros caballeros del Temple, desde los orígenes hasta el fin. Hasta la del último Gran Maestre, Jacobo de Molay, quemado en París después de haber sido suprimida la Orden por el papa Clemente V a instancias del rey de Francia Felipe IV, todos ávidos de sus riquezas, el día 18 de marzo de 1314. ¿No será oportuno oír su voz, en este mundo que nos toca vivir, transformado hasta la raíz por el progreso material pero sin avance moral alguno? Jacobo de Molay también quiso hablarnos a los hombres de hoy.
JACOBO DE MOLAY- Pusisteis en lo alto el oro. Cambiasteis por él el sol. Sin daros cuenta de que no el sol, pero sí el oro, os abrasaría ciegos. No habría ocurrido así de haberle dejado en su lugar. Con oro y no con leña está encendida esta hoguera donde quieren que muera mi Rey y mi Papa. El oro le conquistasteis, sí. Pero no os cuidasteis del agua. Y se os está secando. En cambio yo ya siento su río suave y dulce correr por mis venas, más poderoso que el fuego que las está consumiendo. Cuando a vosotros os queme no seréis en cambio capaces de sentir este alivio. ¡Ay de Roma, y de Francia, y de las tierras que las circundan, de las otras de lejos o de cerca donde el oro seque los manantiales de las aguas! Sólo buscar quien las redima les será dado. Pero dentro de un plazo. ¿Y a qué antepasados podrán mirar en la carne o en el espíritu? Mientras que yo siento a mi lado las almas de mis justos que se fueron sucediendo a lo largo de nuestras generaciones en el Templo del Señor. Que Dios tenga con esta cristiandad la misericordia que no se merece. Yo me apago en un día penitencial. Es cuaresma. Si la mía y las otras ánimas de mis caballeros que se durmieron en la paz y nos precedieron en la fe valieran que un día las tierras nuestras tornaran a trocar por el oro el cordero pascual me sentiría más feliz en estos últimos momentos. Fue para que estos países y sus fieles tuvieran libres los caminos de la ciudad santa para lo que mis antepasados espirituales fundaron la nueva milicia. Ahora no sé en qué dirección miran. Pero es lo mismo. El oro no les dejará ver el Templo del Señor. Están entregados a consumar la iniquidad de profanar todo lugar santo. Su idolatría lleva consigo la soberbia de aleccionar con la exhibión de su pecado como el ostensorio de la virtud que ha de dar la paz y la felicidad a las gentes. Mi último ruego es que éstas distingan los puntos del horizonte y sepan cuál es el de Jerusalén. La que yo ya veo, donde estoy entrando, llevado de mi caballo, esta buena criatura de Dios, que a mí me conoce, me sigue conociendo entre las llamas y el humo, y para el oro no tiene ojos.

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