sábado, 18 de septiembre de 2010

Cartas al muy ilustre señor Deán

CARTAS  AL  MUY  ILUSTRE  SEÑOR  DEÁN


                                   1.-La estafeta densa

                                   Singapur, fiesta de la Virgen de la Peña

            Mi querido Deán:
                                          Pax tecum. Yo casi nunca vuelvo a leer la correspondencia de mi autoría antes de cerrar el sobre, pero a veces me ha parecido que las cartas a ti las encabezaba con tu título o a tu nombre según fueran más o menos atrevidas, aunque estarás de acuerdo en que nunca llegan a tales. En cuanto a ésta, de seguir aferrándonos a ese cotejo, pienso que sería neutra.

            Como ves, te llega con un par de libros de viaje. Es mi género de lectura preferido, acaso para disculparme la pereza de no escribirlos yo mismo, con tanta desesperación tuya. Por la América desconocida, de Ciro Bayo, y La alegría de andar, de Eduardo Zamacois. No te pido que los leas, aunque no creo te escandalizarían. Por si no lo haces, como creo más probable, te voy a copiar una cita de cada uno.

            Zamacois escribe: “Momentos antes de que los camareros sirvan la sopa, aparecen sobre la blancura de los manteles cajas de píldoras y frasquitos, verdes, azules o negros, guardadores de misteriosos líquidos. Un poco avergonzados, todos los pasajeros se creen constreñidos a explicar a sus compañeros de mesa el porqué se medicinan, y cada cual procura embellecer su gesto”. Pues bien, uno de los motivos por los que yo estoy haciendo gratis este crucero, es mi menester de asesor de esa farmacopea individual y frívola. Me doy tan buena maña que ha llegado a arte. Sin saber ni yo mismo de qué manera la mayoría del pasaje de primera y una buena parte de los de segunda, no toman una pastilla sin consultarme. Y el médico del barco no se enfada. Al contrario, le quito mucho trabajo improductivo y casi le aumento el otro. Con que ya te puedes imaginar la batahola de conversaciones variopintas, hasta confidencias casi como las de tus confesiones, que ello lleva consigo.

            Por su parte, de su estancia en Santa Cruz de la Sierra, una vieja ciudad boliviana, nos cuenta Bayo: “El más fino obsequio que os haría un cruceño y que se debe tomar como prueba de distinción, es una taza del rico café que produce el distrito y un cigarrito de chola, u hoja finísima de maíz, que juntamente con las pajuelas o cerillas, ofrece la señora de la casa”. ¿Que esto a qué viene? Pues a reconocer uno de los medio vicios medio virtudes que tan bien me conoces. Que yo voy a los lugares donde las costumbres sean así de hospitalarias. ¿Acaso por eso paro menos en nuestro pueblo? No lo creas. No es tan cierto que ahí se guarden la hospitalidad para los forasteros.

            Y ahora sí que me acuso de desidia. Porque debí haberte escrito antes de embarcarme, desde el Hotel Colón de Barcelona, ya sabes, el mío de siempre. Aunque estoy seguro de tu sinceridad cuando dices que no quieres ser obispo, y también de que al así sentir no te estás envaneciendo de la virtud de la humildad sino poniendo de relieve el vicio del egoísmo, sin embargo creo de tu interés facilitarte ciertos contactos que pueden tenerte al tanto de datos para ti no sé si convenientes pero sí curiosos. A Silos va mucho un farmacéutico de Bilbao a cual más notable. Es soltero, de refinados gustos artísticos, intelectual muy sociable. Uno de sus amigos es un canónigo de Santiago de mucha vida de relación y las más inesperadas influencias. Le gusta viajar y ha extendido sus amistades a Roma. El boticario le ha llevado a la abadía. Si coincides alguna vez con ellos te contarán cosas un poco sorprendentes, pero enjundiosas y muy a tener en cuenta. España, como Europa, como el mundo, no van a ser siempre como ahora. Y nadie ha de meditar en ello tanto como Su Santidad el Papa, ¿no es así? Ya verás que conversaciones tan jugosas tiene esa pareja cuando se franquea.

            En cuanto a nuestro capellán, tiene dividido al pasaje católico. Para unos, es admirable la rapidez con que dice la misa, por no hablar de su benevolencia si se le consulta alguna duda. Para otros, es sencillamente un cura al que no le gusta la Iglesia. Con los pasajeros de otros credos hace buenas migas.

            Pero la noticia es que viene una amiga de María Luisa. Sí, no creo exagerar mucho si la califico de amiga. Es de San Sebastián, Petrita Zalacaín. Dos años mayor, pero coincidieron un curso en las Francesas de Valladolid. ¡Qué curioso! Al cabo de ya tantos años me ha contado algunos detalles reveladores. (¿Sabes que el abad de Silos, cuando se sienta de tertulia con sus huéspedes privilegiados después del refectorio, les exhorta gravemente:-Murmuremos, hermanos, murmuremos?).

            Estoy sentado al aire libre, bajo un toldo muy protector, junto a un bar de decoración tropical abigarrada, y en camisa blanca de manga corta, pero aun así, cuando veas la tinta emborronada, sabe que es de mi sudor. Pero no quiero aumentar la gravedad de mi pecado con más retraso. Absuélveme. Cura ut valeas.

                                               Marco-Antonio de Floranes

            PS.-¡Ah! Siento perderme el predicador de hoy y mañana. Me dijeron era un capuchino navarro de mucho copete, un buen espada como algunos dicen aplicando el léxico taurino a vuestra oratoria. Lo siento. Pero no tanto como por las habilidades prestidigitatorias de Perico Cristóbal, arreglándoselas para sacar en el coro un porroncillo, del maletín de su violín, y echarse un trago a la vista escandalizada de las cantoras en flor, pero sólo a la de ellas. Por eso no tiene argumentos para vetarle el cura mayor. Que por cierto no es trigo limpio. Quiera Dios que alguna vez no tengas que darme la razón demasiado sobrada. Con las observancias no basta, de manera que no es posible fiarse de ellas nada mças. Por cierto que en segunda vienen bastantes frailes. Son vascos y castellanos. Por alguna frase que ha circulado de ellos, tengo bastante para sentirme seguro de no estar en mi calendario.
            En fin, me encanta el tráfago de gentes que está pasando por aquí. Entendí hace mucho a un jesuita valenciano que vive en Bombay cuando decía que, acostumbrado a la India, España le aburría. Pero ya si que no puedo soportar más esta asfixia. Aunque claro está que la prefiero al frío de nuestra tierra. No sé si estaré peor en el camarote o en el salón de té pero me voy.

                                               ------------------------                                             

                                               Manila, fiesta de Santa Águeda

            Querido Frutos:
                                       He tenido que volver aquí al poco tiempo de haber tocado en mi anterior crucero. Tengo unos asuntos marginalmente relacionados con nuestra Compañía General de Tabacos, aquí todavía tan poderosa como si no hubiéramos perdido las islas. Claro que lo mismo podríamos ecir de la Universidad de Santo Tomás. Pero no pienses que me voy a hacer rico. Ya sabes que eso no ocurrirá nunca. Incluso cuando me relaciono con los poderes del dinero lo es por alguna conexión más bien romántica.

            De María Luisa es inevitable que me acuerde en este Día de las Mujeres. Pero nada más.

            No sé por qué, llevo una temporada en que Cuevas Lóbregas no se me quita del pensamiento. Me acuerdo de la historia del pastor que desapareció en ellas con una buena parte de su rebaño. Claro que nadie llegaba a dar datos concretos, ni siquiera precisar la época, ninguno de aquellos ya tan viejos cuando nosotros éramos niños, de los pocos que la seguían contando. Sin embargo...¿Y la creencia de comunicarse con la planta baja de la casa consistorial?

            A propósito, ¿qué pasó en la Villa hasta la llegada de Fernán González? Hay un pasaje inquietante de la Historia de Colmenares que pasa desapercibido pero a mí me da cada vez más qué pensar. La alusión a los que escribieron- no dice quiénes fueron ni yo los he encontrado- haber estado entonces desiertas nuestras tierras. ¿Por qué presiento que estaban acertados? ¿Acaso el silencio no se palpa sobre el terreno cuando se evocan esos siglos? Con que, ¿y esos caminos subterráneos de que te decía? Antes y después, más antes, acaso hasta ahora.

            ¿No es mágica la Villa y ya mucho el tiempo en que su magia no se nota o sólo en silencio? Es más, casi estoy convencido de que la noto sólo yo. Aunque un custodio tiene que haber siempre, y yo no me quejo precisamente de que me haya tocado.  Al fin y al cabo, eso sí se lo cree también María Luisa. Tú, a medias Y no sé si algún paisano más. Pero yo creo estar en posesión de la chispa requerida para llegar al fondo.

            Tengo que contarte una curiosidad que añadir a tus historias de sacristía. En el barco americano que me trajo la otra vez, venía un cura de San Francisco con el que hablé bastante, no era el capellán de que te dije. Estaba obsesionado con conseguir un ministerio en las islas Hawai. Yo le hablé de don Celestino, nuestro cura ordenado a título de patrimonio. Y él me aseguró que en todos los Estados Unidos no hay más que dos casos de esa especie. Lo sabía por el anuario católico, pero no conocía los detalles. Aunque a mí me picó la curiosidad y él me prometió hacérmelos llegar cuando se enterara.

            Y otro cuento para que me lo agradezcas. Precisamente la vez anterior, aquí mismo en Manila, conocí a un escritor que había venido a dar unas conferencias. Se llama José-María Inglés, publica bastante en esas colecciones semanales de novela que ahora abundan tanto y no son tan frívolas como tú crees. Es de Tortosa y cuando la saca en las novelas la llama Dertusa. Se empeñaba en que sólo tienen derecho a llamarse en serio ciudades episcopales las que teniendo catedral no tienen gobierno civil. ¿De manera que no lo sería tu Segovia? ¿Tú tan sólo el deán de una población administrativa? Ni que decir tiene que le llevé la contraria ardorosamente.

            ¿Y hoy por qué te he escrito? Si me voy dando más cuenta de que no tengo nada que contarte. Ni siquiera que llegue a pretexto. ¿Será que la necesidad de desahogarme contigo se me aviva en esta tierra de nuestra herencia perdida? ¿Te acuerdas de nuestros combatientes de Cuba ya viejos, y por lo menos uno había también de aquí, el señor Baltasar, el de la fragua?

            Mas nada más por ésta. Pero déjame terminar con un acto de fe en Cuevas Lóbregas. Y de esperanza. Absuélveme.

            PS.- Petrita Zalacaín, te lo dije, me contó cosas interesantes, simbólicas incluso. Mas en cuanto al futuro, vaticino desenlaces extraños. Y también estúpidos. Pero de esto vis a vis.

            Y que no te falte cita en ésta. Es otra de Ciro Bayo, de un libro que se titula Aucafilú y cuenta historias horripilantes del dictador Rosas y sus milicos. Pero el párrafo es amable, muy amable: “En los hogares argentinos, la hija de la casa es quien se encarga de cebar el mate. ¿Por qué se dice cebar en vez de servir mate? Porque no son semejantes. La palabra cebar expresa la idea de mantener, alimentar, sustentar algo en estado floreciente. Se quiere indicar con la frase cebar mate no el acto de llenar la calabacita con hierba y agua caliente sino mantener la infusión en condiciones siempre apetitosas”.

            ¿Te parece puesto en razón que esta cita venga a continuación de la mención de María Luisa? Pero fíjate que soy trotamundos de todas las latitudes y longitudes menos de las que hablan nuestra lengua. ¿Por qué? ¿Tendrá que ver algo con María Luisa desde tan lejos? ¿Nuestras siete puertas para mí también son las de los tangos y los corridos? Pero al fin y al cabo te estoy escribiendo en la capital de la Hispanoasia.

                                               -----------------

                                                           Reykiavik, día de las Ánimas

            Mi querido Deán:
                                          Pax tecum. No me tengas envidia por estar en Islandia. Esta capital es un pueblo de tantos. Y no voy a salir de ella. El glaciar es inaccesible. Quizás me lleven a las cataratas del Gullfos, a una solfatara y a un geyser. Todo en las cercanías. Y se acabó si es que llega. Aquí la gente lee mucho. Y escribe. Pero aunque supiera el idioma, yo tardaría mucho en beneficiarme de los tesoros de su literatura. Creo que para ello tendría que acortar mi vista. O al menos mi mirada. Renunciar a pasar el horizonte. Lo que no quiere decir que los islandeses sean miopes.

            Lo único grato es el Hotel. El Borg, aunque no sé si hay siquiera alguno más. Porque tiene un bar tan bien acondicionado naúticamente que te crees en alta mar. Y eso no viene mal cuando se bebe un poco. Lo cual es bastante para coger fama de original. Pues aquí poco no bebe nadie. Aunque los hay que no beben nada. ¡Cómo me acuerdo de las tabernas de nuestra villa!

            Claro que yo me esperaba más de este país de tan exóticas resonancias desde allá. Pero no he venido a su reclamo.

             Me ha traído un curiosísimo amigo escandinavo. Es un industrial sueco millonario que tiene la red de sus negocios muy extendida por Alemania, Inglaterra y Francia sobre todo. Muchos artículos y fábricas y más distribuidores. Se llama Karl Sventfeldt. Es un gigante rubio como los hay en su país. Gasta el cuarenta y siete de calzado. Está soltero y pertenece al gremio de los que no prueban ni una gota. Quedó aquí citado con un filipino que vive en las islas Hawai, al que esperamos de un momento a otro.

            En avión, claro. Pero no sé si es honesto que del nuevo vehículo te cuente algo. No porque lo desprecie. Al contrario. Es que me siento empequeñecido, de veras indigno de que sea yo quien te pueda comunicar la sensación y la noticia. Por mor sólo de tus sacras órdenes. O sea una de las tangentes que mi fantasía no pasa. Precisamente para dejarme libre todo el campo sin puertas. Ya veremos.

            El filipino se llama Tarsicio Aguinaldo del Carmen. También es fabricante y magnate. Al contrario de Karl tiene una familia numerosa repartida en colegios católicos de bastantes de los Estados Unidos.

            Los dos se conocieron en un congreso sobre Geografía y Psicología de los Mercados que tuvo lugar en Sydney. Y se han hecho muy amigos por coincidir en una obsesión. La de que el mundo está en peligro de guerra y de veras mundial. Y que acaso los esfuerzos de algunos individuos, ellos por ejemplo, serían llegado el momento capaces de evitarla. Desde luego sus relaciones en las altas esferas de la política internacional son apabullantes. Habiéndose repartido el mundo, Karl Europa y el Oriente Medio, Tarsicio el Asia Oriental, y para ambos la América del Norte. Karl va mucho a Turquía y Tarsicio a Corea y Formosa. Y ése me está hablando a cada momento del Afghanistán.

            Pero hoy es el día de nuestros muertos. Tú dices a diario que de los que nos precedieron en el signo de la fe y duermen el sueño de la paz. Voy a tomarme otra copa de aquavita para no ponerme demasiado melancólico. Pero me absolverás. No puedo dejar mal a nuestro pueblo ante esta pareja de personajes. ¿Qué cuál es mi vela en este entierro? Pues fíjate, estoy seguro de que, un poco mejor que yo, lo sabes tú. De veras. ¿No estás convencido de ello? Sí.
                                               --------------------

                                               Estambul, nochebuena

            Mi querido Deán:
                                          Esta vez me siento a cual más píamente en tu terreno, aunque sabiéndole muy abonado para el mío. Como el día. Que tú también cenas y yo voy a la misa del gallo.

            El caso es que, al cabo de tantos periplos, es aquí, relativamente cerca, donde creo haber acabado dándome cuenta de que no somos el ombligo del universo. Y fíjate, ni siquiera en el orden de la materia y las cifras. Que acaso tienen mas que ver con la poesía que lo que se creen sus profesionales y especialistas. Claro que yo ya me sentía universal antes de salir de la Villa incluso. Y si nunca hablo de las limitaciones de mis compatriotas europeos es por despreciarlas integralmente. Pero hasta esta escala no había sentido en la profundidad debida lo relativo y lo obsoleto de mi puesto- el nuestro- en el mundo. O sea más de la Villa y por eso más abierto a sus cuatro puntos cardinales. Tan pueblerino pues y tan vecino del planeta. ¿Desde ahora nada más, puedo seguir afirmándolo, y tengo que insistir en la duda? ¿O es que me exijo demasiado? Aunque he de reconocer el poco ecumenismo de mi paladar, mi anclaje en el aceite de oliva, alguna insatisfacción ya al pasar los Pirineos.

            El domingo, en una iglesia de las nuestras donde fui a oír misa, me encontré a un compatriota, el mismo cura que la celebraba. Se llama Francisco Aguirre. Es un canónigo de la catedral de Oviedo. Nos hemos hecho amigos. Me ha contado que desde sus estudios en Roma le subyugaron Grecia y el Oriente. Entabló cuantos contactos pudo con sus gentes y sus libros y desde entonces los viene incrementando más y más. El Papa le ha dado permiso para decir misa en rito bizantino. En éste y los demás ritos orientales también hay católicos, cosa que yo no sabía. Por otra parte bastante complicado el panorama, pues hay poblaciones y tierras donde además coexisten gentes de diversos de esos ritos, y los latinos estamos en todas partes.

            Él se ha encargado de suplir unas semanas a uno de los párrocos griegos de aquí. Me invitó a su iglesia- a la otra también él fue invitado-, donde le oí la misa bizantina. Más luminosa, más aparatosa, más esplendente. ¿Qué cuál prefiero? De momento no quiero darte una contestación que podría ser superficial y demasiado precipitada.

            Lo cierto es que este contacto, insisto, ha acabado de convencerme de que los europeos y los blancos no vamos a seguir siendo los protagonistas de la historia externa, y que de la interna sólo en apariencia lo hemos sido alguna vez

            Sí. Al lado del canónigo Aguirre se aprenden muchas cosas. Es hombre locuaz. Tanto que cuesta seguirle. ¿En qué ciudad, o en qué isla de Grecia, hay unos pocos canónigos latinos que todos los días se revisten a la italiana para cantar casi a solas el oficio?

            Pero estoy invadido por una tremenda nostalgia de la tierra y los años nuestros. Por eso he aceptado la invitación de ir mañana a la misa de un colegio de monjas francesas donde van a entregarse unos diplomas y las colegialas actuarán en una fiesta variopinta. No me dirás que no estoy siendo pío. Por cierto que a María Luisa le hacían gracia mis curiosidades por las sacristías y sus recovecos de dentro y de fuera, hasta ha llegado a ironizar alguna vez a su propósito.

            Como de costumbre te pido que me absuelvas, pero no de ningún pecado de heterodoxia. Aunque el canónigo Aguirre me ha dicho quejosamente que hay latinos a quienes lo oriental, aunque sea papista, les barrunta al olfato el azufre.

            PS.-Suaves y dulces horas en las Francesas de la antigua Constantinopla. Donde sí que no tuve otro remedio que acordarme de María Luisa. No siendo para ello preciso enterarme de si las de aquí son, como las de Valladolid, Dominicas del Rosario.

            Rindieron honores litúrgicos al Embajador de Francia. Cuando entró en la iglesia sonó discretamente un timbre y del órgano salió la Marsellesa. Que dicho sea de paso nunca, ni a medias o muy disfrazada, ha sonado en los templos de nuestra villa. Lo de que cierta vez se le escaparon algunos compases al señor Norberto, el anterior sacristán de San Bartolomé, provocando las iras del celebrante, aquel coadjutor cadavérico que nos llegó por poco tiempo del Carajillo cuellarano, es una de esas amplificaciones fabulosas que también se dan en las tabernas cotidianas y en las tertulias de las señoras con o sin brisca. Que si llegó a volverse, tanta pues su furia que le hizo tomar una postura no prevista en lel ceremonial, y naturalmente no con la serenidad con que lo hacía al Dominus vobiscum. Nada de eso. Una propensión a ciertos aires de pasodoble en los interludios, pero sin pasarse, y nada más.

            Mas aquí sí, estalló la Marsellesa en la iglesia henchida de flores y repleta de velos blancos. Una monjita me dijo que al fin y al cabo por ahora es el himno de la Hija Mayor de la Iglesia. Después, en el salón de actos, casi un pequeño teatro, vestidas ya de pecadoras, las muchachitas en flor recitaron a Racine, ¡qué sueño!, escenificaron unos pasajes entresacados de Molière, eso ya muy otra cosa, cantaron de su folklore de norte a sur, y hasta contaron unos chistes de paletos provenzales y bretones. Sur le Pont d’Avignon on y danse...

            Sí. María Luisa no tenía más remedio que estar allí. Estaba pues. Tanto que me reconcilié definitivamente con nuestro rito latino, sintiéndome casi culpable de haber preferido por un momento siquiera esas luminosidades orientales por las que me entusiasmó fácilmente el canónigo Aguirre. Aunque desde luego las seré para siempre deudoras por haberme librado de lo que en mí quedaba de nuestras limitaciones del oeste. Pero es curioso, desde entonces me siento más plenamente al otro lado de nuestras siete puertas, intramuros claro, bien adentro.

            Y que tanto romanticismo no me impidió cumplir con mi deber. Que yo he venido aquí, a esta silenciosa encrucijada de la diplomacia mundial, también a costa de Karl, el quijote escandinavo, y de parte suya. Hablando largamente con el agregado militar de nuestra hermana latina no me dejaba distraer por el frufrú alocado de tanta colegiala. Por cierto que el coronel Dusmet d’Achéry tiene noticias de nuestra tierra. En su casa hay unos cuantos libros españoles que se llevó un tatarabuelo suyo de la guerra de la independencia. Uno de ellos es la historia de la Virgen de la Hoz. Y él ha tenido la curiosidad de localizarla, encontrando el cañón del Duratón en un atlas del Touring Club. El mundo es un pañuelo.

            En fin. Me dejé transportar por los fervorines del Tantum ergo. Ya sabes adónde. Mas, ¿para qué? Al fin y al cabo ésta es mi única pregunta.

                                               --------------------   

                                               Rumbo a la isla de Chipre,
                                               Veinte de enero, San Sebastián el primero

            Querido Frutos: Navegar por este gran lago es delicioso. El Aristóteles es un barco lo bastante pequeño como para conservar el encanto de lo doméstico. Y los griegos nos dan muestras continuas de su xenofilia. En cuanto a las griegas yo no digo que no sean xenófilas. Es que vienen pocas a bordo.

            Karl se ha empeñado en que vea a un comerciante de Nicosia que se llama Dimitri Hisén. Es una mezcla de griego y de turco, o sea las dos etnias de la isla. Un mestizaje allí muy raro. En su tienda se vende de todo, como en tantas nuestras, a lo pueblerino. Pero la “trastienda” es harina de muy otro costal. Apenas visible, desde luego. Ya me entiendes.

            Karl anda a la busca de estos contactos con las gentes híbridas. Piensa que pueden ser la salvación de nuestra Europa. Y del mundo, claro. Es un hombre que se ha convertido en el liso y llano presentimiento del peligro. Dice que desde las septentrionalidades de su país se ven más agudamente los presagios y se palpan los síntomas. Sobre todo cuando no se bebe. Todavía mejor cuando se sabe beber, lo cual allí es rarísimo, pero él presume de ser uno de los elegidos. De los que se toman serenamente una sola copa de oporto o de jerez oloroso o dos de jerez seco. Y en la comida media botella de Burdeos. De lo cual acaba de hacer el aprendizaje. Ya te dije que yo le conocí abstemio. Y hay que echarle un galgo a un escandinavo que es capaz de eso.

            El caso es que, precisamente, quedándonos a nuestro lado de los Pirineos, yo creo que también podríamos sacar partido a la hibridez. Lo malo es que propendemos a llamarla contubernio. Por eso me alegra que hayas conocido a ese historiador de la vecina Ávila, que no se pierde ni una misa dominical, y con devocionario y todo, pero hace campañas electorales por sus amigos republicanos. Como nuestro cura de Turégano, entre el púlpito florido, las disertaciones académicas, la buena prensa y los inmensos volúmenes constitucionalistas.

            Sic diva potens regna Chypri regat. Que la poderosa reina-diosa de Chipre guarde, ¿a quién? ¿A ti? ¿A María Luisa? ¿A nuestro pueblo? Por descontado que yo para los tres la invoco. ¡Ah, y sin olvidarme de mi capitán Corcos!

            Por cierto que de los cuatro entes tú eres el que se define mejor. El Deàn de la Catedral de Segovia, y basta. María Luisa en cambio, ¿la colegiala de las Francesas? ¿la enfermera incólume del Instituto Rubio? ¿la mayorazga de los Salinas? Más difícil todavía Justo. ¿El oficial de la triste figura? ¿El castellano de la chilaba? ¿El letameniense del laúd bereber? ¿Y nuestro pueblo? ¿El de las Siete Puertas nada más? De acuerdo. Y ahí se queda toda la inefabilidad insondable. ¿Intra o Extramuros? ¿Antes o después de la queda? Tremendos interrogantes. Pero si sólo fueran esos...Y aquí sí, entro en mis dominios. Por mis fueros de cronista de lo desconocido y misterioso.

            Me acuerdo de ese formidable bilbaíno salmantinizado- ¿y si dijéramos, sin ningún respeto para el cronismo, salmantino bilbainizado?- que a ti te lleva a mal traer con la irritación de sus irrespetuosas divagaciones en torno a tu teología. Dice que los pueblos del llano brotan del suelo. Mientras que los montuosos, como el nuestro, llueven del cielo.

            Pero Letamenia no se ha conformado con tomar tierra, sino que la ha excavado, se ha hundido en ella mucho más hondo que sus cimientos. Buena empresa la de nuestro ingeniero Reverte de hacer un plano de las cuevas de la Villa. Ésta tiene duplicada la dimensión de la altura. ¿Y qué quiere decir el número siete de las puertas de su muralla? ¿Sólo eso que a la vista está, la cifra que resulta de la operación de contarlas una a una?

            Pero yo estoy convencido de que hay una Letamenia subterránea, en el centro de su tierra si lo prefieres. Otra Letamenia que también es una población, con sus vecinos, esos paisanos nuestros a quienes no conocemos. Siendo el número siete una clave que cuando se descifre dará lugar al mutuo descubrimiento de los dos pisos de la villa. Desciframiento que implicará también el hallazgo de un idioma que nos será común.

              ¿Te acuerdas desde mi último viaje desde Madrid a caballo? Sí, te acuerdas porque aunque no te lo he contado muchas veces, creo haberlo hecho muy vivamente. Y, por mucho que me jures y me perjures, estoy convencido de que me creiste, de que me crees. Cuando amaneció, pasado el Puerto, no había más que una llanura perfecta, sin un solo accidente del terreno, sólo al fondo el campanario de la torre del Salvador. Al fin me di cuenta de que era un lago, pese a que yo podía seguir cabalgando. Quedaba el camino, aunque no se notaba a la vista. ¿Será acuática la Letamenia inferior? ¿Puede haber en las prolongaciones de las cuevas, también en profundidad, otro pueblo intermedio?

            Pero yo no lo pensé entonces. Sencillamente tomé nota de lo que había visto. No digo que lo creí, porque la fe tiene por objeto lo que no se ve. Y yo veía aquello tanto como un notario que levanta acta.

            Cundo se me impuso, de súbito, esa interpretación, fue al volar de Cuatro Vientos a Grajera en la avioneta del comandante Herrera. La ascensión y el trayecto de una placidez insuperable. Pero yo sentía que la circunstancia de estar en lo alto y caminar por el aire me estaba aguzando el intelecto y los sentidos. Sólo esa vez. Cuando luego he ido en estos aviones de línea que están empezando a regularizarse, no he notado nada parecido. Al fin y al cabo el bautismo es algo muy diferenciado.

            De Herrera ya te conté. Lo que me decía de la casona de su infancia en Granada era de cuento de hadas. Como la misma Granada, sí. Pero además en su caso muy cerca de París. Quiero decir de nuestro París, esa ciudad en la que el mito pesaba más que la realidad. Mi París de ahora, el de la verdadera geografía, es otro lugar. Herrera piensa volar mucho más alto. Cuando le oía, me costaba trabajo saber que se trataba de un científico. Aunque era evidente que en él había algo más allá de la ciencia. No digo que no me contagiara.

            Y ya sabes que todo esto te lo cuento sólo a ti sin ninguna reserva. Eres el único. Para los demás, según cada uno, pero aunque tenga fama de locuaz siempre me limito. Ya sé que Justo se queja de que con él me muestro lacónico. Y es que me da miedo imbuir de fantasías la cabeza de un militar, más en estos tiempos. Precisamente por esa índole real que mis fantasías estoy seguro tienen. Como tú bien sabes, mi padre fue militar también. Y no me cabe duda de haber yo  heredado la fantasía de él. Pero así le fue. ¿Habría caído de no ser por ella en aquel preludio de guerra de África? Siempre llevo, tantas veces te lo he repetido, la canción conmigo: No te vaya a suceder lo que al General Margallo...

            En cuanto a María Luisa, yo no la cuento nada. Pero por estar seguro de que ella se entera de todo lo que yo cuento, sí, de cuanto digo a cualquier otra persona, y sin perderse un solo detalle. Claro está que si así ocurre ello no es ajeno a su voluntad, ¿no? No parece demasiada vanidad pensarlo de esta manera. Aunque a vecs la loca de la casa dé demasiadas vueltas.

            Aquí tenemos La Esfera, nuestra revista. Sí, este pequeño barco tiene detalles sorprendentes. He visto en los números que hay en la sala dos fotos de sendas obras de arte que tienen que ver con Letamenia. Antes de la corrida es un cuadro de Ignacio Zuloaga que está en el Museo de Bruselas. Un picador, rejón en ristre, mira el pueblo encaramado a las peñas, desde Las Cuatro Carreteras naturalmente. Tiene varias mujeres enfrente. Cada una mira a un punto diferente. No se cruzan los ojos de ninguna. Él parece no verlas. La expresión de ellas siempre es enigmática, aunque en una se vea la tristeza y la sensualidad en otra. Yo me pregunto porqué él no las ve, y si ellas se fijan o no en él. Pero además veo en todas a María Luisa. Lo que quiere decir que no veo a ésta. Y entonces me siento culpable de no hacer el esfuerzo de identificarla, de descifrarla sí. La otro foto es dun bronce de nuestro paisano Barral. Un desnudo femenino, ladeado, frívolo, juguetón, hasta inocente, como pieza humorística un logro. ¿Qué tiene que ver con las mujeres de Zuloaga? ¿Y con María Luisa? ¿Estoy obligado a contestarme?

            Y voy a beberme una copa de un vino griego deliciosamente resinoso que tienen en el bar. Cura ut valeas.

                                   -------------------------- 

                        París, quince de agosto, antigua fiesta de la Virgen de la Peña

            Mi querido Deán:
                                          Estoy sentado a un velador, como por allí decimos, de un pequeño café de la rue Saint Benoît, pero al aire libre. Hace buen día. No es excesivo el calor. Está clara la atmósfera. Me acuerdo de nuestro humanísimo médico Teófilo Hernando. Me contó que su padre, médico rural en el pueblecito de su nacimiento, Torreadrada, durante un viaje a esta ciudad, algo entonces mucho más cotizado, escribió a la familia, también desde un observatorio como el mío: “Pasan muchas muchachas. Y son bien parecidas”.

            He pasado toda la mañana en la trastienda del comercio más aromático que he conocido en la vida, y eso que puedo presumir de haber estado en tierras de merecida fama en ese ámbito, tú bien lo sabes.

            Aux racines de l’Arménie, su dueño Komitas Beduyan. La trastienda es más grande que la tienda, y además hay un sótano. Y naturalmente que la fragancia se percibe por el olfato. Pero no exclusivamente. Te aseguro que también por la vista. Sí. No hay un milímetro cuadrado de las paredes que no esté tapizado por un cajoncito, un frasco, un envoltorio en papel polícromo, de especias, hierbas, polvos, ramitas, líquidos olorosos todos con su tinte. Cada rincón con su diferencia, pero a la vez integrado en un conjunto de una unidad sorprendente. Perfecta esta armonía entre lo particular y la resultante de las particularidades. Era una tentación quedarse allí. Hasta se sentía uno interiormente acunado por esa música de Oriente, como la de nuestro vecino Marruecos sin ir más lejos.

            Komitas es un viejo célibe nacido en la Armenia soviética. Naturalmente está exiliado, pero no se muestra del todo intransigente cuando habla de los nuevos dueños de su tierra, y conserva allá algunos contactos. Él es una mezcla de la evasión al ensueño y la eficacia, ésta más a largo plazo que en la realidad inmediata. Se pasa la vida en su rincón escondido de París, pero tiene tentáculos mercantiles muy diseminados por el mundo, en los Estados Unidos sobre todo.

            Su conocimiento es un servicio que yo he prestado a Karl. A mí me dio noticias suyas en una carta el canónigo Aguirre. Él es de la iglesia separada, pero han hecho los dos buenas migas. El canónigo le descubrió la sidra y desde entonces la busca de vez en cuando en una tienda de artículos españoles que hay en la rue Saint-Sulpice. Los curas de su iglesia se enfadaron por habérsela dado a conocer cuando ya estaban cansados de degustarla los de la iglesia uniata.

            A Karl le ha interesado como una pieza más en su tablero de aproximaciones entre las gentes mezcladas o en conflicto. Un tablero en el que no sólo cuenta el presente sino también el pasado. Pues el ayer no está incomunicado con el hoy, no está muerto. Por eso la historia es trascendente y también la memoria enriquece. Supongo que sabes algo del exterminio de los armenios por los turcos. Está muy reciente. Karl insiste en que los muertos, como el pasado, no tienen retorno. Pero por eso mismo se impone barajar sus recuerdos. Como puede hacerlo Komitas en la pecera de su escondrijo, armenia pero de muchos colores.

            Y viendo pasar a las parisienses bien parecidas te dejo. Éste es el corazón del París monacal, los dominios de la antigua abadía de Saint-Germain-des-Prés. Una selva literaria a falta de la península de peñas de nuestro San Frutos silense. La conjunción de las dos se queda para la vida perdurable.

            Quince de agosto. De no caer en vacaciones, sería en los colegios un día tan blanco por lo menos como el ocho de diciembre. No sé si María Luisa es Hija de María. A nuestro capitán tengo que recriminarle porque la Asunción no sea patrona de ninguna de nuestros armas o cuerpos.

            Aquí también es fiesta. Además el cumpleaños de Napoleón. Esta mañana oí la misa mayor en Notre-Dame. Muy suave en los alrededores la decoración de las palomas entre las monjas. Las campanas graves. Me recordaron las de nuestro San Justo. Vale.

                                   ------------------------------------------

                                   Roma, Domingo de los Toros de Letamenia

            Querido Frutos:
                                       Todos los años, en estos días, esté allí o fuera, lo cual viene siendo lo corriente desde hace muchos años, cuando se ven o a uno se le representan caras de paisanos que hasta el año siguiente vuelven a estar olvidadas o invisibles, yo me acuerdo sobre todo de los muertos. Que estas fiestas son tanto de ellos como de los vivos. Las sensaciones cuando les tocó vivirlas de los que se fueron están dormidas en el aire, y cobran vida al llegar su aniversario colectivo, que al fin y al cabo sólo éste es el de la Villa. Su densidad tiene que pesar abrumadoramente entonces en nuestros dos cementerios. Tanto que, de veras, a mí me daría miedo ir a cualquiera de ellos desde el principio hasta el fin del programa. Los enterrados en las iglesias ya están hechos a compartirlas a diario con nosotros. Estos días también salen, claro, pero sin más problemas.

            Hasta alguna vez me he imaginado una competencia por la mejor celebración de “Los Toros” entre el Cementerio Viejo y el Nuevo. Tiene que haberla, ¿no? En principio generacional, pero desde luego inserta en una urdimbre de ramificaciones complejas. Los del Viejo pueden presumir de ocupar el solar de la iglesia desmochada de San Pedro. Los del Nuevo nada más que el receptáculo de los incluseros de San Cristóbal, pero en lo más alto y con todo el horizonte. Los de San Pedro en cambio un mero hoyal ensanchado, sólo el vano de la Puerta de la Fuerza y el vislumbre del barranco de Las Canalejas para salir en su sueño de muros afuera. Los cristobalinos dominando el cncierro. Los del Viejo encajonados en su altanería. De veras que no serán sus peleas pecados menores. Los del Nuevo tendrán banda. Los del Viejo preferirán, aunque despectivamente, la dulzaina, y eso sí, cuidando mucho el tambor. Los de San Cristóbal exhibirán trajes regionales copiados de Segovia. Los de San Pedro gastarán sus pelucas, calzas y miriñaques, con mucho polvo sì, pero hecho abolengo. Arriba, la jota y el pasodoble; abajo, el vals y hasta el rigodón. Los del Nuevo, el Himno de Riego para algún interludio. Los del Viejo, la Marcha del Príncipe de Dinamarca de Henry Purcell. Y claro está que con defecciones en uno y en otro. Y con todas las complicaciones que lleva consigo lo humano y más lo femenino. Y los correspondientes emparejamientos mixtos, también morganáticos.

            Pero no todos están en el Nuevo ni en el Viejo. Los hay que no han encontrado ni en el uno ni en el otro su sitio. Son los que vagan intramuros. ¿También de murallas afuera? No sé si habrá almas letamenienses en pena que lleguen a ese destierro. De lo que sí estoy cierto es de que ni María Luisa ni yo seremos de San Pedro ni de San Cristóbal. Y de que el capitán Corcos irá y vendrá de abajo arriba. Y eso sí, los días de los toros, todos los muertos tienen libertad para moverse por todos los rincones del pueblo. Al fin y al cabo, es cuando los exiliados vivos se congregan también. ¿A divertirse? Secundariamente. La razón definitiva es levantar acta de su presencia, estar juntos como una fe de vida.

            Y no nos olvidemos de que muertos hay muchos más que vivos. ¿Qué densidad de población la de la otra Letamenia? Pues que no se mida aritméticamente no quiere decir que la pregunta carezca de sentido. ¿Y los letamenienses del centro de la tierra? La suya y la nuestra. Precisamente ahoras voy a poner unas líneas al Comandante Herrera. Para confiarle mi fe en los letamenienses del aire. Pero éstos son los sampetrinos y los cristobalinos que vuelan, de nuestro mismo etañants. Y a propósito de la especie, no sólo los hombres son letamenienses. ¿Acaso no tienen su vecindad ganada nuestros perros, asnos, mulos o machos, gatos, grajinas, cuervos, buitres, gorriones, cerdos, caballos; los mermejos, govios, barbos y truchas de nuestro padre río? Pero no quiero inquietar tus teologías divagando en torno a su ultratumba.

            Con que bajemos a este mundo, el nuestro por ahora, el de los vivos de la superficie.

            Me acuerdo de que a la bisabuela de María Luisa la llamaban La Menora, por haberse quedado huérfana y rica heredera. Cifraban su renta diaria en una onza de oro, una fanega de trigo y una gallina. Todavía en la casona de San Millán. Por cierto que rara ave en esta tierra su amplio patio rectangular. Reminiscencias románicas en las arcadas, y los escudos de los Salinas remetidos y enverdecidos de lisa y llana antigüedad. Amansados los leones dormidos y desdibujadas las cruces de brazos barroquizados como las laudes de las sepulturas abandonadas en nuestros cementerios al aire libre. La mudanza del abuelo a una de las casas nuevas de la Plaza fue el toque de campana del cambio de los tiempos, aunque a él todavía le tocó la mitad del mayorazgo según la transición legislativa. El padre continuó la evolución, al insertarse en un escalafón de las administraciones modernas: Director del Instituto de la vecina Aranda de Duero, donde se pasó la vida enseñando las matemáticas. Casado muy tarde, quizás dubitativo ante el destronamiento de la estirpe decretado por los burgueses conquistadores. Yo le conocí siempre con larga barba blanca. Y fue el último sombrero de copa indefectible en los entierros y las procesiones. La estampa postre que hace de la literatura de nuestro Francisco de Cossío el exponente de la nostalgia.

            Y lo que son las cosas. Si María Luisa no hubiera sido hija de un catedrático, por muy bisnieta de La Menora que fuese, yo habría bailado con ella antes que nuestro capitán. Pero esa circunstancia elevaba por lo menos al cubo mi primera timidez. Me pareció que entre los dos se interponía la masa inconmovible de una inmensa biblioteca henchida de libros de texto en todas las lenguas y escrituras. Y de números y signos de cálculo aritmético y algebráico. De manera que en los primeros Toros en que él y yo bailamos con las chicas, Justo se me adelantó.

            Pero al cabo de un año largo tuve una compensación insospechada. Seguíamos internos, ella en las Francesas y yo en El Escorial. ¿Y no fue milagro que a ella por San Sebastián y por San Blas a mí nos mandasen a reponernos a casa de nuestras respectivas abuela y tías después de haber padecido sendas semanas de fiebre? De veras que yo todavía me lo pregunto. Pues al fin, entonces sí, en esas vacaciones insospechadas, un literal anticipo del paraíso- de no verlo así, ¿el paraíso qué podría ser?- bailamos largamente, fíjate, largamente, en el Teatro. Me sigo acordando además de aquellos días como de los de la verdadera vida del pueblo, éste en su propia salsa, sin estudiantes ni veraneantes. Y ahora mismo me pregunto también si el único problema de mi vida no ha sido la impotencia para sumergirme en ella. Para adquirir la vecindad, según el Fuero. En puridad, para mantenerla.

            Todavía hace demasiado calor aquí. Faltan muchos de tus hermanos de sotana, retenidos aún ad aquas, como llaman sus largas vacaciones. Aun así, pasan bastantes hábitos de uno y otro sexo, y trajes talares y sombreros de teja, ante esta terraza de la anodina Vía Véneto. Que corresponde a un café de pretensiones literarias, pero de la otra Roma, no la del Papa Rey. Aunque también se han ido los escritores de esa cuerda.

            Pero yo vuelvo a cerrar los ojos para ver aquellos bailes del Teatro. ¿Cuántos colores tenían las cintas del bastonero? A ella y a mí, en aquella bendita ocasión, se nos quedaban muchos mirando con una compasión siempre un poco temerosa y de vez en cuando un tanto maligna. Sin recatarse de cuchichear. Aunque nadie se atrevía a pronunciar la palabra. Y eso que ésta es bellísima: Tuberculosis. No me dirás que no, también misteriosa. Por eso seguimos los dos en esta parte del mundo.

            Pero lo que yo no puedo dejar de envidiar a Justo es su perro. ¿De dónde le ha podido venir ese formidable San Bernardo? Por mucho que se empeñe en hacernos creer que se lo trajo del Rif no es capaz de llegar a lo verósimil. Pues sí, le envidio. Absuélveme.

            Tendría que contarte tantas cosas como para llenar un tomo del Espasa. Fígurate, en Roma, en tu Roma, y de días y noches bien aprovechados. Pero los días y las noches de los Toros sólo se puede hablar entre letamenienses de Letamenia. Por muchas figuras ornamentales del Vaticano que a pesar de todo pululen por aquí, como os llama Cerón, el buen poeta de Segovia. De Ocidente y Oriente, que los orientales son una mina de sabiduría, apertura, colores, luces y curiosidades. Nunca le agradeceré bastante habérmelos descubierto al canónigo Aguirre.

            Esta mañana he oído la misa en el Seminario Abisinio, que está dentro de los muros vaticanos. El rito es sorprendente y los cantos tienen un arrullo mágico. Pero, lo repito, hoy es el día grande de Letamenia. Vale.

            PS.-Por cierto, ¿te acuerdas de que en los Toros suele caer el cumpleaños de Justo? Lo pongo entre interrogantes, pues como su madre murió al darle a luz, ni él lo celebra ni los demás hablamos de ello. Yo ni siquiera sé exactamente en que día fue del calendario, ni qué jornada de las fiestas era aquel año.
                                   --------------------------------------------------

                                   Berlín, fiesta de la Virgen de la Peña

            Mi querido Deán:
                                         Me encuentro mal. Esta es la definición literal de mi estado. Mal en el aposento donde resido, mal cuando voy por la calle, mal si hablo con alguien, mal al dormir. Estoy mal, y ello se debe a la geografía que me cobija. No voy a decir que me hospeda, pues esta palabra lleva consigo alguna suavidad hospitalaria. Me encuentro mal pues.

            Karl me ha traído aquí, pero no se empeña en que le acompañe en todas sus entrevistas y brujuleos. Con eso está dicho todo. Que él atribuya a evasiones pasionales latinas mi toma de conciencia. Allá él, aunque no se estrellará solo.

            No es conveniente que te escriba ahora mismo todo cuanto pienso. Aparte no ser necesario. Tengo remordimientos si al despreciar a ciertas gentes poderosas me acuerdo de que he estudiado en El Escorial. Pero se me pasan cuando reparo en que Letamenia tuvo fueros, mas no perteneció a ningún Señor. Entonces me gustaría estar en una de nuestras tabernas, no en él, pero sí junto a uno de esos coros de menestrales que, cuando han tomado la penúltima copa y ésta ha pasado su raya, corean La Internacional.

            Esta mañana tuvimos una conversación con un almirante a punto de pasar al retiro. Casi toda fue de recuerdos históricos de armadas y batallas en los mares septentrionales comunes a ellos dos, los de Persiles y Segismunda pues. Pero por habernos dado a entender previamente que no había nada sustancioso de que ocuparse. Ello quiere decir que pensaba como yo.

            Dicen que el optimismo es un síntoma de la tuberculosis. Sin embargo, de no estar el sueco y yo a la misma distancia de ella, yo sería el más próximo. De eso no hay duda.

            Este hombre se sabe, ya puedes haberlo supuesto, toda mi vida y sus milagros. Le he hablado largo y tendido de nuestro capitán. Pero me he negado a ponerlos en contacto. Darle sus señas sí. Y nada más. Ni con él ni con ningún compatriota. Pues tengo el presentimiento de que estamos aparte. Lo cual no quiere decir que nosotros tengamos toda la culpa.

            Siento nostalgia de la última vez que te escribí en este día, por lo lejos de nuestra Europa que entonces estaba.

            Cuando el almirante nos despidió, me tuvo un cumplido. Me recordó que en su tiempo el Santísima Trinidad fue el navío más grande del mundo. En el cuarto del hotel donde estoy encerrado, sólo puedo cantar interiormente los gozos de la Patrona: Sois en el cielo adorada, astro divino en la tierra...

            Llevo en este país ocho días. Y sólo he tenido una hora buena. Las vísperas de los benedictinos de María Laach, un monasterio románico vuelto esplendorosamente a la vida. Los movimientos de los monjes tenían el más estricto rigor marcial, pero ungido.

            A Dios gracias mañana vuelo a Copenhague para ocho días de vacaciones plenas. Vale.
                                   ------------------------------------------

                                   Estocolmo, día de Los santos

            Mi querido Deán:
                                       Llevo aquí una quincena larga. Y se nos está contagiando la clandestina atmósfera etílica. Tranquílizate. No he llegado apenas a beber demasiado. Pero propendo a hacerlo a solas. Lo cual precisamente se tiene entre esta gente por síntoma peligroso.

            Estoy leyendo mucho sobre el Afganistán. Fíjate en el mapa. Entre Persia, la India, la China, Rusia. En otros tiempos también cerca de Grecia y de las estepas de los mongoles. Hasta ayer tarde cruzadas a su través las miradas de rusos e ingleses. Y ahora mismo sólo de momento tienen los ojos cerrados. Por otra parte, muchas gentes y muchas lenguas, además de bastantes paisajes. Es un país interior, pero Karl estará allí como el pez en el agua. No es fácil viajar por él. Pero le ofrendaré lo que de antesala de la vejez me queda.

            Aquí casi no hay católicos. Esta mañama fui a misa a los dominicos. Vi por primera vez como un prodigio la posibilidad de creerme literalmente en una de nuestras iglesias de Letamenia. Ni un ápice ceremonial era distinto en esa sencilla misa rezada. De puro cotidiano no lo pensé así antes. Cura ut valeas.
                                               -----------------------------------

                                   Isfahan, Primavera, día de San Benito, “Now Rouz”

            Mi querido Frutos:
                                            Hoy celebran aquí el año nuevo. Estamos esta tarde invitados a casa de un notable. Me encuentro bien entre esta gente. Mañana por fin salimos para el Afganistán. Sin la pretensión de contar los días ni menos calcular la densidad del polvo cuando vayamos en coche ni los cambios de cabalgaduras en otro caso.

            Y de veras que un letameniense no se siente en Persia en tierra ajena. Por mor del cordero. Coincidiendo con nuestros Reyes Católicos, hubo aquí una lucha entre dos dinastías turcomanas llamadas Qark Quyunlu y Aq Quyunlu, que quieren decir respectivamente del Cordero Negro y del Cordero Blanco. Eso ya pasó. Pero el cordero no. Comemos muy a menudo tchélo kabab, que es un arroz coloreado de yema de huevo y con cordero asado, sea o no lechazo. Nuestra ensalada para el caso parejo, la de nuestras lechugas que llevan el aceite en sí mismas,  puede competir ventajosamente con ésta de los pepinos, los nabos y las cebollas crudas, khiar, torobtcheh y piaz. Pero yo no te oculto que a la idolatría de nuestro asado, sin condimento alguno, hay que ponerla límites. Ya sé que nuestros corderos llevan también en sí la salsa, que ésta está en nuestros pastos, pero junto a esta variante hemos de abrirnos a otras. Dejar que lo simple alterne con lo compuesto y lo clásico con lo barroco. Y en estas latitudes encontraríamos buenos maestros.

            Esfahân, nesf-é. djahân dicen en esta ciudad, “Isfahan, la mitad del mundo”. Viene ello de los tiempos del Châh Abbâs I, soberano de la dinastía adzerbaijana de los Sefevidas, que trasladó a ella la capital después de sofocar la rebelión de un gobernador, y además la embelleció prodigiosamente. Una belleza que todavía es visible. Pero yo me siento en la mitad del mundo por estar entre Oriente y Occidente. Un convencimiento que no sólo es hijo de la geografía.

            Estamos precisamente en el Hotel Châh Abbâs, junto a la madrasa o escuela coránica de la Madre del Rey, con una cúpula de porcelana donde navegan las flores azules. El hotel fue un caravanserrallo hecho para dar un medio de vida a los estudiantes y profesores. El mismo origen tiene un mercado cubierto que tenemos al lado, y es un anticipo del Bazar, el Qaisârieh de la Plaza Real, donde dice mi guía francesa que “el tiempo parece haber suspendido su vuelo para dar una estampa fijada en una era indeterminada”.

            A menos de una legua está el barrio armenio de Djolfâ. El domingo fui a misa a su catedral del Salvador. Por cierto que sus pinturas están también entre Oriente y Occidente. Luego estuve en una tienda que Komitas me había recomendado en París pero que, a pesar de su autenticidad, no puede competir con la suya. En cambio encontré el coro de la iglesia sedcutor hasta la embriaguez. De un aroma rústico que potenciaba su arte.

            Por cierto que en Kabul encontraremos a un pastor luterano compatriota de Karl. Se llama Gunnarson y es hijo de islandés. Anda como el mismo Karl a la busca de contactos para hacerlos puentes, él en su esfera divinal. Pero no tengas miedo. Si todas las tentaciones me fueran tan inocuas como la de hacerme protestante tendría asegurada la salvación eterna. Mientras no ilustren las letanías de los santos sólo me interesan de visita de cumplido.

            Al encontrarme febril me acuerdo de aquellas benditas vacaciones de invierno. Pero, ¿cuáles podrían ser a estas alturas? Cura ut valeas.
                                   -------------------------------------

                                               Herat,  Catorce de Abril

            Mi querido Deán:
                                          Me encuentro muy bien en esta hermosísima ciudad afgana. Está lloviendo pero sin riesgo de inundación. Te lo digo porque es una de las amenazas de este mes acá, algo mucho más llevadero que los vientos y calores de más tarde. No noto mucho haber salido de Persia. El desierto está cerca. éste es uno de sus oasis.

            Coincidiendo con nuestro Renacimiento, lo tuvieron aquí bajo la dinastía timurida, sin fronteras entonces con su solar de Samarcanda. Acabo de leer en un libro reciente de un viajero inglés, Robert Byron, que la diferencia de ese renacimiento con el nuestro es que no llevó consigo una reacción racionalista. O sea que fue de “curas” ilustrados. Ideal para ti, ¿no? Aunque no llego a compararte con don Jerónimo, el de Turégano.

            Estamos en la misma altura que Letamenia. Las chuletas de cordero, pochti kebâb, aquí se asan a la brasa.

            Los minaretes son más decorativos que las torres de nuestras iglesias. Por eso mismo van más conmigo éstas. El de la Mezquita del Viernes y su elevado pórtico, lo mismo que sus hornacinas, son la apoteosis de los colores. Hacen pasar de las ciencias a las artes la Física Óptica.

            Pero el paraíso que yo he descubierto aquí es el musical. Se trata de una encrucijada entre lo persa y lo indio, éste predominante en las maneras afganas venidas de Kabul. El secreto está en su laúd, târ o rubâb; también tienen el dotâr de las estepas del Asias Central. Indios son la pareja de tambores, tabla, y su armonio de soplo manual. He oído a un estupendo intérprete de éste, que también canta, Ustad Amir Jan Kushnanaz. Estoy contento de tener una foto a su lado. Es uno de los que piensan que la música estimula a los pájaros a cantar. Pero no sólo eso sino que, al oír musica bella, ellos se asocian a la misma, se hacen intérpretes, entrando en el coro o acompañando al solista. Por eso a veces los músicos los llevan consigo en sus jaulas. Sus trinos son un certificado de excelencia pues.

            A mí, el rubâb me crea una atmósfera distinta de la que respiro. Pero no es una muralla de aire. Se mezcla con esa otra. Sin embargo, tiene la bastante densidad para protegerme. Quiero decir que es envolvente de los azares de la vida que vienen, como consolatoriamente, en todo caso siempre una compañía. Evitando que la melancolía se llegue a hacer angustia, y limitando la potestad del dolor.

            El rubâb tiene tres cuerdas principales, dos largas que le hacen de bordón, y quince más que se acordan a la melodía elegida. El dôtar, aquí también dambura, tiene dos cuerdas nada más. Y para mí es bastante distinto. Es estimulante, exige otra respuesta que la de ver venir la vida aunque se la beba. Mucho más juvenil pues, más adecuado para acompañar el canto que para tocar solo. Me evoca las clases de literatura. En cambio el rubâb, la contemplación de nuestro pueblo desde el mirador de Las Cuatro Carreteras que se llevó para siempre consigo Ignacio Zuloaga.

            Me gusta deambular por estas calles. Son un microcosmos de razas y lenguas. Aunque yo sólo distingo a los hazarahs, por sus caras mongoloides. Casi todos los musulmanes nativos de la ciudad, como en el resto del país, son sunnitas, pero los hay también chiítas. Los pastums, que son la mayoría de la nación y la han hecho, aquí no hablan su lengua sino el persa. Hay además uzbekos, turcomanos, balutchas.

            Al oír de ello me acuerdo de nuestra Letamenia. Que también es un microcosmos. Fíjate en los hortelanos, labradores, artesanos, obreros, hombres de carrera, curas, mendigos, rentistas y sus administradores, guardias civiles, cazadores y pescadores furtivos, comerciantes, músicos, viajantes, taberneros, maestros, confiteros, panaderos, churreros, barquilleros, tratantes, sacristanes, cordeleros, fondistas. Por lo menos otra vez te lo he escrito ya ¿Y qué decir de los barrios? Muchos metros separan el bajo de San Esteban del alto del Salvador. La Plaza en el punto medio, con San Bartolomé y San Gil. El islote de unos hoyales, San Justo, dando paso al ensanchamiento de La Virgen, del que se escapa hasta el borde de las antiguas murallas San Millán. ¿Y los trogloditas de Las Cuevas? En cuanto a Santiago, luchando contra la carretera entre el amor y el odio, Sopeña irredenta. Trascastillo tan escondido como a la vista. Pero todos hablamos la misma lengua, y las diferencias de indumentaria y aspecto se reducen a las que van de la prosperidad a la escasez. Que yo no menosprecio, Dios me libre. Pero cuando aquí salgo de mi cuarto, tengo envidia de esta policromía.

            El bazar de esta ciudad es espléndido. Y he hecho en él algunas compras de que ya tendrás noticia.

            Aunque sé que me tienes por habitante de una torre de marfil egoísta, no me he olvidado de la fecha de hoy. Y te ruego que no te preocupes. De veras que para los deanes de nuestras catedrales, a la tempestad seguirá la calma. El único cuidado es capearla mientras tanto. A compatriotas de otros estamentos no les hablaría con tanto aplomo. Pero...déjame que me embelese en el rubâb. Absuélveme.
 
            PS.-Estamos esperando a un piloto también sueco que nos va a llevar a Kabul, haciendo una escala larga en Maymana. Me han hablado de los mercados de ésta, en jueves como los nuestros, y tambièn los lunes en lugar del sábado. Policromía, desde luego. Y el cordero se guisa. Es el mantu. Voy a tomar nuestra para nuestros figoneros, hay que repetírselo. Pero Maymana está ya en las estepas. Donde el caballo cuenta como el hombre. Lo cual a mí no me escandaliza. Al contrario. ¿Sabes que es su San Bernardo lo único que sigo envidiando a Justo?
                                               ---------------------------------

                                               Kabul, Primero de Mayo

            Mi querido Deán:
                                          Ya sé que para ti hoy es una fiesta antigua de precepto, los santos apóstoles Felipe y Santiago. Por un compañero francés, un profesor sindicalista todavía en la plenitud del entusiasmo juvenil, me he enterado de la otra efemérides. Ha puesto en la puerta de su habitación tres banderitas rojas. De no ser por ello, acaso me habría pasado desapercibida. Y es que me noto algo fuera del calendario. El tal compañero es de hospital. Pues esoy en el de Kabul, tomando a juego las subidas y bajadas de mi fiebre.

            Aquí he conocido también a otro francés, un escritor viajero, Joseph Kessel. Me ha regalado un libro suyo, Wagon-lit. Y veo logra la agresividad del idioma al servicio de la expresión literaria. Algo que en su país no es raro. Se conmueve hablando de su padre, de “su grande y tierna sabiduría”. Me llevó a dar un paseo por unos barrios populares que hay en torno a la carretera de Qandahâr, y nunca o casi lo he pasado tan bién. En todas las esquinas hay contadores de cuentos, y jamás les falta argumento. Siendo sorprendente que se los entiende sin entender su idioma. De veras, así, literalmente. A Kessel le daban envidia. A su propósito se explayó hablando de los valores que los occidentales hemos perdido, al precio de ciertos refinamientos.

            Me ha hecho el elogio de los grandes nómadas pastums, indomables, vencedores de los ingleses tras un siglo de combates, “los de los pasos del Este y los castillos en nidos de águila; forjadores de sables, lanzas y fusiles en sus talleres secretos”. Espero verlos.

            He recibido la visita de nuestro cónsul. Es un donostiarra muy simpático, Nacho Garayalde. Cuando me hablaba de San Sebastián, una subida de la fiebre me ayudaba a ponerme nostálgico de lo que pudo ser y no fue. Si cuando tuve el título de abogado en el bolsillo hubiese hecho oposiciones a notarías en lugar de tomar la salida para recorrer las siete partidas del mundo, quizás ahora estaría casado con María Luisa. Pero desde luego, no estoy convencido de haber sido ello mejor. Quizás sea inevitable que sueñe con esa existencia, húmeda, atlántica, septentrional, plácida en lo dependiente de nuestras voluntades, leyendo despacio y volviendo a las novelas perennes del pasado siglo y su continuación en éste.

            Me extraña el traslado de nuestro capitán de Xauen a Melilla. Es de los detalles de allá que me inquietan vagamente.

            En cuanto a mi hospital, es un islote europeo. Por eso me aburre. Aunque me lo hace soportable una enfermera escocesa, Jane McLauglin. Por cierto que se parece a María Luisa, alta, blanca, los ojos verdes y sobre todo el pelo color de trigo. Ha leído a su compatriota Walter Scott naturalmente. Vale.
                                   ----------------------------------

                                                           Kabul, Corpus

            Querido Frutos:
                                       No te quejarás de mi fidelidad a nuestra Santa Madre Iglesia. Aquí nadie más que yo se acuerda de la fiesta de este jueves. Me viene a la memoria nuestra Cofradía del Señor, esa convivencia tan espontánea y natural de los vivos y los muertos.

            Como ves, te escribo desde el Hotel Spinzar. Me dieron el alta en el hospital con la promesa de volver para radiografiarme.

            Karl me hizo entrevistarme con algunos soviéticos. Pero hubo de dejarlo por imposible. Cuando hablaba con ellos, me daban la impresión de hacerlo sólo desde una mínima parte de su ser hacia afuera, como si se expresaran en un idioma únicamente apto para traducir sus reservas y percibir las de los otros. En cambio me he hecho amigo de un exiliado de los de Trostsky que se hospeda aquí mismo. Habla buen castellano y me hace continuamente preguntas sobre España.

            El pastor Gunnarson ha llegado desde la India. Yo no le hablo nunca de religión, pero sacio sin pereza su insaciable curiosidad por nuestras devociones y vuestra vida, la de los hombres de iglesia “papistas”. Vino con un joven matrimonio de su país. Es una pareja muy poco habladora de estudiosos, él naturalista y ella antrópologa. Trabajan sin mesura. Los cuatro haremos el viaje al valle de Bâmiyân, donde están las estatuas gigantes de Buda, empotradas en la roca. Karl se quedará en Kabul, recibiendo y despidiendo a gente. Me ha demostrado que si la situación internacional llegara a peligro inminente de guerra, él dispondría de un avión oficial para ir de una a otra de las capitales de las grandes potencias, en la confianza de servir de algo. Sí, me ha dado pruebas convincentes de ello.

            Y fíjate que, mientras tanto, quiere ir a Melilla. Yo me limitaré como te dije a darle una carta de presentación para nuestro capitán. De menos nos hizo Dios. Y por cierto, ¿cómo tarda éste tanto en ascender? Vale.
                                               ------------------------


                                               Djairez, día de San Pedro

            Querido Frutos:
                                       Me llega hoy desde allí esa marea de voces que anega la Plaza en el gran mercado del año. Cuando la tierra pasa intramuros de la Villa, hasta de lejos, se contratan los agosteros para la siega, y en las callejuelas en torno se espesa el olor del asado.

            Hemos tomado el itinerario más difícil, porque también es el más hermoso, el de la garganta de Onay, a tres mil trescientos metros de altura. Ya estamos a cincuenta y seis kilómetros de Kabul. Para Bâmiyân nos faltan ciento treinta y cuatro.

            Acabamos de hacer una parada en un santuario pequeño y tapizado de cintas que contiene las peticiones de los devotos. En este pueblecito también hay un bazar muy animado. Yo te estoy escribiendo desde una tchâi khâneh o casa de té, como tantas hay en todo este país. Nos acompañan dos jóvenes guías de la raza hazarah. Son buenas gentes, vivos de talento, serviciales y generosos, oprimidos desde hace mucho tiempo.

            El pastor Gunnarson se ha traído unos libros de budismo y me plantea de vez en cuando la cuestión de si éste es una religión o no. Yo más bien me inclino a responderle negativamente, pero me siento tímido para hacerlo. Pienso puedo estar influido por nuestra densidad pía.                                 
            Uno de los guías se defiende en francés y otro en inglés.  Yo voy estando ya más suelto  en esta última lengua. Acaso ello sería bastante motivo para unas calabazas de María Luisa. Recuerdo su costumbre de decir a cada momento c’est fini.

            Los guías nos han asegurado que quedaremos admirados cuando se nos aparezca la masa del Hindukush dominando el valle de nuestra meta. Pero sobre todo nos han dicho algo que me hace recordar la esencia de nuestra Letamenia. Desde que, treinta kilómetros más allá, empecemos a subir el Onay, a cada revuelta del camino será diferente el paisaje. ¿Y no es eso lo que pasa con nuestro caserío, tanto que por eso no se acaba nunca, incluso para quienes tienen el privilegio de habitarlo? No me fío ya tanto de que las gargantas de Tang-é-Pâ-yé-Maori, próxima ya la llegada, se parezcan a nuestro cañón. Pues ninguno de los pretendidos paralelos que he visto han resultado comparables. No sé porqué, pero se trata de una realidad evidente y profunda. Vale.

            PS.-Me ha despertado un guía para llevar esta carta a un correo que va a pasar. Me ha interrumpido un sueño estridente. Veía las siete llaves de las puertas de nuestra muralla que guardamos en el salón de sesiones de nuestro consistorio manchadas de sangre, algunas teñidas del todo. Entonces me acordé de una frase de un fiscal de Segovia, según el cual en nuestra provincia la criminalidad es casi nula.

            Despierto ya, lo que tuve no fue un sueño, sino una visión. Alegórica. Estaba María Luisa en la taberna de Silvanio. Inverosímil por lo tanto. Mirando a la barra. A la izquierda y a la derecha, pero muy apartados y mirando en cambio a la puerta de entrada, Justo y yo. Él con un puñal, yo con un vaso de vino. Y, aunque imperceptiblemente, nos movimos. Pero los dos para alejarnos de ella. Vuelve el guía, que ya se va el correo
                                   ----------------------------------------------

                                               Bâmiyân, Diez y Siete de Julio de 1936

            Mi querido Deán:
                                          Al fin hemos llegado. Ayer nos instalamos en el Hotel Bâmiyân. Nos alojamos en yurtas o tiendas a la manera turcomana que aquí se llevan. Además tenemos una habitación colectiva en el edificio central, entre otras cosas para escribir cartas. Pero yo lo estoy haciendo sobre el terreno. Estamos en la ruta de la seda, que iba de Roma a la China y la India.

            Esta peña es roja como la sangre y está cortada a pico, aunque ha acabado por dejarse moldear en unas formas que se parecen un pcoo a Montserrat. Estoy frente a la hornacina acupulada tallada en ella que alberga al Gran Buda. Los guías me dicen que éste tiene cincuenta y tres metros de alto. Su antigüedad es de mil seiscientos años. Tiene mutiladas la cara, las manos y las piernas, y ha perdido su dorado y su tinte azul.

            Por doquier hay cuevas y galerías, los antiguos monasterios rupestres. Pero ya no queda ni un solo monje. Con sus túnicas color de azafrán habrían coloreado atractivamente el paisaje.

            El pastor Gunnarson me ha explicado que este lugar era una de las sedes del budismo llamado  Mahayana o “Gran Vehículo”. Éste concibe a Buda como el dios de la compasión, rodeado de boddhisattvas que equivalen a nuestros santos. A él y a ellos se reza pidiendo su intercesión. El budismo anterior, Theravada-Hinayana, también vigente, está más alejado del mundo y el hombre, concentrado en la meditación tendente a alcanzar el nirvana. Yo me siento como oreado por un aire suave al pensar en esa compasión universal.

            El tiempo es bueno pero yo tengo demasiado calor en el pecho. Mañana es el cumpleaños de María Luisa. Absuélveme.

            PS.-¿Sabes que estos Budas, el Grande y el Pequeño, estriados los torsos, me han recordado la imagen de nuestro San Juan que tenemos sobre la puerta de nuestro santiago? Te acompaño esta otra carta para nuestro capitán. Prefiero que la eches al buzón tú, pero después de haberla leído:

            Querido y recordado Justo: No hacía falta este segundo epìteto, pero lo he puesto al reparar en un detalle que hasta ahora me había pasado desapercibido. Y es que nunca nos hemos escrito, al cabo de tantos años. Acaso superfluas las misivas por acordarnos demasiado el uno del otro.

            Estoy en el Afganistán. Es también un país de moros, los tuyos de adopción. Te gustaría esta gente indomable.

            ¿Te acuerdas de cuándo tú estabas en los baveros y ella en las Francesas? Los dos en Vlladolid. Yo trasterrado de vosotros en la grandeza de San Lorenzo del Escorial. Donde se gestaba su último acto, de Felipe II al Presidente de la República.

            ¿Y qué me dirías si te escribiera sólo para comunicarte una sospecha y hacerte un ruego? La sospecha: Yo creo que tú no aprovechaste tu cercanía en aquellos cursos vallisoletanos. Por fair play para conmigo, sencillamente. ¿Y ahora? El ruego: en nuestras tabernas se canta la canción dirigida al pajarito, pajarito, pajarito que volaste, y al atravesar el mundo qué solito te quedaste. No la tengas presente cuando te acuerdes de maría Luisa o te acerques a ella.

            Y sosiégate. Acaso en este momento, dentro de las profundidades de cada uno, discordantes de las apariencias, en nuestro país sea la de militar la condición más preferible. Por más excusable. Tuyo.
                                   --------------------------------------

                                               Melilla, Diez y Seis de Julio de 1936

            Querido Frutos:
                                       Te escribo sin ningún motivo concreto. Por necesitar el alivio de comunicar desde lejos con un amigo que da la paz sean cuales sean las circunstancias.

            Aquí es densa en exceso la atmósfera. Cual si este verano no fuese a terminar nunca.

            Nuestro General, Romerales, es goloso. Yo le había hablado de nuestros soplillos y ayer conseguí llevarle una caja que me ha traído un soldado paisano. Me entretuvo un poco hablándome de chocolates-loores a uno de Pozoblanco, que metamorfosea el paladar, así me dijo él-, y de mantecados, polvorones, bizcochos borrachos y bartolillos. Luego me vio mi coronel y me hizo unas preguntas raras. Y yo fui a un colegio femenino, de una congregación llamada de la Divina Infantita, para tranquilizar a las monjitas, que son casi todas mejicanas, y están inquietas ante este pesado ambiente.

            Creo que Marco-Antonio anda por Asia. María Luisa no sé si en Madrid o en Letamenia. Pero yo no sé a cuál de los dos tiene más cerca. ¿Y por qué tengo que asociar siempre a ambos en mi recuerdo? El caso es que lo mismo se ha preguntado él. Me lo ha asegurado. Y no lo dudo.

            Aunque estoy viendo el mar, me acuerdo del fresco de tu catedral en este tiempo. Un abrazo
                                               Justo
                                   ---------------------------------                                            

                                   Upsala, Veintinueve de Septiembre de 1936

            Hermano en Cristo:
                                               Le ruego me permita presentarme. Soy el pastor Thorlakur Gunnarson, de la Iglesia de Suecia.

            Tengo el dolor de hacerle saber la muerte de su amigo y paisano Marco-Antonio de Floranes, ocurrida en el Afganistán, en Bâmiyân. Falleció de un ataque al corazón en el hotel que compartíamos, unas horas después de que el correo se llevara una carta que había escrito a usted estando yo delante, junto a la estatua rupestre del Gran Buda. Yo no le he escrito a usted hasta estar cierto de ser la persona para ello indicada, por una serie de circunstancias que le omito.

            Al desplomarse buscó mi mano, pero no pudo decir ninguna palabra. Le enterramos junto al cementerio del pueblo. Pusimos una cruz con su nombre y las fechas de su nacimiento y su muerte que nuestro amigo Karl conocía. En Kabul, ello le fue comunicado a un diplomático español, a quien se le entregó su “cédula personal”.

            Unos días antes me había hablado de un diario que viene llevando desde sus años juveniles. La última parte la tengo yo, la escrita en este viaje. La anterior me dijo estaba donde consta en un documento autorizado por un notario de Madrid que hace poco fue ministro de España y antes había ejercido de juez en Letamenia, su pueblo. Con esos datos será fàcil localizarlo. Me dijo que el diario debía ser dado a su amiga María Luisa.

            Además de ese manuscrito, yo tengo tres regalos que él compró en el Afganistán: una túnica de cordero bordada para usted, pues me dijo que a veces allí se pasa frío dentro de las casas y entonces le vendría bien sobrepuesta a su traje eclesiástico; unc collar de lapislázuli para María Luisa, y un puñal de plata labrado con motivos florales para su amigo capitán. Espero poder hacerle llegar a usted todo ello sin tardar mucho. De haber sido normal la situación lo habría hecho ya, pero teniendo en cuenta las circunstancias que ustedes atraviesan no me ha parecido oportuno correr ese riesgo.

            Yo guardo del difunto la memoria de un corazón. Gracias a él tenía a menudo la sensación de estar viajando por su país, tantas cosas como me contaba y descritas con tantos colores y pasión. Recuerdo la última, unas tiendas que hay en el centro de Madrid, en torno a su Plaza Mayor, de telas de color para hábitos que prometen y llevan los devotos de cristos, vírgenes y santos.

            Le adjunto una relación del dinero que nuestro amigo tenía y de sus efectos personales, en espera de instrucciones suyas. Todo está en mi poder.

            La sangre de Jesucristo nos limpia de todo pecado. Reiba un saludo fraternal en Él
                                   T. Gunnarson
                                   ---------------------------------------------

                                   Gijón, Virgen de Agosto de 1939

            Querido Frutos:
                                       Me siento abrumado por este destino, aunque el mar, la situación norteña y estas gentes, este Hotel Comercio, me habrían resultado a cual más gratos en otras circunstancias. Me encargaron la misión de localizar a un grupo de fugitivos, y llevábamos varios días recorriendo brañas cuando recibimos aviso de un puesto de Infantería de Marina de haber una barca sospechosa en un punto solitario de la costa. Yo no había querido descargar en ninguno de mis subordinados este mando. El problema moral habría sido el mismo, y además me habría sentido cobarde. Cuando llegamos, la barca estaba hundiéndose, atestada de gente, por los disparos de los infantes.Un comandante de ellos me dijo no entender que no se les dejara marchar. Pero tenía órdenes estrictas. A los pocos días se suicidó. No se sabe porqué. Se habla también de un enredo de su mujer con un asistente.

            Yo querría retirarme de las armas, no sólo por estas contingencias, sino por todo el contexto histórico que vivimos. Pero habiendo hecho la guerra podría parecer un intento de borrarla de mi vida. Y el pasado no tiene retorno.

            Vi a María Luisa en Madrid. Entre su tía Florencia y su tía Enriqueta. Como sabes, de siempre la primera se encargaba de ahuyentarla todos los pretendientes posibles, incondicionalmente. Ninguno se la podría merecer. Era algo dogmático. En cambio tía Enriqueta congregaba a todos bajo sus alas maternales, ajena a cualesquiera dogmas. ¿Distintas visiones de su propia soltería por parte de la una y la otra? El caso es que hasta en esas actitudes inconmovibles se ha notado el trauma que vivimos. Me recibieron con mucho cariño las tres, y no advertí el más pequeño asomo de discrepancia entre las dos custodias. Y no fue por el uniforme, ya con las estrellas de coronel. Era síntoma de algo más profundo. Que Dios nos tenga de su mano. Tuyo
                                    Justo.

            PS.-Ya sabrás que un hermano tuyo de capítulo tiene harto a un capitán general chusquero pidiéndole su intercesión de héroe para una mitra..
                                               ----------------------------


                                   Madrid, 29 de Agosto de 1939

            Mi respetado Don Frutos:
                                                     Tengo el atrevimiento de felicitarle por la oveja descarriada que ha tocado a usted llevar al redil de la Santa Madre Iglesia. Me vino a ver Komitas, el amigo armenio de Marco-Antonio que en gloria esté. Me contó de su conversión al catolicismo, que por cierto yo sospecho un homenaje póstumo a nuestro paisano, y la elección de usted para recibirle en su seno. También sé de la obstinación del obispo de Segovia en hacerlo bautizar, aunque ningún teólogo en su sano juicio puede sostener que el bautismo de los armenios no es válido. Pero así ofició usted una ceremonia más solemne para el recuerdo, ya que no más eficaz para el pecado original.

            Marco-Antonio le había hablado de mí y quería conocerme. Me ha regalado un frasco de azafrán de peña. Tiene el color del nuestro, pero las hebras son más duras. Sin embargo, hay que frotarse con ellas la cabeza hasta que se disuelvan en agua y colonia. Me dijo que es el afeite más preciado de allá, más y más raro, casi secreto. Que el azafrán sea comestible no importa. Me dio la sensación de no seguir encomiándome sus virtudes de tocador por mor de incurrir en alguna alusión deshonesta. Y desde luego su fragancia es profunda, singular. Perdón por esta confidencia, Señor Deán. Tómela como un símbolo de la vuelta aromada del hijo pródigo.

            A propósito de Marco-Antonio, como letameniense me siento huérfana al recapacitar en la vacante que ha dejado. ¿Quién puede sucederle como cronista de la otra Villa y Tierra, la de la fantasía y el embrujo?

            Voy a felicitar a Justo. Hoy es su cumpleaños. Coincidente con el aniversario de la muerte de su madre, claro. Le pide sus oraciones y saluda respetuosamente
                                    María Luisa.                                     
                                    ---------------------------------
                       
                                   Madrid, 31 de Mayo de 1941

            Querido Frutos:
                                       María Luisa y yo nos casaremos, Dios mediante, en la Virgen de la Peña, la víspera de San Juan. Contamos con que tú seas el oficiante. Pienso ir en breve a Segovia para tratar contigo de los detalles que te incumben. Espero nos concedas este favor que tanto preciamos los dos. No te anuncié antes nada pues la decisión ha sido súbita. Tuyo, Justo.
                                   -----------------------------------------------

                                   Badajoz, 19 de Julio de 1941

            Mi respetado Don Frutos:
                                                     Acaso cuando reciba ésta, ya sepa usted la inesperada noticia. Mi marido se ha ido a Rusia en la División Azul. Hace ya de esto cinco días. Sólo había pasado una semana desde nuestra vuelta del viaje de novios a Mallorca.

            Le pido perdón si le inquieto y fatigo con mis cuitas, pero en mi situación es inevitable que las divagaciones se me agolpen a solas, y no sólo por ser una recién llegada a esta ciudad lejana donde Justo acababa de ser trasladado.

            Antes de marcharse él, yo había oído rumores diversos sobre la situación en torno a la guerra. Alguien aseguró que en una unidad mandaron formar un pelotón para decirle: “Que dé un paso atrás el que no quiera ir a Rusia”. En cambio otros hablaban de jefes que disuadían a los suyos de emprender la aventura. A mí, Justo me dijo sencillamente que tenía que irse. Nada más. Ningún síntoma hasta ese momento había podido hacerme presagiar nada.

            Ahora estoy empezando a planear los cambios que mientras esto dure tendré que introducir en mi vida, de residencia incluso. Mis tías ya han llegado de Madrid por el momento.

            Respetuosamente le saluda y pide sus oraciones
                                                                                               María Luisa.
                                               ---------------------------------------

                                                           Feldpost, 16 de Agosto de 1941

            Muy respetado Señor Deán:
                                                           Cumplo con el triste deber de hacerle saber la muerte de mi jefe, el coronel Justo Corcos, acaecida ayer en este frente del lago Ilmen. Acaba de ser enterrado y se le ha dicho la misa de campaña.

            Yo me honraba en gozar de su confianza, sin mengua de la diferencia jerárquica. Me había hablado muchas veces de su pueblo y de usted, a pesar del poco tiempo que ha durado nuestra convivencia de campaña.

            Fue al amanecer. Se oyeron inesperadamente unos disdparos y él salió en la dirección de los mismos. Vio caído a un soldado y se acercó. Al darse cuenta de que estba herido, se inclinó sobre él tratando de incorporarlo para traerlo a la posición. Los disparos seguían, aunque de una manera irregular y extraña, como si fuesen al azar. No había duda de tratarse de guerrilleros. Él cargó con el soldado y fue abatido en mitad del trayecto.
                       
            Todos estamos aquí de acuerdo en que su valor fue continuado y que obró con plena consciencia, habiéndose hecho acreedor al máximo reconocimiento. Hay que tener además en cuenta que las circunstancias hacen particularmente ejemplificatoria su conducta.

            La comunicación a su familia y la entrega de sus efectos se harán por el cauce reglamentario.

            Queda con todo respeto a sus órdenes
                                                            Claudio Lobo, Capitán de Infantería.
                                   -------------------------------------------------
           
                                               San Sebastián, Virgen de Marzo, 1942

            Mi respetado Don Frutos:
                                                        Hace dos días nació el hijo de Justo y mío. Le llamaremos Frutos, por nuestro santo. Desearía que usted le bautizara. He hablado con el párroco de aquí y no se ha opuesto a que para ello se espere unos días, con tal de echarle previamente el agua de socorro, lo que ya hemos hecho. Siento molestarle con este desplazamiento.

            Yo he venido aquí a dar a luz por mi amiga Petrita Zalacaín. En mi situación se busca el consuelo de quienes con una compartieron los años mejores y están disponibles..

            Respetuosamente se le encomienda
                                                                        María Luisa
                                   ------------------------------------------------------

                                                           Bilbao, Veinte Años Después

            Mi respetado Don Frutos:
                                                         Sí, todos éstos han pasado desde mi última carta. Lo que no sabría decir es si a lo largo de ellos ha habido pocos o muchos eventos en mi vida. Todo depende del cristal con que se mire.

            La realidad es que mi hijo Frutos está en vísperas de la mayoría de edad legal. Y creo que la otra, la del espíritu, ya la tiene desde hace algún tiempo. Sí, estoy convencida de ello, en virtud de eso mismo por lo que aparentemente puede parecer inmaduro.

            Desde niño venía hablando de la India. Desde adolescente quería irse allá. Y ayer, para allí ha salido de Barajas, ya con el título de licenciado en Filología Inglesa y unas cuantas direcciones variopintas en su agenda. Ni menos ni más. Aunque creo que una novia del país tiene, conocida en la Facultad, en un para él largo y cálido cursillo.

            Y ahora, Señor Deán, pasando a hablar de mí, espero no censure mi decisión de hacerme religiosa de la Madre Margarita-María López de Maturana. Es más, me atrevo a confiarle que sentí la vocación traducida al japonés. Sí. Haré todo lo posible por irme allí. Siento la necesidad de beber de otras aguas. Me pesa la hora histórica del mundo en que he nacido

            ¿Acaso le parece esto más una ilusión poética que una llamada del Señor? Cuando hablé por primera vez a la maestra de novicios de mis intenciones, no las tomó en serio. Me propuso un trato. Yo aprendería el bastante japonés para leer un librito que me dio, y hablaríamos. Así ha sido. Y de momento ya estoy en el noviciado. Espero rece por su respetuosa paisana
             María Luisa. 

            PS.-¿Sabe que a veces llego a sospechar que no le concedieron la Laureada a Justo por haberle dado a probar los soplillos de nuestro pueblo al General Romerales? Un pequeño detalle es que aquí puedo hablar de estas cosas con menos riesgo de no ser entendida que en Madrid y en Letamenia. Y al fin y al cabo, desde que el Caudillo se la otorgó a sí mismo es natural haya variado el régimen de esa condecoración. Una compañera de las Francesas me aconsejó nada menos que escribiera a ése. No reparó en que su voz se parece demasiado a la de las mujeres que no la tienen bonita y su estatura no guarda una proporción armónica con su peso, lo bastante pues para no agredecer la ocurrencia. Álvarez Almirante, un general compañero de promoción de Justo, estuvo hace poco a verme, con un hijo suyo, joven teniente. Y les entregué todos los papeles referentes al caso para la posteridad y la honra. ¿Acaso van a vestirnos de masones?

            Se me ha venido a las mientes un detalle de la ceremonia de la confirmación, el cierre de las puertas de la iglesia hasta que termina. Recuerdo cuando nos la administraron en San Justo, de “portero” Don Blas, el capellán gigante. Marco-Antonio trató de salir. Luego se dijo que para comprobar la eficacia de la medida. ¿Y sabe, Don Frutos, que yo, ahora, con un pie en la escalerilla del avión para el Japón, es cuando tengo la sensación de que esas puertas al fin se me han abierto?

            Pero antes tengo que arrodillarme para pedir a usted perdón por las frivolidades de arriba. Espero no incurrir en ninguna más ya que llevo el hábito. Pero eso sí, todos los amaneceres y anocheceres de mi vida, veré nuestra Letamenia, sin cansarme por muchos que sean.

                        --------------------------------------------------------------



                                   Un epílogo que es un prólogo

            Santa Escolástica tiene vistas a los cañones de los dos ríos que se abrazan abrazando las peñas donde Letamenia se asienta. El casco vecinal de ésta no se entrega con el desbordamiento que embriaga desde la carretera que tiene enfrente. Se despliega sólo de soslayo. Pero por eso incita más a penetrarlo. Tanto que deberían haber vivido aquí Galdós, Balzac y Dostoyeusqui.

            ¿Y yo? Una chica de Bombay que se llama María de la Peña, ¿tiene aquí su sitio? Yo no lo dudo. Quiero decir después de que Martinillo el de la Pipa me ha enseñado el punto exacto del barranco de Las Canalejas, la fuente que se despeña hecha armonía en sus chorros románticos, donde está la sepultura de Somniator, el San Bernardo del abuelo Justo. Martinillo fue asistente suyo en África, y la abuela María Luisa le dio el perro al quedarse viuda. A Martinillo el de la Pipa le llaman así por la rareza que en su condición y ambiente implicaba fumar de esa manera. Todavía está orgulloso de haberse compenetrado con su capitán lo bastante como para interpretar con la misma fidelidad del can muerto su voluntad póstuma al elegir ese paraje para sus huesos de éste y excavárselo secretamente. Sólo yo lo sé desde ayer tarde, al cabo de tantos, tantos años, de los que él es casi el único superviviente.

            Esta casa tiene pocos, aunque ha pasado por ciertas vicisitudes curiosas. En su primera etapa había en ella muchos libros, por ejemplo. Lo cierto es que esa novedad, y su aislamiento, en uno de los montículos que anuncian recatadamente la Villa, la hacen más adecuada para mí que los viejos solares de los abuelos que no tenían mezcla de sangres.

            En el armario de este mi dormitorio tengo el voluminoso Diario de Marco-Antonio, el singular amigo de los abuelos, escrita la última página al pie del Gran Buda de Bâmiyân. Al otro lado de esta pared está durmiendo Aishwaraya, mi amiga afgana y budista. Cuando ya los Budas de Bâminyân no existen. Para destruirlos se necesitaron cañones. ¿Y para rehacerlos?

            Todavía me ha dicho alguien que yo tengo un aire a Marco-Antonio. A quien mi padre debió parecerse mucho más. De no haber muerto aquél seis años antes de que ése naciera, la abuela habría pues andado en lenguas.

            De ella tengo en la mesilla su foto, de hábito blanco salvo la toca, al lado de la emperatriz del Japón, en el jubileo de su colegio. Su puesto allí sin duda alguna. Ayer volví a ejercitar mi métrica castellana en un poema copiado de su puño y letra, escrito por un prócer de un castillo aquí vecino que ella me encargó visitar, Castilnovo:

                                               En los cristales muere el día,
                                               y en la penumbra de la estancia
                                               el clavicordio de María
                                               va desgranando su fragancia.
           
            Para la abuela esa rima lo que pudo ser y no fue. Pero no lo que debió haber sido.

            Ella me hablaba mucho del Teatro Bretón. Donde los aficionados del pueblo representaban funciones, se bailaba y últimamente había habido cine. Esta tarde Aishwaraya charlará allí de las mujeres del Afganistán y también de sus tesoros de arte.

            La abuela echaba de menos un sucesor de Marco-Antonio como cronista de los misterios de Letamenia. Según me dijo, lo mismo pasaba al abuelo Justo en los pocos años que le sobrevivió. Y aquel cura que compartía la intimidad de los dos, Don Frutos, el Deán de la Catedral de Segovia. El cual, lo sé por la abuela también, pero sin que ella añasiera comentario alguno, se murió de un infarto la vìspera del día en que debía dejar de decir la misa en latín, un helado seis de marzo. La abuela estaba también convencida de que su marido habría podido llegar a suceder al amigo muerto.

            Y en este momento, de repente, lo estoy viendo, lo veo. Sin haber hasta ahora sospechado nada. Aquí, en Letamenia, y con piedra de sus canteras, se reconstruirán los Budas. Y serán llevados a los mismos emplazamientos que tenían en el valle de Bâmiyân. En su piedra rosada de la autora fría eternamente encantada que cantó Antonio Machado.

            Las dificultades materiales no serán insolubles.El taller en uno de los campos de La Pedriza, de los que dijo un escritor local parecer de calaveras. Donde también será posible el aterrizaje de un avión del tamaño bastante.

            Cuando Aishwaraya termine de contar, yo lanzaré la idea en el Teatro. Marco-Antonio escribió muchas veces en su Diario que en Letamenia todo es posible. Y la abuela María Luisa no ha dejado nunca de creerlo.

            Hoy es sábado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario