viernes, 17 de septiembre de 2010

Barbastro - Sepúlveda: Vuelta e Ida

BARBASTRO-SEPÚLVEDA,  VUELTA   E   IDA

PERSONAJES

La moza Micaela
La señora Luciana
Braulio
Recaredo
Vicente
Ambrosia
Wifredo
Berenguer
Etelvina
Fortún
El Rey Alfonso de Aragón
Paula
Andrea

PRIMERO

NARRADOR.-

Barbastro es una de esas ciudades que, según la frase feliz de don Miguel de Unamuno, tienen obispado y no tienen gobierno civil. Estamos en los primeros tiempos de su catedral, poco después del año 1100. Ha muerto Alfonso VI, el Rey que nos confirmó el Fuero. Su hija y heredera Urraca está casada con el rey Alfonso I de Aragón. Pero el matrimonio no sólo se ha separado, sino que está en guerra. El Rey de Aragón prepara una expedición a Castilla, y para ella está reclutando gente en Barbastro, mientras Sepúlveda rebosa de soldados de la Reina. Don Gómez, su favorito y amante, manda y ordena. Pero vayamos a Barbastro primero.

MICAELA.- ¿Algo por el camino, señora Luciana?
LUCIANA.-Si por un camino no pasa nada deja de serlo, pequeña Micaela. Cada hombre o mujer que le anda es algo de por sí. ¿O es que ya sabes? ¿O quieres saber?
MICAELA.- Dicen que uno venido de Francia está haciendo preguntas raras por la calle.
LUCIANA.- De Francia claro. Y, ¿por qué a ti Francia te interesa tanto? Si no has salido a más distancia que tres leguas de la catedral de tu pueblo y eso unas muy pocas veces. Pero del país de los francos te acuerdas más que los mismos francos que aquí vinieron y con nosotros se han quedado.
MICAELA.- Es verdad. No sé porqué...
LUCIANA.- ¿De veras?
MICAELA.- Se lo juro, señora Luciana.
LUCIANA.- Con que, ¿de veras que de Francia no te han contado alguna historia rara o misteriosa?
MICAELA.- No. Pero, eso sí, alguna vez he notado como si se quedaran con ganas de contármela. ¿Y usted la sabe? 
LUCIANA.- No es este el momento. Aunque quizás esté próximo. Y además, la verdad sólo está en Dios.

(Llega Braulio en atuendo de caminante)

BRAULIO.- A la paz de Dios la señora y la doncella.
LAS DOS.- Que contigo sea.
LUCIANA.- ¿De dónde viene el forastero?
BRAULIO.- Braulio me llamo. Del otro lado de los montes, de los más altos. Y otros tendré que pasar hasta llegar a Toledo. Pero antes he de cumplir acá una misión. Y tengo que ir pidiendo ayuda donde menos se piensa.
LUCIANA.- Habla.
BRAULIO.- Que un hombre mire una parte del cuerpo de una mujer, incluso que le pida que se la enseñe, no siempre es deshonesto. Depende de la parte que sea, ¿ no es eso?
LUCIANA.- Hasta ahí de acuerdo estamos.
BRAULIO.- ¿Y si yo la pidiera a esta guapa moza que me enseñara el revés de su mano izquierda?
LUCIANA.-Deshonesto no sería. Aunque ella es la dueña. (Hace Micaela ademán de irse). Pero por lo menos no te vayas, hija. Que el caminante viene con modales. Y no es bueno desconfiar del prójimo sólo por serlo.

(Micaela le enseña la mano)

BRAULIO- Pes misión cumplida. Gracias sean dadas a Dios. Ahí está la crucecita azulada que allá me dijeron.
MICAELA.-¿En dónde te dieron el encargo?
BRAULIO.-En un monasterio de Francia. Donde hay tantos que no me acuerdo de en cuál. (Hurga en su mochila y saca una cadena). Me dijeron que era de oro puro. Pesar sí que pesa. El caso es que tuya es la alhaja. Yo ya no tengo que hacer en Barbastro y el camino me espera. Decir más no puedo que así me lo encomendaron. Con Dios quedaros la vieja y la moza. Ah, se me olvidaba y es importante. Que la joya no es para derrochada sino para en la vida bien colocarse. (Se va. Hay un silencio en que las dos se miran pensativas). 
LUCIANA.- ¿Otra vez te está doliendo no tener padre? ¿A que en eso estás pensando?
MICAELA.- Ya sabe, señora Luciana, que no lo puedo remediar.
LUCIANA.- Pero si a tus años no se mira al futuro, ¿qué será a los míos?
MICAELA.- ¿Y el misterio de este hombre?
LUCIANA.- ¿Por qué no lo tomas como un beso de paz? Y no estaría bien que de haberte vuelto rica no te alegraras. Que eso no sería desinterés sino algo muy diferente.
MICAELA.- ¿Por qué viene de...?
LUCIANA.- Es seguro que ha llegado de la Providencia. Sobre todo, no te conviene airearlo. Y sólo preguntar...
MICAELA.- A mi querida señora...
LUCIANA.- O a alguien más. Pero sobrando la mayoría de los dedos de una mano. (Vuelve Braulio)
BRAULIO.- Todavía se me olvidaba algo. El que te regala esta alhaja es su dueño. Ante Dios y ante los hombres. Que nunca tengas ningún escrúpulo por eso. Abur.
(Se va. Llega Recaredo)
RECAREDO.- ¡Cuánta hermosura y cuánta sabiduría!
LUCIANA.-La segunda parte por cumplir, joven y presumido Recaredo.
RECAREDO.- No. De veras que no. Bien sabe cuánto la estimo esa cualidad, señora Luciana.
LUCIANA.- No tanto como la otra en la joven.
RECAREDO.- Bueno, eso requiere todavía menos explicación.
LUCIANA.- ¿Y ha sido así desde siempre?
RECAREDO.- En el fondo sí.
MICAELA.- ¿Y la superficie?
RECAREDO.- Pero, ¿ésta importa tanto?
MICAELA.- ¿Acaso lo que se mueve en ella no viene de la profundidad?
RECAREDO.- Bien sabes tú que para mí nunca dejaste de ser la primera.
MICAELA.- Pero sin saludarme llegaste a pasar a mi lado.
RECAREDO.- Ya sabes, los pueblos, aunque tengan catedral...
MICAELA.-Para el caso como las ciudades. En Toledo habrías hecho lo mismo.
RECAREDO.-No te vayas por las ramas.
MICAELA.- Claro que no. De eso nada. Pero, ¿hay algo más en el fondo que seguir siendo una moza que no conoce a su padre?
RECAREDO.- Cosas que, llegado el caso que decíamos, que podemos decir,  son de dos.
MICAELA.- Y la que yo acabo de decir nada más que de uno. Pero dos no se hacen sin éste.
RECAREDO.- Ya sabes los dichos de los hombres y sus cabezas.
LUCIANA.- Que no tenía padre y que contaban que se había ido a Francia antes de que ella naciera.  ¿Verdad que ya es hora de oírlo, mi cara pequeña?
MICAELA.- Desde luego, señora Luciana, no sabe cuánto bien me está haciendo.
RECAREDO.- ¿Y el que para siempre se arrepiente de un error, de una cobardía?
MICAELA.- Puede que te sigas arrepintiendo de vez en cuando. Pero siempre tendrás alguien que te consuele a tu lado. En cambio, de haber sido al revés, siempre tendrías a la vista a la causante del otro pesar. Con que pasemos la página.
(Llegan Ambrosia y Vicente).
LUCIANA.- Nunca dos más a propósito.
RECAREDO.- Pero, ¿ no somos ya dos parejas?
AMBROSIA- ¿Acaso hay alguien de más, que no puede formar ninguna? (Hace como que se va).
MICAELA.- Nada de eso. Dos parejas, pero que se pueden trocar. ¿Verdad que sí, Recaredo y Ambrosia?.
LUCIANA.- Y Vicente y Micaela. La que no cabe duda está de más es ésta. (Se va. Se miran todos un momento y se van también Recaredo y Ambrosia).
VICENTE.- Al fin. No sabes cuánto deseaba verte a solas.
MICAELA.- No hace tanto tiempo.
VICENTE.- Pero estamos viviendo unos días en que se diría que el aire pide acontecimientos para despejarse, como si de otra manera no lo pudiéramos respirar.
MICAELA.- ¿Novedades?
VICENTE.- Sí. Al fin. Lo digo así porque ya venía sintiendo desde hace mucho estar esperándolas, serme necesarias. Me ahoga esta tierra. por más que la mía sea.
MICAELA.- Aunque me tengas en ella a mí.
VICENTE.- Pero también por eso. Quiero ofrecerte algo que te desquite de esa humillación que nos muerde. A ti desde que llegaste a la razòn, ¿qué digo?, desde mucho, mucho antes. Y a mí desde que empecé a quererte.
MICAELA.-¿Y...?
VICENTE.- El Rey necesita gente para luchar en Castilla contra su mujer. Todo el que tenga un caballo, es uno de sus caballeros pardos, nada más que por eso, y tiene ya el porvenir seguro. Con alguna posibilidad para los de a pie de ganarse un caballo en la pelea. Yo tengo el presentimiento de ser uno de ellos. Ni siquiera eso, algo más cerca y más poderoso. Es la fuerza que pensar en ti me da. Es la seguridad de estar en posesión de lo que no puede fallarme.
MICAELA.- Pero, ¿ y si nos quedáramos aquí? ¿Los demás que nos importan?
VICENTE.- No es por ellos, sino por ti, por lo que lo tengo decidido.
(Se quedan pensativos).
MICAELA.- ¿Ves esta cadena? Creo que vale mucho… Acaso podrías comprarte un caballo con ella.
MICAELA.-¿De veras?
MICAELA.- ¿Para qué la querría yo? (Se abrazan).
VICENTE.- Pero no la venderemos. Le pediré a Vidas el judío y se la dejaremos en prenda. Y, ¿sabes que estoy adivinando por qué la tienes? ¿No será ya el principio de tener padre?

SEGUNDO

NARRADOR.-

Cerca de Fresno de Cantespino, en el Campo de la Espina, se están enfrentando las huestes de la Reina ccon los caballeros pardos de su marido. Van venciendo los aragoneses.Dos de éstos, pero no combatientes, conversan en un remanso. Uno es cantero y escultor, Wifredo. Otro pintor, Berenguer. En Sepúlveda se está empezando a construir la iglesia de la Virgen de la Peña.
WIFREDO.- Me acuerdo de Jaca. ¡Cuánto mejor estar allí ahora!
BERENGUER.- Cada cosa lo que sea y a su tiempo, amigo Wifredo. Piensa también en los jóvenes que ahora están labrando su futuro.
WIFREDO.- Éste sólo será de los vivos.
BERENGUER.- Pero así se mueve la noria de la historia, con sangre.
WIFREDO.- No se me quita Vicente del pensamiento. ¡Qué decisión! ¡Qué entusiasmo! Sobre todo, ¡qué seguridad! ¡Cuánta confianza en sí mismo!
BERENGUER.- ¿Así lo crees? ¿De veras le ves tan seguro? Lo demás no te lo discuto.
WIFREDO.- ¿No va todo unido?
BERENGUER.- Yo te diría que sí, pero de una cierta manera, trasladada la seguridad a otra dimensión. Quiero decirte, pensando en algun otro fin si la suerte no acompaña. Con una resignación anticipada. Por cierto que pocas camaraderías como la vuestra en el camino. Más juntos que hermanos gemelos, por fuera y por dentro. Y el adentro muy visible también.
WIFREDO.- Eso no te lo niego, amigo Berenguer. A mí me mismo me ha chocado a veces. Ni sé cómo ha venido.
BERENGUER.- ¿Y a él?
WIFREDO.- No lo sé. Naturalmente ni me lo ha dicho ni de ello hemos hablado. Pero creo que no tanto.
BERENGUER.- ¿Ves? ¿No será la otra manera de seguridad que yo te decía?
WIFREDO.-Y tú eras el que le conocías de antes.
BERENGUER.- Sí. Y creo que bastante a fondo, a pesar de haber sido pocos los contactos.
(Llega la prostituta Etelvina)
ETELVINA.- ¿No sería buena idea, caros caballeros, dejar que, mientras la batalla dura, os aliviara un poco los nervios?
WIFREDO.- Ya estás muy vista, Etelvina. Me temo que tanto para eso como para lo contrario, para darnos algun nervio.
ETELVINA.- Nunca se puede decir que no se beberá de un agua. Pero ya me voy, vanagloriosos de la pata del Rey. Y que os zurzan. Aunque fuera el raspar de una lanza. (Se marcha).
WIFREDO.- Por cierto, ¿fuiste tú quién había hablado a Vicente de Sepúlveda?
BERENGUER- No. Y ya sabes cómo en el camino  sacó el tema. Antes que nosotros nuestros planes para la iglesia a relucir.
WIFREDO.- Ahí sí que me pierdo. No entiendo su ardor. No sé quien pudo darle a conocer tan bien el lugar desde tan lejos.
BERENGUER.- Un lugar del que ya ha hecho su patria adoptiva antes de verlo.
WIFREDO.- Por la noche, se dormía viendo los dos ríos hundidos entre peñas.
BERENGUER.- Y se despertaba por la mañana viendo caer sobre éstas las casas llovidas del cielo. ¿Te acuerdas como decaamaba la Biblia? “Y he aquí que vi la ciudad, la ciudad nueva, bajando del cielo a la tierra en los brazos de Dios, engalanada como la novia para recibir al esposo”.
WIFREDO.- Y a la hora de vísperas las torres que van a ir haciendo compañía a San Millán y El Salvador, empezando por la de la Virgen. Las torres. Los campanarios. Con las campanas a vuelo.
BERENGUER.- Y también a muerto. Había que verle a veces lo melancólico de la mirada.
WIFREDO.- Añoranzas de la novia lejana.
BERENGUER.- ¿Y nosotros? ¿Por qué nos está significando Sepúlveda tanto?
WIFREDO.- Mi respuesta es más fácil que la tuya. Canteras como las suyas son tentadoras para cualquier hombre de la piedra. Y va a ver mucho trabajo. Me han dicho que es como si cada familia quisiera tener su parroquia. A nosotros nos ha venido Dios a ver. Lo espinoso será para los que vengan detrás. ¿Habrá parroquianos y lámparas para tanta parroquia?
BERENGUER.- También yo tendré muchos muros que pintar.
WIFREDO.- Pero para mí estarán las piedras antes y después de labradas.
BERENGUER.- Alguna vez se me ocurre comparar nuestras dos artes. A tí te basta con tu propia materia, mientras que yo necesito de la tuya.
WIFREDO.- Pero acaso las piedras, al salir de la cantera, tienen ya el presentimiento de tus pinceles. Y las caras que se van a quedar fuera envidian a las de dentro que van a disfrutarlos.
BERENGUER.- Las de fuera los velan y resguardan.
WIFREDO.- Destino cual otros en las vidas de los hombres.
BERENGUER.- ¿Y las gentes del otro arte, las de la música?
WIFREDO.- ¿Sabes que en Huesca me saco el tema un benedictino? Según él, también los coros necesitan el abrigo de las piedras. Porque al aire libre no pueden competir con los pájaros. Lo más algún canto de arada o de siega.
(Llega voceando Fortún).
FORTÚN.- Albricias las gentes todas de nuestro rey Alfonso. Las de Aragón y, desde ahora, también los castellanos. Nuestra es la victoria. A esa Urraca van a quedarla pocos goces de alcoba. No sé si su Gómez llegará vivo a Sepúlveda, si es que nosotros no nos adelantamos a recibirle en el castillo...para su funeral. Poco que hacer va a dar a los médicos. ¡Castilla, Sepúlveda, por el rey Alfonso de Aragón! Paso a Él.
(Se va. Entra el Rey)
EL REY ALFONSO.- Dios nos ha favorecido. Debemos a su Madre en Sepúlveda una iglesia mejor que la que la teníamos ofrecida. Mis hombres de armas, mis caballeros pardos, mis artistas, mis pegujaleros. A la una, castellanos y aragoneses. ¡Por el Fuero de Sepúlveda! ¡Por las franquicias de Aragón!
WIFREDO (Doblando la rodilla).- Señor, a Sepúlveda vamos a trabajar en la iglesia, a dar de nosotros lo mejor. (La dobla también Berenguer).
EL REY ALFONSO.- ¡Ah, sois vosotros! Hemos de hablar. Id a buscarme cuando esté en el castillo de la villa. (Se va. Entra Vicente herido, arrastrándose).
VICENTE.- Estoy en las últimas, amigos. Pero haberos conocido y teneros a esta hora a mi lado me da sosiego y esperanza. Mi caballo está intacto. Y me darán alguna recompensa buena. Dicen que fue mío el primer golpe que alcanzó a don Gómez. Te pido, Wifredo, que te hagas cargo de todo y vuelvas a Barbastro. Ve a Micaela y dáselo todo. Con lo que te he contado la encontrarás fácilmente y te harás oír. Haz lo que puedas por ella. Que vea Sepúlveda y rece en la iglesia de la Virgen. Ahora es ya su dolor el único que siento. (Muere).

TERCERO

NARRADOR.-

Sepúlveda está volviendo a ser una población de frontera. El futuro es incierto. Pero sólo en cuanto a los soberanos y sus grandezas. La repoblación ya está asegurada. Y la construcción. Wifredo trabaja de hoz y de coz para la Virgen de la Peña. Mientras se levantan los muros de ésta, Berenguer ha pintado los muros del Salvador y en San Millán. Para cumplir con la última voluntad de Vicente, Wifredo ha vuelto a Barbastro y le ha acompañado Berenguer.
(Llaman los dos a la puerta de Micaela. Sale ésta).
MICAELA.-¿En qué puedo serviros?
BERENGUER.- Me parece como si tuvieseis prisa. Y nuestra misión requiere de alguna calma.
MICAELA.- Acaso no tanta. Que la mala noticia ya me la dieron.
WIFREDO.- No lo pensábamos así. ¿Y no os dijeron de nosotros, de Wifredo y Berenguer, sus compañeros del viaje de ida?
MICAELA.- No. Sólo de la visita de la Muerte. Y, ¿para qué habría querido saber más ya?
BERENGUER.- Siempre puede haber una continuación.
MICAELA.- ¿Después de la muerte también? La resurrección ya nos la enseñan en la iglesia. Pero os oigo. ¿Me queréis decir algo de Él?
WIFREDO.- En nuestros brazos murió. Y nos dio el encargo que te traemos.
BERENGUER.- ¿Reconoces esta cadena? (Se la enseña).
MICAELA.- Tan poco tiempo la tuve en mis manos que podría tener alguna duda. Pero sí, es la que me acababan de dar cuando yo a él se la dí.
BERENGUER. Pues ahí te queda. Quisimos evitarte el mal rato de ir a rescatarla del judío Vidas.
MICAELA.- ¿Y el dinero?
BERENGUER.- Nos ha sobrado con lo que de Vicente tenemos. Y se ha de cobrar más. Si te fías, puedes firmar un papel a  Wifredo, y de ahorrarte otro mal rato estaremos contentos. También has de decirnos qué hemos de hacer con el caballo.
MICAELA.- ¿Está éste vivo?
BERENGUER.- Y sano.
MICAELA.- ¿Vosotros pensáis que los duelos son menos con pan?
BERENGUER.- No es éste el momento de aclararlo. Pero, ¿acaso sólo pan te va a quedar el resto de la larga vida que te espera?
MICAELA.- ¿Y por qué larga?
WIFREDO.- Pudiera ser al menos.
MICAELA- Y también que de muy poco pan necesitara.
WIFREDO.- Si preferéis firmar el papel a Berenguer es lo mismo.
MICAELA.-Yo no sé de firmas ni de papeles.
BERENGUER.- Para eso también tienen las leyes soluciones.
MICAELA.- Ahora debo irme a misa. Es por su alma. Si queréis entrar dentro.
WIFREDO.-No es el momento. (Se van. Llegan Paula y Andrea y se saludan con Micaela).
MICAELA.- ¿Tocaron ya? Desde aquí no siempre se oye.
PAULA.-No. Tardarán en hacerlo. La misa se ha retrasado una hora.Tienes tiempo de peinarte.
MICAELA.- ¿Pero Paula, acaso estoy despeinada?
ANDREA.- No es eso. Lo que no estás es peinada.
PAULA.-Las ocurrencias de Andrea siempre dieron más en el clavo.
ANDREA.- ¿Has tenido visita?
MICAELA.-¿Cómo lo sabéis?
PAULA.- Se ha comentado en la posada la llegada de los dos hombres de venidos de Sepúlveda. Y que preguntaban por ti. Y otras cosas.
ANDREA.- Y yo que los vi...bien plantados los dos. Una tentación.
MICAELA.-¿Me crees en estado de tentaciones?
PAULA.-Nunca se puede poner la mano en el fuego cuando se trata de hombres y mujeres. Ni en los monasterios siquiera.
MICAELA.- Cada cosa en su tiempo.
ANDREA- Pero si adviento es el de los nabos, el de estas cosas es toda la vida. Mal que nos pese o no.
PAULA.-Hay que mirar para adelante. No está en tus manos impedir que la vida siga.
ANDREA.-Como las ansias en el pecho.
PAULA.-Y los calores en el cuerpo.
ANDREA.- ¿Sabes lo que me ha contado de la posada Bernabea? Que uno de los dos parecía como si te hubiera tratado, y no de paso. Como si hubiera sido el mismo Vicente.
MICAELA.- Los dos se hicieron  muy amigos en el camino y uno ya le conocía un poco.
PAULA.- Tú no piensas más que en Vicente. De eso estamos seguras. Pero, ¿y él donde esté? ¿Cuándo piensas en él te sientes correspondida? Quiero decirte si es tu encierro y tu indiferencia la mejor manera de guardarle la memoria, si así lo pensará él desde allá arriba.
ANDREA.-Pero la memoria como se le puede guardar a un muerto, no de otra manera.
PAULA.- ¿No nos han enseñado también en la iglesia a dejar que los muertos entierren a sus muertos?
MICAELA.- ¿Y estoy haciendo otra cosa yo?
ANDREA.-  Pues claro que sí, lo contrario. Entra a peinarte. Volveremos. Se van. Se entra ella. Llegan Wifredo y Berenguer)
WIFREDO.-Me siento mal, Berenguer. Quizás me hice demasiado amigo de Vicente. Él me habló de Micaela demasiado también. Y ahora al verla he perdido el sosiego.
BERENGUER.- ¿No pudo ser providencial que tanto de ella te dijera?
WIFREDO.-¿Y esa historia del cura de Toledo?
BERENGUER.-He pensado en su enigma a menudo. Y creo haber encontrado la solución. ¿Te acuerdas que fue después de la muerte de Vicente y cuando nos preocupaba lo que Micaela hiciera con su luto? Cuando ya él estaba enterado de los mismos detalles que nosotros. Y justamente al tocar ese extremo.
WIFREDO.- Me parece que le estoy oyendo: “Cuando el tronco es grueso y tiene profundas las raíces, las ramas pueden jugar con el viento”.
BERENGUER.- Pues lo que eso quiere decir es que el padre de Micaela es monje y basta ya con un  claustral en la familia.
WIFREDO.-¿Hablaría en serio cuando nos prometió hacernos llegar la continuación?
BERENGUER.- Sí. Pero recuerda que no se comprometió a fijar plazo ni manera. (Sale Micaela).
MICAELA.-Si tienen tiempo pueden venir a la misa por Vicente. Aunque es sencilla, rezada. Las del canto ya tuvieron lugar.
WIFREDO.-De buen grado.
BERENGUER.- Y había un extremo del que nos habíamos olvidado decirte. Vicente, antes de la herida, nos habló muchas veces, sobre todo a Wifredo, del viaje a Sepúlveda que haría contigo. Después, en los pocos momentos que tuvo, nos encargó pedirte que fueses tú.
MICAELA.- Ya, ¿para qué?
BERENGUER.- Él no habría entendido esta pregunta.
MICAELA.-Ni yo estoy a tiempo de preguntarle el motivo de ese deseo.
WIFREDO.- Y si nosotros te ayudáramos a encontrar la respuesta...
BERENGUER.- Para él Sepúlveda era la tierra prometida. De otra manera que para nosotros. Porque Wifredo y yo vemos allí el porvenir de nuestra obra, no sólo el pan terreno sino el celestial. Por sus canteras, por las iglesias a construir. Él no tenía en cambio ninguna razón visible. Prefería irse contigo fuera de vuestro pueblo. Y en Sepúlveda, antes de verla, y ya sabes que a verla no llegó, que se quedó a las puertas,  encontró un amor místico, todo el que se puede tener a un pedazo de la tierra de Dios y de los hombres.
WIFREDO.-¿Y acaso alguna vez deja de estarse a tiempo?
BERENGUER.- Claro que no. Nunca. Si no es de unas maneras de otras.
WIFREDO.-La voluntad de encontrarlas es lo que puede faltar.
MICAELA.-Esperadme un momento. (Se entra).
BERENGUER.-Sigue tu desasosiego.
WIFREDO.-Creciente. Pero hay algo nuevo que me tortura. Me parece como si, de tanto hablarme Vicente, ya lo hubiera estado antes. Y eso habría sido una infidelidad.
BERENGUER.-A ese terreno no te admito escapadas. Sólo puede haber en él tentaciones del demonio. Y si te confiesas te absolverán de los pecados, pero no de ellas.
WIFREDO.-¿Por qué me hablaría tanto él de ella?
BERENGUER.- Reconoce que, tal como han ido las cosas, nada mejor. ¡Quién sabe! Por muchos ejemplos que se pongan en contra, el presentimiento existe. (Sale Micaela)
MICAELA.- Vayamos pues a la  misa por él.
BERENGUER.- Muy loable me parece. Y no voy a quitarte las voluntades de seguir así con tal de que distingas entre los muertos y los vivos.
WIFREDO.-My loable sí. Pero teníamos también que decirte que hay un cura en Toledo que sabe cosas que en su día te revelará. Y que nos anticipó que hay alguien muy allegado que reza mucho todos los días y a todas las horas, y naturalmente de ti se acuerda en sus oraciones.
MICAELA.-¿Cómo?
BERENGUER.- Prepara el viaje a Sepúlveda. Te esperaremos unos días si es preciso. Allí nos llegarán las noticias. Y no tardarán en decirse las primeras misas en la Virgen de la Peña. Yo estoy ya dando vueltas a mis murales. Empezando por Las Bodas de Caná y La Resurrección de Lázaro. (Llegan Paula y Andrea)
ANDREA.- Así nos gusta verte. Que la compañía de los buenos mozos es buena siempre.
MICAELA.-Más para otras que para mí.
PAULA.-Eso nunca se sabe.
ANDREA.- Pero echemos a andar que ya han tocado.
BERENGUER.-Esta misa será la de nuestra partida de peregrinos. A Sepúlveda, la ciudad llovida del cielo, engalanada sobre las peñas y mirándose en el río como la novia para recibir a su desposado.

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