viernes, 17 de septiembre de 2010

EL REY A SOLAS

EL   REY   A   SOLAS

PERSONAJES

Mauro, monje francés
Odón,      “          “
Alfonso VI, Rey
Beltrán, caballero de la Corte
Sebastián, paje
Benedicto, monje de Sahagún
Zorayda, mora de Toledo
Romaiquía,  “           “
Constanza, reina
Benedicto, monje de Sahagún
Frutos, monje de San Frutos
Nagid, médico judío
Fátima. mora de Toledo
Myriam,   “      “     “

NARRADOR

Cuando Sepúlveda vivía todavía su repoblación, en el Oeste de la Península la futura España cristiana se estaba rahaciendo. El rey Alfonso VI, el de la confirmación definitiva de nuestro Fuero, miraba a Europa. Uno de sus faros era el monasterio francés de Cluny.
Los eclesiásticos franceses tenían mucho poder entre nosotros. Uno sería el primer metropolitano nuevo de Toledo, otro algo más adelante el obispo de la diócesis restaurada de Segovia.
Dos de esos monjes francos están conversando entre sì, a propósito de esa presencia suya a este lado de los Pirineos.

                                               PRIMERO

EL PADRE MAURO.- Se os nota en la cara, padre Odón, que os encontráis entre los españoles como los peces en el agua.
EL PADRE ODÓN.-A decir verdad, no estoy a disgusto, mi buen padre Mauro. ¿Es ello pecado?
MAURO.- Ni eso ni lo contrario. En sí mismo quiero decir. Por otras vìas, quién sabe...
ODÓN.- Claro. Nadie conoce todos los caminos. Hay quien opina que ni los ángeles. Y vos, ¿cómo estáis aquí?
MAURO.- No voy a confesarme. Por otra parte ya sabeís o suponéis.
ODÓN.-Desde luego. No me hace falta oiros. De mí os diré una cosa. Cuando estuve en París, en la catedral de Nuestra Señora no me sentía allí, en la ciudad quiero decir. Estaba en el lugar sagrado como fuera del espacio. En cambio eso no me pasa en las iglesias de Toledo. Me siento a la vez en el templo y también en el suelo donde están sus cimientos.

MAURO.- Yo no voy a ocultaros, padre Odón, que ya en Roncesvalles, notaba la tierra demasiado diversa. Y claro que no por haber traspuesto las montañas.

ODÓN.-Entonces, ¿os habéis parado a pensar el porqué?

MAURO.-No hace falta. O si queréis no es posible. Sin salirnos de nuestra Borgoña, los de mi pueblo, Saint-Pierre-des-Eaux, sabemos que la línea invisible que nos separa de Saint-Paul-de-la-Rivière es una frontera. Aunque el terreno no puede ser más llano. Y entre los dos términos la separación no se percibe.

ODÓN- Aquí, ¿os sostiene vuestra misión?


MAURO.- ¿Para vigilar la superstición toledana? No soy tan soberbio como para hacer la competencia al Papa de Roma. Pero...
ODÓN.-Mas pensad que son nuestros compatriotas francos y nuestros hermanos en religión quienes están esperando se les mande de aquí el Corán traducido al cristiano.
MAURO.- Al no saber a ciencia cierta para qué, no me hago problema de la cosa.

ODÓN- ¿Será el mismo motivo por el que nos han traído?


MAURO.-Pero no te olvides del oro de Castilla que en Cluny se hace sillería de iglesia.
ODÓN.- Para cantar las alabanzas del Señor.
MAURO.- Con más anchurosidad.
ODÓN.- Así sea.

NARRADOR

El Rey Fernando I había muerto sin confirmar el Fuero de Sepúlveda. Sencillamente, porque habiendo otra vez poca gente en la Villa y la Tierra, no era casi necesario. En su testamento dividió el reino entre sus hijos: Galicia para García, León para Alfonso y Castilla para Sancho. Hubo guerra entre los hermanos. García fue desposeído y Sancho venció a Alfonso. Éste se refugió en el reino moro de Toledo. Su hermana Urraca, señora autónoma de Zamora, no está conforme con ese estado de cosas. Es tanto el afecto entre esos dos hermanos que se murmura de ello.
Alfonso conversa en Toledo con uno de los leales que le han seguido al exilio.
BELTRÁN.- ¿Sabéis, Majestad, que Zamora no puede estar mejor guardada? Ni caballos tan preciados ni arqueros de tan buena puntería en todos los dominios donde reinó vuestro señor padre. Y es copiosa la reserva de flechas.

(Hay un silencio)

ALFONSO- ¿¿Por qué me cuentas esto, querido Beltrán?

BELTRÁN.-¿Acaso no os incumbe?

ALFONSO.-Pues podría deciros que no. No va a depender de ello la hospitalidad que me da este buen rey moro

BELTRÁN- ¿Y la suerte de vuestra hermana?

ALFONSO.- Ya sabéis la respuesta. Pero tan hermana es del rey Sancho. (El Rey parece hablar consigo mismo). Mi hermana Urraca, Urraca, mi hermana, ¿por qué Dios la dio esos ojos verdes? ¿O fue el diablo?
BELTRÁN.- Majestad, Dios escribe derecho con renglones torcidos aunque éstos los haya trazado el mismísimo demonio.

ALFONSO.-¿Acaso de guerrero te vas a hacer clérigo?

BELTRÁN.- No. Pero de conocer bien a los clérigos sí que me precio. Por cierto, que de un momento a otro llegará de Sahagún el padre Benedicto.

ALFONSO.- ¿Tan deprisa?


BELTRÁN.-¿Acaso es censurable que se apresure en cumplir vuestros deseos de verle?
ALFONSO.- No es eso. Pero os confieso que, después de mandarle llamar, se me pasaron las urgencias. Sentí que recurrir a él en vez de a uno de nuestros monjes francos fue como sucumbir a una tentación.
BELTRÁN.- ¿Y por què no al contrario? En cuanto al fondo del asunto, tan sacerdotes del Altísimo son los unos como los otros.
ALFONSO- Sí. Pero unos consangúineos de la tierra y otros no. Y a veces el parentesco es una trampa traicionera. (Otra vez se queda absorto y ausente) ¿Por qué son verdes los ojos de mi hermana? (Entra el paje Sebastián).
SEBASTIÁN.- Señor, el padre de Sahagún ha llegado.
ALFONSO-. Que descanse y espere.
BELTRÁN.- Majestad, sean cuales sean vuestras decisiones, demorarlas no sería bueno ni para los unos ni para los otros.
SEBASTIÁN.- Señor, el padre Benedicto ha dicho que desearía veros lo antes posible.

(Hay un silencio)

ALFONSO.-Sea. Que entre cuando quiera. (Sale el paje). Estoy tomándole ley a este pequeño Sebastián.
BELTRÁN.-Hasta haceros perder alguna vez la solemnidad del protocolo.
ALFONSO.- Aquí me lo puedo permitir. Ventajas de haber perdido la soberanía.
(Entra el padre Benedicto. Se inclina profundamente ante el Rey. Éste le hace sentar)

ALFONSO.- ¿Qué tal la jornada?


BENEDICTO.- Laboriosa, Señor. Largos caminos, altos montes, ojos avizores, todavía mucho desierto. Son grandes las tierras de los reinos. Y se diría que las defienden tanto los hielos como los calores.
BELTRÁN- Con vuestro permiso, Majestad, me voy.
(El Rey le hace un gesto de asentimiento).

ALFONSO.- Iba a deciros que os soségarais. Pero yo os llamé precisamente porque  necesito sosiego.
BENEDICTO.-También lo están necesitando los dominios de vuestro hermano. Que Zamora no va a rendirse.
ALFONSO.-Pues de veras, padre Benedicto, que no me es buena esa noticia, esa situación mejor os diría, que aquí todo llega y se sabe, y unos lo cuentan en árabe y otros en romance.
BENEDICTO.-Nunca son buenos los vientos de guerra. Salvo que conjuren males mayores, guerras peores aunque sea a más largo plazo.
ALFONSO.- (Con severidad). ¿No es poco respetuoso con vuestro Rey que le adelánteis las respuestas?
BENEDICTO.-Tenéis razón. Perdonadme.
ALFONSO.-Ya sabéis que, antes de que mi hermano y yo nos pelearamos, pactamos que el vencido se conformaría con su suerte. Y yo vivo aquí cumpliendo mi promesa.

BENEDICTO.-¿Promesa de hermano a hermano o de rey a rey?

ALFONSO.- Reyes y hermanos somos.
BENEDICTO.- Pero a cada cosa lo suyo. Vuestra hermana no estuvo en el pacto.

ALFONSO.- (Irritado).- ¿A qué viene eso?


BENEDICTO.-Por el cerco de Zamora. Ni tuvisteis entonces presente esa ciudad ni de ella habríais podido disponer ante el Altísimo.
ALFONSO.- (Sigue enfadado).- No os mandé llamar en busca de consejos políticos, sino de la paz espiritual.
BENEDICTO.-Así lo haré en cuanto pueda distinguir lo uno de lo otro, que no siempre es el caso.
ALFONSO.-No os oculto que aquí me encuentro bien.

BENEDICTO.- ¿Entre infieles?


ALFONSO.-Yo no soy responsable de sus almas. Además, también ellos fueron mis súbditos y ahora lo son de mi hermano.
BENEDICTO.-Hay que tener cuidado de no atribuir al espíritu las flaquezas de la carne.
ALFONSO.-Si lo creeis vuestro deber, hablad más claro.
BENEDICTO.-Pienso, Señor, si acaso no sería el mejor ejercicio divinal abrir las puertas de vuestro corazòn de nuevo a las tierras heredadas de vuestro padre, también a los moros que las habitaban y en ellas siguen. ¿Este Toledo del Islam no puede estaros siendo una tentación? ¿Y si en el futuro a Toledo volvierais de otra guisa? ¿Por qué no pensarlo y esperarlo?
ALFONSO. -(Vuelve a ensimismarse). ¿Por qué Dios dio a mi hermana esos ojos verdes? ¿O fue el demonio? ¿Sabeís, padre Benedicto, que me acuerdo de mi hermano García? Sancho y yo decidimos quitarle Galicia porque nos daba miedo el mar. Por él podrían venirnos cualesquiera peligros si su puerta no estaba en nuestras manos. Aquellas gentes de las islas de Inglaterra...Pero ahora pienso si no es el mismo caso el de la tierra firme. (Otra vez absorto). Veo los ojos verdes de mi hermana como un mar en tempestad. Infernal ésta. Pero vayamos a la iglesia.
(Se van y entran Zorayda y Romaiquía. Zorayda mira por todos los rincones)
ZORAYDA.- ¿Está bien ordenada y provista la cámara del rey..y de su bienamada Romaiquía?
ROMAIQUÍA.-¿Del rey? Mejor diríais, Zorayda, del cristiano o del castellano. Lo bueno que tiene es que rey no es. ¿Para qué? ¿No es antes la corona que la vida?

ZORAYDA.- ¿Bueno para él? ¿O para ti?


ROMAIQUÍA.- No tengo ninguna duda de que para los dos.
ZORAYDA. Desde luego que muchas cabezas segurían en sus cuellos y guerras se habrían evitado si hubieran pensado así todos los hombres. Y las mujeres, claro.
ZORAYDA.- Yo estoy casi segura de que Alfonso no es de ésos.

ROMAIQUÍA.- ¿Casi?


ZORAYDA.- (Pensativa). Sí. Tengo que reconocer que el casi me falta. Es como si hubiera un hilo, un hilo nada más, que sigue sin romperse. Un secreto que se vislumbra de vez en cuando, en alguna ausencia sin motivo, a lo  más inesperado, a lo menos oportuno. Aunque pasa a veces mucho tiempo sin notarse.
ROMAIQUÍA.- ¿Otra boca, otros ojos?
ZORAYDA.- Desde luego no veo en el primer plano la corona.
ROAMIQUÍA.- Que no le falten los aromas ni las músicas. En esto sí ganamos a los infieles. Y él bien lo sabe y lo siente.
ZORAYDA.- Ay, si el Tajo fuera por lo menos como el río de Sevilla...

ROMAIQUÍA.- ¿Y qué?


ZORAYDA.- Que entonces me sería más fácil enseñarle cómo los caminos del mar son mejores que los de la tierra.
ROMAIQUÍA- Cuando un hombre y una mujer los andan juntos...
ZORAYDA- Y que navegar aquéllos es preferible a reinar en éstos.
ROMAIQUÍA.- Pero eso también se puede aprender en Toledo. Y aunque no tuviese río...
ZORAYDA.- Que Alá el Misericordioso te oiga.
ROMAIQUIA.-Quién pudiera cantar como aquella que hacía versos de amor, como Aisa Alqurtubiya: Soy una leona y los cubiles ajenos no me agradaron nunca...

                                               SEGUNDO

NARRADOR.-Han pasado bastantes años, pero muchas más cosas. Alfonso ha vuelto a ser rey de todas las tierrras donde lo había sido su padre. Toledo se ha incorporado a su monarquía cristiana. De esa manera está asegurada la repoblación de Sepúlveda, que ha dejado de ser frontera pero goza de su Fuero. El Rey conversa en Toledo con su segunda esposa, la francesa Constanza.
ALFONSO.- De veras, Constanza, que sigue pesándome haberte echo caso y dado a los cristianos para catedral suya la mezquita mayor.
CONSTANZA.-Pon los pies en la tierra, querido esposo. No es bueno seguir el sentimiento cuando nos incita a volar pero sin darnos alas.
ALFONSO.-Yo creía mejor haber dejado las cosas como estaban, en cuanto hubiese sido posible.
CONSTANZA.-Justamente, ahí está el quid. Por otra parte, si lo miramos en profundidad, nada ha cambiado. Si ahora hay en Toledo un rey cristiano, hay que ver en la aparente variación la adaptación a la realidad nada más. Pero sólo en lo necesario para conseguir la permanencia del estado de cosas, de la andadura del reino que sigue.
ALFONSO.- Muchas razones, pero...
CONSTANZA- ¿Poco sentimiento?
ALFONSO.-Nunca me arrepiento en cambio del nuevo rito de la misa y de los sacramentos. ¿Acaso menos apegado al antiguo por ser castellano, en virtud de la encomienda paterna y no leonés?
CONSTANZA.- No es eso. Es que te halaga pensar cuánto en Cluny rezan por ti mis paisanos a la manera que ahora es ya la tuya y de tus súbditos.
ALFONSO.-De veras me siento sostenido cuando así se me viene a la memoria.
CONSTANZA.-¿También te sotiene tu mujer?
ALFONSO.-Desde luego, querida esposa. (Se queda pensativo)
CONSTANZA.-¿No te entristezcas; Ya sé que sigues esperando los hijos. No dejes de confiar en el Altísimo y, tengo que repetirtelo, en las oraciones de los buenos monjes borgoñones. Además, si mucho te costó dejar Toledo cuando era tu refugio y tu destierro, disfruta ahora de este Toledo en el que eres soberano, el soberano.¿No es una ganancia?
ALFONSO.-Según se mire.
CONSTANZA.-De veras sigo convencida de que los infieles te tentaron.
ALFONSO.(Pensativo). Sí. Pero no tanto como los de casa. Y los de más cerca.
CONSTANZA.- ¿De la familia, de la sangre?
(Hay un silencio. No se miran. Entra Sebastián).
SEBASTIÁN.- Señor, Sarracín ha llegado de Sepúlveda.
ALFONSO.-Que entre.


(Pasa Sarracín. Hace una genuflexión leve).
ALFONSO.- Sentaos Sarracín. ¿Mala la jornada?
SARRACÍN.-Sólo cuesta pasar la sierra. Mi país y Magerit el mismo, más ahora bajo vuestro cetro.
ALFONSO.-Veamos. ¿Cómo va aquello?
SARRACÍN.-Va llegando buena gente. Con ganas de tener una tierra donde sembrar.
CONSTANZA.-Os dejo. Que los sepulvedanos no se olviden de que soy su reina, aunque no llegué a tiempo de poner mi nombre en el Fuero. (Saracín se inclina y la besa la mano. Se va)
ALFONSO.-¿Sin ovejas negras?
SARRACÍN.-Siempre las hay, Majestad. Pero del presente, las del ahora, no por el pasado.
ALFONSO.-¿Qué quieres decir?
SARRACÍN.- Que la libertad para asentarse sin rendir cuentas de lo que dejan atrás no es lo que ha dado malos frutos. Tira mucho la tierra cuando es nueva, en otro sentido que la de uno de siempre recibida de los mayores.
ALFONSO.- ¿Estás pidiéndome algo?
SARRACÍN.-Majestad, yo os diría que el libre tránsito sin regateos. A los que llegan a Sepúlveda no se los pide cuentas de su vida pasada. Que se los deje también andar el camino, con tal de que pasen dentro de las murallas. Todavía la tierra está falta de hombres. No se nota en la Villa pero sí en las aldeas
ALFONSO.-Esa es mi mente. Pero no hay que pedir a mis oficiales milagros. Un poco de paciencia. No dejar de ponerse en el lugar del otro. ¿Y a San Frutos? ¿Van los nuevos sepulvedanos?
SARRACÍN.- Poco a poco se van dando cuenta de que ahí está su centro espiritual.
ALFONSO.-No deben olvidar la suerte de contar con el cuerpo de un santo ermitaño de los otros tiempos. De cuando había obispo en Segovia. Y gente. Como de haberles sido un don del Altísimo que ni soñar podían.
SARRACÍN.-Así es Majestad. Pero están haciendo sus iglesias con tanto ímpetu que quizás su visión les vela la de más lejos sin darse cuenta. Es una maravilla El Salvador. Va a quedar como un pico de una cordillera.
ALFONSO.-¿Y los otros?
SARRACIN.-Tenemos judíos estupendos, Señor. Y los moros trabajan bien en las obras sagradas.
ALFONSO.-¿Se portan bien los franceses?
SARRACIN.-Tienen sus cosas...
ALFONSO.-Como vosotros.
SARRACÍN.- Así es, Majestad.
ALFONSO.-No te olvides de que eres el hombre de mi confianza. Y diles que estaré en la consagración de la iglesia de San Frutos. No busquéis conflictos con los monjes. No pelearos por los barbos del Duratón ni por los pinares de arriba.
SARRACÍN-Gracias, Señor. (El Rey le hace un gesto y se va. Vuelve Constanza. Se oye una canción melancólica, aguda: Amán, yas habibit, al-wahs me no feras)
ALFONSO- ¿Entiendes ya esta lengua de los viejos cristianos de Toledo? ¿Sabes lo que cantan?
CONSTANZA- No. Sólo adivino algo.
ALFONSO.-Amado mío, no me puedes dejar sola. Es fácil, aman=amado, ¿no?
CONSTANZA- Esa letra vale también para los esposos.
ALFONSO-Debe valer. Debería...Oye Constanza, no te reprocho que me hayas echado en cara a veces mi complacencia en el Toledo de antes, mi nostalgia de esa vida sin los cuidados del gobierrno, el poder y sus recelos. Al fin y al cabo si eres mi mujer también la reina, y con el rey te casaste. Incluso comprendo que mi estima de los moros te llegara a parecer sospechosa. Por eso ahora no quiero ocultarte nada.
CONSTANZA.-¿Del pasado ?
ALFONSO.-No. Del presente. ¿Si te dijera que ahora sigo sintiéndome bien en Toledo?
CONSTANZA.-Es el deseo que yo te he expresado hace sólo unos momentos.
ALFONSO.-Pero quiero decir más, querida esposa. Es que no querría avanzar. No mirar al Sur. Quedarme sólo con la tierra que ahora tengo. Me da miedo la otra solución.
CONSTANZA.-Hay que confiar en la Providencia.
ALFONSO.-No dejo de hacerlo. Pero también me han enseñado a estar en posesión de mi libertad, el don de Dios por el que tan alto precio pagamos los hombres. Me gustan los moros, sí. Estuve bien con ellos y a ellos quiero tenerlos de súbditos. Pero son éstos, los míos. Prefiero no pensar en los del otro lado del mar. Desde lejos los veo muy distintos. Y me contentaría con que se quedaran en su sitio. Alma y vida te ofrezco, tierra mía...Como cantó un poeta suyo. ¡Ah, esos otros moros, los de Oriente, a sus versos sí que no los temo!. En fin, prefiero complacerme en el nacimiento de mi Sepúlveda. Cuando sueño con el mar siempre es una pesadilla.(La Reina le toma la mano)

                                               TERCERO

NARRADOR.- Ha seguido pasando el tiempo. Con la misma abundancia de cosas, lluvias y noches. Los moros de España se sintieron amenazados y llamaron en su auxilio a los moros de África. Pero éstos no vinieron a ayudar, sino a dominar. Y de otra manera. Pasó la España de las tres religiones, las tres lenguas, las tres culturas. Llegó la intolerancia, ¿hasta cuándo? El Rey Alfonso fue derrotado, aunque no perdió Toledo. Sepúlveda no volvería a ser frontera.
Ya es viejo. Ha tenido cinco esposas legítimas y algunas amantes legitimadas. Una de ellas, mora, su bienamada Zayda, al fin le dio un hijo varón, el infante Sancho. Pero éste cayó muerto en la derrota de Uclés.
El Rey está muy solo. No queda apenas ninguno de sus mujeres y hombres de antaño.

(En Toledo, el Rey conversa con el padre Frutos, un benedictino del  monasterio de su nombre. Se oye cantar un romance elegíaco:
                                   -¿Dónde vas, infante Sancho?,
                                   las muchachas le cantaban.
                                   -Voy en busca de mi madre,
                                   a una Sevilla lejana.

                                   -¿Dónde vas, infante Sancho,
                                   que en Sahagún está tu padre?
                                   -Con los monjes de Cluny,
                                   otra esperanza a cantarle.

                                   -¿Dónde vas, infante Sancho,
                                   cristiano y moro de España?
                                   -Allá, en los Campos Elíseos,
                                   mis corceles ya cabalgan).

FRUTOS.-Os veo absorto, Majestad.
ALFONSO.-¿Cómo no estarlo a mis años y en mi estado?
FRUTOS.-Lo único que me atrevo a preguntaros es si miráis al pasado o al futuro.
ALFONSO- ¿Es necesaria la pregunta? ¿Acaso tengo futuro?
FRUTOS.-No olvidéis que el último momento de la vida es el más importante. Aún no os ha llegado. Ni sabéis lo que se hará esperar. Y no os digo esto por ser sacerdote. Seguro que también os lo diría un moro.
ALFONSO.- Estoy de acuerdo. Con tal de reducir a ese momento todo el tiempo por venir.
FRUTOS.-No sé si sería o no bueno pensar así, pero no es posible. Hasta ese instante sigue fluyendo la vida. También para vos. No podéis evitarlo por muy rey que seáis.
ALFONSO.- (Después de un silencio meditativo). ¿Os acordáis, padre Frutos, de que los africanos trajeron hipopótamos a la batalla de Sagrajas?
FRUTOS.- Se comentó en nuestro monasterio de Silos.
ALFONSO.-Yo me sentí ya vencido cuando los ví a lo lejos. Era la consumación de mi presentimiento. El miedo que el otro lado del mar me daba. Esa África que nunca se acabaría...
FRUTOS.-Dios está por encima de todo. Y es todopoderoso.
ALFONSO.-Supe entonces que no podía vencer. Y que sería derrotado mi reino entero, aunque ni un grano de tierra hubiera perdido. Las cosas ya iban a ser distintas. No era el mismo el aire a respirar. También era la derrota de mis moros. Los vencedores eran otros, tan distintos de ellos como los cristianos. Tanto que, aun teniéndolos al otro lado de la frontera, ya no será igual el reino que mis sucesores hereden
FRUTOS.-No podemos poner puertas a la Providencia.
ALFONSO.- Ahora me averguenzo de haber tenido también miedo a que las gentes de Inglaterra pusieran los pies en el reino de mi hermano García. Mi hermano García. Otra herida incurable en la memoria. Mi hermano Sancho. ¿Y por qué esos ojos verdes de mi hermana Urraca? ¿Por qué la belleza hiere en la paz como las armas en la guerra? Siento a veces, también temeroso, la voz de mi padre.
FRUTOS.-No es malo eso, pero sin olvidaros en ningún momento de que es inifnita la misericordia de nuestro padre celestial.
ALFONSO.-¿Y en San Frutos?
FRUTOS.-Rezando las horas del Breviario se ahuyentan las pesadillas nocturnas y se consigue que unos días sean iguales a los otros hasta que llegue el último y ya no haya tiempo.
ALFONSO.-¿Os gusta el paraje?
FRUTOS.- Como que siento escrúpulos cuando comparo mi enamoramiento de él con mi propia vocación sagrada.
ALFONSO.-Sin embargo, ya sé que otros hermanos fueron allá desterrados.
FRUTOS.- Claro. El mundo es complicado y el hombre un ser complejo.
ALFONSO.-¿Y Sepúlveda?
FRUTOS.-Bien asentada ya en sus peñas. Aunque queda mucho sitio aún dentro de muros. Y eso que ya hay una parroquia fuera de ellos.

(Entra Sebastián)
SEBASTIÁN- Señor, el médico Nagid espera.
ALFONSO.-Que pase. Este fiel Sebastián es de los pocos que me quedan der aquellos tiempos. ¿Por qué vivir tanto, tanto demás? No se vaya padre Frutos.

(Entra Nagid)
NAGID.- (Después de mirar atentamente al Rey). Os veo, Señor, en mala disposición para recibir mis medicinas.
ALFONSO.-No os lo niego. Ninguna podría darme lo que deseo. Y esto no es nada complicado, pero terriblemente imposible, hacer retroceder el tiempo, que lo que ha sido deje de haber pasado.
NAGID.-Un día os recité unos versos de  Samuel Nagrela, el visir poeta: ¿Hay entre tú y yo un mar que no me deja sufrir por ti, y correr con el corazón temeroso a sentarme junto a tu sepultura? Se lo recuerdo, Señor, para que piense en la fuerza de los recuerdos. Y en la compañía que continúa de los que se fueron. A nuestras edades esa reflexión es la mejor preparación para las otras medicinas.
ALFONSO.-El Padre Frutos confía mucho en las hierbas que crecen en las peñas de su monasterio. El del río Duratón.
NAGID.-De ellas me han hablado. Y espero ir allí.
FRUTOS.-Nuestra casa la tiene abierta.
NAGID.-Muy honrado por la oferta benedictina. Y cojo la palabra. ¿Ha probado esas hierbas, Majestad?
ALFONSO.-Una infusión entre áspera y delicada que alguna vez me ha reconfortado. Aún me queda algo de ella y os la puedo ofrecer.
FRUTOS.-Yo me había atrevido a traeros más, Señor.
ALFONSO.-Doctrina, poesía, hierbas. Algo me queda todavía en el mundo. ¿Estoy ya recetado por hoy?
NAGID.-Desde luego. Por las palabras de la prescripción.
ALFONSO.-No os entretengo más. No olvidéis al infante Sancho, mi buen padre Frutos. Y vos, Nagid, concertar con él vuestro viaje al Duratón. Ya son tan pocas las cosas que por mí pueden hacerse...
 (Se inclinan y se van. Se oye un cantar alegre: Es una novia Sevilla,
                                   es su novio Ben Abad,
                                   su cintura el Alfaraje,
                                   Guadalquivir su collar.  Entran Fátima y Myriam; ésta es mucho más joven).
ALFONSO.-Bienvenidas a consolar al triste. ¿Sevilla! Yo soñé con ella, desde aquella Toledo con ir de viaje, desde esta Toledo incluso con reinar allí. Pero ya se han derretido las nieves de antaño. ¿Qué me recitas hoy, mi buena Myriam?
MYRIAM.-Soy entre muertos inmóviles el único vivo; voy por el mundo y sólo veo seres dormidos Sobrevivo como una huella del pasado.
FÁTIMA.-Soy yo la que ha escogido a Myriam estos versos de Al-Jatib. Precisamente porque no dejaré nunca de confiar en vuestro vigor. Sois el único vivo. De vos depende tomar la parte buena de esa realidad. Que tenéis la vida aún. Incluso os debéis con ella a los que ya se fueron.
ALFONSO- Todavía eres hermosa Fátima. Yo no te  miro con menos agrado que cuando tenías los años de Myriam.
FÁTIMA.-Eso dicen es señal de juventud. Como de vejez lo contrario.
ALFONSO.-Por eso es más grave que aquí, a vuestro lado, lo que sienta es el deseo de dormirme.
FÁTIMA.-De ninguna manera, Señor. Durmiendo se vive también. ¿Y si lo que desearáis es soñar con nosotras?
FÁTIMA-¿Pudiendo teneros?
MYRIAM-Quién sabe donde está lo mejor...
FÁTIMA- ¿Y cada cosa en su tiempo? ¿O en todos los tiempos todas las cosas?
MYRIAM.-Si es la voluntad de Alá.
FÁTIMA.-El Misericordioso. (Se queda el rey dormido. Las dos mujeres se miran en silencio).

                                                EPÍLOGO
NARRADOR.- En Sahagún se han celebrado los funerales del Rey. El padre Mauro y el padre Odón han asistido a ellos. Y, como al principio, ya peinando abundantes canas, cambian impresiones.

ODÓN.-Ya nos hemos hecho españoles. Incluso vos, mi buen cohermano Mauro.
MAURO.-Puede tanto el tiempo. Y eso me parece a estas alturas y desde aquí nuestra Borgoña. Tiempo, que no espacio. En el tiempo la veo. Como si la Geografía no contara para ella y sus solos caminos fuesen los de la memoria.
ODÓN.-Pueden mucho el tiempo y la historia.
MAURO.-La historia tiene su fuerza del tiempo mismo.
ODÓN.-¿Y os habéis alguna vez parado a pensar en por qué vinimos?
MAURO.-Nos mandaron.
ODÓN.-Sí, mas de buena gana obedecimos.
MAURO.-De acuerdo.Por mi parte os diría que aquí había más sitios.
ODÓN.-Queréis decir más cargos, ¿no?
MAURO.-Tanto como eso...
ODÓN.-¿A qué disimular? ¿Y estáis contento?
MAURO.- Todo es relativo.
ODÓN.-Claro. No sois el arzobispo de Toledo, ni siquiera el obispo de Segovia.
MAURO.-Ni llegue a pensarlo.
ODÓN.-Quien sabe... A veces no conocemos todos nuestros pensamientos.
MAURO.-¿Y vos?
ODÓN.-Yo quise venir no pensando en más espacios, sino en más espacio, en singular. Y por eso no podía decepcionarme. Nada más pasar Roncesvalles le encontré.Y le sigo respirando ahora, cuando rezo porque el buen rey salga del purgatorio.
MAURO.-Al fin y al cabo en eso os acompaño cohermano Mauro.
LOS DOS.-Requiem eternam dona ei Domine, et lux perpetua luceat ei.

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