VIAJE A
POLONIA. UNA CRÓNICA
PARROQUIAL
Cuando
llegamos Carmen y yo, en torno a la ventanilla correspondiente del aeropuerto
de Barajas alternan enseguida las caras felizmente vistas todos los días con
las todavía no conocidas físicamente o dejadas de ver hace muchos años. Pero no
es extraño nadie. Estamos en la doble familia de la feligresía y el paisanaje.
Tres parroquias de la diócesis de Segovia, la Villa de Sepúlveda, Duratón y
Urueñas. Un solo párroco, Slawomir Harasimowiz, “Suave” para nosotros, una
simplificación antroponímica de motivación pastoral, para evitar a sus ovejas
las consabidas dificultades fonéticas. Rumbo a su tierra de Polonia, que por
eso ya sentimos un tanto nuestra también.
Sabido es que
la vida de los monjes es retirada, claustral. Los benedictinos tienen además un
voto de estabilidad que hace excepcionales sus cambios de monasterio. Sin
embargo, dom Gerard Van Caloen, uno de los personajes formidables de su
restauración decimonónica, escribió que el monje cuando viaja se beneficia
incluso para su vida consagrada de la mayor libertad del espíritu De lo que a
nosotros no nos cabe duda es de la plenitud parroquial de este itinerario
nuestro.
María, la de
mi quinta, siempre bien escoltada por Beli, ilusionada aunque crea insuperable
su emoción en La Coruña, al ver por vez
primera el mar en un viaje también de la feligresía. Bienaventurada ella. Que
uno de los factores determinantes de que se haga cola en los consultorios
psiquiátricos de nuestro tiempo, es la perdida de la capacidad para el asombro
del hombre moderno. La vitalidad arrolladora de Petra, una constante. Junto a
Juan, y dos de sus hijos, que nos hacen echar tanto más de menos a los otros
dos, Rober y Aurora, y si se me permite, yo particularmente a los hijos de Rober
y Carmen, de quienes evoco con nostalgia la curiosidad fecunda y segura, sobre
todo esto, que a cada paso habrían sentido y manifestado y con la que nos
habrían acompañado. (Estas notas son para los compañeros de viaje y algún otro
coterráneo o amigo muy de cerca. Pero no me arredra que entre sus escasísimos
lectores los haya que no conozcan a las personas mencionadas. Sin vanidad creo
posible, si acierto a comunicar un ápice de la atmósfera respirada, hacerlos
tan partícipes de sus menciones y noticias cual si se los hubiera presentado.
Me acuerdo ahora, por contraste, de un homenaje póstumo a un cronista de Madrid
tan erudito como amable. Fue invitado un político hijo suyo. El cual, ni contó
nada ni tuvo en cuenta siquiera la tal dimensión filial. Prefirió hacer unas
consideraciones abstractas que parecían muy mal traducidas del alemán. Mi ideal
sería aquí conseguir exactamente lo inverso).
Personalmente,
a mí este viaje me parece una página de cuento de hadas. Por implicar los
desposorios de dos constantes en mi vida, el entusiasmo hasta el fanatismo por
la tierra nativa y la curiosidad devoradora y desbordante hacia todas las
demás. Por eso la valoro tan esperanzadoramente en los nietos de Petra. Un
itinerario abrigado por el calor de los paisanos. Pero a Polonia y guiados por
nuestro párroco polaco.
Domingo, 30 de abril. Varsovia.-El comisario Wallender, protagonista de la espléndida y profunda
serie policíaca de Henning Mankell, al poco de reflexionar que la vida en
Suecia cambió desde que las suecas dejaron de remendar calcetines, vio a una
señora remendando un calecetín en un
vuelo interior. Me acordaba yo de esto mientras nos comíamos, antes de subir al
avión o en él, los bocadillos traídos de casa. Como en los tiempos de aquellos
otros coches de línea. Tanto que me parecían un anacronismo las musas de ágiles
rodillas, como las poetizó Jaime Gil de Biedma, las azafatas que, a pesar de
todo, pasaron con su carrito, pero “de pago”. Mas cambié de opinión cuando, a
punto de aterrizar, nos dieron gratis un caramelo.
Fui leyendo en
la prensa los detalles de la victoria del Celta sobre el Coruña- en mis tiempos
no se decía Deportivo-, el ahora llamado derby
que siempre me trae a la memoria un pequeño episodio anécdotico del internado
claretiano de Aranda, cuando los resultados de la jornada liguera nos llegaban
durante la cena del domingo, aportados por el fraile radioescucha de ello
encargado, un silencio sepulcral mientras nos los leía el padre director que
nos presidía siempre. Seguido del torrente de las emociones contenidas, a los
partidos de los equipos con muchos partidarios- se decía así, no “seguidores”;
tampoco estaba en curso la palabra “selección”-. Mas un silencio sepulcral ante
el “Coruña 1-Celta 1”. Griterío cuando el padre Morrás nos amonestó: “¿A los
pobres gallegos no los decíis nada”. Y el caso es que el Celta tenía entre
nosotros un “partidario”. Pero ésta es otra historia.
Suave rezando
el breviario. Una continuidad en la impronta característica de la tipografía
sacra. (A propósito. Luego mencionaré a san Pedro Damiano. Comenta éste que los
monjes reclusos, los pocos que en la camáldula hacían una vida solitaria del
todo, al rezar el breviario decían dominus
vobiscum, teniendo que contestarse a sí mismos et cum spiritu tuo. ¿Contradicón? ¿Frivolidad? No. Porque con ellos
estaba espiritualmente toda la iglesia. Se lo comenté yo a Suave una vez. Y me
dijo que el mismo caso es el del cura de Sepúlveda).
Nos recibe una
lluvia bienhechora. A Paul Claudel siempre le recordaba el agua del bautismo.
Yo confieso que nuestros últimos veranos tórridos me han reconciliado con el
fresco. Hasta estos mis años postreros no conocía otro enemigo climático que el
frío. En todo caso, la temperatura que en Polonia encontramos es grata, alejada
del sufrimiento de los extremos.
La primera
visión al ir descendiendo ha sido de tierras, prados con algún trozo de bosque,
casitas. Ningún rascacielos hasta salir del aeropuerto. Camino del hotel, los
bloques de hormigón del régimen anterior. Alicia, la eficaz y amable guía que
nos acompañará hasta tomar el avión de vuelta, nos dice que un edificio muy
alto terminado en flecha a lo lejos fue el regalo a la ciudad de José Stalin.
El hotel se
llama Chopin. En el vestíbulo, el rostro romántico del compositor, muy agrandado,
nos evoca los viajes largos y sosegados de su tiempo, sosegados nada más que en
tiempo quiero decir. Por algo, por eso mismo entre otras cosas, era corriente
otorgar testamento antes de emprenderlos. ¿Os acordáis de Un invierno en Mallorca de Jorge Sand, la amiga del músico?
Enciendo la
televisión. Billar en la cadena de Eurosport. Ahora mi evocación es de otros
días sepulvedanos, aunque ciertos bares sean los mismos, tampoco los precios. Y
alguno queda, ¿no? ¿Con jugadores?
Primera vuelta
a la ciudad. Merece la pena mojarse para contemplar el monumento a Chopin.
Lograda la conjunción del arpa, las manos del ejecutante, éste bajo aquélla.
Todo en un conjunto de líneas que se evaden como el mejor Bernini,
La terrible
memoria de los desastres del siglo XX. A su vista aquí, el profundo dolor de su
vigencia ahora en otras latitudes. El gheto, Katyn. Pero en la iglesia de la
Santa Cruz, mejor dicho en las dos, pues se compone de la alta y la baja,
leemos sursum corda.
Sentimos que
toda Europa pasó por un interludio fallido en las entreguerras, la etapa que
nos recuerdan los monumentos a Pilsudsky y Paderevsky el pianista presidente.
De ese tiempo el inmenso edificio del Parlamento, con forma de tienda turca. El
correspondiente chiste, a propósito de su analogía con los circos, sobre las
ocupaciones y mentalidades de los diputados. (Aquellos, literariamente, fueron
los del que yo he llamado generoso diluvio de las novelas cortas. Una de sus
colaboradoras habituales fue Sofía Casanova, una hispanopolaca, muy viajera
también. Estando yo ya en un curso de doctorado, en la década de los cincuenta,
en el que había un alumno polaco, el coronel Páramo, auxiliar de don Joaquín
Garrigues, le comentó haber leído la noticia de la muerte de aquélla en
Polonia. Pero tanto ésta como España se parecían entonces muy poco a las de
aquel antes).
¿Y qué decir
de la postguerra? Monumento al primado Wyzinsky. Y a De Gaulle, como
domiciliado que estuvo en la ciudad, profesor en su Escuela Militar, para un
ejército naturalmente de nueva planta. Nos resistimos a comentar éste último,
evocador de nuestro vecino de país . No es de este lugar ceder a cuestiones
personales.
Por su
impenetrabilidad amable, seduce el Jardín de Sajonia, con el verde pálido de su
fondo a estas horas de la tarde y esta leve luz. En su anchurosidad mansa, el
Vístula es tanto una lección de geografía como una invitación excursionista. En
el despliegue de la iglesia de San Lorenzo, junto al zoo, el encanto de la vida
urbana que nos hemos empeñado en dejar de sentir, es más, que nos hemos
propuesto perder.
Otras iglesias
esplendentes, que luego volveremos a encontrar. El estallido neogótico de la
catedral del barrio de Praga, la apoteosis de cúpulas de la ortodoxa, la
generosidad acumulativa de Santa Ana donde los estilos se desposan. A cada
momento nos salen al paso estampas de Roma. La fachada barroca del Ministerio
de Cultura y Tradición Antigua, antes Palacio de los Primados, es la definitiva
victoria sobre la línea recta. Como en la Ciudad Eterna, el Palacio Massimo
alle Colonne.
La de la
Biblioteca nacional nos hace fantasear sobre la relación entre el continente y
el contenido, cual el símbolo de una encuadernación gigantesca. Con el
trasfondo de algunas instalaciones esplendorosas de ciertas bibliotecas
monásticas germánicas, no tan lejos de acá. ¿Como no recordar al encuadernador
Galván, en su santuario luminoso de Cádiz? He dicho encuadernador. Porque el
fundador de la dinastía sigue estando con nosotros, y confiere una definitiva
unidad a todos sus sucesores.
A propósito de
la impronta romana nos acordamos de que el autor de Quo vadis era polaco. Esa consagración literaria de la novela
piadosa paleocristiana, la ascensión definitiva de la Fabiola del cardenal Wiseman, nos trae a la memoria algunas páginas
de nuestro canónigo Horcajo pertenecientes al género, tal su relato de los
orígenes del cristianismo en la Villa: los dos discìpulos de San Segundo o de
San Jeroteo que vivieron donde ahora está la iglesia de Santiago, el neófito
que los advertió de la decisión pagana de darles martirio, su refugio en una
cueva del Cañón donde dejaron una cruz y una imagen de María, llegada la paz de
religiosa la edificación de la iglesia del Apóstol y otra de la
Virgen...Dispensemos a don Eulogio de la cita de las fuentes. Soñemos con él.
Nuestro
párroco se complace de que la iglesia de los Camaldulenses nos salga al paso
dos veces en nuestro itinerario. Sugerentes memorias de esa familia religiosa,
a la vez de las alas de la anacoresis y el cenobitismo. De la dignidad
parsimoniosa de san Romualdo a la exuberancia literaria y doctrinal de san
Pedro Damiano. Fuera de la ciudad, sus hábitos blancos han dado nombre al
pueblo de Bielany. Como en el centro de Pomerania, el topónimo de Cartuja, la
orden monástica gemela de aquélla, las dos únicas en Occidente. Por cierto
camáldula y cartuja nombres geográficos ellas mismas, ahora hechos tan comunes
que por eso los escribimos con la minúscula de la familiaridad. Suave me invita
a que cuente algunas curiosidades monásticas. Hago ver que la unión europea no
es una novedad que hayamos de agradecer a los mercaderes de la política de
ahora. El mismo san Bruno era un canónigo de Colonia que fundó su orden en
Francia. Como san Norberto, el arzobispo de Magdeburgo, la suya de canónigos
regulares en Premontré.
Tres
monumentos, entre otros más que nos van saliendo al paso: Adán Mickiewicz,
Copérnico, Segismundo III. Esta escultura polaca al aire libre está en posesión
de un logro de proporciones y acoplamiento al entorno que no se da siempre por
doquier. La ingeniería de los tubos de la calefacción, llegando a modificar el
paisaje urbano, no vamos a decir que sea bella. Pero al parar mientes en su
finalidad nos reconciliamos con su pobreza estética, y hasta con lo inoportuno
del emplazamiento si es que se da.
El trozo de
paisaje anodino que se ve desde la ventana del hotel aloja entre construcciones
impersonales la cúpula de una iglesia. Es la hora de los perros. ¿Quién se ha
inventado eso de que éstos sean animales de campo? Tan urbanos como el hombre
por lo menos. Por cierto que vemos más abundancia de canes que hace catorce
años. Buen síntoma.
El grupo
frecuenta el bar. Y se hace costumbre dar un paseo después de la cena,
naturalmente temprana para nuestro extravagante horario nacional. Paseos
fructíferos y evocadores por la situación lo bastante céntrica de nuestro
hotel. Otro de los logros de esta excursión.
La otra
generación de Duratón, allí la vivaz Micaela, me habla de la de mis tiempos. Yo
les aporto algún dato ya olvidado, como haber estado el pariente de alguno de
ellos, siendo casi un niño, al servicio del Presidente del Gobierno, don
Alejandro Lerroux, en su chalet de la sierra. Por cierto que él me aportó en su
día un dato interesante para la historia contemporánea, el de recibir entonces
el premier del bienio, otrora revolucionario feroz. abundantes visitas de curas y frailes.
Lunes, 1 de mayo. A Gdansk.- Camino del mar Báltico. Los árboles que encuadran el Vístula son
poco frondosos, pero bastan para la composición de lugar campestre de que ayer
decíamos. Al cabo de bastante recorrido, los trozos de bosque van sucediendo a
las tierras y los prados. De los lagos, a miles se cuentan en Mazuria nos
dicen, sólo vemos algunos botones de muestra. Son glaciares, como las pequeñas
colinas con que alternan. Algún nido de cigueñas. ¿Cómo no evocar ese genuino
rascacielos de cigüeñas que es la torre de Duratón? Difícil encontrar un tan
formidable canto a la vida, de veras digno de Beethoven. Seguimos, en los
árboles muchos y espesos nidos de grajinas. Esta vez los recuerdos son de la
Villa y sus riberas.
Impera el
poblamiento disperso. Hornacinas con imágenes de la Virgen a la entrada de los caseríos, bastantes cruces
a la vera de los caminos, donde también están los cementerios. Éstos aquí se
visitan en la navidad, asociados así los que fueron a la reunión de los que
quedamos. Y el día de los Santos también se llevan velas para que ardan en las
tumbas abandonadas, porque ya no tienen a nadie. Como en Sepúlveda la de don
Pablo Santos Isabel, el Registrador de la Propiedad, con cuyo recordatorio de
inauguró la imprenta. Como notario, yo me creí obligado a que Juan-Emilio
restaurara su lápida. En el día de hoy, las imágenes están rodeadas de cintas y
flores por haber empezado el mes de María. Una pareja de bisontes. Pero les
habrán traído del Este para alguna exhibición. Hasta aquí no llega su
territorio.
La
omnipresencia de la huella católica y su entroncamiento en la nacionalidad me
recuerda una de mis últimas lecturas historiográficas, la documentación del
tira y afloja entre el Papa y el Zar, de 1880 a 1882. Tengo, por ejemplo, una
nota sobre una de las reuniones, el 25 de septiembre de 1881, entre el cardenal
Seretario de Estado, Nina, y el enviado ruso Mossolow: “El Eminentísimo
Cardenal responde que la acogida festiva que los fieles hacen al obispo en su
visita a sus pueblos y ciudades, no tiene desde luego un significado
patriótico, sino que es una manifestación pública del respetuoso afecto que les
liga a su pastor, al cual no ven a menudo y que viene a administrarles el
sacramento de la confirmación, una manifestación de sentimientos que está
vigente en la costumbre de las gentes, como el mismo cardenal vio y tocó con la
mano en su viaje a Galitzia y la Polonia austríaca el año 1877...”.
En el autobús,
nos conforta el tentenpié con que Alicia nos obsequia, pierniki¸ un pan con clavo, nuez moscada y canela, con o sin
mermelada y chocolate. Tiene varios nombres. Pero nos quedamos con el de
“catalino”, que viene de la hermana monja de Copérnico así llamada, dedicada en
Torun a su elaboración. Esas especies nos recuerdan que Indonesia se llamó
antes Indias Neerlandesas, la presencia flamenca con que nos vamos a encontrar
al llegar a nuestra meta de hoy, los lazos con la Liga Hanséatica, la Lübeck de
Thomas Mann. El pierniki se nos
antoja a medio camino entre el plum-cake y
los picatostes. Es bocado de invierno e interior. Hasta le atribuiríamos alguna
virtud de cordial farmacológico, aunque nada más que por añadidura. Sin
embargo, no viene mal a esta nuestra mediada mañana y campo traviesa.
Ellbag, pequeña ciudad
episcopal. El ladrillo de la catedral de San Nicolás. Algún atisbo del casco
antiguo, también reconstruido. (En este país todo está reconstruido mientras no
se demuestre lo contrario. Y no lo notaríamos si no se nos dijese ¡Que
lección!).
Comida en el
restaurante Jsba Staropolska=“Hogar
interior de la vieja Polonia”. Una fachada lisa y adocenada. Pero traspasado el
umbral, se nos despliega un espacio de dimensiones insospechadas, lleno de
rincones que atesoran esmeradamente la tradición viviente de la casa- tal una
cucharilla enmarcada-, profusa la decoración pictórica, entrega plena al horror vacui. Como ese secreto del
barroco, de ofrecer la sorpresa de los esplendores detrás de la vulgaridad del
plano y la recta. Tal por ejemplo en la sacristía de la Cartuja de Granada.
También cuidado aquí el arte de la mesa.
Campo de
concentración de Stutthof. El
primero de todos. Se puso en funcionamiento preliminar quince días antes de
empezar la guerra. Confieso que no logro recordar a qué corresponde la cifra de
7.000 que en mis apuntes sobre el terreno he tomado. ¿El número inicial de
reclusos, los de las oleadas de autobuses que se trajeron a los polacos de la
región que el partido nazi tenía desde mucho antes en sus listas negras?. El
olvido me da pie para reflexionar en torno a la trascendencia o no de las
cifras del horror. Se ha dicho que las de esta historia del crimen no
interesan. No estoy de acuerdo del todo. Son realidades que no hay que
preterir. Pero eso sí, no las esenciales.
Curiosamente
otra cifra, aquélla misma dividida por mil, 7, es la de los españoles que aquí
estuvieron. En Europa, sólo Irlanda y Portugal no hicieron ninguna aportación.
Aunque hubo también chinos y marineros americanos. La cifra de los registrados
llegó a ciento diez mil. Pero no lo eran todos. Se calculan unos veinte mil
más.
El quilo de
pelo de mujer valía cuatro marcos. Vemos un montón de muestra de los zapatos
que a su entrada se quitaban a los presos, y eran enviados a Alemania para
aprovechar su escaso valor. El capítulo del asesinato no nos debe hacer olvidar
el del robo en ese libro negro de nuestro siglo XX. ¿Y si pensamos en la Unión
Soviética y en España? Pero no es éste el lugar. Los niños nacidos en el
recinto eran asesinados inmediatamente. La página nos entronca con las de la
infancia abandonada que guardan nuestros archivos sepulvedanos, los de la Casa
de Expósitos de San Cristóbal. Algún parentesco aunque remoto. Pero no conviene
pensar que el salto de una a otra abominación es infranqueable. Otra
asociación: aquí los hombres perdían su nombre. Éste era sustituido por un
número que tenían que saberse en alemán. Cotejemos su parecido con los cálculos
economicistas del siglo en que vivimos. Cada hombre es también sustituido por
una cifra. Tal a propósito de comparar el coste de la prevención de los
accidentes con el gasto causado por éstos si tienen lugar.
No voy a
describir detalles. No se nos ahorra una pequeña cámara de gas, aunque aquí no
hubo muchas. Parece que la asfixiante agonía era larga y muy penosa. Pero la
visita nos ha sido una catarsis bienhechora. Y cuando Suave reza un
padrenuestro por aquellos muertos sentimos como si la atmósfera se purificara.
(Entre paréntesis. Desde marzo de 1945, los soldados soviéticos estaban a siete
quilómetros del campo y conocían su existencia. Pero hasta la capitulación
alemana en mayo no se les ocurrió franquear esa distancia).
A la entrada
de Gdansk hay un cementerio símbolico, cual un anónimo cenotafio estilizado. El
de tantos polacos cuyas tumbas o son desconocidas o hubieron de ser abandonadas
a la fuerza en tierra que quedó fuera de la patria. En la ciudad, un monolito
recuerda a algunos de Ucrania. Con una cita de Mickiewicz, la imploración de
éste al cielo de ser olvidado si él se olvida de sus difuntos.
Al volver al
antes llamado Dantzig, los pináculos de la estación neogótica de ladrillo. Mi
perenne nostalgia de la tremenda solemnidad ferroviaria. El hotel se llama
Evelius. Juan Evelius fue un astrónomo del seiscientos, descubridor de
estrellas, y cuyo mapa de la luna estuvo vigente hasta muy adentrada la
investigación contemporánea. Tiene cerca su monumento. Y su tumba en la iglesia
de Santa Catalina. En el vestíbulo del hotel, bien dibujado e iluminado,
integrado en el revestimento de cristal polícromo, el fragmento de una carta
latina suya al rey Juan III Sobieski, acompañatoria de su regalo al soberano de
un atlas celeste: Sideris hujus novi
Gaedam nuper detecti utrumque numerum reliquorum astrorum [...] qualem hanc
declinationem in sempiternam gloriam Sacratisimae Regiae Majestatis. Pedro
de Frutos y yo nos hacemos fotografiar encuadrando la epístola hecha
epigráfica. Juan Emilio por su parte lo hace en el monumento dicho. (Por cierto
que, el asombroso círculo de cultivadores de la latinidad creadora que hubo en
Alcañiz en la Edad Moderna, contó entre sus conexiones alguna polaca. Trataré
de hacerme con más datos de ella. Pero aprovecho para subrayar de paso que el
latín no terminó con Cicerón, Horacio y Virgilio. Por más que algunos
excelentes profesores ya tuvieran a Séneca por un tardío provinciano relegado a
una nota a pie de página).
La descripción
que el matrimonio De Frutos nos hace de la pantagruélica cena que en su casa le
dieron unos amigos del país, los parientes de Suave conocedores de Sepúlveda,
completa diríamos, sin que faltara la ensaladilla polaca y no os diré cuál es,
desbordados los condimentos, los adornos y los rellenos, nos hace una vez más
reflexionar en torno a la simplicidad de nuestro cordero. ¿Será pecado de lesa
sepulvedanía no estimar esa cualidad un mérito, sin detrimento de su suprema
coronación por el paladar?
En nuestro
paseo nocturno vemos trabajar a dos panaderos elaborando pequeños hornazos de
hamburguesas, del todo a flor de calle, generosamente iluminados, con humor
para sonreirnos abiertamente. Los de las Vidas
sombrías de nuestro Baroja estaban de peor genio en su faena.
Martes, 2 de mayo. Gdansk- El breve recorrido bajo la lluvia por el casco viejo de ayer
después de cenar, le repetimos por la mañana con Eva, la estupenda guía local,
de un castellano impecable, ávida de aprender, pródiga en cortesía,
adivinándosela la curiosidad placentera hermanada con la superación en el
oficio, sin bajar nunca la guardia.
Terminada la
guerra, hubo la propuesta mantener las ruinas, tal y como habían quedado, o
sustituirlas por una arquitectura nueva. Se optó por la reconstrucción. Tan
lograda que no es posible distinguir lo remplazado de lo auténtico. De paso,
¿por qué ese otro dogma de los bárbaros “restauradores” que padecemos en
nuestro país y nuestro tiempo, de la distinción ineludible en estos casos,
despiadada para la serenidad de la contemplación y la fecundidad de las
evocaciones, cuando no el veto liso y llano a la reconstrucción, tal la que en
Sepúlveda echamos de menos del Arco de la Villa? Obedece a la misma
exclusividad en la estimación de las obras del pasado, no viviente sino
museística, cadavérica nos atrevemos a decir, que ese otro dogma destructor de
la unidad de estilo. Nada más reñido con la imaginación y el ensueño.
Por cierto que
nuestro grupo es disciplinado, y muestra interés por ver y aprender, lo que en
estos tiempos, por exceso de facilidad viajera, no se da siempre. En otros con
más profusión de titulaciones, a veces asoman pedanterías delatoras de la
carencia de sensibilidad estética sin más, tal la condena sin paliativos de un
estilo o la confesión de sólo ser estimado otro. No vienen a cuento los
ejemplos.
Competencia de
los patricios en la decoración de sus fachadas. Profusión de terrazas algo
elevadas sobre la calle, de esa manera holgado el sótano donde se almacenaban
las mercancías que venían por mar. Aquí se rodaron Los Budenbrooks. La abundosa presencia holandesa de que dijimos, en
los tejados. Donde por cierto se ven las tejas colocadas a la muy poco
frecuente manera invertida de Sepúlveda, si bien Iñaqui nos hace ver que tienen
un entrante. Dori dice que esta ciudad no tiene nada que envidiar a Praga.
El monumento
de las Tres Cruces a los muertos en la rebelión de los astilleros. La altura
alcanza un valor autónomo, saliéndose de la aritmética. Nada mejor que las
anclas en el remate. A lo largo del canal, visión de los mismos astilleros, en
la menguada actividad que los queda. Y otro monumento tan sobrio como poderoso,
conmemorativo de la acción militar con que convecionalmente se dice comenzó la
segunda guerra mundial, los disparos del acorazado alemán Schlesvig-Holstein a la minúscula guarnición del polvorín de la Westerplatte, el día 1 de octubre de
1939, resistiendo siete días sus ciento ochenta y dos defensores. (Hemos dicho convencionalmente, y no
sólo porque la ofensiva en masa a lo largo de toda la frontera empezó con
simultaneidad. Pues los alemanes llevaban varios días provocando a diario
continuos incidentes fronterizos irregulares.¿Es uno mal pensado si esto le
suena un poquito actual? Parece que en una de esas ocasiones se trató de un
ataque disciplinado del ejército, el cual había interpretado mal una orden y creyó
ya rotas las hostilidades).
La actual
catedral de Oliwa, otrora iglesia
del monasterio cisterciense. Tenemos la sensación del paraíso a la vista de sus
naves. Las columnas de la parte inferior del retablo mayor son negras, recias y
lisas. En la decoración que impera sobre las mismas, desde el arranque de la bóveda,
se despliega la exuberancia de toda la gloria barroca. Veo no sólo el
contraste, sino también el ya calendado efecto de la sorpresa.
La vista se
pierde en la hilera de altares de las dos naves laterales. Tanto que tenemos
otra vez la sensación de escaparse de la medida. Cediendo lo cuantitativo
accidental a la esencia de la ilimitación. El viacrucis pintado decimonónico
enlaza dos épocas. Recordatorio frente al trauma de la intolerante
discontinuidad prodigada.
No voy a
describir el órgano. Subrayaré sólo la preferencia de su acoplamiento a la
arquitectura. Mientras suena, también le disfrutamos visual y hasta
teatralmente. Pero no vemos avanzar a los ángeles hasta el centro de la nave, como
nos los mostraron en mi otro viaje polaco, invitado por el Consejo de Europa,
en su primer acto de presencia en el país, el itinerario de sus monasterios
cistercienses. Eva nos dice que nunca lo ha visto.
En la basílica
de la Virgen María, en la ciudad, depauperada en la etapa protestante, hay una
excepción que llega a barroquizarla, en contra de la mentalidad y voluntad de
los imperantes entonces. Son los epitafios murales. Nos recuerdan la catedral
anglicana de Bombay. Un botón de muestra de la prodigiosa capacidad del estilo
para adueñarse de otros previos y configurarlos a su albedrío desenfrenado. Las
pinturas que fueron blanqueadas se van descubriendo lentamente.
Nos asomamos a
la región de Kastzube, la Pomeramia septentrional. Historias sobre el ámbar, el
oro de Polonia que aflora en las playas. Cura el tiroides, por ejemplo, y atrae
el amor. Cada uno de los doscientos cuarenta tonos que es capaz de manifestar, tiene
su propio nombre. En cuanto a su aroma, Eva recordaba su cita por don Quijote a
Sancho. Mientras que los colores de los bordados típicos de esta región son
siete nada más, tres de ellos azules, por el cielo, los lagos y el mar.
Dialecto, folklore, hayedos y a su vera carpinteros esmerados
Junto a
Gdansk, Sopot y Gdynia. Sopot, la ciudad-balneario, obra de un médico del ejército
napoleónico, Haffner, que aquí se enamoró y casó. Gdynia, la sede escolar de
las dos marinas, mucho más moderna, construida de 1922 a 1936. Recuerdo
aquellos congresos de historia de las nuevas poblaciones de nuestro Carlos III.
En Sopot, profusión de miradores, los portales de las casas cubiertos- esto
frecuente en el país-, rejería, torretas en las esquinas de las viviendas.
Densidad de cisnes. La inmensa fachada blanca del Grand Hotel, de 1927, un
diluvio de balcones curvilíneos, nos reproduce en su neobarroco lo que ya
hicimos constar a propósito de algunos planos, palatinos u otros, en Varsovia.
La comida
polaca me sigue resultando lo bastante familiar para apenas echar de menos la
propia, pero con la justa diferencia para disfrutar de alguna novedad. Por
cierto un capítulo en el que yo he sido tremendamente de campanario. Las
primeras veces que pasé la frontera francesa abominaba de la mantequilla y
suspiraba por el aceite de oliva.
Miércoles, 3 de mayo.-
Volvemos a salir al campo sin puertas. Esfuerzo por interiorizar el paisaje
continuamente ondulado de las pequeñas colinas.
Mañana en el
Parque Etnográfico regional. Casas, cuadras, talleres. Comprobamos la unidad de
la civilización tradicional. Juan-Emilio me señala la identidad del aserradero
con el que tenía nuestro Mariano Morata. Un molino altanero es idéntico a los
de la Mancha.
La iglesia
resulta deliciosa. Toda de arte popular. Muy pequeña, pero completa: púlpito,
coro, órgano, retablos, imágenes. En el altar mayor el misal impreso por
Pustet, en Ratisbona, el año 1904. Pedro de Frutos curiosea en él, pero sólo
inicia un cántico sacro cuando casi se ha quedado sólo.
Comida,
también de la tierra. Los sabores de la sopa de patatas me seducen tanto que me
hacen reflexionar una vez más en la influencia de la búsqueda de las especias
en los descubrimientos geográficos. Sólo a un paso, como estimulante cordial,
de la frontera que da paso al vino. Aunque el secreto de esa sopa consiste en
un poco de harina que dos o tres días antes se deja fermentar en agua. Con el
codillo, una pasta hecha de patatas y harina con un barniz de leche, patatas a
simple vista aunque un tanto empalidceidas. Mientras tanto Isidro el Diablillo nos cuenta como en sus tiempos
del esquileo los pastores competían por ofrecer a sus amos e invitados el mejor
cordero del rebaño para el ágape final. Empezando por darle de beber de varias
madres. Por cierto que la frecuencia del cordero en los menús polacos debemos
sentirla como una fraternidad añadida los sepulvedanos.
En Gydnia, el Bleyskawila, Relámpago, barco que sirvió
en la segunda guerra mundial, ahora museo. El antiguo buque escuela, Regalo de Pomeramia, Dat Pomorza. A su
lado, el actual, Dat Mlodziezy, Regalo de
la juventud. A la entrada del puerto un monumento muy sugestivo de Joseph
Conrad. El escritor, un polaco de tardía lengua inglesa que da nombre a la
escuela naval, de medio cuerpo. emerge de la piedra como en algunas obras de
Brancusi y nuestro Barral. A la vista de esta seducción de la novela marítima,
entre mis paisanos, me acuerdo de Stevenson, y de la otra Samoa, nuestro bar.
Yo siempre que me sumerjo en su deliciosa penumbra me dejo llevar de las alas
de la fantasía y el ensueño. mecido por las palmeras y los corales de su
arrebatadora decoración. Ningún lugar mejor para esa evasión polícroma y sin
fronteras que nuestra villa de tierra
adentro. No pudieron tener mejor idea Luisi y Juan-Antonio que enriqucernos con
ella.
Ninguno
escribimos tarjetas. Petra dice que tiene una buena colección de las que otrora
la mandaban. Otro síntoma del cambio de los tiempos. Yo voy a hacer una
excepción. Para Juan-José Rojo. Un entrañable amigo que os voy a presentar. Ya
sabéis que yo sé algunas cosas de nuestro pueblo que no están en los libros,
porque llegué a tiempo de preguntárselas a los viejos. Pero está a la vista que
ya apenas me quedan algunos más entrados en años que yo a quien someter a
interrogatorio. Juan-José, general farmacéutico de aviación retirado es una
excepción. Él se dice “en lista de espera” pero todos lo estamos, y yo no
precisamente lejos. Después de una grata etapa en Melilla, se instaló y casó en
Murcia para toda la vida. Yo le he conocido en la Dehesa de Campoamor, uno de
la tertulia del medievalista Juan Torres Fontes, hombre a cual más de su
ciudad. Pero Juan-José es un paisano, de la ribera arandina, donde su padre fue
médico rural, lo bastante ilustrado para que sus resúmenes de la prensa
científica extranjera con destino a su colegio profesional contribuyeran a
redondear los ingresos con que sacar adelante a la familia. Una pequeña prueba
de que aquella España no estaba tan atrasada. Le gusta poner en verso sus
recuerdos de aquella vida tradicional definitivamente ida, tal de sus años en
San Juan del Monte: “Vidalillo me invitaba- a eso del atardecer- a que montara
en el macho- hasta el pilón de beber”. Juan-José me lleva unos cuantos años,
los bastantes para que todavía me pueda contar cosas. Pero hay otro motivo, más
específico, para que le mande una tarjeta desde aquí. Y es la un tanto
novelesca etapa polaca de su vida. Teniendo veinte años y estando en el Madrid
sitiado y revolucionario se refugió en la Embajada de Polonia con bastantes
compatriotas más. Se gestionó su salida para Polonia misma. Allí le hospedaron
en la mansión de campo de una condesa rusa donde pasó nueve meses. (Precisar
más detalles iría en detrimento de la atmósfera novelesca de la situaicón). Los
campesinos acudían con los pies desnudos a la misa del domingo y sólo para
entrar en la iglesia se calzaban. La maestra entraba en esa casa por la puerta
de servicio. Todavía se acuerda Juan-José de la primera estrofa de su himno
nacional. Al cabo los embarcaron en Dantzig para Lisboa. Y de ahí a la guerra.
Habían prometido no participar en la misma, pero su cumplimiento resultaba
imposible, pues habría llevado consigo la declaración de prófugos en su patria.
Todo es historia ya.
Jueves, 4 de mayo.-
Estábamos desayunando con el matrimonio De Frutos. Le acababa yo de hacer a él
una pregunta sobre sus tiempos en el monasterio de la Santa Cruz, y la dimisión
del abad Pérez de Urbel. El teléfono no le dio tiempo a responderme. Era de
Sepúlveda. El mazazo de la muerte del padre de Margarita. La eficacia de Suave
para solucionar su vuelta inmediata sin perturbar el viaje previsto fue
admirable. Camino de Malbork, en el autobús, me permití exhortar a mis paisanos
a disfrutar de la solidaridad manifestada, aunque pareciese paradójico. Pedro
iba a cantar esta tarde en la misa. De alguna otra manera oiremos su voz.
Malbork.-Marienburg el
nombre alemán. Nuestro hotel es el antiguo Hospital para los servidores de los
Caballeros y las gentes del pueblo. De baja altura, Seductoras estancias
abuhardilladas.
La imponente
fortaleza, el triple castillo de ladrillo de esos los Teutónicos, antes mucho
más grande, tanto que tras de algunas torres-testigo lo que hay son bloques de
las viviendas de ahora. Pero se le continúa definiendo como el conjunto feudal
más vasto de Europa. Por cierto que algunos bloques de hormigón fueron de
ladrillo, pero hubo que sacrificar este material para contribuir al “regalo” de
Stalin a Varsovia de que ya hemos dicho. Al acercarnos, no podemos ver la
imagen de la Virgen, de ocho metros de altura, que empotrada en el ábside se divisaba
otrora a las dos leguas. La iglesia es la única pieza por restaurar, mantenida
como la dejaron los bombardeos. Sobrevive del retablo una sola columna
salomónica. Las gentes del lugar anhelan que llegue la hora de dar en ella
conciertos de órgano.
Variopinto
museo a lo largo de sus salas. Algunas bóvedas tienen la decoración pictórica
bismarckiana, floreal y polícroma, pero de tonos suaves. Nos recuerdan los de
los bordados de que dijimos. Colosalismo en la cocina. Profusión de vanos en el
refectorio de invierno, mas extraña sensación de seguridad, pese a la claridad
opaca de los cristales, a los que el tiempo ha despojado de sus vidrieras. Sala
capitular. Estancias del Gran Maestre, Cloacas.
Una custodia
de Königsberg, con ciento nueve piedras preciosas distintas, y el cubrecaliz de
litúrgico color pajizo, nos recuerdan los entusiasmos que ahora está viviendo
en Sepúlveda la Cofradía del Corpus.
¿Deformación
literaria? Me es inevitable, y me atrevo a postular se trata de algo
generacional, ver este castillo con los ojos del lector de las novelas
históricas del romanticismo. El señor de
Bembibre, El castellano de Cuéllar, Sir Walter Scott siempre en el
trasfondo. De aquellos tiempos idos, sí, pero también una permanencia.
En las
tiendas, un libro de mi amigo y corresponsal de otros tiempos, el historiador
Karol Gorski. Otros sobre el Cuartel General de Hitler, y el atentado del 20 de
julio de 1944. Omnipresente el ámbar.
A fines de
julio, casi coincidiendo con la nuestra de los Fueros, una fiesta medieval
recrea aquí la batalla de Grunwald, el año 1410. El máximo campeón es llamado pichichi, como el mítico goleador en la
preguerra del Athlétic de Bilbao.
Pero para
nosotros, Malbork es ante todo el pueblo de nuestro párroco. Suave Nos enseña
la iglesia en que le bautizaron, donde bastantes mujeres están rezando sin
prisa y en voz muy alta el rosario. En su fachada alternan la madera y el
ladrillo, una manera prusiana, también en la cubierta, aunque al interior no
resulte visible, algo difícil pero parece que muy ventajoso. Este templo fue
protestante hasta el último cambio de esta tierra y la historia. Pero profusa
su decoración de escenas bíblicas. Por eso tienen el coro extendido a los dos
laterales de las naves. Posee un aire un tanto basilical. Su advocación ahora
es el Perpetuo Socorro. De gran tamaño las estaciones del viacrucis, como
venimos observando ser corriente por acá y ya hemos apuntado. Púlpito airoso de
madera labrada. Sobre la entrada al presbiterio un calvario, que igualmente
hemos observado ser una costumbre extendida. El párroco es un viejo monseñor
que nos recibe con un cariño de abuelo y recuerda la fecundidad de su
feligresía en vocaciones levíticas. La hierba crece sobre un campo inmediato.
Allí estuvo el cementerio alemán. Su inevitable abandono se salvó recogiendo
sus restos y dándoles una conjunta sepultura digna.
Camino del
barrio del nacimiento y la familia de Suave, otrora habríamos franqueado la
frontera entre Alemania y la ciudad libre. Dos pequeños cementerios juntos, el de
los soldados rusos y el de los pilotos ingleses.
Inmediata a su
casa natal, una minúscula capilla donde cantó su primera misa. Pero ahora hay
una iglesia nueva construida al lado. Largos cánticos del mes de las flores a
María. Recuerdo con pena nuestra prisa, determinante de que los gozos a la
Virgen de la Peña se canten después de las funciones, sólo por una parte de la
asistencia, mientras el resto se precipita indiferente a la puerta, desterrados
del puesto sosegado y solemne antes de la salve que tuvieron hasta hace unos
treinta años.
Suave
concelebra con otros dos sacerdotes. Llevan roquete los monaguillos, ambos
colocados al mismo lado de los oficiantes, pues también los hay, acólitos digo,
como el que hace de sacristán, y al alzar se toca la campanilla. El párroco
alude a nuestra presencia y la concurrencia local nos aplaude calurosamente.
Suave aplica la misa por nuestro paisano difunto, alude a cómo Pedro de Frutos
iba a cantar el avemaría, y reitera que a él y Margarita los llevamos en
nuestro corazón.
La parroquia
de Urueñas nos ha deparado una estupenda lectora de la epístola. Y a cada una
de las tres, la regala ésta de aquí una casulla. Después, Juan-Emilio
inspecciona el presbitero con vistas a poner en él una nueva mesa de altar en
piedra de Sepúlveda. Estaría puesto en razón que fuese un regalo, por
suscripción abierta a todos, de todas nuestras parroquias también. Mientras todos nos honramos con saludar a los
padres de nuestro párroco con todo el corazón. Piedra rosada de Sepúlveda, piedra
de los hermanos Barral, piedra de Juan-Emilio que sí sería una digna página de
crónica de este viaje, tanto que sólo san Frutos mismo la pasaría, como hace
todos los años el día de su fiesta con una más del libro que tiene en la mano
sobre la entrada a su catedral de Segovia. (Por cierto. Apenas he citado a
Juan-Emilio, si es que lo había hecho alguna vez antes de ésta. Pero es que de
hacerlo cada vez que merecería la pena tendría que escribir otra crónica por lo
menos de la misma extensión que la que va corriendo).
Después, nos
adentramos en el bosque profundo. Un mundo que nos falta allá, aunque a mí me
recuerda algo una etapa de la vida por el pinar de Cantalejo. Paseo en calesa.
Los hay que se atreven a hacerlo a caballo. Como Isidro que vuelve a recordar
sus tiempos de esquilador, pero ahora los castrenses, en su mili madrileña,
soldado del regimiento de infantería de León 38, dotado de ganados para portear
sus ametralladoras y morteros. Sus paseos ecuestres desde el cuartel de María
Cristina a las Ventas, con el sargento picador, son una de esas estampas
recientes que en la gran ciudad apenas se creen a esta hora de su desarrollo.
En este pedazo de campo de Polonia, yo me acuerdo de Los campesinos, de Wladislaw Reymont. Alicia me señala La tierra prometida que también he
leído. Pero la grandeza épica de aquélla, cimentada exclusivamente sobre la
vida corriente de la aldea de Liepce, es prodigiosa. Yo la viví, leyéndola en
la Villa y con el pensamiento puesto en las aldeas, entonces pobladas. Cuando nadie
se habría imaginado al párroco de Duratón recordando el día de San Isidro que
aún algún labrador por quien aplicar particularmente la misa queda en el
pueblo.
En la cena
sopa de remolacha, abundantes carnes rellenas, ensaladas y bizcochos. Lanzo la
idea de un hermanamiento del pueblo de nuestro párroco con el de su parroquia.
Tenemos en el plano de la objetividad la coincidencia de nuestras fiestas
medievales. En el contexto, pensemos en esa dicha gastronomía del cordero, que
acá hace competencia a la caza. Yo me acuerdo también de la estrecha relación
que tuvo Martín Barral con el magnate y
esteta polaco Zamoisky.
Silencio y
soledad nocturnos en torno al hotel, aunque desde él se llega a ver un ángulo
de la fortaleza diurnamente tan concurrida por las muchedumbres turísticas.De
pronto oigo un rumor que se va acercando, como de oleaje o lluvia copiosa. Pero
es el tren. Tras un espacio verde y antes de que las filas de los edificios a
la medida del hombre se hagan compactas, la sucesión tan evocadora de los
vagones iluminados.
Viernes, 5 de mayo.- A
Varsovia, por Torun. Cuando Suave
nos dice que podemos mirar tanto a la derecha como a la izquierda, sabemos que
nos hemos encontrado de nuevo con el ya Vístula amigo. Nos anuncia, a los que
no lo sabían ya, que Pedro y Margarita están en Sepúlveda. Eficaz y rápido
todo, también en la segunda parte desde que los dejamos.
Por el camino,
a cada día de marcha, seis leguas, un castillo teutónico. Gniew, a lo lejos
Chelmo. Alicia reconoce que, dejado aparte el enfrentamiento bélico con la
población, los Caballeros fueron buenos colonizadores y urbanizadores.
Y en la ciudad
de Copérnico. Torun se define así. Contaba con muchos graneros, como Gdansk.
Alguno fue de la familia del astrónomo, por cierto ésa sin descendencia, con
dos hijas monjas, ya dijimos de Catalina, y dos clérigos. La grada circular que
rodea su monumento es lugar predilecto de encuentro para los enamorados.
Formidable su latín: terrae motor, por
una parte, y por otra solis caelique
stator.
Visitamos su
casa gótica. Otra frase latina, pero ésta suya, en la pared: In medio vero omnium residet sol. Botones
de muestra de las capacidades y ocupaciones de este hombre integral, tal
escenificada en una vitrina su teoría económica de los precios y su inflación.
Los edificios
emblemáticos. Efigie de la fortuna sobre el Banco, de granito, coronado por los
pináculos consabidos. (¿Sabéis que una de las inscripciones romanas de nuestra
Villa se dedicó a la diosa Fortuna? Pero este dato no es una invitación a
aproximaciones frívolas).
La lonja llega
a románica. Frente al Ayuntamiento, el violinista que atrajo a las ranas y a
los ratones, amenaza invencible para la ciudad entonces. ¿Eutanasia de estos
animales? ¿Lección para los cazadores? ¿O no llegamos, o no queremos llegar, a
eso? Otra vez el sello romano en la iglesia jesuita del Espíritu Santo. Una
inscripción en el suelo nos recuerda el paso por una de las calles
peatonalizadas del último tranvía, en 1970.
Copérnico
también está presente en la catedral. Es gótica. Se adosan tantos retablos
barrocos a sus columnas que, pese a la imposibilidad del acoplamiento espacial
entre los dos elementos constructivos, se ha logrado el efecto de la
naturalidad, llegándose a una visión de conjunto dominada por lo salomónico.
Los grandes lienzos en algunas capillas profundas, tienen de por sí
posibilidades paralelas de llegar a capillas ellos mismos. Así en el de san
Ignacio de Loyola.
Su torre tiene
la campana más grande de Polonia. Cuentan que al sonar por vez primera se
despertó Dios, y agradecido envió a sus ángeles para que protegieran a la
ciudad. Lo cierto es que en la primera guerra sólo murió en ella una vaca, y en
la segunda no cayó más que una bomba.
Junto al
monumento copernicano, Suave me confía sus esperanzas de hacer otro viaje para
que completen el suyo Pedro y Margarita, o facilitarles uno individual. Por la
noche nos dice que el matrimonio saldrá a la Plaza en Sepúlveda a esperar el
autobús de vuelta.
Se anima la
gente a comprar pierniki. La forma
del catalino se ha hecho muy popular
en la ciudad. Es por ejemplo la de las placas que llevan los guías de turismo.
Las cajas metálicas en que se sigue envasando nos llevan a un mundo de idas
policromías, antes de todos y de todas las cosas y en renovación habitual,
ahora de los coleccionistas y preservado.
Vueltos a
Varsovia, en el hotel nos encontramos el Warsawa
Business Journal. Un apartado de las páginas inmobiliarias se titula Spanish Invasion, sobre las inversiones
del sector.
Sábado, 6 de mayo.- De
nuevo ante el monumento a Chopin. Sauces llorones y tilos, los dos árboles de
Polonia. Cerca el de Pilsudsky, de pie. Aspecto de hombre poderoso y
preocupado. Recuerdo la frase de aquel arqueólogo, amigo de Emilio Sáez, tan
mimado por el poder comunista. “Cuando teníamos la dictadura de Pilsudsky o
casi”. Testimonio de lo que entonces se pensaba en ciertos ambientes.
Aquí los
caminos que se cruzan se llaman cruces. Tres Cruces es en Varsovia- ya sabemos
su tan distinto significado en Gdansk- una encrucijada con la que nos topamos
enseguida. La iglesia de San Alejandro, y por eso a veces se toma por ortodoxa,
es redonda. Pero se trata de una imitación del Panteon de Roma.
El monumento,
evocador de episodios y a la vez representativo de la población participante, a
los insurrectos de 1944, tiene tremenda fuerza dramática. A sus espaldas, las
muchas pilastras del nuevo Tribunal Supremo, cada una con un texto latino
alusivo a la justicia, tal el del jurisconsulto Ulpiano, que otrora nos
aprendíamos en la primera clase de Derecho Romano: vivir honestamente, no hacer daño a nadie, dar a cada uno lo suyo.
Entramos en
Santa Ana. Las bóvedas policromadas en el setecientos, y después un siglo más
tarde. Parecen de estuco, pero son de madera. Los retablos de columnas doradas
han conseguido dominar toda la arquitectura, hasta el extremo de convertir el
interior en un anfiteatro. Ello porque en su colocación no se ha atendido a
cada capilla, sino a la misma visión de conjunto. El órgano avanza levemente
sobre la barandilla del coro, pero sin más entrantes que su continua fachada
ondulada. Nada que envidiar a la apoteosis curvilínea de otros.
San Martín fue
hospital de los insurrectos de 1944. Destruido en un bombardeo. Reconstruida la
iglesia sin la decoración interior. Una de las hermanas franciscanas que en
ella tienen su sede fue la arquitecta. La torre barroca sobre el basamento
gótico. Notable el viacrucis, pero en este caso estilizado, pintado en negro en
la pared. En un armazón de alambre que le completa, un pedazo de crucifijo que
se salvó. (Por cierto que al entrar en las iglesias polacas es posible tomar
agua bendita).
Gótica es la
catedral, antes colegiata de San Juan Bautista. Muchas vidrieras altas y
estrechas, regaladas por los polacos de los Estados Unidos, llegan a sustituir
a los retablos que fueron dignamente. La tumba del cardenal Wizinsky, una
lápida nada más en el suelo de su capilla.
El Castillo
Real. Bombardeado en el asalto a Varsovia de septiembre de 1939. En 1944, ya
sofocada la rebelión de la ciudad, dinamitado expresamente por los alemanes. El
número de agujeros que para ello hubieron de hacer es una cifra que marea. Fue
reformado neoclásicamente por el último rey, Estanislao.Augusto Poniatovsky, y
es obra italiana con algún aporte francés. Recuerdos de su paso, entre lo
público y lo íntimo, hasta irse destronado a San Petersburgo, cual prisionero
particular de su amante Catalina la Grande. Para la reconstrucción se
adquirieron cincuenta quilos de oro. El poco que queda original en los techos y
paredes es más oscuro.
El a la vez
salón de baile y teatro real nos recuerda el similar multiuso del Teatro Bretón
de Sepúlveda en otros tiempos. Saloncito de las conferencias o de los monarcas
europeos, por los retratos que de éstos guarda. En sus paredes trece tipos de
madera. De tejo es el dormitorio. La cama es más bien una chaise longue. No era necesaria más longitud. La abundancia de
almohadones permitía dormir casi sentado. Bueno para la digestión, y una
distinción más de la plebe que lo hacía en la postura natural. El vestuario,
donde el rey pasaba dos horas a diario para ser ataviado. La capilla, que
estuvo cerrada por católica en la fase zarista, ha de conformarse por eso con
un mobiliario de fortuna. Muchos Canalettos, alguno de los cuales sirvió para
reconstruir la ciudad. Salita de los oficiales de la guardia. El pequeño
comedor de los almuerzos regios de los jueves a los intelectuales. Redonda la
mesa, como la de los caballeros del rey Arturo. Ellos tenían derecho a una copa
de vino. No así el monarca, quien había prometido a su madre en el lecho de
muerte hacerse abstemio. Quique
sacerdotes casti dum vita manebant, uno de los textos del salón del trono
alusivos a la población estamental del país.
Las pequeñas y abundantes águilas de plata que tapizaban el fondo del
salón del trono, tras este mismo, fueron robadas por el gobernador general
nazi. Sólo se recuperó una que envió un coleccionista canadiense. De aquel
personaje recuerdo su condena en Nurenberg, y la propuesta al fin rechazada de
que el lugar de su ejecución fuera Polonia. Tener muchos años lleva consigo la
carga de almacenar también recuerdos que pesan.
Animada la
Plaza del Mercado. El monumento a la Sirenita y su pescador, que se casó con
ella, los fundadores de Varsovia, así llamada por los nombres del uno y la
otra. Ya hemos visto otros ejemplos de la fecundidad del legendario urbano en
las ciudades polacas. ¿Explicada ésta capitalina por la nostalgia del mar?
A unas once
leguas, Zelanowa Wola. La casa donde el 22 de febrero de febrero de 1810 nació
Federico Chopin, su padre preceptor de los terratenientes dueños. En medio del
parque Kampinos, merecidamente, en aras del músico mimado por los demás
jardines botánicos del mundo. Cuando tenía él un año, se trasladó la familia a
Varsovia, donde el padre dio clases, pero volvió de cuando en vez y se dice que
allí descbrió la música popular del país. A los acordes del piano- pero no del
“piano jirafa” que vemos- por las modestas habitaciones en penumbra nos damos
cuenta de la permanencia del romanticismo, pese a estos últimos cambios de los
tiempos que apenas si han dejado algo en su sitio. Como en los tiempos de mi despertar a las
sepulvedanas en flor, del baile de la Plaza al del Teatro...Tanto que los
detalles nos resultan secundarios: la copia del retrato de Delacroix, las
partituras, los muebles, algún apunte autógrafo... (En este viaje parroquial
viene bien recordar que el movimiento lento del Segundo Concierto para Piano de nuestro compositor se cuenta entre
los ejemplos de música instrumental que, pese a no ser litúrgica ni sacra, se
tiene por religiosa)
Vueltos a
Varsovia, Suave celebra para nosotros en la Catedral. Nos parece un privilegio
insólito esta concesión. Acaso no tanto si hubiese sido en la primacial de
Gniezno, de tanta grandeza histórica como sosiego actual amasado de olvidos.
Pero estamos en la capital...
Deambulando
luego en un breve tiempo libre, entramos en una iglesia donde unos pocos
dominicos están cantando en su coro del presbiterio. Luego nos encontramos con
la de Santa Casimira, de benedictinas, fundación de Juan III. Está cerrada,
pero el cristal deja ver el interior, y fuera hay un reclinatorio amplio para
rezar arrodillados.
Algunas placas
modestas y nada relucientes nos indican pequeños reductos donde sopla el
espíritu. Tales el Museo de Historia de la Farmacia y el de Madame Curie. Al
ser ésta enterrada se la echó un pedazo de tierra polaca.
Domingo, 7 de mayo.- Vamos
a ver el Palacio Wilanow, el de Juan III Sobiesky, el rey polaco de Ucrania que
defendió Viena del asedio turco. Muy cerca encontramos la parroquia de Santa
Ana, del ochocientos, construida por los condes Potovsky, los propietarios que
sucedieron a los Czartorosky, de paso breve en la mansión, que cedieron a una
de su linaje para que a un Potovsky la aportase en dote. Hablo con Alicia de
Alberto, el salesiano de aquella estirpe, pariente del Rey de España,
beatificado hace poco, del que yo escribí ha dos años en el Programa de las
Fiestas de San Miguel. Santa Ana es renacentista. En el campo inmediato, un
cenotafio neogótico evocador de todos los difuntos de la familia. En torno un
viacrucis monumental. Preciosos magnolios de grandes flores blancas.
Al fin en la
fachada del palacio, el amarillo alternando con el blanco, hace parte esencial
del estilo, el que permitió al marqués de Lozoya hablar de aquella otra
internacional artística, a la que Sepúlveda aportó la piedra para la fachada
del Palacio de La Granja. Ángeles con trompetas triunfales encuadrando una
ventana, y relieves de la gran gesta vienesa.
Y ahora pido a
mis compañeros de viaje que me lean la venia para evadirme a algunos detalles
nada más, liberado de la disciplina del plano y el alzado, de la geometría de estas paredes donde en el
ochocientos el estuco sustituyó al terciopelo que, además de ser más bello,
coadyuvaba a la calefación, ¿como la madera del suelo?. Cual si fueran
pormenores de ilustraciones de poemas de Rubén Darío o el conde de Foxá. De una
a otra geografía estética y creadora: la sala etrusca, los vasos holandeses de
estilo chino o japonés, la pareja de espejos de Bohemia que se dirían
venecianos, la caprichosa decoración de fragmentos de arqueología recordatoria
de viajes a Roma...La galería de Cupido, el bargueño de esmalte con un efecto
de profundidad que pretende llegar a lo inacabable, el oratorio barroco del
siglo XIX, los fruteros de bronce dorado, la estufa de porcelana cuyo destino
nos sorprende pero encontramos puesto en razón, ahí es nada en nuestros climas.
Nuestra última
visión es el Palacio sobre el Agua, la otra residencia real. De ahí al
aeropuerto. Entramos los primeros en el avión. Me siento inquieto a medida que
van llegando pasajeros sin que ninguno más de nuestro grupo aparezca. Pienso si
ha habido un mal entendido y nos están esperando peligrosamente. Hablo con el
comandante, Javier del Pino, quien me promete no irse sin ellos. Me enseña la
hoja de vuelo. Los pasajeros registrados somos ciento ochenta y uno. Al fín
vamos viendo sus caras.
Hace buen
tiempo. Nubes y sol. A punto de llegar a Nurenberg y pasada Praga, el
comamdante nos lo dice, anunciándonos que pasaremos junto a Stuttgart, Ginebra,
Lyon, Tarbes y por los Pirineos a Zaragoza. En Barajas con algún adelanto.
Llegado a
casa, mientras otros caminan hacia nuestra Sepúlveda, llamo en mi auxilio a la
literatura para entretener mi nostalgia. Releo el comienzo de La muñeca, esa formidable novela
realista, de la buena época del género, de Boleslao Prus, desarrollada en la
Varsovia todavía zarista: “Al empezar el año 1878, cuando el mundo político se
ocupaba de la paz de San Stefano, de la elección del nuevo papa, o de las
probabilidades de una nueva guerra europea. los negociantes de Varsovia y los
burgueses de la calle Krakowskie-Przedmiescie, se ocupaban con no menor interés
del estado del negocio de quincallería que funcionaba bajo el nombre de la
firma J.Mincel y S.Wokolski. En el afamado bar donde se reunían para la cita
vespertina los propietarios de tiendas de ropa blanca y de vinos, los
fabricantes de cervezas y de sombreros, los respetables padres de familia que
vivían de las rentas y los propietarios de inmuebles sin ninguna ocupación, se
hablaba con igual animación de los armamentos de Inglaterra y de la firma
J.Mincel y S.Wokolski”. ¡Siempre unidas la literatura y la vida y el milagro de
la novela perenne!
Además he de
ocuparme de atar algunos cabos que se quedaron sueltos. Había mucho barullo y
poco tiempo en la tienda del palacio Wilanov. Se me escapó un libro en inglés
de buen aspecto sobre los rebeldes polacos del romanticismo. Y un disco con
ofertorios y comuniones de Nicolás Zelenko en la vieja Silesia. En la menguada
cubierta de estos compactos, despertadora de penosas nostalgias del vinilo,
sólo el título en letras cuadradas de la partitura. Pero nos dice tanto
ahora...En fin, un pretexto para entretenerme en la búsqueda. ¿O de volver? En
cambio si me traigo una novelita en polaco de Simenon para la colección de
Diego Conte senior, pues bien lo
merecen el hombre y su acopio.
Tremenda la
falsedad de la opinión de que el dinero gastado en los viajes no queda, a
diferencia del invertido en cosas materiales. ¿Nosotros no tenemos ya para
siempre las memorias de este nuestro, no somos gracias a ellas más ricos? A la
vez estímulo para los que vendrán. Algunos también parroquiales. Parece que la
Francia de Lourdes, la Salette, Ars, Lisieux, Paray le Monial, la hija mayor de
la iglesia, y la Alemania que tiene en Colonia la catedral de los Reyes Magos,
San Bonifacio en Fulda y la iglesia de los Catorce Santos, nos resultan demasiado
cercanas. Y nos acordamos de que otrora Polonia y Lituania estuvieron unidas en
una nación inmensa. Ir a ésta es complemento de nuestro habernos asomado a
aquélla. Yo conocí a un profesor polaco cuyo segundo apellido era lituano y
decías que mater semper sancta est. Y
no nos olvidemos de que la musulmana Turquía contó en la cuna del cristianismo,
y ahí está el itinerario de San Pablo. El polaco Juan Sobieski libró de los
turcos a Viena. Pero Suave recuerda la caballerosidad del Sultán, preguntando
por el embajador de Polonia en la recepción diplomática de todos los años,
cuando el país estaba privado de la existencia, para hacerse contestar: “No ha
llegado todavía”. (La historia política del siglo XX no abunda en gestos de
este desinterés). Estos días se ha representado en el real de Madrid El rapto en el serrallo, de Mozart, otro
turco clemente y misericordioso...
Esperemos pues. Y recordemos. No bajemos
la guardia. Y que la decoración de Samoa nos sea mágica.
Buenas tardes, no sé si le llegará este mensaje pero no he encontrado su correo electrónico por la web. He estado realizando mi árbol genealógico de mi rama de Sepúlveda desde mi trastarabuela Margarita de la Serna y he llegado en algunos puntos a las postrimerías del siglo XVI (con la familia Vellosillo en este caso). Quería poder intercambiar impresiones con usted, si puede ser. Le dejo mi correo electrónico por si lee este mensaje y quiere charlar sobre ello: alberm01@ucm.es
ResponderEliminarUn cordial saludo,
Alberto Martín.